Estaba leyendo Soldados Digital y me encontre con esta entrevista a Anthony Canessa( un soldado britanico cuyo rango desconosco). Es muy interesante lo que cuenta de malvinas.
Me salvaron la vida los soldados argentinos
LONDRES. Anthony Canessa piensa una, dos y mil veces lo que quiere decir y cuida las palabras con la meticulosidad del militar que nunca dejó de ser, ni siquiera cuando se retiró del ejército británico, hace 16 años. Sin embargo, hay una frase surgida de sus entrañas que logra pasar todo el tiempo aquellos controles establecidos por su estricto sentido de la responsabilidad y que sale en varias oportunidades con la frescura de un sentimiento inolvidable. “Debo decir que les estoy muy agradecido a los soldados argentinos que conocí en Malvinas, pues me han salvado la vida, y no sólo a mí, sino a varios de mis compañeros británicos”, comenta en una entrevista con LA NACION.
Mientras habla no quita su mirada del vaso de café servido en un bar de la estación de Liverpool Street, en un gesto que lo ayuda a disparar sus recuerdos: hoy se cumplen 24 años del desembarco en Malvinas. “Los argentinos preparaban el café muy fuerte y lo hacían casi tan amargo como el mate, que descubrí gracias a ellos”, dice sobre uno de los sabores que tiene para él su lejana experiencia junto al grupo de 35 militares argentinos que quedó a su cargo entre el 14 de junio y el 8 de julio de aquel año, es decir, inmediatamente después de la rendición de las tropas enviadas por Leopoldo Fortunato Galtieri. "Yo estaba en uno de los barcos de la flota de mi país en las afueras de las islas, esperando el fin de la guerra. En cuanto se declaró el cese del fuego fui puesto al mando de este grupo de muchachos que provenían de la Compañía de Ingenieros 10, la Compañía de Ingenieros 601 y otros cuerpos anfibios", apunta.
La misión era simple, aunque muy difícil de ejecutar al mismo tiempo: el oficial de los Royal Engineers debía trabajar y convivir con los prisioneros argentinos para sacar la mayor cantidad posible de minas antipersonales que había sembrado el Ejército. Los mandos británicos habían designado a Canessa porque tenía el castellano como lengua nativa, una característica que no era fácil encontrar entre los militares de ese país antes de que la globalización alcanzara a sus fuerzas armadas. Y el entonces suboficial contaba con este extraño requisito gracias a que había crecido en Gibraltar, otro territorio signado por la controversia en términos de soberanía.
Pero en el momento de entrar en contacto con los soldados argentinos, y a pesar de la dureza de las circunstancias en las que debió desempeñarse, nada en su relación se pareció a la polémica o al odio, ni siquiera al rencor. "Yo había convencido a los oficiales británicos de que lo mejor que podíamos hacer era darles un trato óptimo, dentro de lo posible. Así lo hicimos y hoy reconozco que conté con la colaboración y el profesionalismo de estos 7 oficiales, 20 cabos, 5 sargentos y 3 soldados, que no sólo no opusieron resistencia alguna, sino que hicieron un trabajo estupendo. "Las tareas de desminado produjeron varios momentos lamentables, como el que sucedió el 2 de julio con un cabo argentino que perdió una pierna a raíz de la explosión de una mina. "Debo decir que los argentinos se preocuparon por que no hubiera que lamentar accidentes, y no hicieron distinción si se trataba de británicos o argentinos. A mí me gritaban «¡Cuidado!» si estaba cerca de una mina, y lo mismo hacían con mis compañeros de armas, cuando podrían no haberlo hecho."
