El nuevo presidente francés reconoce el valor de la educación y la formación y una analogía con Domingo Faustino Sarmiento y Julio Argentino Roca.
¿Habrá en Argentina “coraje” intelectual sin importar el signo o sesgo ideológico?
¿O mandamos al oprobio a próceres previo aniquilamiento de sus monumentos?
Sólo dos de las tantas preguntas que me generó este artículo.
La historia, según Hollande.
En un clima esperanzado y alegre, pese al mal tiempo, el nuevo presidente de Francia, François Hollande, inició su mandato. Este comenzó con el homenaje a dos personalidades emblemáticas, para dar a conocer tanto su filiación intelectual y política como sus prioridades de gobierno: la científica Marie Curie y Jules Ferry, político y legislador responsable de la reforma educativa de 1882. La labor de estos dos notables se inscribe en el último tercio del siglo XIX, cuando la Tercera República Francesa se consolidó, superó la derrota frente a Alemania y volvió a ser una gran potencia.
El homenaje a Marie Curie pasó sin objeciones. En cambio, el que se concretó en las Tullerías, donde se levanta la estatua de Ferry, suscitó un aluvión de críticas y entre los franceses de origen africano causó el efecto de "una ducha fría". La protesta se entiende, porque si bien Ferry fue un ardiente republicano que denunció la corrupción del gobierno imperial de Napoleón III, y como ministro de Instrucción Pública y primer ministro dio impulso decisivo a la educación pública, laica, gratuita y obligatoria (1882), se lo cuestiona porque fortaleció la alianza entre el gran capital financiero y el Estado y sumó a la Francia de ultramar los Protectorados de Túnez y Annan (futuro Vietnam).
Ferry justificó el colonialismo con argumentos francamente racistas: "Hay que decir abiertamente que, en efecto, las razas superiores tienen un derecho y un deber para las razas inferiores: el deber de civilizarlas". Por esa razón, el político derechista Jean-Marie Le Pen lo citó para reivindicar "una jerarquía entre razas".
Desde luego, Hollande no comparte esa visión colonialista. Así también lo expresó en el homenaje, al decir que no ignoraba los errores de Ferry y que la defensa del colonialismo fue una falta moral y política que debe ser condenada. No obstante, al mismo tiempo resaltó lo que significó la legislación para acceder a una educación nacional y en qué medida ayudó a construir una Francia más igualitaria. Sobre sus pasos, Hollande se propone aplicar su quinquenio a la educación, ratificar la importancia de la investigación para el futuro de los franceses e incluir a los descendientes de asiáticos y de africanos en un proyecto común.
Me pregunto, ¿podría un futuro presidente de la República Argentina dar una señal de la orientación de su gobierno con un homenaje en honor de Roca o de Sarmiento? Parece difícil. Las acusaciones de genocidio y racismo lloverían sobre el que osara intentarlo. Hasta sus respectivos monumentos están en peligro: con respecto a Roca, hay iniciativas para sacarlo de su emplazamiento en Buenos Aires; el de Sarmiento en el Rosedal, tantas veces agredido, se encuentra ahora relativamente a salvo gracias al enrejado de los jardines.
Sin embargo, quien rindiera este hipotético homenaje estaría reconociendo, si se preocupa por señalarlo, el énfasis que ambos le dieron a la educación popular y no sólo a las ideas racistas que expresaron. En el caso de Sarmiento, fue ideólogo, maestro y hacedor de la educación común para que los hijos de los pobres recibieran la misma instrucción que los hijos de los ricos, y no hubiera distinción entre extranjeros y nacionales, varones y mujeres. Por su parte, el general Roca entendió que la educación popular era indispensable para construir un país moderno y afirmar "el imperium de la Nación". En su presidencia se convocó al Congreso Pedagógico y se aprobó la ley 1420, sobre la educación primaria laica, gratuita y obligatoria, a cargo del Estado. En consecuencia, el modelo francés se adoptó en la Argentina apenas dos años después de que en ese país se aprobara la reforma educativa (debate en que los católicos llevaron las de perder). Esta legislación es admirada en los países de América latina, que no lograron en su momento un adelanto similar.
Sin embargo, para reconocer abiertamente sus beneficios y honrar a sus responsables, como acaba de hacerlo Hollande con respecto a Ferry, hace falta cierto coraje intelectual y político y un diálogo con la historia en el que no haya réprobos ni elegidos, sino personas que tuvieron aciertos y errores. Quienes, como Sarmiento y como Roca, se aplicaron a hacer desaparecer el peso de la desigualdad mediante la educación merecen nuestro reconocimiento, aunque quizá, para muchos, no sea políticamente correcto decirlo en público y prefieran ocultarlo.
