Estado Islámico vs Al Qaeda, la pugna por el monopolio del terror
Los frentes de la guerra siria son múltiples e intrincados. Ayer, un extraordinario ataque sacudía la reunión de la cúpula de Ahrar al Sham, principal grupo armado de la coalición islamista Frente Islámico, con milicias aliadas en Ram Hamdan, en Siria. Entre 30 y 45 personas, la mayoría altos cargos, morían en un atentado que se atribuye al Estado Islámico (ISIS, en inglés), la facción extremista que hace palidecer a Al Qaeda. Entre las víctimas figura Hassan Aboud, máximo líder de Ahrar y del Frente Islámico y un activo opositor a ISIS. Semanas atrás, Aboud recalcaba en una entrevista que el Estado Islámico “representa la peor imagen del Islam”. Ayer, adeptos al ISIS se felicitaban en las redes sociales con un peculiar hashtag: “Muerte al perro de la apostasía Hassan Aboud”.
El atentado decapita la cúpula de Ahrar al Sham, uno de losgrupos más poderosos de la oposición, en guerra contra el ISIS desde hace casi un año, y principal aliado de Jobhat al Nusra, sucursal de Al Qaeda en Siria. Su recién fallecido líder era una de las voces más categóricas contra el único grupo que ha conseguido situarse a la derecha de Bin Laden. Pero las palabras de Aboud eran suaves comparadas con las que han dedicado a la nueva organización terrorista más temida del mundo y a su califato –la instauración de un estado islámico- otros simpatizantes, ideólogos o líderes de Al Qaeda, por no hablar de islamistas moderados.
Atiyatulla al Libi, ideólogo de Al Qaeda en Libia, ha afirmado que “el asesinato indiscriminado de musulmanes inocentes” legitimado por el Estado Islámico “no representa al yihadismo”. Abu Mohamed al Maqdesi, considerado por algunos think tank estadounidenses como el “teórico yihadista vivo más influyente del mundo” y quien fuera mentor de Abu Musab al Zarqawi –primer líder de la organización que alumbró al actual Estado Islámico- califica al líder de ISIS, el proclamado califa Abu Baqr al Baghdadi, de “desviado”. “¿Qué es su califato, un santuario para los vulnerables y un refugio para todos los musulmanes o una espada que pende sobre los musulmanes que no están de acuerdo con él?”, ha asegurado.
El clérigo islamista de origen palestino Abu Qatada, poco sospechoso de ser precisamente un moderado –considerado la ‘mano derecha de Bin Laden en Europa’, actualmente está procesado en Amán por delitos de terrorismo- tacha al nuevo califato de “vacío y sin sentido” y considera que ISIS “no tiene la autoridad para gobernar a los musulmanes, por lo cual su declaración sólo afecta a sí mismos. Sus amenazas de asesinar a quienes les confrontan y la violencia que emplea contra los opositores constituye un gran pecado”.
Las críticas y el rechazo al califato islámico con ínfulas mesiánicas proclamado por Abu Baqr al Baghdadi han sido legión entre líderes salafistas –versión más radical del Islam- desde que, el pasado junio, el líder del Estado Islámico saliera de las sombras para proclamarse líder de los musulmanes en la mezquita de Mosul, en una ceremonia cargada de simbolismo. Baghdadi no sólo presentaba su califato, cuya última intención es extenderse a todo el mundo, sino que también desafiaba al liderazgo de Al Qaeda como organización terrorista más temida. Abu Mariya al-Qahtani, alto cargo de Jobhat al Nusra, exigía a Al Qaeda “arrepentirse y pedir perdón a Ala” por haber permitido que el Estado Islámico creciera hasta convertirse en el monstruo que es ahora.
La nueva pugna por el monopolio del terror que enfrenta al Estado Islámico y a Al Qaeda –el primero, hijo díscolo del segundo- se percibe en gestos tan grandilocuentes como la propia declaración del califato, donde se exigía a los musulmanes de todo el mundo a rendir lealtad al mismo. O la respuesta del líder de Al Qaeda, Aymann al Zawahiri, cuando hace pocos días declaraba un nuevo frente abierto en Asia con la creación de Al Qaeda en el Subcontinente Indio, una estrategia para ganar influencia y crédito entre los radicales que se ven atraídos de forma creciente por el exitoso movimiento de Baghdadi, el único que ha implantado un Estado al margen de las fronteras establecidas.
