DEL PERIODISMO
¿Qué surgirá de las ruinas de ‘‘Hamastán’’?
Mucho más que a las infraestructuras clandestinas del partido islamista palestino, los bombarderos de la aviación israelí apuntaron sobre todo a los símbolos de la soberanía del casi Estado fundado por Hamás en la Franja de Gaza.
Evidentemente, es más fácil destruir una comisaría con una bomba de media tonelada dirigida por un láser que desmantelar un escondite de cohetes instalado en el domicilio de un miliciano, civil durante el día y activista durante la noche.
De ahí que Israel esté suministrando a Hamás el mismo tratamiento que a la Autoridad Palestina, que vio cómo todos sus instrumentos de poder (fuerzas de seguridad, cárceles, centros de decisión política, los ministerios y las sedes de los gobernadores) fueron destruidos metódicamente a comienzos de la Intifada, tras la muerte de Yaser Arafat, en el mes de noviembre de 2004.
De hecho, hay dos Hamás en la Franja de Gaza. Un Hamás oficial, con su administración, sus funcionarios y sus impuestos. Este es Hamastán, por emplear un término tan tentador -a causa de su perfume de integrismo al estilo talibán- como erróneo.
El Estado-Hamás, creado a partir del golpe de junio de 2007, que expulsó a Al Fatah y dejó las manos libres a los islamistas, se parece mucho más a un régimen árabe autoritario clásico que a una teocracia de la Edad Media.
El jefe de Policía, Tewfiq Jaber, asesinado el sábado en el bombardeo de su cuartel general, era la perfecta encarnación de este islamo-pragmatismo. Se trataba de un ex de Al Fatah, que había abandonado el partido de Arafat para sumarse a Hamás, harto de los golpes recibidos y de la falta de eficacia en la lucha contra Israel. Sin embargo, no había adoptado el look de Hamás, que implica, sobre todo, llevar barba, y había conservado el chaleco militar y el bigote al estilo de Al Fatah. Y es que lo que cuenta en Hamastán no es la pureza de la fe sino la adhesión política inquebrantable.
Evidentemente, tras el golpe de Hamás, esta mezcla pragmática, ya de por sí reducida, dio marcha atrás en Gaza. Desde entonces, el velo se extiende mucho más, pero sin llegar a imponerse obligatoriamente. Y el alcohol se convierte en algo tan raro que casi desapareció completamente.
La Intifada y su corolario de privaciones hizo más por la islamización de Gaza que las reglas implícitas instauradas por Hamás. Los dirigentes islamistas calmaron pronto las veleidades de la «Policía de las costumbres» con algunos elementos que hacían gala de un celo excesivo y que comenzaron a llevar a las comisarías a las parejas no casadas que se paseaban por la playa.
Y es que este tipo de excesos no son necesarios en la sociedad palestina, que sigue siendo muy conservadora y muy patriarcal. La sharia nunca fue instaurada por Hamás en Gaza. Ni, por supuesto, los castigos corporales.
Lo que más dolores de cabeza puede ocasionar al Hamastán no es tanto la pérdida de las libertades por medio de una concepción rigurosa del islam, sino la falta de lealtad o, incluso, la sedición política. Es aquí donde interviene el otro Hamás. El Hamás clandestino de los encapuchados, a los que nunca se ve, que lanzan cohetes o que a la noche disparan a las piernas de los considerados cercanos a Al Fatah.
Hamás reclutó a miles de funcionarios para reemplazar a los de la Autoridad Palestina. En el ámbito ultrasensible de la seguridad, se produjo un desdoblamiento de efectivos.
En los sectores menos conflictivos, como la educación o la salud, los funcionarios de segundo rango siguieron trabajando, pero se contrató a todos los directores, sumando más personal a una burocracia ya muy gruesa.
Y para reclutar a los directores, Hamás buscó entre sus simpatizantes y, como suele ser habitual en Palestina, las redes familiares se emplearon a fondo. Este clientelismo familiar le valió al movimiento la ira de los más desfavorecidos.
A pesar de todo, y con menos medios, Hamás, buen gestor, lo hizo tan bien si no mejor que Al Fatah. La Policía impuso el orden en las calles de Gaza, donde, desde comienzos de 2007, no pasaba una semana sin asaltos a mano armada o secuestros. La delincuencia disminuyó y los conductores comenzaron a detenerse en los semáforos.
Pero el alivio, debido a la vuelta de la seguridad y del orden social, pronto se vino abajo por la dureza del bloqueo israelí. Hoy, al romper la infraestructura aparente del Estado-Hamás, Israel prepara el terreno a un nuevo poder. ¿Podrá regresar Al Fatah, debilitada por año y medio de una feroz represión? Y si no vuelve Al Fatah, ¿quién será la nueva fuerza que se instale en el poder?
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