Misión delicada
Canessa relata, con un marcado acento andaluz heredado de su madre, que por lo menos en ese momento los argentinos cumplieron al pie de la letra todas las disposiciones de la Convención de Ginebra sobre la remoción de minas antipersonales, ya que prestaron a los británicos toda la información posible para localizarlas y quitarlas. "En Gran Bretaña algunos periódicos decían que los militares argentinos habían destruido los mapas que detallaban la colocación de las minas, o que directamente no habían hecho este tipo de esquemas. Nada de eso era cierto, porque a mí uno de los oficiales me pasó el plano correspondiente, y así todo se nos hizo más fácil", comenta. También en cumplimiento de los acuerdos internacionales, los británicos les abonaron a los prisioneros argentinos el trabajo realizado. Canessa se pone serio: "Aquí me gustaría decir algo que no muchos saben, pero es bueno destacar que los militares argentinos también respetaron durante su invasión las indemnizaciones por las pérdidas que había provocado su accionar, más allá de que no fueron importantes". Y pone ejemplos: "Yo ví las planillas donde se asentaban las reparaciones monetarias a los malvinenses por las ovejas perdidas o robadas durante los bombardeos. Esa me pareció una actitud muy rescatable".
El maltrato
A diferencia de lo sucedido con las ovejas y sus dueños, Canessa cuenta que el estado en que encontró a algunos soldados argentinos después de la rendición no evidenciaba nada parecido al buen trato: "Me acuerdo de uno que estaba congelado en su trinchera, con los labios endurecidos por el frío, que casi no podía explicarnos que estaba desarmado. Y también, de uno de los que estaban a mi cargo, que cuando lo alojamos en un depósito y vio su cama casi no lo podía creer. «Al fin voy a tener un techo», recuerdo que exclamó". A partir de ese momento, el ex suboficial, entonces de 42 años, notó que el sentimiento de tristeza que los argentinos sentían por la derrota, aunque nunca se fue, comenzó a hacerle un poco de lugar a un sano compañerismo y a una relación de confianza creciente. Así, en pocos días, el suboficial Anthony Canessa pasó a ser llamado el "Tío" por los argentinos. Y él pronto se enteró de lo que significaba compartir una guitarreada nocturna junto al fogón, y también un asado. "Ellos me prepararon un cordero a la usanza argentina cuando tuvimos que despedirnos. Lo compraron con su dinero, y lo comimos todos juntos, con mis compañeros. Nunca me voy a olvidar de eso, ni de los regalos que me hicieron", dice, mientras muestra una culata de fusil con las inscripciones de los nombres de todos los hombres capturados, dedicado al "Tío". La relación, cuenta, continuó aún después de que los prisioneros regresaron al continente, lo que prueba mediante un manojo de cartas fechadas en 1982 y 1983, con estampillas en sus sobres de las ciudades de Córdoba, Laprida, Rosario y Capital Federal, entre otros lugares.
"Gracias por el buen trato recibido, Tío", dice una. Otra, escrita por la madre de uno de los soldados, termina diciendo: "Amar es dar sin recibir nada a cambio". Y una tercera, aún más conmovedora, lleva la firma del cabo que perdió la pierna. "Mi esposa está de compra de dos meses y medio. Es el hijo de la guerra", expresa al final. "Nunca respondí a esas cartas, aunque siempre las aprecié mucho. No sé bien por qué no lo hice, y sé que estoy en deuda con ellos, pero ahora tengo muchas ganas de volver a encontrarme con estos muchachos. Yo les digo así, «muchachos», porque si bien en ese entonces eran prisioneros, eso fue por circunstancias de la guerra. Ellos son seres humanos muy valiosos", dice.
Canessa escribió un libro sobre las vivencias de esos días, con la ayuda de un amigo suyo, el escritor Alan Buck. Sin embargo, en diversas editoriales inglesas su proyecto fue rechazado "por no tener suficiente sangre", más allá de que su mensaje humanitario fue elogiado, según él, por sir Rex Hunt y por los diplomáticos argentinos que alcanzaron a leerlo. Hoy, más de un cuarto de siglo más tarde de aquel gris final de guerra, el militar retirado sigue convencido de que la soberanía sobre las Malvinas es una cuestión que depende, principalmente, de la decisión mayoritaria de sus isleños. "Yo creo que no hay nada que no se pueda solucionar hablando. Aún no sé si es viable un referéndum, pero creo que es buena idea. Y si no es la mejor propuesta, lo único que me gustaría es que no vuelva a haber una guerra, porque nuestros países no lo merecen. Y de esto me di cuenta después de conocer a estos muchachos de cerca". Anthony Canessa agradece la publicación de su dirección de correo electrónico al pie de la nota, con la intención de que puedan contactarlo algunos de los ex prisioneros argentinos.
