Sebastian
Colaborador
El hambre y las enfermedades dejan Homs en manos de Assad
daniel iriarte / corresponsal en estambul
Día 07/05/2014 - 16.11h
La oposición se muestra dividida ante la decisión de desalojar el conocido bastión rebelde
afp
Aspecto de una avenida de Homs en el verano de 2012
La retirada de los rebeldes de las zonas que controlan en la Ciudad Vieja de Homs, pactada la semana pasada, no termina de producirse. Pero tarde o temprano lo hará, y cuando lo haga, Bashar al Assad podrá decir, ya sin asomo de duda, que su régimen está ganando la guerra en Siria.
La decisión de retirarse de Homs ha causado división en el seno de la oposición, muchos de cuyos miembros eran partidarios de continuar resistiendo. Pero el hambre y las enfermedades, junto a las cada vez menores posibilidades de conseguir suministros y alimentos, han inclinado la balanza a favor del pacto.
«Tenemos que ponernos en el lugar de las personas que han vivido el asedio y han visto a sus niños morir de hambre, que han visto morir a sus hermanos de heridas infectadas provocadas por los bombardeos», declaró ayer Suhaib Ali, un portavoz insurgente. «No tenemos muchas opciones, dada la negligencia de la oposición política y la comunidad internacional. ¿Qué harían ustedes en nuestro lugar?», se lamentó.
Ciertamente, desde que el régimen recuperó el control hace ya casi un año de la estratégica ciudad fronteriza de Qusayr, los avances de las tropas leales a Assad se han ido sucediendo a un ritmo lento pero firme. La reconquista de Yabroud, en marzo, y de la ciudad cristiana de Maalula, hace un par de semanas, han supuesto un duro golpe para las líneas de abastecimiento rebeldes desde el vecino Líbano, que ha acabado por decidir el destino de Homs.
Apoyo de Hizbolá
En la batalla de Qusayr jugaron un papel fundamental los combatientes de la milicia chií libanesa de Hizbolá, vieja aliada de Assad, que cuenta con varios miles de combatientes en suelo sirio (hasta 5.000, asegura la oposición siria), y cuya presencia se ha incrementado progresivamente durante el último año.
«La victoria de Qusayr marcó un importante punto de inflexión en el conflicto sirio. En primer lugar, supuso un gran revés militar y psicológico para las fuerzas rebeldes. Pero también inició una nueva fase de implicación abierta y sustancial de Hizbolá en Siria», afirma Marisa Sullivan, analista militar del Instituto para el Estudio de la Guerra de Washington. «El régimen prosiguió su victoria en Qusayr con intentos de recuperar territorio en Homs, Alepo y Damasco. En cada uno de estos lugares, Hizbolá actuó en apoyo del régimen», explica.
Una implicación que ha dado sus frutos: el mes pasado, el jeque Hassan Nasrallah, líder de Hizbolá, llegó a cantar la victoria parcial de su bando. «En mi opinión, la fase de derrocamiento del régimen o el estado se acabó. Creo que hemos pasado el peligro de división», aseguró. «Desde mi punto de vista, la presión sobre el régimen durante la próxima fase será menor que durante los tres últimos años, en términos políticos, mediáticos y sobre el terreno», comentó.
A la debilidad rebelde, además, contribuyen las divisiones internas entre las diferentes facciones opositoras: mientras la mayoría de las milicias insurgentes de corte islamista se han agrupado dentro del llamado Frente Islámico, ni los combatientes kurdos, ni algunos batallones seculares se han sumado a la iniciativa. Tampoco lo ha hecho el Ejército Islámico de Irak y el Levante (o ISIL, como se lo conoce internacionalmente), nacido de la antigua Al Qaida en Irak, y que controla varias zonas en el norte del país, incluyendo la capital regional de Raqqa.
Sin embargo, la propia Al Qaida ha desautorizado al ISIL, y ha confirmado que el único representante legítimo en Siria de la organización fundada por Osama Bin Laden es otro grupo, el Frente Al Nusra, que sí se ha integrado en el Frente Islámico. El perfil yihadista compartido por estos dos grupos no ha impedido que se enzarcen en sangrientos enfrentamientos, especialmente en las zonas de Idlib y Deir Az Zor, donde los combates entre ambos han provocado cerca de 60.000 desplazados en la última semana.
Se sigue luchando en el extrarradio de Damasco y, sobre todo, en Aleppo, donde el ejército gubernamental ha conseguido establecer una firme cabeza de puente en el sur de la ciudad. El 21 de marzo, además, los insurgentes lanzaron una importante ofensiva en la provincia septentrional de Latakia, en la que consiguieron varias victorias iniciales, así como el control del único paso fronterizo con Turquía que quedaba en manos del régimen. Este, sin embargo, contraatacó con intensos bombardeos de artillería y aviación, frenando los avances rebeldes.
Tampoco parece que las Conversaciones de Ginebra vayan a dar ningún fruto, como no los han dado las dos primeras rondas, celebradas en enero y febrero. La oposición política, hasta ahora, no ha aceptado ninguna solución que no implique la salida del poder de Bashar al Assad. Pero este es consciente de que cuenta con el apoyo incondicional de Rusia, Irán y sus aliados chiíes libaneses, mucho más comprometidos que los «padrinos» occidentales y árabes de los insurgentes.
Pero sobre todo, Assad acaricia la victoria militar como una posibilidad real, por lo que no tiene ninguna prisa por marcharse. Tanto, que el próximo 3 de junio volverá a presentarse como candidato a la presidencia de Siria. Y visto el historial político del país, a nadie le cabe ninguna duda de que saldrá reelegido para un tercer mandato.
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