Vivencias día a día del conflicto por las Islas Malvinas

Naval

Veterano Guerra de Malvinas
Estoy FELIZ...

 
Combate contra el SAS en la Isla Gran Malvina

"...Altamirano apuntaba y disparaba a mi lado desde la posición de rocas. Ambos apuntábamos y disparábamos. Lo hacíamos alternadamente sobre los hombres que aparentemente pretendían alcanzar una posición a nuestro flanco izquierdo y sobre la posición inicial, las grandes rocas que se alzaban frente a nosotros. No era imposible que en cualquier momento recibiéramos fuego desde ese lugar. Creo que la incertidumbre y la imaginación producen esas obsesiones.
Fuego y movimiento, así fueron tomando distancia y ganándonos el flanco izquierdo. De pronto, mientras uno de ellos nos disparaba, el otro corrió y dio un salto volteándose en el aire, cayó y siguió disparando. El otro se incorporó y mientras lo sobrepasaba lo vio desarmarse, derrumbarse. Todos lo vimos. Se detuvo, tal vez un instante antes de ser alcanzado por un disparo, porque le apuntábamos y le disparábamos y era un blanco rentable. Arrojó el fusil y gritó palabras incomprensibles, desesperadas. Se estaba rindiendo. De repente se convirtió en persona y dejó de ser un blanco.
Nosotros desplazamos el fuego hacia las rocas que teníamos enfrente. No podía creer que no escuchásemos más disparos. Se hizo una pausa de fuego y cambié el cargador.
El hombre que agitaba los brazos y gritaba, ahora desarmado, imploraba por su vida. No entendíamos qué decía, pero se aferraba a la vida.
- ¡Come here, come here! – le grité asomándome, mientras seguíamos disparando contra las rocas - ¡Venga con los brazos en alto! Y el hombre se fue acercando.
Al llegar, vimos que temblaba y gritaba, imploraba. Frente a él había unos soldados que, como él, vestían uniforme mimetizado, usaban boinas verdes, estaban enmascarados y se movían con la soltura de soldados aislados, sigilosos y entrenados. Veía lo que podía, sombras que se movían entre las rocas, no sabía cuántos éramos ni que planes teníamos para con él. Me esforcé por hacerle entender que era prisionero de guerra.
- ¡Prisionero de guerra, convención de Ginebra! – le repetí varias veces, mientras le mostraba que ponía el seguro del fusil, hasta que dejó de temblar.
Así y todo, pasó un rato hasta que pude lograr que me diera la espalda y pusiera las manos contra la roca para registrarlo.
- ¿Cuál es su grado? –interrogué, cuando lo tuve otra vez frente a mí.
- ¡Soldier, soldier! –repitió varias veces. Luego supe que era el Cabo Primero Ray Fonseca.
- ¿Cuál es el grado del otro? - Le pregunté señalando hacia el lugar del caído.
- Soldier, soldier – insistió. En realidad era el Capitán John Hamilton. Ambos eran miembros de SAS (Special Air Service). Hamilton, de destacada actuación en el conflicto, había participado en el desembarco en las Georgias, donde habían obtenido el pasamontañas de la Infantería de Marina Argentina, que me había resultado familiar cuando vi al morocho. Se había desempeñado también como uno de los comandantes tácticos de la operación contra el aeródromo de Isla Borbón, donde nos destruyeron once aviones.
- ¿Cuántos son?
- Two, two…
- ¿Solo dos? – insistí.
- Two, onli two –dijo. Después, mucho después, supe que también me había mentido. Era una patrulla de cuatro hombres. Tal vez, dos de ellos estaban en misión de exploración, alejados del lugar en momentos del encuentro o tal vez se replegaron por las alturas hacia el sur, una vez que el jefe fuera abatido.
- ¿Cómo llegaron hasta aquí?
