“Sobral”, aviso heroico
En la noche del 2 de mayo de 1982, el aviso ARA “Sobral” que se hallaba en medio del Atlántico sur en misión de búsqueda de los tripulantes de un avión Canberra de la Fuerza Aérea Argentina, abatido el día anterior, fue atacado con misiles por un helicóptero de la Royal Navy. La epopeya del combate en desiguales condiciones, que le costó la vida al comandante del buque, capitán Gómez Roca y a otros siete tripulantes, concluyó con su increíble regreso a puerto en condiciones extremas.
Una de las situaciones más críticas y angustiosas en el mar la vivió el aviso Alférez Sobral, un buque pequeño, que no tiene misiles ni es un destructor. Se trata de un remolcador al que la Armada Argentina alistó con una mínima artillería: un cañón de 40 mm. y dos ametralladoras de 20 mm. por lo general cumple múltiples tareas: de balizamiento, de apoyo, de salvamento. No es, en sí, un buque de guerra.
El 27 de marzo de 1982, el Sobral partió de Puerto Belgrano hacia el Sur, en misión hasta ese momento desconocida. El 2 de abril lo sorprendió, a la espera de órdenes, en Río Gallegos. Una semana después, tras reabastecerse en Puerto Deseado, su capitán recibe instrucciones precisas: actuar en el conflicto junto con el buque de rescate y salvamento (un similar) Comodoro Somellera. Su zona primero fue el Sudoeste de Malvinas y luego el Noroeste.
Cuando se produjo el ataque británico a Puerto Argentino, el 1º de mayo, el Sobral estaba al Noroeste de las islas. Recibió orden de auxiliar a los tripulantes de un avión Canberra de la Fuerza Aérea Argentina, que fue derribado aproximadamente a 100 millas marinas al Norte de Malvinas, dentro de la “zona de exclusión” decidida por los ingleses.
El mar, esa tarde del 1º de mayo, estaba tempestuoso, las posibilidades de que el Sobral fuera interceptado por el enemigo eran muy grandes. El comandante del buque, capitán de corbeta Sergio Gómez Roca (ascendido post-mortem a capitán de fragata) tenía plena conciencia de los riesgos que corrían él, su buque y su tripulación: 60 hombres en total, contando al personal de buceo para la tarea de salvamento.
El Sobral navegó durante toda la noche del 1º y el día 2 de mayo hacia el lugar donde había sido derribado el avión. Por la tarde se recibió la tremenda y amarga noticia del hundimiento del Crucero General Belgrano.
Aproximadamente a las 22, el Sobral inició la búsqueda del Canberra y al poco tiempo, fue sobrevolado por un helicóptero al que inicialmente no se identificó. Era una noche muy cerrada. Según la descripción del oficial de guardia y de los señaleros, se puso a bordo que era un helicóptero tipo Sea King. Se dedujo que era británico porque en la zona no había aeronaves argentinas de ese tipo. El peligro resultó evidente.
El capitán Gómez Roca decidió alejarse del lugar. Pero la velocidad de un aviso con mar grueso difícilmente llegue a diez nudos. Ante esta circunstancia inmodificable, el comandante adoptó las previsiones para hacer frente al ataque. Era notorio que iba a producirse un combate desigual por las condiciones de aviso remolcador: mínima artillería, sin sistema de control-tiro de ningún tipo, excepto el visual, y era de noche. A pesar de ello, se decidió enfrentar la amenaza.
Se encontraban en esta situación de alerta cuando, desde el puente de señales, informaron que se avistaban luces por la banda de estribor. El capitán Sergio Bazán (entonces teniente de navío y segundo comandante del aviso) recuerda que estaba con el capitán Gómez Roca en ese instante. Ambos vieron desde el alerón que no se trataba de bengalas. “Eran misiles que se estaban aproximando. Yo recuerdo –dice Bazán- que vimos un luz con cierto movimiento rotatorio. En segundos, por supuesto, un misil impactó en la lancha, en la banda de estribor; otro pasó sobre el buque, sin dar en el blanco, ante el cual el operador de la ametralladora de la banda contraria abrió fuego , en una reacción instantánea. Ese misil se perdió en la noche oscura del mar.
