EA41
Colaborador
Las siguientes anécdotas fueron sacadas del libro “Historia de la Aviación Naval Argentina” del Contraalmirante Pablo Arguindegy..
EL DIA DE LAS CRUCES
Corría la década del 20, el dirigible en servicio (el otro estaba en reserva) salía a hacer un vuelo semanal, cuanto menos.
Se volaba sobre el rió y el mar y se volvía a la base siempre a una altura de 600 metros, realizando diversas ejercitaciones para adiestrar a los alumnos y el personal ya patentado de “globero”, como cariñosamente se denominaba a los pilotos de globos y sus ayudantes.
El punto débil de estas aeronaves lo constituía la poca potencia de sus motores, hecho que se magnificaba en momentos de fuertes rachas, cuando el dirigible perdía su condición de tal y pasaba a ser un monstruo ingobernable.
Esa buena mañana, las condiciones meteorológicas eran optimas y el vuelo empezó bien. Se voló un par de horas sobre el Río de la Plata, se cumplieron las tareas y se comenzó el regreso a Punta Indio. Y allí comenzó todo.
Una sudestada envió rápidamente al DE-1 hacia tierra. Su tripulación comenzó a aligerarlo de hidrógeno para perder altura. Ya se estaba volando sobre la localidad de Magdalena. El viento seguía. Allí mismo se planto el motor de estribor. Se perdió mas altura y se recurrió al acto heroico de fondear, es decir, arrojar a tierra el ancla bien naval, con su largo cabo marinero.
El viento arrastraba polvo y no dejaba ver bien la tierra, sobre la que volaba ahora a unos 50 metros. En ancla pareció “hacer cabeza” pero garreó, vuelta a hacer cabeza, vuelta a garrear, y así cinco o seis veces. ¿Qué pasaba? Pues simplemente que se volaba sobre el cementerio local y el ancla iba tomando las cruces de las tumbas y arrancándolas de cuajo.
Todo acabo bien, el DE-1 volvió por sus medios a Punta Indio y una cuadrilla de técnica civil de la Base volvió a colocar en su lugar las cruces previo pedido de disculpas a la Municipalidad local y a los deudos
Mañana con tiempo subo mas
EL DIA DE LAS CRUCES
Corría la década del 20, el dirigible en servicio (el otro estaba en reserva) salía a hacer un vuelo semanal, cuanto menos.
Se volaba sobre el rió y el mar y se volvía a la base siempre a una altura de 600 metros, realizando diversas ejercitaciones para adiestrar a los alumnos y el personal ya patentado de “globero”, como cariñosamente se denominaba a los pilotos de globos y sus ayudantes.
El punto débil de estas aeronaves lo constituía la poca potencia de sus motores, hecho que se magnificaba en momentos de fuertes rachas, cuando el dirigible perdía su condición de tal y pasaba a ser un monstruo ingobernable.
Esa buena mañana, las condiciones meteorológicas eran optimas y el vuelo empezó bien. Se voló un par de horas sobre el Río de la Plata, se cumplieron las tareas y se comenzó el regreso a Punta Indio. Y allí comenzó todo.
Una sudestada envió rápidamente al DE-1 hacia tierra. Su tripulación comenzó a aligerarlo de hidrógeno para perder altura. Ya se estaba volando sobre la localidad de Magdalena. El viento seguía. Allí mismo se planto el motor de estribor. Se perdió mas altura y se recurrió al acto heroico de fondear, es decir, arrojar a tierra el ancla bien naval, con su largo cabo marinero.
El viento arrastraba polvo y no dejaba ver bien la tierra, sobre la que volaba ahora a unos 50 metros. En ancla pareció “hacer cabeza” pero garreó, vuelta a hacer cabeza, vuelta a garrear, y así cinco o seis veces. ¿Qué pasaba? Pues simplemente que se volaba sobre el cementerio local y el ancla iba tomando las cruces de las tumbas y arrancándolas de cuajo.
Todo acabo bien, el DE-1 volvió por sus medios a Punta Indio y una cuadrilla de técnica civil de la Base volvió a colocar en su lugar las cruces previo pedido de disculpas a la Municipalidad local y a los deudos
Mañana con tiempo subo mas