- ¡By helicopter! – respondió haciendo girar una de sus manos. No me decía nada y me estaba diciendo mucho, porque era casi una obviedad. Los había escuchado hablar por radio y estábamos, como mucho, a diez minutos de helicóptero de San Carlos. Entendí que no tenía tiempo que perder. Una baja y un prisionero, a esas alturas, eran un buen resultado pero, si el caído estaba con vida, íbamos a tener problemas. La situación no era sencilla, no podíamos llamar por radio y pedir apoyo sanitario, no disponíamos de apoyo aéreo cercano ni posibilidad de refuerzos. Tampoco podíamos hablar con el enemigo para que rescatase al caído. Ellos, los ingleses, eran los únicos en doscientas millas a la redonda que tenían esas posibilidades. Nosotros, no habíamos sido entrenados para abandonar a un herido a su suerte, aunque fuese enemigo; si el hombre estaba con vida íbamos a tener que llevarlo, entre nosotros cinco, incluido el prisionero.
- Moreno, adelantate a ver al caído – grité, y Eusebio se fue acercando mientras lo cubríamos atentos, expectantes, siempre haciendo fuego hacia las grandes piedras. Llegó, apartó el arma, se inclinó sobre el hombre, lo examinó y se incorporó para hacerme señas. Las señales fueron categóricas: el soldado estaba muerto.
Le pregunté al prisionero si hablaba español y me respondió que hablaba inglés e italiano. Esto fue un alivio. “Italiano es otra cosa”, pensé, y le dije, en ese idioma, que sentía mucho que su “amigo” estuviese muerto. Sentía que debía tranquilizarlo.
- No es mi amigo –me respondió en italiano, con esa natural gravedad que suelen tener los soldados valientes. Ya había recuperado la calma porque sabía que, si no intentaba ser un héroe, iba a vivir para contar su historia. A partir de esa certeza ya no me entendió casi nada, ni en italiano ni en inglés ni en español. Por mi parte supe que debía cuidarme de él y le hice saber que se cuidara de mí.
- Dame una sola oportunidad para matarte –le dije cuando iniciábamos el repliegue, mostrándole como jugaba con el seguro del fusil y señalándole la dirección de marcha. Comprendió y comenzó a entender todas mis indicaciones.
Les ordené a mis hombres que registraran el lugar rápidamente, que tomaran y transportaran todo lo que pudieran del equipo enemigo y nos replegáramos. Íbamos a dejar al soldado muerto en el lugar donde cayó hasta el otro día cuando, con más tiempo y seguridad, pudiéramos rescatarlo. Esta fue una decisión íntima y personal porque no iba a arriesgar a mis hombres. No me equivoqué porque, a los pocos minutos de iniciar el repliegue, un par de aviones Harrier pasaron sobre nosotros. La actividad aérea nos obligó reiteradamente a tomar posición de cuerpo a tierra, mientras nos acercábamos a Puerto Yapeyú. Una formación que se alargó considerablemente, por la demora que significó el registro del lugar y por el peso del equipo que transportaban Moreno, Altamirano y Ríos, que llevaron todo lo que encontraron.
En una de esas oportunidades en que tomábamos la posición de cuerpo a tierra para evitar ser vistos por los aviones ingleses, observé que el prisionero me miraba serio, grave, como si se interrogara sobre lo ocurrido, como no pudiendo creer lo que le estaba pasando.
- La guerra es la guerra –le dije, sin la intención de que comprendiera-, hoy sos vos, mañana puedo ser yo…
- No, ¡políticos! –me respondió con una expresión que me hizo reír, porque entendí lo qué estaba pensando.
Cuando las posiciones adelantadas de la compañía “C”, del Regimiento de Infantería 5 estuvieron a la vista, le ordené a Altamirano que se adelantase y transmitiera que estaba todo bien. Estaba seguro que, a la distancia, habían escuchado el combate y se habrían preocupado. Los hombres de la Compañía “C” no eran más de diez y, cuando vieron que llevábamos un prisionero, estallaron de alegría. El jefe de fracción, se adelantó con dos de sus hombres a recibirnos y darnos una calurosa bienvenida.
