Les dejo una historia que escribí no hace mucho y me atrevo a hacerlo porque el relato aborda un combate aeronaval (qué perfectamente puede cambiarse por cualquier tipo de combate ocurrido) desde una óptica que muestra a Malvinas como una usina de valores capaz de enlazar a las generaciones pasadas con las futuras. Quizá sume a la idea de la película.
NO FUE EN VANO
Mi abuelo Rafael es un tipo duro, de esos que no son fáciles de conmover, que no se emocionan. No obstante, nunca pudo terminar de contar la historia del Primer Teniente José Jaramillo sin el quebranto de su voz. Una historia que mi abuelo dejó volar, una y otra vez, en reemplazo de los cuentos de hadas, llenando mi niñez de sueños… y pesadillas.
Fue su manera de mostrarme cómo vivir con ideales que no sientan vértigo de asomarse a la terraza del universo.
---------------------------------------------------------------------------------------------------------
Apenas habían transcurrido algunas semanas desde el inicio de la guerra y el Primer Teniente José Jaramillo volaba un Skyhawk A4C de la Fuerza Aérea Argentina rumbo a su objetivo: una fragata inglesa.
El cielo lucía amenazante su oscura rebeldía y el océano Atlántico parecía irritarse al compás de los vaivenes impuestos por un viento sur de gélida prepotencia.
Cada pantalla, cada indicador en el tablero de instrumentos del A4C, brindaban información precisa y vital, pero insuficiente para impedir que algo llamara la atención en medio de tanta rigurosidad tecnológica: debajo del altímetro, pegada con cinta adhesiva azul, una estampa de la Virgen de Luján. Su presencia alimentaba otros músculos, donde los de carne no alcanzaban para salir airoso de todas las batallas. Lejos de ser casualidad, el Primer Teniente José Jaramillo, ya había ganado varias. La estampa no estaba sola en su obstinación por ofrecer esa fuerza que no tiene el cuerpo ni la mente. En el bolsillo del buzo, del lado izquierdo del pecho, el Primer Teniente José Jaramillo, llevaba dos fotos: una de sus padres, la otra, de su esposa Estela, embarazada de su primer hijo.
En la cabina del avión, todos los sentimientos estaban bien despiertos, menos el miedo, que había sido entrenado para dormir la siesta, cada vez que la Patria susurraba al corazón del Primer Teniente José Jaramillo, su pedido de justicia.
Por eso el vuelo al ras, sin titubeos, en esa delgada franja donde, entre el peligro de terminar abrazado a las olas y el de ser detectado por los radares si tomaba altura, el coraje era infinito.
El Primer Teniente José Jaramillo, en un silencio de radio necesario como el oxígeno y en la más acompañada de las soledades, ingresó a la zona en que no había lugar para los recuerdos ni las angustias: únicamente para la pericia de los halcones. Una zona donde la muerte buscaba con quién bailar su danza de infelicidades, sin importarle el motivo de la disputa. Inglés o argentino, le daba igual.
La figura de la fragata apareció en el horizonte y comenzó a agrandarse con la misma velocidad con que sus cañones vomitaban el temor por la osadía detectada, trayendo al Primer Teniente José Jaramillo, la urgencia irrenunciable de cumplirle a su Patria y regresar a casa.
Nada diferente a las anteriores batallas que había ganado: firme el pulso, serena la conciencia y certera la puntería. Primero disparó 200 proyectiles de 20 milímetros… un instante después, atravesando la tormenta antiaérea, levantó la nariz de su avión para recibir la imagen que había esperado desde que se alejara del continente: la cubierta del navío. Ésta surgió, de pronto, como jardín brotado de acero donde sembrar las bombas. Ese era el momento que daba sentido a tanto vuelo, a tanto riesgo disfrazado de pájaro inmortal. El Primer Teniente José Jaramillo, soltó tres semillas de 250 kilogramos que penetraron profundo por popa, para convertirse en flores de destrucción, con 12 segundos de retardo.
El deber estaba cumplido, sólo quedaba el escape. Una serie de maniobras donde la fuerza G se multiplicaba en el intento por darle a la máquina alada estatus de inalcanzable ante el fuego enemigo. En la última de ellas, una explosión cambió el color de la escena por un amarillo rojizo de estremecedora consistencia. La vista, el oído… todos los sentidos castigados por un demonio desconocido. El Primer Teniente José Jaramillo no tuvo tiempo de pensar. Aferrado a los comandos, su instinto ensayó un viraje todavía más extremo, a lo que siguió la caída de un telón negro. Milésimas de segundo en las que pareció haberse desconectado su cerebro, tal vez, producto de la fuerza G desmadrada en semejante acción. Sólo eso, milésimas de segundo que pronto quedarían atrás junto con la explosión y la fragata hundida. Atrás, el horror de la guerra, un escarnio de hierros retorcidos y vidas deshechas. Adelante… la esperanza de reencontrarse con sus compañeros de escuadrilla, la ansiedad por darle un abrazo a sus viejos, el deseo incontenible de besar la panza de Estela. Para entonces, ya no necesitaba volar bajo, lo hizo alto, tan rápido como pudo, hasta finalmente alcanzar a los otros tres Skyhawk A4C que, en impecable alineación, volvían a tierra firme. El Primer Teniente José Jaramillo tuvo un acto reflejo: romper el silencio y establecer contacto.
No pudo.
No había cómo accionar la radio, no había comandos ni tablero de instrumentos, tampoco manos ni garganta con que emitir sonido alguno. Su avión descansaba en las profundidades del Estrecho de San Carlos… y su cuerpo también. En ese momento empezó a comprender lo que realmente sucedía. De inmediato, le rezó a la Virgen de Luján… por su familia, sus compañeros y también por sí mismo. Después… después siguió su instinto de halcón, supo que su destino era seguir volando alto, cada vez más alto…
--------------------------------------------------------------------------------------------------------
Ahora, yo también soy piloto de avión, y sé que mientras vuele un modesto Cessna, no podré experimentar las mismas sensaciones que el Primer Teniente José Jaramillo con su cazabombardero. No lo voy a negar, me encantaría hacerlo, pero como yo no vuelo para ser piloto de combate, hay otras cosas que me motivan más, por ejemplo, imaginar que el Primer Teniente José Jaramillo me ve surcar el cielo, que presta atención para examinar mis destrezas, incluso, que las aprueba con satisfacción. Aunque, si lo pienso bien… algo me motiva por encima de todo, algo verdaderamente da sentido a mis ganas de ser piloto, y es que, cuando vuelo, siento el mayor de los orgullos… por ser su hijo.
El paso de los años, trajo luz al porqué de la dureza de mi abuelo y de su voz ahogada cada vez que contaba la historia de mi padre.
Se había dejado secar por fuera como si esa costra hubiese podido condenar al olvido su corazón extraviado en los túneles del dolor.
No lo juzgo. Se hizo duro para soportar, para mellar el filo de cada abrazo vacío.
Así logró sobrevivir… y muy de a poco asumir su nueva realidad…
Con un halcón allá arriba… y un pichón en su regazo.