Islamistas sirios, entre Occidente y Al Qaeda
La milicia salafista más poderosa entre los rebeldes modera su discurso en busca de aliados
Andrés Mourenza
Marga Zambrana
Estambul
23 FEB 2016 - 20:58 CET
La guerra en Siria se ha convertido en un caos en el que
proliferan los grupos armados opuestos al régimen (ISIS, Al Qaeda, rebeldes de diversa ideología, kurdos…), lo que han aprovechado las tropas leales al
presidente Bachar el Asad para avanzar con firme
sostén de Rusia e Irán, mientras los Gobiernos occidentales se debaten entre a quién apoyar.
En el bando rebelde apenas queda sombra de
aquel Ejército Libre Sirio (ELS) —formado en 2011, cuando las protestas reprimidas por la fuerza derivaron en una insurrección armada—, que pretendía agrupar a la oposición y presentar una alternativa democrática. Aquel ELS se ha descompuesto en variadas facciones y sus fuerzas han sido ampliamente superadas por grupos islamistas más o menos radicales que demandan convertirse en interlocutores en una guerra con multitud de contendientes en la que han muerto al menos 260.000 personas y que ha expulsado de sus hogares a la mitad de los sirios.
El julio muchos se extrañaron al ver que dos prestigiosos diarios,
The Washington Post y
The Telegraph, publicaban sendas columnas de opinión firmadas por un dirigente del grupo salafista Ahrar al Sham (El Movimiento Islámico de los Hombres Libres del Levante). ¿Cómo podía aparecer en la prensa occidental un alegato de una organización que, sobre el terreno, coopera con el Frente al Nusra, filial de Al Qaeda en Siria, o entre cuyos miembros destacados se ha contado gente como Khaled al Suri, acusados de estar implicados en el 11-S? La razón hay que buscarla en el giro táctico del grupo, empeñado en un lavado de cara que lo aleje de la imagen yihadista y lo acerque a Occidente, para lo que ha establecido contactos con diplomáticos europeos y americanos.
Ahrar al Sham, que combate al régimen sirio y al Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés), fue fundado a finales de 2011 por Hassan Abbud, uno de los salafistas amnistiados por el
presidente Bachar el Asad al inicio de las protestas para derrocarlo, en una estrategia por radicalizar a la oposición. En dos años, el grupo creció hasta convertirse en el más poderoso del bando rebelde —suma unos 15.000 combatientes— absorbiendo a otras facciones, pues era uno de los mejores armados y financiados, gracias a las donaciones de Turquía, Qatar y, posteriormente, Arabia Saudí. “En Siria hay muchos moderados, pero si quieres ganar la guerra sólo tienes dos opciones: ir con el régimen o con los salafistas”, sostiene
Joshua Landis, experto en el país árabe.
En 2014 ocurrieron dos hechos clave: Qatar, presionado por EE UU, redujo la financiación del grupo y, en septiembre, un atentado en Idlib (Siria) aún no esclarecido mató a prácticamente toda su cúpula, que fue sustituida por una generación más joven y pragmática. Desde entonces, los nuevos dirigentes, especialmente su jefe de Relaciones Exteriores, el hispano-sirio Labib Al Nahhas, se han movido de capital en capital con un discurso más moderado y tratando de influir para que no se les incluya en la lista de organizaciones terroristas, como piden otros Estados que han clasificado al grupo como tal: Siria, Rusia, Irán y Emiratos Árabes Unidos. EE UU y la UE no los consideran terroristas
Citas con diplomáticos
“Durante el último año, hemos mantenido numerosos encuentros con diplomáticos occidentales y regionales. No siempre estuvimos de acuerdo, pero fueron reuniones constructivas sobre asuntos vitales y sobre el proceso político [para acabar la guerra en Siria]“, asegura Al Nahhas, en una entrevista con EL PAÍS en Estambul (Turquía). Uno de los diplomáticos occidentales que ha participado en estos contactos explica: “Son conscientes de que Ahrar no nos gusta especialmente, pero, de alguna manera, está dentro de lo que podríamos aceptar”.
Pese a que el grupo se oponía a una democracia multipartidista y exigía la instauración de un Estado islámico, ahora, explica Al Nahhas, el jefe de Relaciones Exteriores, “no ve conflictos con los mecanismos democráticos”, siempre y cuando, en la nueva Siria, “se respeten las leyes y los principios básicos del islam”. Ahrar al Sham se define como un movimiento sirio, sin intención de exportar su modelo islamista a otros países y apuesta por dejar las armas cuando acabe la guerra.
“Si bien parte del cambio viene de dentro del grupo, por sus nuevos líderes más moderados y por la incorporación de facciones islamistas menos radicales, Turquía, que ha apoyado militarmente al grupo, ha sido uno de los impulsores”, sostiene el analista Ali el Yassir, que con el exembajador estadounidense en Siria Robert S. Ford escribió un artículo pidiendo a la Administración Obama que abriera un canal de comunicación con Ahrar.
El acercamiento dio sus frutos en tanto que Ahrar al Sham accedió a participar en diciembre pasado en las conversaciones para unificar a la oposición en Arabia Saudí; y, aunque Nahhas no se desplazó finalmente en febrero a las negociaciones entre el Gobierno y la oposición sirios en Suiza —este grupo condiciona el diálogo al cese de bombardeos rusos—, asegura que respalda el proceso político. “Si resulta en algo que acerque el final de la guerra y del régimen [de El Asad], nosotros lo apoyaremos y nunca seremos un obstáculo”, dice Nahhas.
Pero existen dudas sobre la sinceridad de Ahrar al Sham, subraya el analista sirio Aymenn Jawad al Tamimi: “Todavía es pronto para hablar de moderación”. El liderazgo del grupo no se ha privado de enviar mensajes de condolencias por la muerte del líder talibán Mulá Omar, y han trascendido imágenes de la ejecución de alauíes o detenciones de personas acusadas de blasfemar. “En Ahrar al Sham hay sensibilidades de naturaleza nacionalista que conviven con posiciones más cercanas al yihadismo de Al Qaeda”, explica otro diplomático occidental involucrado en las negociaciones: “Pero antes o después, deberán decidir de qué parte están”.
Planes ambiguos
“En la oposición siria hay debate sobre Ahrar [al Sham], porque el grupo no es muy claro sobre sus planes para una futura Siria”, afirma Lina Khatib, de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS) de la Universidad de Londres: “También dentro del mismo grupo hay facciones de línea dura que se oponen al proceso político, lo que puede llevar a escisiones”. De hecho, en los últimos meses varios líderes locales del grupo han sido asesinados; Al Nahhas lo atribuye a ataques del régimen y del ISIS, contra el que lucha, pero otros expertos vinculan estas muertes al recelo de diversas facciones islamistas por la estrategia del grupo salafista. Una reciente reunión en la que Al Nusra, filial de Al Qaeda, ofreció coaligarse con Ahrar al Sham acabó a tiros y con muertos en ambos bandos.
La reciente ofensiva del régimen sirio también podría dar al traste con estos contactos, explica uno de los diplomáticos consultados: “No nos hacemos ilusiones, pero creemos que hay que dar cierto espacio a grupos como Ahrar al Sham para que evolucionen hacia la política. Y la intervención rusa empuja en sentido contrario”. De hecho, el jefe de Relaciones Exteriores del grupo salafista avisa del peligro de mayor radicalización: “La fallida política internacional hacia Siria y el sufrimiento de nuestra gente será capitalizada por ciertas partes, especialmente el ISIS, para mantener el flujo de reclutamiento y expandir su ideología más allá de Siria”.