En la tarde del 13 de junio, El coronel Mabragaña, jefe del Regimiento de Infantería 5, nos pidió, a Fernández y a mí, que lo acompañáramos a la mañana siguiente, en la conversación que iba a tener lugar en su puesto de comando con el comandante inglés. Nosotros dependíamos y cumplíamos órdenes de nuestro Jefe de compañía, el mayor Castagneto, desde Puerto Argentino. Ambos decidimos, y así se lo hicimos saber, que haríamos lo que él ordenarse según lo que pactara con el comandante enemigo. Puerto Argentino había ya caído en poder de los ingleses.
El coronel Juan Ramón Mabragaña, era un hombre cabal, un tipo tranquilo como un abuelo pero con la decisión de un guerrero, si la situación lo impone. Lo dejaba ver, lo transmitía naturalmente. Un jefe manso y decidido, una mezcla de soldado y padre protector. Capaz de llorar en silencio y sin pudor la herida o la muerte de uno de sus soldados y de adoptar decisiones sorprendentes. Los hombres en la guerra muestran lo que realmente son.
Después de operar la zona de aterrizaje que habíamos marcado con mi sección y a la que arribaron tres helicópteros, acompañé al coronel británico hasta el puesto de comando del jefe de regimiento; donde tuvo lugar una grave pero amable conversación entre ambos coroneles, en la que se pactaron los términos de la rendición. Fernández y yo solo escuchamos.
Cuando terminó la reunión y salimos del puesto de comando del jefe de regimiento, me adelanté al coronel inglés para entregarle la identificación del capitán Hamilton; le conté brevemente la acción de combate en que había caído, le informé que teníamos un prisionero y destaqué el valor del oficial muerto en combate.
- Ha sido para mí un gran honor enfrentar a un soldado como el Capitán Hamilton –le dije.
- ¿Hamilton? –se sorprendió-, por varios días no hemos sabido de él y lo estamos buscando. Le informé que habíamos velado y enterrado al oficial con los honores correspondientes en el Ejército Argentino y que sus restos descansaban ahora en el cementerio de Puerto Yapeyú.
- Quiero destacar su valentía y destreza y me gustaría guardar su casquete, no como trofeo de guerra –le aclaré-, sino como recuerdo de un soldado valiente contra quien he tenido el honor de combatir. Le ofrecí mi boina a cambio.
El coronel se emocionó y, después de estrecharme la mano, me dijo que con gusto lo haría, pero que era tradición en el ejército inglés entregar el cubre cabeza del caído a su viuda.
Una vez que las tropas inglesas llegaron a Puerto Yapeyú, un oficial se presentó ante mí.
- Sabemos que Ustedes son comandos –me dijo-, nosotros también lo somos. Tengo expresas órdenes de darles a ustedes tratamiento especial.
Cuando se alejó recuerdo que les dije a mis hombres:
- Creo que tienen planes de mandarnos al fondo de la bahía –me costaba creer tanta amabilidad. El oficial inglés había remarcado lo de “tratamiento especial”.
Lo cierto es que al tiempo se aproximaron otros oficiales y las expresiones “please”, “sorry” y “excuse me” presidían o completaban todas sus indicaciones; nos mostraron donde dejar el armamento, cosa que hicimos después de destruirlo y, cuando debieron registrarnos, nos pidieron que nos pusiéramos frente a tres oficiales, a unos tres metros de distancia y nos indicaban que les mostráramos lo que contenían nuestros bolsillos y nuestras mochilas. Nunca nos apuntaron y mantenían las manos cruzadas a la espalda.
- ¿Personal? – interrogaban cuando alguien les mostraban algún elemento del equipo; como una brújula, por ejemplo.
- Personal – respondían mis hombres. Y los autorizaban a conservarlo. Esto hizo que después, durante toda la travesía; primero a San Carlos, luego a Puerto Argentino y finalmente a Puerto Madryn; mis hombres anticiparan desde sus alojamientos en el buque, el rumbo y el destino hacia donde navegábamos.
Finalmente, un oficial se acercó, nos pidió que lo acompañásemos poniéndose al frente y nos condujo al embarcadero donde, una vez arribado el lanchón que nos llevaría al buque de transporte, nos indicó que embarcáramos e hizo el saludo militar como despedida hasta que todos estuvimos dentro..."