Pero no era todo. Este primer ataque inglés con misiles Sea Skua a un aviso argentino dejó una lancha de salvamento destruida y algunos heridos: los operadores de la ametralladora de estribor y el segundo comandante Bazán, alcanzado por una esquirla en la pierna. Quedó destruido el sistema de comunicaciones, lo cual fue constatado por el mismo Bazán instantes después. Aún herido, había bajao hasta la radio para informar acerca del ataque. No pudo.
El capitán Gómez Roca decidió poner popa al mar, invirtiendo el rumbo para estabilizar al buque y poder ampliar mejor sus rudimentarias armas de viso. Todos permanecieron en sus puestos.
Veinte minutos después se produjo el segundo ataque: esta vez mortífero, terrible. Realizando también con misiles desde los destructores Coventry y Glasgow, según se comprobó después, provocó la destrucción completa del puente y su posterior incendio. Allí murieron el comandante Gómez Roca y otros siete tripulantes, entre los que se encontraba el oficial Olivieri. En total, ocho muertos y ocho heridos.
“Yo me dirigía al puente –recuerda Bazán- cuando encontré al médico y empezó a revisarme la pierna. En ese momento hizo impacto el misil en el puente. Subí, de todos modos y como pude, hasta la cubierta superior. Vi que salía de la radio el único sobreviviente, el cabo Enriquez, muy herido. Lo bajé. Subí de nuevo. Cuando legué al puente la impresión fue de una desolación total. No había nadie. Todo estaba destruido. En un sector vi fuego, solo fuego. Entonces me di cuenta que todos los que estaban en ese lugar habían fallecido. Me hice cargo del buque. El jefe de máquinas me informaba que no podíamos gobernar el Sobral. Me preguntaba que había ocurrido arriba. Le conté. Inmediatamente se organizó la lucha contra el incendio, que estaba quemando toda la superestructura del barco. Los grupos de control de averías lograron apagarlo, tras un gran trabajo. En tanto, el personal de máquinas reparó el sistema de gobierno en forma precaria. Al rato estuvimos en condiciones de navegar, aunque sin ningún tipo de elementos de navegación. Había una única manera de orientarse: la dirección de las olas,que venían del norte antes del segundo ataque. Decidimos emprender el camino más largo, pero más seguro. Aunque sabíamos que el enemigo podía aparecer de nuevo, en cualquier momento. Después de un día de navegación con rumbo Norte, se siguió hacia el Oeste. Se podía apreciar la velocidad en base a las vueltas del eje de la hélice, y se hacía una estima sobre una única carta de navegación, cuya escala no era apta para navegar allí, pero era algo. Al tercer día se pudo rescatar, de entre los deshechos del puente, la rosa del compás magnético, que inexplicablemente estaba entera. La pusimos en proa, entre las dos cadenas de anclas con lo que pensamos que podía obtenerse una cierta compensación a los desvíos propios del magnetismo. Con eso y dos brújulas de infantería de marina (que se usan para operaciones de desembarco y no son aptas a bordo), el Sobral se acercaba al continente. Recuerdo que hubo varios incendios por problema de cableado. Se combatía, se apagaba, volvía a resurgir, se volvía a combatir…Todos colaboraban en todo. El cocinero atendiendo a los heridos; los maquinistas preguntando que podían hacer…Llegó un momento de tal incertidumbre y tan inciertas posibilidades de sobrevivir, que el teniente Juan Carlos Casal y tres tripulantes me pidieron permiso para retirar la bandera de guerra e izarla en la pluma (el palo había caído). Así se hizo. Fue un momento que jamás olvidaré. Muy emotivo, muy profundo, muy entero. Ante la formación de todos los que sobrevivieron, rendimos homenaje a nuestra bandera nacional. Fue como un acto de despedida, pero entre nosotros mismos, porque quizá nadie lo supiera nunca.”
