Mascarones de proa
El hombre, a través de los siglos, siempre ha sentido gran admiración por conocer la historia de lo que ha sido realizado por sus antepasados, y entre estos hechos se puede destacar la invención del “mascarón o figurón”. Este elemento podía representar a una figura humana, un dios o un ser fantástico, y se colocaba como adorno en lo alto del tajamar de las embarcaciones, luciendo un aspecto de cierta arrogancia, que pudiera pretender el parecer que ese elemento quisiera lanzarse de un a salto a la mar.
Figura 1: OCULUS EGIOCIO”. (Antiguo Barco Egipcio 2900 a.c)
Los mascarones se tallaban generalmente con maderas finas, de poco peso, intentando que fueran poco sensibles a la humedad, para evitar la putrefacción. Pero la escasez de este tipo de maderas contribuyó a la reducción del tamaño de los mascarones, con su posterior eliminación en las nuevas construcciones. Los figurones inicialmente se pintaban y se doraban, aunque posteriormente también se barnizaron, y como base se utilizaban los colores azul y verde. Los mascarones, a partir del romanticismo, ya no se doraban. Se pintaban de blanco o del color marrón claro que fue tan propio de los palos y vergas, desapareciendo a partir aproximadamente del 1915, año en que comenzaron a pintarse de gris.
La postura arrogante de los mascarones de proa, a la que me refería en el título de este artículo, formada por un cuerpo rígido y una cabeza erguida, obedecía a la necesidad de adaptar la silueta del figurón a las formas del buque, y así de esta forma poder mantener la armonía de las líneas.
Figura 2: Mascarones de Exponav
El tajamar de los navíos del siglo XVIII, curvados hacia dentro, llevaba el mascarón casi vertical. Posteriormente se fueron curvando en contra, con su concavidad al mar e inclinándose el mascarón hacia éste, apareciendo el eje principal ya casi paralelo al botalón. A mediados del siglo XIX, con excepción de las fragatas de hierro de espolón, cuyas formas de proa se diferenciaron franca y rotundamente de los mercantes, comenzó posiblemente el origen de esa fisonomía, cada vez más distinta, de los buques comerciales y de guerra.
Figura 3: Mascarón con botalón encima
Inicialmente la curvatura se conseguía al levantar la cabeza y proyectar hacia atrás el ropaje de cintura para abajo. Cuando apareció el casco de hierro, el tajamar se incrustó en el mascarón.
La postura violenta del cuerpo erguido hacia atrás, como necesaria para la esbeltez del conjunto, se dulcificaba a veces con la actitud de los brazos, uno de los cuales, casi siempre iba al pecho, como conteniendo un latido. Pero a veces, uno de los brazos se levantaba, en prolongación del cuerpo; y con la mirada arrogante.
Figura 4: Mascarón con mano separada
SIMBOLISMO, SUPERSTICIÓN Y AFECTO POR LOS MASCARONES DE PROA.
Durante muchos años, las popas, adornos, formas y líneas podían indicar la nacionalidad y aún más, casi hasta la localidad donde se había construido un buque. Pero el mascarón de proa nos podía revelar algo mucho más íntimo de los moradores de esa nave: sus creencias y su religión.
Estas esculturas que remataban los tajamares adornando las proas de los buques, fueron durante siglos un símbolo representativo de las embarcaciones, destacando por encima incluso del nombre del buque, como sello distintivo. Representaban todas aquellas cosas existentes en la vida de la mar, supersticiones, creencias religiosas, miedos, virtudes, sufrimientos y alegrías, grandeza y miseria. Es por ello que están rodeadas de un cierto misterio y halo poético. Cada figura guarda una historia diferente: temporales, batallas, viajes extraordinarios, infortunios, aventuras e incluso un naufragio como capítulo final de su vida.
El problema de la conservación de los figurones ha radicado en el ambiente en el que han vivido, que ha supuesto cantidad de rociones de agua salada, el ardor del sol, considerables diferencias de temperaturas, y en resumen, inclemencias meteorológicas, sumadas a los balances y cabezadas que iban destruyendo la madera.