Tte 1ro D. José Martiniano Duarte
Ca Cdos 601

 

BIGUA82

VETERANO DE GUERRA DE MALVINAS
Colaborador
Del post anterior...
"QUE SE ESCUCHE DE LA PUNA A LA ANTARTIDA,DE LOS ANDES AL PLATA...
LA LETANIA MAS SAGRADA DE LA FUERZA AEREA ARGENTINA..."

(minuto 50 en adelante...)...por un Servidor.
 
Última edición:
Buenos Aires, Argentina
25 junio de 1982
A S. E el Señor Comandante en Jefe de la Fuerza Aérea
Brigadier General Don Basilio Lami Dozo
Comando en Jefe de la Fuerza Aérea
S/D


De mi más alta consideración:

Desearía expresarle mi estima y respeto personal a usted y a los miembros de
la Fuerza Aérea Argentina en reconocimiento por su profesionalismo e
inquebrantable coraje durante el reciente conflicto armado con el Reino
Unido.

Más aún, consideraría gran honor que usted, en nombre de los valientes
caídos y de los heridos en acción de la Fuerza Aérea Argentina, aceptase mi
corazón púrpura (Purple Heart) como sincera demostración personal de
estima. De de todas mis condecoraciones, el Corazón Púrpura, el cual me fue
otorgado por heridas recibidas en acción sobre Vietnam del Norte el cinco de
octubre de 1965, es el que más venero.

La Orden del Corazón Púrpura fue autorizada por orden del General George Washington,
hace casi 200 años atrás, el 7 agosto 1782. Luego de haber sido suspendida por más de un siglo, fue restablecida a principios de la década del 30 por el general Douglas McArthur.Años más tarde el general McArthur escribió: “...ninguna acción llevada a cabo por mi, mientras desempeña como Jefe del Estado Mayor, me dio más satisfacciones que la de restablecer la Orden del Corazón Púrpura... Esta condecoración es única en muchos sentidos: primero:en la más antigua de la historia norteamericana... Segundo proviene del más grande de todos los norteamericanos,George Washington... Tercero: es la única condecoración completamente intrínseca en el sentido de que no depende de la aprobación o el favor de nadie. Se la acuerda solamente aquellos que son heridos en acción, y solamente la acción del enemigo determina su otorgamiento. Es un verdadero escudo de coraje y cada pecho que la luce puede latir con orgullo”.

Es clara pues la razón por la cual el Corazón Púrpura es la condecoración que
mas reverencio. De un aviador militar a otro, le ruego respetuosamente que
hace esta condecoración en nombre de todos los bravios oficiales y hombres
de la Fuerza Aérea que cayeron o fueron heridos en acción en esta reciente
conflicto.

Quedando a sus enteras órdenes, hago propicia la ocasión para reiterarle las
seguridades de mi más alta consideración y estima...