fuente: http://www.soldadosdigital.com/2009/malvinas/malvinas24-06-09.htm
Me salvaron la vida los soldados argentinos
LONDRES. Anthony Canessa piensa una, dos y mil veces lo que quiere decir y cuida las palabras con la meticulosidad del militar que nunca dejó de ser, ni siquiera cuando se retiró del ejército británico, hace 16 años. Sin embargo, hay una frase surgida de sus entrañas que logra pasar todo el tiempo aquellos controles establecidos por su estricto sentido de la responsabilidad y que sale en varias oportunidades con la frescura de un sentimiento inolvidable. “Debo decir que les estoy muy agradecido a los soldados argentinos que conocí en Malvinas, pues me han salvado la vida, y no sólo a mí, sino a varios de mis compañeros británicos”, comenta en una entrevista con LA NACION.
Mientras habla no quita su mirada del vaso de café servido en un bar de la estación de Liverpool Street, en un gesto que lo ayuda a disparar sus recuerdos: hoy se cumplen 24 años del desembarco en Malvinas. “Los argentinos preparaban el café muy fuerte y lo hacían casi tan amargo como el mate, que descubrí gracias a ellos”, dice sobre uno de los sabores que tiene para él su lejana experiencia junto al grupo de 35 militares argentinos que quedó a su cargo entre el 14 de junio y el 8 de julio de aquel año, es decir, inmediatamente después de la rendición de las tropas enviadas por Leopoldo Fortunato Galtieri. "Yo estaba en uno de los barcos de la flota de mi país en las afueras de las islas, esperando el fin de la guerra. En cuanto se declaró el cese del fuego fui puesto al mando de este grupo de muchachos que provenían de la Compañía de Ingenieros 10, la Compañía de Ingenieros 601 y otros cuerpos anfibios", apunta.
La misión era simple, aunque muy difícil de ejecutar al mismo tiempo: el oficial de los Royal Engineers debía trabajar y convivir con los prisioneros argentinos para sacar la mayor cantidad posible de minas antipersonales que había sembrado el Ejército. Los mandos británicos habían designado a Canessa porque tenía el castellano como lengua nativa, una característica que no era fácil encontrar entre los militares de ese país antes de que la globalización alcanzara a sus fuerzas armadas. Y el entonces suboficial contaba con este extraño requisito gracias a que había crecido en Gibraltar, otro territorio signado por la controversia en términos de soberanía.
Pero en el momento de entrar en contacto con los soldados argentinos, y a pesar de la dureza de las circunstancias en las que debió desempeñarse, nada en su relación se pareció a la polémica o al odio, ni siquiera al rencor. "Yo había convencido a los oficiales británicos de que lo mejor que podíamos hacer era darles un trato óptimo, dentro de lo posible. Así lo hicimos y hoy reconozco que conté con la colaboración y el profesionalismo de estos 7 oficiales, 20 cabos, 5 sargentos y 3 soldados, que no sólo no opusieron resistencia alguna, sino que hicieron un trabajo estupendo. "Las tareas de desminado produjeron varios momentos lamentables, como el que sucedió el 2 de julio con un cabo argentino que perdió una pierna a raíz de la explosión de una mina. "Debo decir que los argentinos se preocuparon por que no hubiera que lamentar accidentes, y no hicieron distinción si se trataba de británicos o argentinos. A mí me gritaban «¡Cuidado!» si estaba cerca de una mina, y lo mismo hacían con mis compañeros de armas, cuando podrían no haberlo hecho."
Misión delicada
Canessa relata, con un marcado acento andaluz heredado de su madre, que por lo menos en ese momento los argentinos cumplieron al pie de la letra todas las disposiciones de la Convención de Ginebra sobre la remoción de minas antipersonales, ya que prestaron a los británicos toda la información posible para localizarlas y quitarlas. "En Gran Bretaña algunos periódicos decían que los militares argentinos habían destruido los mapas que detallaban la colocación de las minas, o que directamente no habían hecho este tipo de esquemas. Nada de eso era cierto, porque a mí uno de los oficiales me pasó el plano correspondiente, y así todo se nos hizo más fácil", comenta. También en cumplimiento de los acuerdos internacionales, los británicos les abonaron a los prisioneros argentinos el trabajo realizado. Canessa se pone serio: "Aquí me gustaría decir algo que no muchos saben, pero es bueno destacar que los militares argentinos también respetaron durante su invasión las indemnizaciones por las pérdidas que había provocado su accionar, más allá de que no fueron importantes". Y pone ejemplos: "Yo ví las planillas donde se asentaban las reparaciones monetarias a los malvinenses por las ovejas perdidas o robadas durante los bombardeos. Esa me pareció una actitud muy rescatable".