Al quinto día de navegación se llegó a pensar que estaban en realidad en una posición muy diferente a la buscada, muy lejos del continente. Navegaron al garete durante cuatro o cinco horas, tiempo durante el cual trataron de impedir nuevos incendios. También se llegó a temer el hundimiento del buque, dadas sus tan precarias condiciones. Lo peor es que podía irse a pique a solo unos kilómetros de la costa.
A mediodía de ese fatídico y milagroso quinto día, el Sobral fue avisado por un helicóptero de la Fuerza Aérea, quien prestó los primeros auxilios y llevó al aviso hasta el encuentro del buque ARA Cabo San Antonio, quien completó la tarea hasta llegar a Puerto Deseado.
Hasta perder la vida
El avión Canberra a cuyo auxilio fue enviado el Sobral intervino en el combate del 1º de mayo como parte de una escuadrilla cuya misión era atacar a la flota británica. Había salido de la base almirante Zar, de Trelew, junto con otras dos máquinas iguales, que llevaban bombas de casi media tonelada (454 kg).
Una intercepción aérea del enemigo logró derribarlo (los otros Canberra regresaron a su base) y el aviso tenía la misión de rescatar a sus tripulantes: el piloto, teniente Eduardo de Ibáñez, y su navegador, el primer teniente Mario M. González. Los dos habían eyectado y fueron vistos con sus paracaídas abiertos poco minutos después de las cinco de la tarde. El Sobral no llegó a verlos: ambos desaparecieron en las aguas del Atlántico Sur.
Fue un mal día para el Escuadrón MK-62, como sostiene el brigadier Rubén O. Moro en su libro La Guerra Inaudita: “se hallaron en al boca del lobo”.
La misma que sorprendió al Sobral mientras cumplía su misión de búsqueda, sin éxito. Pese a ello, el capitán Bazán destaca hoy la decisión del extinto capitán Gómez Roca de afrontar la situación de tremendo riesgo y continuar la búsqueda, y la serenidad que demostró en todo momento, inclusive durante el combate, hasta perder la vida.
Posteado por Eternauta
En la noche del 2 de mayo de 1982, el aviso ARA “Sobral” que se hallaba en medio del Atlántico sur en misión de búsqueda de los tripulantes de un avión Canberra de la Fuerza Aérea Argentina, abatido el día anterior, fue atacado con misiles por un helicóptero de la Royal Navy. La epopeya del combate en desiguales condiciones, que le costó la vida al comandante del buque, capitán Gómez Roca y a otros siete tripulantes, concluyó con su increíble regreso a puerto en condiciones extremas.
Una de las situaciones más críticas y angustiosas en el mar la vivió el aviso Alférez Sobral, un buque pequeño, que no tiene misiles ni es un destructor. Se trata de un remolcador al que la Armada Argentina alistó con una mínima artillería: un cañón de 40 mm. y dos ametralladoras de 20 mm. por lo general cumple múltiples tareas: de balizamiento, de apoyo, de salvamento. No es, en sí, un buque de guerra.
El 27 de marzo de 1982, el Sobral partió de Puerto Belgrano hacia el Sur, en misión hasta ese momento desconocida. El 2 de abril lo sorprendió, a la espera de órdenes, en Río Gallegos. Una semana después, tras reabastecerse en Puerto Deseado, su capitán recibe instrucciones precisas: actuar en el conflicto junto con el buque de rescate y salvamento (un similar) Comodoro Somellera. Su zona primero fue el Sudoeste de Malvinas y luego el Noroeste.
Cuando se produjo el ataque británico a Puerto Argentino, el 1º de mayo, el Sobral estaba al Noroeste de las islas. Recibió orden de auxiliar a los tripulantes de un avión Canberra de la Fuerza Aérea Argentina, que fue derribado aproximadamente a 100 millas marinas al Norte de Malvinas, dentro de la “zona de exclusión” decidida por los ingleses.
