La cuestión racial y de clase
Publicado por
@nsanzo ⋅ 22/10/2024
Prácticamente olvidada debido al discurso de unidad de Ucrania y al desinterés general por analizar los matices de los acontecimientos, la cuestión racial y de clase está pasando prácticamente desapercibida en esta guerra. Si el conflicto de Donbass contaba con un aspecto proletario del que la prensa se burló en las primeras semanas de la RPD por aquellas ruedas de prensa de
trabajadores y académicos de aspecto soviético, en el actual contexto, no se han producido ni siquiera ese tipo de comentarios. Planteada como guerra de liberación nacional, ningún aspecto más que el nacionalismo ha merecido grandes menciones en la prensa occidental o en la academia. Volodymyr Ischenko e Ilia Matveyev, que sí han buscado estudiar el aspecto de clase en el estallido del conflicto, son la escasa excepción. Para sorpresa de Ischenko,
RFE/RL publicaba el pasado septiembre un artículo en el que se trataba, aunque por medio de generalidades y sin gran profundidad, el aumento de la desigualdad que implica la guerra, un aspecto, por otra parte, perfectamente evidente. “A medida que la guerra avanza, las brechas en la sociedad ucraniana aumentan”, titula el medio estadounidense.
“Se calcula que 7,3 millones de ucranianos sufren inseguridad alimentaria moderada o grave, entre ellos 1,2 millones de niños y 2 millones de ancianos, según un análisis de Naciones Unidas. Hay una alta concentración de personas en situación de inseguridad alimentaria en la capital, pero la mayoría de los afectados están cerca del frente, donde aproximadamente una cuarta parte de la población se enfrenta a déficits alimentarios graves o extremos, según la organización”, explica el artículo, que prefiere centrarse en el aspecto geográfico y no incidir en la desigualdad y el empobrecimiento que ya había comenzado antes de la invasión rusa de 2022. Tampoco hay mención a la situación al otro lado del frente, donde la guerra ha afectado de forma desproporcionada a la población anciana, con más dificultades de movilidad y menos opciones para abandonar las zonas cercanas al frente. Esa situación solo ha comenzado a preocupar a Ucrania cuando han sido
sus mayores quienes han resultado perjudicados, mientras que mantuvo las restricciones de cruce del frente, las largas colas en las que murieron varias personas y el impago de pensiones en Donbass durante años ante el manifiesto desinterés por la vida de esa población técnicamente aún ucraniana.
Las cifras de inseguridad alimentaria y pobreza extrema “contrastan con el bullicioso centro de Kiev, con sus restaurantes abarrotados, sus coches elegantes y su moda callejera. La economía ucraniana ha mostrado signos de recuperación desde la profunda recesión que siguió a la invasión a gran escala de febrero de 2022. Tras caer un 30% en 2022, el PIB real aumentó un 5,7% en 2023 y se espera que alcance el 3,5% este año. Después de dispararse por encima del 26% en 2023, la inflación disminuyó hasta situarse entre el 4% y el 5% anual. La inflación de los precios de los alimentos bajó de más del 37% a finales de 2022 a alrededor del 5% en la actualidad”. Sin embargo, ese crecimiento sobre la base de las subvenciones internacionales no se refleja en una parte importante de la población, concretamente en la clase trabajadora “especialmente afectada por la pérdida de empleo debido a la destrucción de las infraestructuras industriales”. Lo que el artículo no menciona es que esa destrucción precede a la intervención militar rusa y que la clase obrera ya había caído en situaciones de empobrecimiento. “Aunque no hay datos oficiales disponibles, los miembros de esa clase también son más propensos a ser llamados a filas”, admite el artículo en referencia a los datos aportados por Olena Simonchuk, socióloga de la Academia Nacional de Ciencias de Ucrania.
Sin interés por ninguna industria que no sea la militar, ni el Gobierno ucraniano ni las investigaciones académicas se plantean la reconstrucción del tejido industrial perdido en la última década de guerra y en las tres precedentes desde que la restauración capitalista dejara al sector en una posición de menor interés que el desarrollo de la agricultura. La pérdida del empleo industrial en una de las repúblicas soviéticas más desarrolladas supuso el inicio del aumento de la desigualdad y del empobrecimiento de la clase obrera, que en lugares como Donetsk y Lugansk, se levantó contra la posibilidad de adhesión a la Unión Europea consciente de que esa incorporación tiende a ir de la mano de la
reconversión, es decir, el cierre y externalización de la industria. Nada de eso es relevante para Simonchuk que, por el contrario, ve “tendencias positivas” de unidad en temas que históricamente habían sido controvertidos como la entrada en la OTAN y en la UE. Incluso en los análisis que dicen centrarse en las brechas sociales, el discurso de unidad de la nación acaba siendo prioritario.