Robert W. Pitt
Coronel, USAF
Agregado Aeronáutico
 

bagre

2º inspector de sentina
Combate contra el SAS en la Isla Gran Malvina

"...Altamirano apuntaba y disparaba a mi lado desde la posición de rocas. Ambos apuntábamos y disparábamos. Lo hacíamos alternadamente sobre los hombres que aparentemente pretendían alcanzar una posición a nuestro flanco izquierdo y sobre la posición inicial, las grandes rocas que se alzaban frente a nosotros. No era imposible que en cualquier momento recibiéramos fuego desde ese lugar. Creo que la incertidumbre y la imaginación producen esas obsesiones.
Fuego y movimiento, así fueron tomando distancia y ganándonos el flanco izquierdo. De pronto, mientras uno de ellos nos disparaba, el otro corrió y dio un salto volteándose en el aire, cayó y siguió disparando. El otro se incorporó y mientras lo sobrepasaba lo vio desarmarse, derrumbarse. Todos lo vimos. Se detuvo, tal vez un instante antes de ser alcanzado por un disparo, porque le apuntábamos y le disparábamos y era un blanco rentable. Arrojó el fusil y gritó palabras incomprensibles, desesperadas. Se estaba rindiendo. De repente se convirtió en persona y dejó de ser un blanco.
Nosotros desplazamos el fuego hacia las rocas que teníamos enfrente. No podía creer que no escuchásemos más disparos. Se hizo una pausa de fuego y cambié el cargador.
El hombre que agitaba los brazos y gritaba, ahora desarmado, imploraba por su vida. No entendíamos qué decía, pero se aferraba a la vida.
- ¡Come here, come here! – le grité asomándome, mientras seguíamos disparando contra las rocas - ¡Venga con los brazos en alto! Y el hombre se fue acercando.
Al llegar, vimos que temblaba y gritaba, imploraba. Frente a él había unos soldados que, como él, vestían uniforme mimetizado, usaban boinas verdes, estaban enmascarados y se movían con la soltura de soldados aislados, sigilosos y entrenados. Veía lo que podía, sombras que se movían entre las rocas, no sabía cuántos éramos ni que planes teníamos para con él. Me esforcé por hacerle entender que era prisionero de guerra.
- ¡Prisionero de guerra, convención de Ginebra! – le repetí varias veces, mientras le mostraba que ponía el seguro del fusil, hasta que dejó de temblar.
Así y todo, pasó un rato hasta que pude lograr que me diera la espalda y pusiera las manos contra la roca para registrarlo.
- ¿Cuál es su grado? –interrogué, cuando lo tuve otra vez frente a mí.
- ¡Soldier, soldier! –repitió varias veces. Luego supe que era el Cabo Primero Ray Fonseca.
- ¿Cuál es el grado del otro? - Le pregunté señalando hacia el lugar del caído.
- Soldier, soldier – insistió. En realidad era el Capitán John Hamilton. Ambos eran miembros de SAS (Special Air Service). Hamilton, de destacada actuación en el conflicto, había participado en el desembarco en las Georgias, donde habían obtenido el pasamontañas de la Infantería de Marina Argentina, que me había resultado familiar cuando vi al morocho. Se había desempeñado también como uno de los comandantes tácticos de la operación contra el aeródromo de Isla Borbón, donde nos destruyeron once aviones.
- ¿Cuántos son?
- Two, two…
- ¿Solo dos? – insistí.
- Two, onli two –dijo. Después, mucho después, supe que también me había mentido. Era una patrulla de cuatro hombres. Tal vez, dos de ellos estaban en misión de exploración, alejados del lugar en momentos del encuentro o tal vez se replegaron por las alturas hacia el sur, una vez que el jefe fuera abatido.
- ¿Cómo llegaron hasta aquí?