El maltrato
A diferencia de lo sucedido con las ovejas y sus dueños, Canessa cuenta que el estado en que encontró a algunos soldados argentinos después de la rendición no evidenciaba nada parecido al buen trato: "Me acuerdo de uno que estaba congelado en su trinchera, con los labios endurecidos por el frío, que casi no podía explicarnos que estaba desarmado. Y también, de uno de los que estaban a mi cargo, que cuando lo alojamos en un depósito y vio su cama casi no lo podía creer. «Al fin voy a tener un techo», recuerdo que exclamó". A partir de ese momento, el ex suboficial, entonces de 42 años, notó que el sentimiento de tristeza que los argentinos sentían por la derrota, aunque nunca se fue, comenzó a hacerle un poco de lugar a un sano compañerismo y a una relación de confianza creciente. Así, en pocos días, el suboficial Anthony Canessa pasó a ser llamado el "Tío" por los argentinos. Y él pronto se enteró de lo que significaba compartir una guitarreada nocturna junto al fogón, y también un asado. "Ellos me prepararon un cordero a la usanza argentina cuando tuvimos que despedirnos. Lo compraron con su dinero, y lo comimos todos juntos, con mis compañeros. Nunca me voy a olvidar de eso, ni de los regalos que me hicieron", dice, mientras muestra una culata de fusil con las inscripciones de los nombres de todos los hombres capturados, dedicado al "Tío". La relación, cuenta, continuó aún después de que los prisioneros regresaron al continente, lo que prueba mediante un manojo de cartas fechadas en 1982 y 1983, con estampillas en sus sobres de las ciudades de Córdoba, Laprida, Rosario y Capital Federal, entre otros lugares.
"Gracias por el buen trato recibido, Tío", dice una. Otra, escrita por la madre de uno de los soldados, termina diciendo: "Amar es dar sin recibir nada a cambio". Y una tercera, aún más conmovedora, lleva la firma del cabo que perdió la pierna. "Mi esposa está de compra de dos meses y medio. Es el hijo de la guerra", expresa al final. "Nunca respondí a esas cartas, aunque siempre las aprecié mucho. No sé bien por qué no lo hice, y sé que estoy en deuda con ellos, pero ahora tengo muchas ganas de volver a encontrarme con estos muchachos. Yo les digo así, «muchachos», porque si bien en ese entonces eran prisioneros, eso fue por circunstancias de la guerra. Ellos son seres humanos muy valiosos", dice.
Canessa escribió un libro sobre las vivencias de esos días, con la ayuda de un amigo suyo, el escritor Alan Buck. Sin embargo, en diversas editoriales inglesas su proyecto fue rechazado "por no tener suficiente sangre", más allá de que su mensaje humanitario fue elogiado, según él, por sir Rex Hunt y por los diplomáticos argentinos que alcanzaron a leerlo. Hoy, más de un cuarto de siglo más tarde de aquel gris final de guerra, el militar retirado sigue convencido de que la soberanía sobre las Malvinas es una cuestión que depende, principalmente, de la decisión mayoritaria de sus isleños. "Yo creo que no hay nada que no se pueda solucionar hablando. Aún no sé si es viable un referéndum, pero creo que es buena idea. Y si no es la mejor propuesta, lo único que me gustaría es que no vuelva a haber una guerra, porque nuestros países no lo merecen. Y de esto me di cuenta después de conocer a estos muchachos de cerca". Anthony Canessa agradece la publicación de su dirección de correo electrónico al pie de la nota, con la intención de que puedan contactarlo algunos de los ex prisioneros argentinos.
fuente: http://www.soldadosdigital.com/2009/malvinas/malvinas24-06-09.htm