El mar, esa tarde del 1º de mayo, estaba tempestuoso, las posibilidades de que el Sobral fuera interceptado por el enemigo eran muy grandes. El comandante del buque, capitán de corbeta Sergio Gómez Roca (ascendido post-mortem a capitán de fragata) tenía plena conciencia de los riesgos que corrían él, su buque y su tripulación: 60 hombres en total, contando al personal de buceo para la tarea de salvamento.
El Sobral navegó durante toda la noche del 1º y el día 2 de mayo hacia el lugar donde había sido derribado el avión. Por la tarde se recibió la tremenda y amarga noticia del hundimiento del Crucero General Belgrano.
Aproximadamente a las 22, el Sobral inició la búsqueda del Canberra y al poco tiempo, fue sobrevolado por un helicóptero al que inicialmente no se identificó. Era una noche muy cerrada. Según la descripción del oficial de guardia y de los señaleros, se puso a bordo que era un helicóptero tipo Sea King. Se dedujo que era británico porque en la zona no había aeronaves argentinas de ese tipo. El peligro resultó evidente.
El capitán Gómez Roca decidió alejarse del lugar. Pero la velocidad de un aviso con mar grueso difícilmente llegue a diez nudos. Ante esta circunstancia inmodificable, el comandante adoptó las previsiones para hacer frente al ataque. Era notorio que iba a producirse un combate desigual por las condiciones de aviso remolcador: mínima artillería, sin sistema de control-tiro de ningún tipo, excepto el visual, y era de noche. A pesar de ello, se decidió enfrentar la amenaza.
Se encontraban en esta situación de alerta cuando, desde el puente de señales, informaron que se avistaban luces por la banda de estribor. El capitán Sergio Bazán (entonces teniente de navío y segundo comandante del aviso) recuerda que estaba con el capitán Gómez Roca en ese instante. Ambos vieron desde el alerón que no se trataba de bengalas. “Eran misiles que se estaban aproximando. Yo recuerdo –dice Bazán- que vimos un luz con cierto movimiento rotatorio. En segundos, por supuesto, un misil impactó en la lancha, en la banda de estribor; otro pasó sobre el buque, sin dar en el blanco, ante el cual el operador de la ametralladora de la banda contraria abrió fuego , en una reacción instantánea. Ese misil se perdió en la noche oscura del mar.
Pero no era todo. Este primer ataque inglés con misiles Sea Skua a un aviso argentino dejó una lancha de salvamento destruida y algunos heridos: los operadores de la ametralladora de estribor y el segundo comandante Bazán, alcanzado por una esquirla en la pierna. Quedó destruido el sistema de comunicaciones, lo cual fue constatado por el mismo Bazán instantes después. Aún herido, había bajao hasta la radio para informar acerca del ataque. No pudo.
El capitán Gómez Roca decidió poner popa al mar, invirtiendo el rumbo para estabilizar al buque y poder ampliar mejor sus rudimentarias armas de viso. Todos permanecieron en sus puestos.
Veinte minutos después se produjo el segundo ataque: esta vez mortífero, terrible. Realizando también con misiles desde los destructores Coventry y Glasgow, según se comprobó después, provocó la destrucción completa del puente y su posterior incendio. Allí murieron el comandante Gómez Roca y otros siete tripulantes, entre los que se encontraba el oficial Olivieri. En total, ocho muertos y ocho heridos.