Pese al repetitivo discurso de las autoridades y los medios ucranianos, que han conseguido que la idea se imponga también en los medios occidentales, la unidad siempre ha sido relativa. Al margen de la realidad de la secesión de varias regiones mucho antes de la invasión rusa de 2022 y los miles de ciudadanos ucranianos que han luchado y luchan contra las Fuerzas Armadas de Ucrania en el frente, las brechas sociales son evidentes tanto en términos raciales como de clase.
No es casualidad que aquellas minorías que ya eran discriminadas antes de la guerra estén sufriendo desproporcionadamente a causa de los efectos del conflicto. “La guerra en Ucrania ha destrozado a la comunidad romaní”, escribe
The Economist en uno de los escasos artículos que mencionan a esta demonizada población. “Al menos la mitad de su población anterior a la guerra ha huido al extranjero. La proporción de refugiados es mucho mayor que la de ucranianos en general. Eleonora Kulchar, directora de un albergue para refugiados romaníes en Uzhhorod, al oeste del país, afirma que muchos se han ido «en busca de una vida nueva y mejor, porque aquí eran discriminados y pobres»”, añade el medio británico sin precisar el tipo y la forma de discriminación que sufría la comunidad antes de la guerra.
Los años anteriores a la invasión rusa vieron un aumento de los incidentes racistas dirigidos contra diferentes minorías, como las personas procedentes del Cáucaso o Asia Central, con especial fijación por la población romaní. Redadas amenazantes en los mercados de la capital fueron publicitadas tanto por las autoridades como por organizaciones de extrema derecha como el C14, Sich, que participó en ellas junto a las fuerzas de seguridad del Estado. En 2018, se produjeron cuatro incidentes violentos en los que grupos paramilitares, concretamente C14 y Azov parecieron disputar una carrera por ver cuál de los dos atacaba con más vigor los vulnerables asentamientos romaníes. Tras varias localidades quemadas y una persona asesinada, la mala prensa de estos ataques abiertamente racistas que buscaban expulsar a una población que, desde su supremacismo, no consideraban propia, la mala prensa que suponían los ataques de la extrema derecha obligaron a detener la tendencia. Ahora, que una parte importante de ellos han abandonado el país, “pocos esperan que regresen algún día. Muchos de ellos carecen de pasaporte o documento de identidad, por lo que es posible que nunca puedan hacerlo, ya que no pueden demostrar que son ciudadanos ucranianos”.
“Muchos romaníes han luchado y muerto para defender Ucrania. Según un informe reciente de la Fundación Romaní para Europa, un grupo de presión respaldado por la UE y la Open Society Foundation de George Soros, una cuarta parte de las familias encuestadas tenía familiares en el ejército”, explica
The Economist. A la hora de disponer de carne de cañón para la guerra, las diferencias raciales no son el obstáculo que sí suponen para otros aspectos. “La guerra ha trastornado la vida de millones de personas, pero la población romaní en su inmensa mayoría pobre y con escasa formación, ha sido la más afectada. Muchos carecen de documentos adecuados para tratar con las autoridades y acceder a la asistencia social. Según el informe, un tercio de los encuestados declaró que su economía familiar estaba en crisis”.
A las dificultades para acceder a la escasa asistencia que el Gobierno suministra a las familias se une el rechazo social, que no ha desaparecido pese a la guerra. “El refugio de Kulchar acoge a 64 personas, muchas de las cuales duermen hacinadas en una habitación que antes era un restaurante. Lo abrió cinco días después del ataque ruso, cuando los refugiados romaníes que llegaban a Uzhhorod fueron expulsados de los refugios abiertos para el resto de la población. Desde entonces, dice, unos 3.000 han pasado por sus puertas. La mayoría han abandonado el país”. Sea o no intencionado, las autoridades del país, que no se molestaron en impedir los ataques ni han defendido nunca a esos asentamientos ni a su población, y la extrema derecha que ha atacado directamente esos lugares, consiguen lo que buscaban, una Ucrania
más ucraniana, en el sentido étnico de la palabra.