A 199 AÑOS DE LA VICTORIA EN CHACABUCO........!!!!!
El 12 de febrero de 1817 tenía lugar la trascendental batalla de Chacabuco, librada por el Ejército de los Andes contra las huestes realistas que ocupaban el entonces reino de Chile.
Este importante episodio de la Revolución Americana, es más que conocido ya que representa un verdadero hito en la campaña independentista del continente, pues no sólo constituye la victoria más resonante de las armas patriotas hasta ese momento sino que, además, marca el principio del fin de la dominación realista en Sudamérica.
Sin embargo y pese a que tal encuentro armado ha sido tratado por innumerables autores, hay uno de sus pasajes que no ha sido muy difundido, pese a que quedó estampado en las memorias y las obras de muchos de sus protagonistas directos quienes, por ventura, ya veteranos soldados de la guerra de independencia, no callaron un hecho de tanta importancia que da lugar a un análisis muy rico y extenso el que, por supuesto, no se agota en estas líneas.
Es que, pese a lo asegurado por la tradición sanmartiniana, en realidad la acción de la Cuesta de Chacabuco no se desenvolvió de la manera en que el Jefe del Ejército de los Andes la había planificado minuciosa y anticipadamente desde su “ínsula cuyana”.
Luego de cruzar las altas cumbres el Ejército fijó su cuartel general en la Cuesta de Chacabuco. Desde allí San Martín organizó sus fuerzas de ataque en dos divisiones: la más numerosa y con mayor poder de fuego, a las órdenes del Brigadier Miguel Estanislao Soler, que debería rodear y atacar por el flanco al enemigo, siendo la columna sobre la que recaía el mayor peso del combate y la que, según el plan sanmartiniano, decidiría la batalla.
Mientras, la otra división a las órdenes del general O’ Higgins, debía realizar operaciones de distracción, amagando el frente enemigo sin comprometer una acción directa, a fin de esperar que el ala del ejército al mando de Soler alcanzara el punto indicado, dando forma de esta manera a la acción envolvente estratégicamente diseñada por San Martín.
He aquí donde residía el éxito de la esperada victoria, según el plan presentado a la Junta de Guerra el 11 de febrero por la noche, momento en que el Capitán de los Andes, se encontraba seguro de la victoria. Por eso decidió adelantar dos días la batalla planificada para el 14 ya que, confiado en sus “muchachos”, esperaba demostrar que había llegado a América para dar su vida por la libertad e independencia.
Durante toda la madrugada del 12 ambas huestes iniciaron sus movimientos y preparativos para la acción y, al despuntar el alba, comenzaron las primeras escaramuzas.
Todo marchaba según lo planificado y San Martín observaba los movimientos de sus tropas desde el emplazamiento del Estado Mayor en lo alto de la Cuesta, cuando desde su catalejo pudo observar que un jinete trataba de subir la cuesta a todo galope para avisarle que, en el campo de batalla, las cosas se complicaban.
Fue informado por el Teniente Rufino Guido -el jinete que había llegado hasta él- del ataque de frente iniciado contra el grueso de las tropas enemigas y que había sido dispuesto por el brigadier O ‘Higgins con sus dos únicos batallones, desobedeciendo de esta manera las órdenes impartidas por el comandante en jefe y arriesgando toda la acción.
En efecto, repitiendo las arengas de Rancagua: “Soldados: Vivir con honor o morir con gloria, el Valiente siga, Columnas a la carga”, el héroe de Chile se lanzó al ataque, comandando sus columnas con arrojo y valor, pero sin considerar que la división de Soler aún no terminaba de rodear la cuesta según el plan acordado la noche anterior.
En este momento decisivo del combate San Martín se puso al frente de sus Granaderos y logró revertir todo el curso de la batalla, tal como lo explica el testimonio de Rufino Guido al decir: “Vimos llegar a nuestro General con la bandera de los Andes en la mano y a la Infantería que formaban en columnas de ataque los que, como el Regimiento (de Granaderos a Caballo), recibimos la orden de cargar al enemigo. Todos la cumplimos inflamados de valor y entusiasmo, tal era la confianza que teníamos en quien la ordenaba y, a pesar de la resistencia del enemigo, por sus fuegos al emprender nuestra carga, fue completamente derrotado, no pudiendo resistir sino muy poco tiempo la carga por su frente y el ataque simultáneo que recibía por su flanco izquierdo dado por el valiente Necochea de la división del general Soler”.
Estas líneas nos permiten ver cómo ante el peligro de sufrir una atroz derrota y al decir del General Espejo: “Al ver en tan inminente riesgo la obra que le costaba tantos sudores y desvelos, el pundonor, la responsabilidad, el despecho, quizás lo condujeron (al General San Martín) a la cabeza de los Granaderos, resuelto a triunfar o no sobrevivir si se consumaba el infortunio”, revirtiendo la situación para finalmente lograr la renombrada victoria de Chacabuco.
El lacónico parte elevado por San Martín al superior gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata, no daba cuenta de este inconveniente ni de su participación en la batalla. Por el contrario, resaltaba el valor y la acción de los generales O'Higgins y Soler, como la de muchos otros oficiales, pero nada decía sobre él mismo, pese a ser el verdadero vencedor de Chacabuco al frente “de sus muchachos” como solía llamar a los Granaderos a Caballo.
Pero poco después al llegar el Capitán Manuel de Escalada a Mendoza, de paso a Buenos Aires, con el parte de la acción, éste informó a Toribio de Luzuriaga -Gobernador de esta provincia- que “El triunfo de tan gloriosa acción se ha debido al valor impertérrito de nuestro ínclito general, el Excmo. Señor don José de San Martín que, a la cabeza de dos escuadrones (fueron tres), derrotó y desbarató al fiero tirano de Chile”.
La noticia inquietó al Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón quien, en carta a San Martín, le comunicaba su extrañeza acerca de por qué un militar de su experiencia se había arriesgado en batalla sabiendo que los altos oficiales, y en especial el máximo comandante, no debía tomar parte directamente en las acciones a fin de evitar que, en plena batalla, quedara descabezado el Ejército, salvo que algo muy grave determinara un accionar semejante.
Estos fueron los hechos en este inolvidable combate de la guerra de la Independencia, cuando nuevamente sobresalieron los dotes de estratega, político y militar de San Martín, como así también sus valores humanos.
A la par de su denuedo, profesionalismo, visión estratégica y valentía como soldado, debemos recalcar su visión política al comprender que en todo momento debía enaltecer la figura de su compañero O'Higgins a quien prefiguraba como el conductor del futuro Estado de Chile, como así también a los oficiales del Ejército de los Andes quienes lo secundarían en la gran campaña de liberación de estas repúblicas, pese a que ello significara callar su propia valía en la batalla y renunciar a la gloria de ser no sólo el artífice sino, además, el protagonista y conductor directo de la gran victoria de Chacabuco.