“Yo me dirigía al puente –recuerda Bazán- cuando encontré al médico y empezó a revisarme la pierna. En ese momento hizo impacto el misil en el puente. Subí, de todos modos y como pude, hasta la cubierta superior. Vi que salía de la radio el único sobreviviente, el cabo Enriquez, muy herido. Lo bajé. Subí de nuevo. Cuando legué al puente la impresión fue de una desolación total. No había nadie. Todo estaba destruido. En un sector vi fuego, solo fuego. Entonces me di cuenta que todos los que estaban en ese lugar habían fallecido. Me hice cargo del buque. El jefe de máquinas me informaba que no podíamos gobernar el Sobral. Me preguntaba que había ocurrido arriba. Le conté. Inmediatamente se organizó la lucha contra el incendio, que estaba quemando toda la superestructura del barco. Los grupos de control de averías lograron apagarlo, tras un gran trabajo. En tanto, el personal de máquinas reparó el sistema de gobierno en forma precaria. Al rato estuvimos en condiciones de navegar, aunque sin ningún tipo de elementos de navegación. Había una única manera de orientarse: la dirección de las olas,que venían del norte antes del segundo ataque. Decidimos emprender el camino más largo, pero más seguro. Aunque sabíamos que el enemigo podía aparecer de nuevo, en cualquier momento. Después de un día de navegación con rumbo Norte, se siguió hacia el Oeste. Se podía apreciar la velocidad en base a las vueltas del eje de la hélice, y se hacía una estima sobre una única carta de navegación, cuya escala no era apta para navegar allí, pero era algo. Al tercer día se pudo rescatar, de entre los deshechos del puente, la rosa del compás magnético, que inexplicablemente estaba entera. La pusimos en proa, entre las dos cadenas de anclas con lo que pensamos que podía obtenerse una cierta compensación a los desvíos propios del magnetismo. Con eso y dos brújulas de infantería de marina (que se usan para operaciones de desembarco y no son aptas a bordo), el Sobral se acercaba al continente. Recuerdo que hubo varios incendios por problema de cableado. Se combatía, se apagaba, volvía a resurgir, se volvía a combatir…Todos colaboraban en todo. El cocinero atendiendo a los heridos; los maquinistas preguntando que podían hacer…Llegó un momento de tal incertidumbre y tan inciertas posibilidades de sobrevivir, que el teniente Juan Carlos Casal y tres tripulantes me pidieron permiso para retirar la bandera de guerra e izarla en la pluma (el palo había caído). Así se hizo. Fue un momento que jamás olvidaré. Muy emotivo, muy profundo, muy entero. Ante la formación de todos los que sobrevivieron, rendimos homenaje a nuestra bandera nacional. Fue como un acto de despedida, pero entre nosotros mismos, porque quizá nadie lo supiera nunca.”
Al quinto día de navegación se llegó a pensar que estaban en realidad en una posición muy diferente a la buscada, muy lejos del continente. Navegaron al garete durante cuatro o cinco horas, tiempo durante el cual trataron de impedir nuevos incendios. También se llegó a temer el hundimiento del buque, dadas sus tan precarias condiciones. Lo peor es que podía irse a pique a solo unos kilómetros de la costa.
A mediodía de ese fatídico y milagroso quinto día, el Sobral fue avisado por un helicóptero de la Fuerza Aérea, quien prestó los primeros auxilios y llevó al aviso hasta el encuentro del buque ARA Cabo San Antonio, quien completó la tarea hasta llegar a Puerto Deseado.
Hasta perder la vida
El avión Canberra a cuyo auxilio fue enviado el Sobral intervino en el combate del 1º de mayo como parte de una escuadrilla cuya misión era atacar a la flota británica. Había salido de la base almirante Zar, de Trelew, junto con otras dos máquinas iguales, que llevaban bombas de casi media tonelada (454 kg).
Una intercepción aérea del enemigo logró derribarlo (los otros Canberra regresaron a su base) y el aviso tenía la misión de rescatar a sus tripulantes: el piloto, teniente Eduardo de Ibáñez, y su navegador, el primer teniente Mario M. González. Los dos habían eyectado y fueron vistos con sus paracaídas abiertos poco minutos después de las cinco de la tarde. El Sobral no llegó a verlos: ambos desaparecieron en las aguas del Atlántico Sur.
Fue un mal día para el Escuadrón MK-62, como sostiene el brigadier Rubén O. Moro en su libro La Guerra Inaudita: “se hallaron en al boca del lobo”.
La misma que sorprendió al Sobral mientras cumplía su misión de búsqueda, sin éxito. Pese a ello, el capitán Bazán destaca hoy la decisión del extinto capitán Gómez Roca de afrontar la situación de tremendo riesgo y continuar la búsqueda, y la serenidad que demostró en todo momento, inclusive durante el combate, hasta perder la vida.
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