El Estado Islámico, hacia el ‘califato’ en Afganistán
Mientras en el escenario sirio-iraquí se apagan con dificultad los últimos focos de resistencia militar del Estado Islámico (EI), el 2018 nace con nuevos frentes en los que los yihadistas se emplean a fondo para imponer a cualquier precio su interpretación del islam. Aunque su guerra es universal y por lo tanto no hay lugar a salvo de un atentado inspirado por la doctrina impulsada por Abu Bakr al Bagdadi, tres son las regiones que a comienzos de este año acaparan el impulso bélico yihadista que busca compensar sus derrotas y recrear donde le sea más propicio su ideal de califato universal. Estas son: el norte de África, con especial énfasis en el Sahel y Libia como plataforma centrífuga desde la que los yihadistas amenazan a Europa y propagan el terror hacia Mali, Chad y Níger. Egipto, con el Sinaí como objetivo de hostigamiento también hacia Israel. Y Afganistán, donde su guerra ya es una constante con la pretensión de llevar al precario Estado afgano al descalabro total como senda para hacerse con el control del país y refundar su califato.
El año pasado fue extraordinariamente sangriento para la muy insegura República Islámica de Afganistán, tanto que, de no ser por la guerra en Siria e Irak, su penosa situación habría acaparado día tras día los informativos mundiales. La actividad de los yihadistas del Estado Islámico es creciente, y su enfrentamiento se dirige con idéntica ferocidad contra todos los que no comparten su dogma, incluidos los talibanes.
De hecho, el nuevo año comenzó con un ataque gubernamental contra las fuerzas del EI instaladas en la provincia de Nangarhar, al este del país, frontera con Pakistán. Shirin Aqha Faqiri, portavoz oficial en la zona, afirmó que 60 combatientes del EI murieron y otros 18 sufrieron heridas. Casi simultáneamente, otro portavoz militar informó de que 26 miembros del EI habían muerto y una veintena resultado heridos en una operación aérea llevada a cabo en dos aldeas del distrito de Darzab, provincia de Jawzjan, considerado el principal bastión yihadista en el norte de Afganistán. Según Jamshidi, en esa operación mataron a varios “comandantes importantes” del EI, entre ellos Qari Shujah, el número dos en el norte afgano. Estas ofensivas fueron una respuesta más a la larga lista de atentados, o sea de ataques yihadistas de gran magnitud, que sufre aquel país, donde el 2017 acabó con 15 muertos por la detonación del chaleco bomba que portaba un fanático cuando aún no se había apagado el eco del ataque suicida del 28 de diciembre en Kabul, que causó 41 muertos chiíes y más de 80 heridos. Nada más producirse la matanza, los talibanes se desvincularon del crimen cometido por su, hoy, peor enemigo: el Estado Islámico, que les tiene declarada la guerra por “traicionar al islam”, razón por la que ha ordenado “asesinarlos allí donde los encuentren y confiscar sus propiedades”.
La crisis que está creando el EI trae malos presagios que no pueden disimular ni el Gobierno de Ashraf Gani Ahmadzai ni Resolute Support, la actual misión de la OTAN liderada por Estados Unidos de asistencia a las fuerzas de seguridad afganas. Hasta el Ministerio de Asuntos Exteriores español en sus “recomendaciones de viaje sin efecto vinculante alguno” subraya cómo se ha agudizado el deterioro de la seguridad en los últimos meses “en todo el país, incluido Kabul”, y no enmascara la progresiva actividad del Estado Islámico en aquel país, en el que el 13 de abril del 2017 Estados Unidos trató inútilmente de disuadir a los yihadistas lanzando sobre la provincia de Nangarhar “la madre de todas las bombas”, la mayor bomba no nuclear conocida.
Ron Aledo, analista de la CIA, asesor de la policía en Afganistán y actualmente colaborador del observatorio Security, Intelligence & Defense (Sefindef), confirma el quebranto de la situación. “Vamos a peor”, afirma, y añade que ahora el presidente Trump no busca la derrota de los talibanes sino presionarlos para que negocien la paz y combatan a los yihadistas. La tesis de Washington es que no es posible derrotar a los talibanes, que al fin y al cabo nunca fueron enemigos directos de Estados Unidos y limitaron su ambición a Afganistán, pues sostienen que fue Al Qaeda y no los talibanes los que globalizaron inicialmente la guerra yihadista. Por eso, explica Aledo, los talibanes están siendo atacados por el Gobierno afgano y por Resolute Support a la vez que por el Estado Islámico. Con tanta presión, se presume un pacto talibán con el Gobierno afgano que permita a las tropas internacionales lideradas por EE.UU. marcharse de Afganistán en un plazo de dos años. Eso, si el EI no se acaba imponiendo.
http://www.lavanguardia.com/interna...3632/estado-islamico-califato-afganistan.html