LA EVOLUCIÓN DEL MASCARÓN DE PROA. SUS FORMAS.
Tal y como a menudo ocurre en otras ramas de la historia, no se conoce un origen exacto de los mascarones. Las representaciones navales más antiguas que se conocen, revelan toda la presencia de elementos decorativos en las embarcaciones primitivas. El dibujo más antiguo que se conoce está en un vaso egipcio de aproximadamente 4000 años a. de C., y en el cual aparece la reproducción de un velero, en él se observa como remate de su elevada popa una figura que representa un pájaro, mientras que en los dibujos parecen verse imágenes simbólicas de cabezas de toro.
Figura 5: Vaso egipcio
En principio tuvo origen pagano, encaramándose a proa como amuleto protector y tabú para los enemigos, símbolo de raza o tribu. Con muchas connotaciones que, con el correr de los tiempos, se convirtieron en religiosas o políticas y por supuesto, artísticas.
En ocasiones, eran suficientes los ojos del animal totémico para materializarlo, y dieron lugar a los óculos que, a través del Horus egipcio y del delfín de Poseidón griego, se perpetuaron en nuestras jábegas malagueñas.
Figura 6: Jabega malagueña
Los mascarones de proa de los buques más antiguos, representaban los dioses del mar o de la guerra o figuras de animales puestas en la proa para preservar al buque y a su tripulación. Comprender esto era recordar que la mar representaba para ellos el fin de todas las cosas, el límite del pequeño mundo conocido, y para adentrarse en él, debían encomendarse a todos los seres divinos y sagrados.
Los fenicios considerados los descubridores de la navegación, guardaron celosamente los secretos de sus navegaciones y de la construcción de sus naves. No obstante, se sabe a través de unas piedras halladas en Sidón, que la proa de aquellas ostentaban la cabeza de un animal de aspecto ambiguo y largo cuello curvo como el de los cisnes. Hay quienes afirman que se trataba de un caballo.
Los griegos no crearon grandes obras de ese género, o por lo menos no han llegado hasta nosotros restos de mascarones notables. Sólo podemos reseñar un relieve de la época en el cual se conmemora la construcción de una nave célebre. Se ve el astillero y a diferentes artesanos trabajando en su respectivo cometido, entre ellos aparece un carpintero tallando la proa.
Los barcos recibían el nombre de la zona donde eran construidos, así por ejemplo llamaban Semena a la nave de Samos y Parona a la que era de Paros. También era común darle el nombre de algún animal amigo o el de alguna divinidad protectora. En cualquier caso, grababan o pintaban en el sitio más visible del barco, es decir la proa, el signo o señal que habían escogido para distinguirlas de las otras y para hallar protección.
Llegamos hasta los egipcios, pueblo que con su afán de poseer una tumba fastuosa, para llegar en buenas condiciones a la otra vida, nos han dejado un gran legado histórico. Así en sus tumbas no sólo pintaron con todo detalle los Baris, embarcaciones de recreo del Nilo cuyo mascarón era un loto y las naves de guerra con una cabeza de león, sino que con el personaje difunto enterraban pequeñas naves funerarias, talladas con todo detalle y que, halladas intactas miles de años después, han permitido contemplar en la roda de ellas cabezas de gamo, armoniosas volutas y en algunas, una cabeza de toro. Para los egipcios, un navío se debía asemejar a un pájaro de vivos colores deslizándose sobre las aguas.
En la India y Ceilán, en el momento de la botadura, el barco se consagraba o ponía bajo la advocación de una diosa (Amman, Ramaswami, Lakschmi) y en la proa siempre aparecía esta divinidad tallada primorosamente, en la mayoría de los casos, en la voluta de proa.
