El nuevo gobernante, Manuel Dorrego, asumía en medio de la expectativa general. Era por todos conocida su trayectoria de hombre honesto y democrático, un verdadero luchador por los derechos civiles que había escrito en un periódico que dirigía: "No os azoréis, aristócratas, por esta aparición. El nombre con que sale a la luz este periódico sólo puede ser temible para los que todo lo refieren a sus miras ambiciosas y engrandecimiento personal" (1).
Sus primeras medidas de gobierno fueron contundentes: suspender el pago de la deuda externa que se llevaba casi un tercio del presupuesto, ordenar las finanzas públicas, combatir a rajatabla la corrupción y fijar precios máximos para los artículos de consumo popular.
Era demasiado para aquella clase terrateniente conservadora acostumbrada a engordar sus cuentas bancarias junto con sus vacas. A mediados de 1828, la prolongación de la guerra con el Brasil afectaba las exportaciones y el poder económico le negó al gobernador a través de la Legislatura los recursos necesarios para continuar la guerra. Dorrego tuvo que firmar la paz con el Brasil, aceptando la mediación inglesa que impuso la independencia de la Banda Oriental. Así nacía la República Oriental del Uruguay en agosto de 1828.
La derrota diplomática de la guerra con el Brasil y el descontento de las tropas que regresaban desmoralizadas fueron utilizados como excusa por los unitarios para conspirar contra aquel gobernador federal y popular. Dice Guillermo Furlong que "Julián Segundo de Agüero, el íntimo y el más grande admirador de Rivadavia y su ex ministro predilecto, reunió en una casa de la calle Parque, hoy Lavalle, el 30 de noviembre de 1828, a los que, al siguiente día, habrían de sublevarse contra el gobernador legal de Buenos Aires" (2).
Al amanecer del 1ø de diciembre, las tropas de Lavalle, que estaban acantonadas desde la noche anterior en la Recoleta, fueron ingresando al centro de la ciudad por las actuales Florida, San Martín y Reconquista, hasta ocupar la Plaza de Mayo. Dorrego pronto comprendió que sus pocos efectivos no le respondían y decidió marchar en busca de auxilios.
Lavalle fue electo gobernador de facto en una fraudulenta ceremonia. Como lo harían en el futuro sus discípulos golpistas, prestó juramento ante el escribano mayor de Gobierno y nombró su gabinete compuesto por militares y civiles "respetables".
Mientras toda la farsa se cumplimentaba, Dorrego llegaba a Cañuelas y se disponía a resistir. Se le unieron las fuerzas del general Nicolás Vedia, comandante de las costas del Salado y muchos gauchos "vagos y malentretenidos" que fueron a engrosar sus filas, haciendo caso omiso a las citaciones de los jefes unitarios.
La ayuda de Rosas no llegó a tiempo y Dorrego fue capturado. Algunos unitarios rivadavianos se dirigieron a Lavalle opinando sobre qué debía hacerse con el gobernador depuesto. "Prescindamos del corazón en este caso. La ley es que una revolución es un juego de azar, en la que se gana la vida de los vencidos cuando se cree necesario disponer de ella" (3).
Juan Cruz Varela fue otro "asesor" de Lavalle: "Este pueblo espera todo de usted y debe darle todo. Cartas como éstas se rompen" (4). Por suerte, Lavalle no rompió la carta y podemos leer con toda claridad la infamia y cobardía de aquellos hombres.
A Dorrego sólo le quedaban tiempo y ganas para escribir unas pocas cartas de despedida: "Señor gobernador de Santa Fe, don Estanislao López. Mi apreciable amigo: En este momento me intiman a morir dentro de una hora. Ignoro la causa de mi muerte; pero de todos modos perdono a mis perseguidores. Cese usted por mi parte todo preparativo, y que mi muerte no sea causa de derramamiento de sangre."
A su esposa le decía: "Mi querida Angelita: En este momento me intiman a que dentro de una hora debo morir; ignoro por qué; mas la providencia divina así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí. De los cien mil pesos de fondos públicos que me adeuda el Estado, sólo recibirás las dos terceras partes; el resto lo dejarás al Estado. Mi vida, educa a esas amables criaturas, sé feliz, ya que no has podido ser en compañía del desgraciado" (5).
Y a sus hijas: "Querida Angelita: Te acompaño esta sortija para memoria de tu desgraciado padre. Querida Isabel: te devuelvo los tiradores que hiciste a tu infortunado padre".
El 13 de diciembre, Lavalle fusiló a Dorrego y así lo anunció en un bando destinado a pasar a la historia: "Participo al gobierno delegado que el coronel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componen esta división. La historia juzgará imparcialmente si el coronel Dorrego ha debido morir o no morir, y si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público". (6)
En un anuncio de los tiempos por venir, Salvador María del Carril (7) le aconsejaba a Lavalle falsificar un documento que hiciera las veces de acta judicial: "Es conveniente que recoja usted un 'acta' del consejo verbal que debe haber precedido a la fusilación. Un instrumento de esta clase será un documento histórico muy importante pa ra su vida póstuma. Que lo firmen todos los jefes y que aparezca usted confirmándolo. Si es necesario mentir a la posteridad, se miente y se engaña a los vivos y a los muertos" (8).
Pero Lavalle, un poco más digno que Del Carril le contestó: "No soy tan despegado de la gloria, que si la muerte del coronel Dorrego es un título a la gratitud de mis conciudadanos, quisiera despojarme de él; ni tan cobarde, que si ella importase un baldón para mí no pretenda hacer compartir la responsabilidad de ese acto con personas que no han tenido parte alguna en mi resolución".