- ¡By helicopter! – respondió haciendo girar una de sus manos. No me decía nada y me estaba diciendo mucho, porque era casi una obviedad. Los había escuchado hablar por radio y estábamos, como mucho, a diez minutos de helicóptero de San Carlos. Entendí que no tenía tiempo que perder. Una baja y un prisionero, a esas alturas, eran un buen resultado pero, si el caído estaba con vida, íbamos a tener problemas. La situación no era sencilla, no podíamos llamar por radio y pedir apoyo sanitario, no disponíamos de apoyo aéreo cercano ni posibilidad de refuerzos. Tampoco podíamos hablar con el enemigo para que rescatase al caído. Ellos, los ingleses, eran los únicos en doscientas millas a la redonda que tenían esas posibilidades. Nosotros, no habíamos sido entrenados para abandonar a un herido a su suerte, aunque fuese enemigo; si el hombre estaba con vida íbamos a tener que llevarlo, entre nosotros cinco, incluido el prisionero.
- Moreno, adelantate a ver al caído – grité, y Eusebio se fue acercando mientras lo cubríamos atentos, expectantes, siempre haciendo fuego hacia las grandes piedras. Llegó, apartó el arma, se inclinó sobre el hombre, lo examinó y se incorporó para hacerme señas. Las señales fueron categóricas: el soldado estaba muerto.
Le pregunté al prisionero si hablaba español y me respondió que hablaba inglés e italiano. Esto fue un alivio. “Italiano es otra cosa”, pensé, y le dije, en ese idioma, que sentía mucho que su “amigo” estuviese muerto. Sentía que debía tranquilizarlo.
- No es mi amigo –me respondió en italiano, con esa natural gravedad que suelen tener los soldados valientes. Ya había recuperado la calma porque sabía que, si no intentaba ser un héroe, iba a vivir para contar su historia. A partir de esa certeza ya no me entendió casi nada, ni en italiano ni en inglés ni en español. Por mi parte supe que debía cuidarme de él y le hice saber que se cuidara de mí.
- Dame una sola oportunidad para matarte –le dije cuando iniciábamos el repliegue, mostrándole como jugaba con el seguro del fusil y señalándole la dirección de marcha. Comprendió y comenzó a entender todas mis indicaciones.
Les ordené a mis hombres que registraran el lugar rápidamente, que tomaran y transportaran todo lo que pudieran del equipo enemigo y nos replegáramos. Íbamos a dejar al soldado muerto en el lugar donde cayó hasta el otro día cuando, con más tiempo y seguridad, pudiéramos rescatarlo. Esta fue una decisión íntima y personal porque no iba a arriesgar a mis hombres. No me equivoqué porque, a los pocos minutos de iniciar el repliegue, un par de aviones Harrier pasaron sobre nosotros. La actividad aérea nos obligó reiteradamente a tomar posición de cuerpo a tierra, mientras nos acercábamos a Puerto Yapeyú. Una formación que se alargó considerablemente, por la demora que significó el registro del lugar y por el peso del equipo que transportaban Moreno, Altamirano y Ríos, que llevaron todo lo que encontraron.
En una de esas oportunidades en que tomábamos la posición de cuerpo a tierra para evitar ser vistos por los aviones ingleses, observé que el prisionero me miraba serio, grave, como si se interrogara sobre lo ocurrido, como no pudiendo creer lo que le estaba pasando.
- La guerra es la guerra –le dije, sin la intención de que comprendiera-, hoy sos vos, mañana puedo ser yo…
- No, ¡políticos! –me respondió con una expresión que me hizo reír, porque entendí lo qué estaba pensando.
Cuando las posiciones adelantadas de la compañía “C”, del Regimiento de Infantería 5 estuvieron a la vista, le ordené a Altamirano que se adelantase y transmitiera que estaba todo bien. Estaba seguro que, a la distancia, habían escuchado el combate y se habrían preocupado. Los hombres de la Compañía “C” no eran más de diez y, cuando vieron que llevábamos un prisionero, estallaron de alegría. El jefe de fracción, se adelantó con dos de sus hombres a recibirnos y darnos una calurosa bienvenida.