En China sin embargo la parte más noble o sagrada era la popa, por tanto se daba más importancia a la decoración de esta parte de la nave. Tanto en China como en Indochina fueron muy corrientes las regatas de remeros, para lo cual construían unas embarcaciones muy angostas, cuya forma y ornamentación imitaban las figuras de serpientes y dragones. En las cortes imperiales de Indochina las embarcaciones llevaban tallas de gran calidad artística y eran policromadas y doradas.
En las costas de Bali se utilizaban pequeñas piraguas con la talla en la proa de la cabeza del pez elefante Makara y en ocasiones la cabeza de un cocodrilo.
Hay otra circunstancia, que aunque más desagradable no podemos ignorar y es el hecho de que en las galeras la proa era la zona del barco donde se situaba a la tripulación y por esto era la zona más descuidada en su diseño. Podemos incluso ahondar más en esta circunstancia y comentar que el menosprecio de los jefes y oficiales por esa zona del barco se veía acrecentado por el hedor inmundo que expelían debido a que centenares de galeotes vivían y dormían junto a sus bancos. Hedor que a veces, como la galera avanzaba a fuerza de remo contra viento, llegaba hasta el distinguido y aristocrático departamento de popa,
El máximo exponente de la cultura naval de todos los tiempos puede atribuirse al “Bucentauro”, la galera o gran falúa de los desposorios de Venecia con la mar, que tuvieron origen en la victoria de cabo Salvore, conseguida por los venecianos en 1117, sobre las fuerzas de Federico Barbarroja.
El “Bucentauro” de entonces debía su nombre al hecho de llevar en la proa un centauro montado sobre un buey, y cuando por el paso de los años amenazaba con irse al fondo fue sustituido por la Nave de Oro, denominación esta por la riqueza de sus elementos decorativos. En 1795 se acabó la bella y tradicional ceremonia veneciana cuando los revolucionarios franceses entregaron la república adriática a Austria. Napoleón, por su parte, ordenó arrancar todo el oro del “Bucentauro” y entregárselo al tesorero de Milán.
Figura 7: Bucentauro
Tenemos noticia exacta de cómo era el mascarón de la galera de Don Juan de Austria que, construida en las atarazanas barcelonesas fue llevada a Sevilla para ser decorada por el pintor y escultor Tortello, ayudado por el sevillano Juan Bautista Vázquez.
Figura 8: Rostrum
Por aquella época apareció el galeón que, al ser perfeccionado, se convirtió en el primer buque de la Edad Moderna. Tanto el galeón como el navío de las primeras épocas, puede afirmarse que carecían de mascarón apreciable, pues los constructores no habían sabido prescindir por entero de la silueta de la galera.
Así continuó hasta que ingleses y holandeses, habitantes de países bañados por los mares en casi perpetuo temporal, inventaron una nueva táctica de guerra marítima a base de aumentar la velocidad de sus navíos, los construyeron elevando la proa y llegaron hasta la supresión del castillo.
A partir de este momento, comenzaron a surgir con toda arrogancia los mascarones de proa. Esto ocurría en el siglo XVII. Al principio no había una moda definida y duradera por cuanto se ponían como mascarones monstruos y animales como los que vemos en las gárgolas y capiteles de los templos y monasterios medievales. Pronto en otra serie de países (incluyendo entre ellos España) empezaron a construirse navíos con mascarones semejantes a los extranjeros.
Naturalmente cada país puso en sus mascarones parte de su cultura como suele ocurrir en estos casos, y así en España como existía mucha tradición de bautizar los buques con nombres de santos, se construyeron muchos mascarones que eran las correspondientes imágenes del patrón del buque, costumbre antigua pero con la particularidad de que hasta entonces la imagen se solía pintar o tallar en el espejo de popa.
No tardaron en aparecer nombres paganos, especialmente en el extranjero, incluso hubo algunos que fueron motivo de verdadero escándalo, pues por lo común, el mascarón era la representación plástica del nombre de la respectiva nave.
Créditos: Blog de Historias marinas de Raul Villa Caro
Disculpas por el OT amigos.....!