El capítulo que nos atañe tiene como protagonista a un Tercio español, el de Francisco Arias de Bobadilla. Estamos a finales de 1585. Éste recibe la orden de tomar la isla de Bommel, situada entre los ríos Mosa y Waal. Bobadilla cruzó el río con casi 4.000 hombres y tomó este minúsculo terreno de escasa importancia para los rebeldes, no obstante y pese a la poca importancia de lo conquistado los rebeldes decidieron devolver el golpe al mando del Conde de Holac, que mandó abrir los diques que previamente habían tomado. El agua resultó ser peor enemigo que los rebeldes y la isla se anegaba rápidamente.
Bobadilla optó por lo más sensato, tirar hacia la colina, lo que sería el monte de Empel. Allí fueron hostigados a mosquete y cañonazos durante varias horas. Los soldados del Tercio languidecían de hambre, sed y de frío ya que sus ropas mojadas suponían un lastre más. En la cabeza de los soldados españoles pasaba el suicidio como una opción, antes de ser pasado a pica por el enemigo. La situación era pues calamitosa. En la mañana del día 7 de diciembre de 1585, estando todo ya casi perdido, un soldado del Tercio haciendo un hoyo en la tierra para así resguardarse del frío y de la continua artillería enemiga, topó al cavar con algo muy duro en la arena. Era una tabla flamenca con la imagen de la Inmaculada Concepción. Esto fue tomado por los soldados españoles como una señal divina. Colocaron la imagen en un improvisado altar y Bobadilla, considerando el hecho como señal de la protección divina, instó a sus soldados a luchar encomendándose a la Virgen Inmaculada: “
Este tesoro tan rico que descubrieron debajo de la tierra fue un divino nuncio del bien, que por intercesión de la Virgen María, esperaban en su bendito día”.
En ese mismo día Holac, ajeno al hallazgo determinó que no era necesario dar fin a los españoles y envió a emisarios al monte con el mensaje de una rendición honrosa a los españoles, pero la respuesta fue tan bravucona como inesperada:
«Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos».
Todo estaba dispuesto al amanecer del 8 de diciembre. Los españoles ligeramente más motivados tras el hallazgo pero compungidos por el cansancio, la desnutrición y el frío vislumbraban dicha mañana como la última de sus días. Pero había amanecido esa mañana con un frío gélido que de noche había congelado las aguas del río, convirtiendo al río en un camino sólido. Era el milagro de Empel. El frío jugó un papel determinante ese día. La flota rebelde abandonó el asedio y sus navíos quedaron encallados en el hielo. Los españoles movidos por el éxtasis de lo ocurrido se lanzaron ladera abajo contra sus enemigos. Finalmente los tercios se apoderaron de numerosas armas, prisioneros, y de todos los barcos no destruidos. El Milagro de Empel se estaba produciendo. Ya en la noche del día 8, los soldados del Tercio cargó contra el fuerte enemigo siendo tomado en muy poco tiempo, Los rebeldes huyeron como pudieron de la carga de los españoles, estando entre los que huían el almirante Holac que llegaría a decir:
“Tal parece que Dios es español al obrar, para mí, tan grande milagro”.
Obra de Ferrer Dalmau.