A Angela Baudrix, la viuda de Dorrego, el Estado nunca le pagó el dinero del que le hablaba su marido. Cosió e hizo tareas de doméstica para sobrevivir junto a sus dos hijas. Recién en 1845 el Restaurador le concederá una modesta pensión de la que vivirá hasta su muerte.
Sus primeras medidas de gobierno fueron contundentes: suspender el pago de la deuda externa que se llevaba casi un tercio del presupuesto, ordenar las finanzas públicas, combatir a rajatabla la corrupción y fijar precios máximos para los artículos de consumo popular.
Era demasiado para aquella clase terrateniente conservadora acostumbrada a engordar sus cuentas bancarias junto con sus vacas. A mediados de 1828, la prolongación de la guerra con el Brasil afectaba las exportaciones y el poder económico le negó al gobernador a través de la Legislatura los recursos necesarios para continuar la guerra. Dorrego tuvo que firmar la paz con el Brasil, aceptando la mediación inglesa que impuso la independencia de la Banda Oriental. Así nacía la República Oriental del Uruguay en agosto de 1828.
La derrota diplomática de la guerra con el Brasil y el descontento de las tropas que regresaban desmoralizadas fueron utilizados como excusa por los unitarios para conspirar contra aquel gobernador federal y popular. Dice Guillermo Furlong que "Julián Segundo de Agüero, el íntimo y el más grande admirador de Rivadavia y su ex ministro predilecto, reunió en una casa de la calle Parque, hoy Lavalle, el 30 de noviembre de 1828, a los que, al siguiente día, habrían de sublevarse contra el gobernador legal de Buenos Aires" (2).
Al amanecer del 1ø de diciembre, las tropas de Lavalle, que estaban acantonadas desde la noche anterior en la Recoleta, fueron ingresando al centro de la ciudad por las actuales Florida, San Martín y Reconquista, hasta ocupar la Plaza de Mayo. Dorrego pronto comprendió que sus pocos efectivos no le respondían y decidió marchar en busca de auxilios.
Lavalle fue electo gobernador de facto en una fraudulenta ceremonia. Como lo harían en el futuro sus discípulos golpistas, prestó juramento ante el escribano mayor de Gobierno y nombró su gabinete compuesto por militares y civiles "respetables".
Mientras toda la farsa se cumplimentaba, Dorrego llegaba a Cañuelas y se disponía a resistir. Se le unieron las fuerzas del general Nicolás Vedia, comandante de las costas del Salado y muchos gauchos "vagos y malentretenidos" que fueron a engrosar sus filas, haciendo caso omiso a las citaciones de los jefes unitarios.
La ayuda de Rosas no llegó a tiempo y Dorrego fue capturado. Algunos unitarios rivadavianos se dirigieron a Lavalle opinando sobre qué debía hacerse con el gobernador depuesto. "Prescindamos del corazón en este caso. La ley es que una revolución es un juego de azar, en la que se gana la vida de los vencidos cuando se cree necesario disponer de ella" (3).
Juan Cruz Varela fue otro "asesor" de Lavalle: "Este pueblo espera todo de usted y debe darle todo. Cartas como éstas se rompen" (4). Por suerte, Lavalle no rompió la carta y podemos leer con toda claridad la infamia y cobardía de aquellos hombres.
A Dorrego sólo le quedaban tiempo y ganas para escribir unas pocas cartas de despedida: "Señor gobernador de Santa Fe, don Estanislao López. Mi apreciable amigo: En este momento me intiman a morir dentro de una hora. Ignoro la causa de mi muerte; pero de todos modos perdono a mis perseguidores. Cese usted por mi parte todo preparativo, y que mi muerte no sea causa de derramamiento de sangre."
A su esposa le decía: "Mi querida Angelita: En este momento me intiman a que dentro de una hora debo morir; ignoro por qué; mas la providencia divina así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí. De los cien mil pesos de fondos públicos que me adeuda el Estado, sólo recibirás las dos terceras partes; el resto lo dejarás al Estado. Mi vida, educa a esas amables criaturas, sé feliz, ya que no has podido ser en compañía del desgraciado" (5).
Y a sus hijas: "Querida Angelita: Te acompaño esta sortija para memoria de tu desgraciado padre. Querida Isabel: te devuelvo los tiradores que hiciste a tu infortunado padre".
El 13 de diciembre, Lavalle fusiló a Dorrego y así lo anunció en un bando destinado a pasar a la historia: "Participo al gobierno delegado que el coronel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componen esta división. La historia juzgará imparcialmente si el coronel Dorrego ha debido morir o no morir, y si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público". (6)
En un anuncio de los tiempos por venir, Salvador María del Carril (7) le aconsejaba a Lavalle falsificar un documento que hiciera las veces de acta judicial: "Es conveniente que recoja usted un 'acta' del consejo verbal que debe haber precedido a la fusilación. Un instrumento de esta clase será un documento histórico muy importante pa ra su vida póstuma. Que lo firmen todos los jefes y que aparezca usted confirmándolo. Si es necesario mentir a la posteridad, se miente y se engaña a los vivos y a los muertos" (8).
Pero Lavalle, un poco más digno que Del Carril le contestó: "No soy tan despegado de la gloria, que si la muerte del coronel Dorrego es un título a la gratitud de mis conciudadanos, quisiera despojarme de él; ni tan cobarde, que si ella importase un baldón para mí no pretenda hacer compartir la responsabilidad de ese acto con personas que no han tenido parte alguna en mi resolución".
A Angela Baudrix, la viuda de Dorrego, el Estado nunca le pagó el dinero del que le hablaba su marido. Cosió e hizo tareas de doméstica para sobrevivir junto a sus dos hijas. Recién en 1845 el Restaurador le concederá una modesta pensión de la que vivirá hasta su muerte.