La historia de Piedrabuena
Miguel Luis Piedrabuena Nació el 24 de agosto de 1833 a la vera del gran río Negro, en Carmen de Patagones, cuando su dilatado cause estaba a punto de abrazarse con el mar. Tal vez por eso sintió que río y mar se funden en el alma y labran un destino en ese solitario escenario.
Por aquel entonces, el poblado tenía unas pocas familias descendientes, casi en su totalidad, de los maragatos, que lo habían fundado cincuenta años antes. En esa lejana y agreste región transcurrió su infancia.
A temprana edad fabricaba con entusiasmo barquichuelos y realizaba correrías furtivas al río, en donde con débil batel e improvisado aparejo se lanzaba aguas abajo. Esperando luego, días enteros, a que fuera favorable el viento para regresar al lado de los suyos, angustiados por la ausencia del niño.
Así lo encontró cierto día, para salvarle la vida, el Capitán Lemon a veinte millas de la costa, único tripulante de una débil balsa hecha con ramas de guindo. A pesar que Piedrabuena ni soñaba con pedir ayuda, lo llevó de regreso a Patagones. Allí mismo, selló el futuro de su vida.
Años después, el Capitán Lemon obtuvo permiso de los padres de Piedrabuena y lo incorporó como Grumete de su barco, el cual zarpó hacia los Estados Unidos de Norte América. En esta primera etapa de su vida como marino a bordo del pailebot estadounidense “John Davison”, nuestro héroe tenía 14 años. Corría el año 1847.
Unos meses más tarde se encontraba de cacería en la Antártida. Ya en 1849 se presentó al rescate de la Misión Gardiner en las Islas Malvinas y de la fragata alemana “Doctor Hansen” de la que salvó 24 náufragos.
Pronto estaría estudiando en una de las escuelas de náutica de los Estados Unidos, enviado por sus padres y bajo el padrinazgo de un capitán que frecuentaba su puerto natal de Patagones.
Ésta fue la más sólida preparación que obtuvo Piedrabuena para su futuro en el mar. Desde 1854 hasta 1857 invirtió su tiempo en estudio y se graduó con patente de Capitán, con tan sólo 24 años. Y nunca más dejó de serlo. El mar fue su verdadero hogar desde entonces y para toda su vida, siendo breves los períodos que pasó en tierra.
Sus peripecias por los mares del sur
En 1850 fue designado por el Capitán Smiley –su amigo y maestro– como primer oficial de la goleta “Zerabia”. Cargó ganado lanar y vacuno para las Islas Malvinas. Durante varios años recorrió la Isla de los Estados, surcó los canales de Tierra del Fuego y conoció a los nativos del lugar; a quienes obsequió banderas argentinas pintadas por él en lonas blancas marineras.
En 1857 rescató 42 náufragos del ballenero “Dauphín”. Combatió a piratas que depredaban la caza del lobo marino en las islas del archipiélago de Año Nuevo, próxima a la Isla de los Estados.
En 1859 remontó el río Santa Cruz y llegó a una de sus más alejadas islas, que decidió denominar Pavón. Un año más tarde le compró a su viejo amigo Smiley el “Nancy” y procedió a armarlo para defender el territorio y las costas del sur patagónico. En 1862 construyó en la Isla de los Estados un pequeño refugio al cuidado de los hombres de su tripulación y alzó en él la bandera nacional.
Frecuentó los canales de San Gabriel, Santa Bárbara, Beagle y Cabo de Hornos que él denominó Cabo Tormentas, en uno de cuyos peñascos dejó inscripto: “Aquí termina el dominio de la República Argentina” y en una planchuela de cobre dejó estampados los colores patrios. Antes que él no hubo navegante alguno que hubiera pisado aquel pedazo de tierra argentina velado siempre por eternas brumas.
El 2 de diciembre de 1864 el Gobierno del General Mitre premió sus esfuerzos y le entregó los despachos de Capitán honorario (sin sueldo). Posteriormente, en 1868, el Presidente Mitre promulgó una Ley por la que concedió al Teniente Capitán de la Marina Nacional Luis Piedrabuena la propiedad de la isla.
Contaba con 35 años de edad cuando en agosto de 1868 contrajo matrimonio en Buenos Aires con Julia Dufour.
Convencido el Gobierno, en 1876, de mantener una comunicación constante con las costas del lejano sur, así como de asegurar el dominio del Estado en poblaciones desvinculadas entre sí, le asignó a Piedrabuena una subvención para que, con un barco bajo su mando, pudiera prestar aquel servicio.
Auxiliado por Richmond adquirió la goleta “Santa Cruz” y realizó la travesía. De regreso de este viaje, Avellaneda premió sus servicios y le extendió los despachos de Sargento Mayor con el grado de Teniente Coronel el 17 de abril de 1878. Había penetrado por su esforzado tesón en el escalafón militar.
En 1882 fue afectado con el “Cabo de Hornos” a realizar, con el auspicio del Instituto Geográfico Argentino, la expedición científica a la Patagonia Meridional. El viaje tuvo una duración de 8 meses y reconoció como centro principal de observación la Isla de los Estados. Los trabajos continuaron luego en el Canal de Beagle.
Los beneficios fueron sensibles. Al cabo de dos años fue levantado el faro de la Isla de los Estados y se crearon delegaciones y subprefecturas en los puertos del sur.
El 8 de diciembre de 1882 el General Roca le confirió el grado efectivo de Teniente Coronel de la Marina de Guerra y el Centro Naval le otorgó el diploma de socio honorario, momento en el cual se aprestaba a una nueva travesía a la Isla de los Estados a bordo del “Cabo de Hornos”.
Lejos del mar y de su Patagonia amada, falleció gravemente enfermo el 10 de agosto de 1883 con tan solo 49 años.
La Armada lo honra, en el mismo nivel con que honra a sus guerreros de la Independencia, pues, a su manera, Piedrabuena también lo fue.
Ninguno antes que él supo hasta dónde el sur atlántico era argentino. Su amor por el mar, expresado por su acentuado profesionalismo, su espíritu de sacrificio por los náufragos y su sentido patriótico materializado por su voluntad soberana, son guías rectoras de la formación de los que desde entonces forman parte de las filas de la Armada Argentina.
Créditos: Gaceta Marinera Digital