En la tarde del 13 de junio, El coronel Mabragaña, jefe del Regimiento de Infantería 5, nos pidió, a Fernández y a mí, que lo acompañáramos a la mañana siguiente, en la conversación que iba a tener lugar en su puesto de comando con el comandante inglés. Nosotros dependíamos y cumplíamos órdenes de nuestro Jefe de compañía, el mayor Castagneto, desde Puerto Argentino. Ambos decidimos, y así se lo hicimos saber, que haríamos lo que él ordenarse según lo que pactara con el comandante enemigo. Puerto Argentino había ya caído en poder de los ingleses.
El coronel Juan Ramón Mabragaña, era un hombre cabal, un tipo tranquilo como un abuelo pero con la decisión de un guerrero, si la situación lo impone. Lo dejaba ver, lo transmitía naturalmente. Un jefe manso y decidido, una mezcla de soldado y padre protector. Capaz de llorar en silencio y sin pudor la herida o la muerte de uno de sus soldados y de adoptar decisiones sorprendentes. Los hombres en la guerra muestran lo que realmente son.
Después de operar la zona de aterrizaje que habíamos marcado con mi sección y a la que arribaron tres helicópteros, acompañé al coronel británico hasta el puesto de comando del jefe de regimiento; donde tuvo lugar una grave pero amable conversación entre ambos coroneles, en la que se pactaron los términos de la rendición. Fernández y yo solo escuchamos.
Cuando terminó la reunión y salimos del puesto de comando del jefe de regimiento, me adelanté al coronel inglés para entregarle la identificación del capitán Hamilton; le conté brevemente la acción de combate en que había caído, le informé que teníamos un prisionero y destaqué el valor del oficial muerto en combate.
- Ha sido para mí un gran honor enfrentar a un soldado como el Capitán Hamilton –le dije.
- ¿Hamilton? –se sorprendió-, por varios días no hemos sabido de él y lo estamos buscando. Le informé que habíamos velado y enterrado al oficial con los honores correspondientes en el Ejército Argentino y que sus restos descansaban ahora en el cementerio de Puerto Yapeyú.
- Quiero destacar su valentía y destreza y me gustaría guardar su casquete, no como trofeo de guerra –le aclaré-, sino como recuerdo de un soldado valiente contra quien he tenido el honor de combatir. Le ofrecí mi boina a cambio.
El coronel se emocionó y, después de estrecharme la mano, me dijo que con gusto lo haría, pero que era tradición en el ejército inglés entregar el cubre cabeza del caído a su viuda.
Una vez que las tropas inglesas llegaron a Puerto Yapeyú, un oficial se presentó ante mí.
- Sabemos que Ustedes son comandos –me dijo-, nosotros también lo somos. Tengo expresas órdenes de darles a ustedes tratamiento especial.
Cuando se alejó recuerdo que les dije a mis hombres:
- Creo que tienen planes de mandarnos al fondo de la bahía –me costaba creer tanta amabilidad. El oficial inglés había remarcado lo de “tratamiento especial”.
Lo cierto es que al tiempo se aproximaron otros oficiales y las expresiones “please”, “sorry” y “excuse me” presidían o completaban todas sus indicaciones; nos mostraron donde dejar el armamento, cosa que hicimos después de destruirlo y, cuando debieron registrarnos, nos pidieron que nos pusiéramos frente a tres oficiales, a unos tres metros de distancia y nos indicaban que les mostráramos lo que contenían nuestros bolsillos y nuestras mochilas. Nunca nos apuntaron y mantenían las manos cruzadas a la espalda.
- ¿Personal? – interrogaban cuando alguien les mostraban algún elemento del equipo; como una brújula, por ejemplo.
- Personal – respondían mis hombres. Y los autorizaban a conservarlo. Esto hizo que después, durante toda la travesía; primero a San Carlos, luego a Puerto Argentino y finalmente a Puerto Madryn; mis hombres anticiparan desde sus alojamientos en el buque, el rumbo y el destino hacia donde navegábamos.
Finalmente, un oficial se acercó, nos pidió que lo acompañásemos poniéndose al frente y nos condujo al embarcadero donde, una vez arribado el lanchón que nos llevaría al buque de transporte, nos indicó que embarcáramos e hizo el saludo militar como despedida hasta que todos estuvimos dentro..."