Fuente: La Nación por María Saenz Quesada 19 de mayo de 2012
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¿Habrá en Argentina “coraje” intelectual sin importar el signo o sesgo ideológico?
¿O mandamos al oprobio a próceres previo aniquilamiento de sus monumentos?
Sólo dos de las tantas preguntas que me generó este artículo.
La historia, según Hollande.
En un clima esperanzado y alegre, pese al mal tiempo, el nuevo presidente de Francia, François Hollande, inició su mandato. Este comenzó con el homenaje a dos personalidades emblemáticas, para dar a conocer tanto su filiación intelectual y política como sus prioridades de gobierno: la científica Marie Curie y Jules Ferry, político y legislador responsable de la reforma educativa de 1882. La labor de estos dos notables se inscribe en el último tercio del siglo XIX, cuando la Tercera República Francesa se consolidó, superó la derrota frente a Alemania y volvió a ser una gran potencia.
El homenaje a Marie Curie pasó sin objeciones. En cambio, el que se concretó en las Tullerías, donde se levanta la estatua de Ferry, suscitó un aluvión de críticas y entre los franceses de origen africano causó el efecto de "una ducha fría". La protesta se entiende, porque si bien Ferry fue un ardiente republicano que denunció la corrupción del gobierno imperial de Napoleón III, y como ministro de Instrucción Pública y primer ministro dio impulso decisivo a la educación pública, laica, gratuita y obligatoria (1882), se lo cuestiona porque fortaleció la alianza entre el gran capital financiero y el Estado y sumó a la Francia de ultramar los Protectorados de Túnez y Annan (futuro Vietnam).
Ferry justificó el colonialismo con argumentos francamente racistas: "Hay que decir abiertamente que, en efecto, las razas superiores tienen un derecho y un deber para las razas inferiores: el deber de civilizarlas". Por esa razón, el político derechista Jean-Marie Le Pen lo citó para reivindicar "una jerarquía entre razas".
Desde luego, Hollande no comparte esa visión colonialista. Así también lo expresó en el homenaje, al decir que no ignoraba los errores de Ferry y que la defensa del colonialismo fue una falta moral y política que debe ser condenada. No obstante, al mismo tiempo resaltó lo que significó la legislación para acceder a una educación nacional y en qué medida ayudó a construir una Francia más igualitaria. Sobre sus pasos, Hollande se propone aplicar su quinquenio a la educación, ratificar la importancia de la investigación para el futuro de los franceses e incluir a los descendientes de asiáticos y de africanos en un proyecto común.
Me pregunto, ¿podría un futuro presidente de la República Argentina dar una señal de la orientación de su gobierno con un homenaje en honor de Roca o de Sarmiento? Parece difícil. Las acusaciones de genocidio y racismo lloverían sobre el que osara intentarlo. Hasta sus respectivos monumentos están en peligro: con respecto a Roca, hay iniciativas para sacarlo de su emplazamiento en Buenos Aires; el de Sarmiento en el Rosedal, tantas veces agredido, se encuentra ahora relativamente a salvo gracias al enrejado de los jardines.
Sin embargo, quien rindiera este hipotético homenaje estaría reconociendo, si se preocupa por señalarlo, el énfasis que ambos le dieron a la educación popular y no sólo a las ideas racistas que expresaron. En el caso de Sarmiento, fue ideólogo, maestro y hacedor de la educación común para que los hijos de los pobres recibieran la misma instrucción que los hijos de los ricos, y no hubiera distinción entre extranjeros y nacionales, varones y mujeres. Por su parte, el general Roca entendió que la educación popular era indispensable para construir un país moderno y afirmar "el imperium de la Nación". En su presidencia se convocó al Congreso Pedagógico y se aprobó la ley 1420, sobre la educación primaria laica, gratuita y obligatoria, a cargo del Estado. En consecuencia, el modelo francés se adoptó en la Argentina apenas dos años después de que en ese país se aprobara la reforma educativa (debate en que los católicos llevaron las de perder). Esta legislación es admirada en los países de América latina, que no lograron en su momento un adelanto similar.
Sin embargo, para reconocer abiertamente sus beneficios y honrar a sus responsables, como acaba de hacerlo Hollande con respecto a Ferry, hace falta cierto coraje intelectual y político y un diálogo con la historia en el que no haya réprobos ni elegidos, sino personas que tuvieron aciertos y errores. Quienes, como Sarmiento y como Roca, se aplicaron a hacer desaparecer el peso de la desigualdad mediante la educación merecen nuestro reconocimiento, aunque quizá, para muchos, no sea políticamente correcto decirlo en público y prefieran ocultarlo.
Fuente: La Nación por María Saenz Quesada 19 de mayo de 2012
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