Tte 1ro D. José Martiniano Duarte
Ca Cdos 601

Estimado Tordo79
Cinco años antes de esos acontecimientos el entonces Sargento Primero "Mono" Altamirano, me ponia de relieve que "tener miedo" era algo sano, ante unos ejercicios de alistamiento combinados con movimientos vivos que se prolongaron por 48 horas.
Un gusto leer sobre su desempeño tan eficaz como su transmision de conocimientos.
Cordiales saludos
bagre
 
Estimado Tordo79
Cinco años antes de esos acontecimientos el entonces Sargento Primero "Mono" Altamirano, me ponia de relieve que "tener miedo" era algo sano, ante unos ejercicios de alistamiento combinados con movimientos vivos que se prolongaron por 48 horas.
Un gusto leer sobre su desempeño tan eficaz como su transmision de conocimientos.
Cordiales saludos
bagre

Exacto...tener miedo es de humanos. Enfriar la mente y sobreponerse al miedo para cumplir la mision, es consecuencia natural del entrenamiento y es la base de cualquier desempeño profesional. Cordial Saludo para Ud mi amigo!!!
 

LINCE 101

Colaborador
“Es necesario continuar profundizando el conocimiento de las vivencias de Malvinas para mantener viva la llama del recuerdo del Conflicto y el homenaje permanente a nuestros Caídos”






VETERANOS DE GUERRA DE MALVINAS BRINDARON CHARLAS INFORMATIVAS EN LA V BRIGADA AÉREA


En el marco de la conmemoración del Bautismo de Fuego, personal de la Asociación “Bahía Agradable” intercambió experiencias con la gente de Villa Reynolds
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El 28 de abril, un grupo de Veteranos de Guerra pertenecientes a la Asociación “Bahía Agradable” se acercaron a las instalaciones de la V Brigada Aérea ubicada en Villa Reynolds, provincia de San Luis, para compartir sus vivencias en el Conflicto del Atlántico Sur con el personal de la Unidad.

La reunión fue presidida por el jefe de Unidad, comodoro mayor Víctor Sybila y los disertantes fueron el comodoro mayor “VGM” Arnaldo Favre, jefe del Departamento Malvinas y el comodoro (R) “VGM” Héctor Rusticcini titular de la Asociación “Bahía Agradable” junto a los suboficiales “VGM” Ricardo Ayala y Roberto Coria y el civil “VGM” Roque Gauna.

Al día siguiente, el brigadier (R) “VGM” Leonardo Carmona y el suboficial mayor Coria transmitieron sus experiencias a los cadetes de la Escuela de Aviación Militar (EAM), a los aspirantes de la Escuela de Suboficiales de la Fuerza Aérea (ESFA) y del Instituto de Formación Ezeiza (IFE).

El comodoro (R) Rusticcini, preside la Asociación que participó de estos encuentros y que recibe su nombre específicamente por el ataque a Bahía Agradable durante la Guerra de Malvinas. Este hecho se recuerda como el tercer intento de desembarco inglés en Bahía Enriqueta. Los británicos en esa contienda perdieron más de mil efectivos, razón por la cual recuerdan este suceso como “el día más negro de la flota”. Rusticcini, conversó en exclusiva con Noticias en Vuelo sobre sus sensaciones en estos encuentros con la gente de la V Brigada: “esta charla fue más informativa, más participativa con la gente de la Fuerza que vivió la era post Malvinas”.

Posteriormente, al ser consultado acerca de la impresión que tuvo luego de la segunda jornada, el comodoro expresó que “los aspirantes y cadetes hicieron muchas preguntas porque el expositor estaba en primera persona en el Conflicto y esto hizo que el contenido de sus palabras sea más emotivo”.

Finalmente Rustuccini reflexionó sobre la importancia de este legado: “Es necesario continuar profundizando el conocimiento de las vivencias de Malvinas para mantener viva la llama del recuerdo del Conflicto y el homenaje permanente a nuestros Caídos” .

Sin dudas este ha sido otro correlato de lo que fue la conmemoración del 34º aniversario del Bautismo de Fuego en San Luis el domingo 1 de mayo.



 
Feliz Día de la Armada, Caballeros del Mar..."Irse a pique, antes que rendir el Pabellón" (Almte. Dn Guillermo Brown). Un honrado y honroso saludo a todos mis camaradas del mar.


Me gano Jefe!!!....
EN EL DIA DE LA ARMADA ARGENTINA!!!!


Pero le dejo algo, para el recuerdo y para Homenaje a nuestra querida Armada....


Y para el recuerdo de lo que alguna vez fue nuestra Armada (año 1967) y de lo que MUCHOS queremos que vuelva A SER!!!!



VIVA LA ARMADA ARGENTINA!!!
VIVA LA PATRIA!!!


 

bagre

2º inspector de sentina
Estimados foristas y VGM
Las acciones del viernes 21 de mayo de 1982 a cargo del RI 25 y el 656 Sqn AAC c aclaradas por el BWV EDDY CADLISH. Textos del Facebook del BWV JAMES OCONNELL nuestro JimmiTX3. Mingo Bencich=bagre



La acción detallada por su responsable el entonces subteniente Jose Alberto Vazquez:
http://www.pedrolapidoestran.com/Vasquez 2.htm
Cordiales saludos
bagre
 
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