Muchos musulmanes se ven amenazados por la violencia empleada por el Estado Islámico, un movimiento takfiri que considera legítimo atacar a otros musulmanes siempre que no comulguen con su particular visión del Islam. Y eso implica a una enorme amalgama de facciones islamistas, desde los Hermanos Musulmanes o Hizb al Tahrir hasta las sucursales de Al Qaeda como Jobhat al Nusra.
El Estado Islámico no es una invención reciente. Es un viejo conocido ampliado y mejorado con un nuevo rostro, un frankestein creado durante la invasión angloamericana de Irak por los más radicales y también por poderes regionales interesados en la guerra sectaria y en la desestabilización como el régimen sirio de Bashar al Assad. Creado por el fallecido Abu Musab al Zarqawi bajo el nombre de Al Qaeda en Irak, combatió con otras facciones suníes contra la ocupación militar hasta modificar el rumbo de sus objetivos hacia la guerra sectaria contra la población shiíta de Irak.
Su inusitada violencia –el uso de coches bomba masivos contra núcleos de población civil era su principal táctica de terror- le llevó a imponerse entre los grupos suníes, y terminó mudando de nombre al Estado Islámico de Irak. Tras imponerse en diferentes provincias suníes de Irak, donde estableció una dictadura de terror justificada con una reinterpretación a medida del Islam, sus crímenes suscitaron la oposición de otros grupos suníes que, para satisfacción de Washington, terminarían combatiéndoles en el llamado Sahwat o Despertar.
El poder del Estado Islámico, tras años de terror, quedó en 2009 considerablemente mermado pero nunca desapareció. La muerte de varios de sus responsables facilitó el ascenso de Ibrahim Awwad Ibrahim Ali al-Badri al-Samarrai, más conocido como Abu Baqr al Bagdadi, en el año 2010, en sustitución de Abu Omar al Bagdadi. Expreso en Camp Bucca, una de las infames prisiones norteamericanas en Irak –de la cual fue excarcelado tras pocos meses- este religioso –según algunas informaciones, funcionario baazista durante la dictadura de Sadam Husein- inauguró su mandato con nuevas oleadas de ataques en todo el territorio iraquí que, tras un brevísimo periodo de mejoría en la Seguridad, devolvió a la antigua Mesopotamia a los tiempos más oscuros.
Pero no fue hasta el 2011 cuando Bagdadi vio la oportunidad de expandir sus redes fuera de la frontera iraquí. La revolución siria –en principio democrática y laica si bien protagonizada por la mayoría suní, discriminada por el régimen chií alauí de Bashar Al Assad- tenía el componente sectario que Bagdadi esperaba. No entró en la guerra directamente, sino exportando financiación y combatientes bajo un liderazgo sirio –Abu Mohamed al Golani- y con una denominación diferente: Jobhat al Nusra, o el Frente Nusra, la primera organización en emplear suicidas en la revolución iraquí, que irrumpió a principios de 2012 con la complacencia de una población frustrada por los crímenes de la dictadura contra los manifestantes y por el silencio occidental.
Sería la primera de tantas organizaciones radicales islamistas que hoy se han apoderado de la revolución siria, y también la primera en enfrentarse directamente con su creador. Cuando en abril de 2013 Bagdadi quiso retomar las riendas de la organización, incorporándola a la nueva denominación del Estado Islámico de Irak y Levante (territorio que en la imaginería islamista incluye Jordania, Líbano, Palestina, Israel, Chipre y parte del sur de Turquía) el Frente Nusra se negó.
La discordia entre ambas organizaciones hizo interceder al propio Zawahiri, que respaldó a Jobhat al Nusra y pidió que ambas organizaciones lucharan mano a mano. La respuesta del Estado Islámico fue ningunear al mismísimo sucesor de Bin Laden –“carece de legitimidad y metodología”, escribió Bagdadi- y combatir a Nusra y a sus aliados, como Ahrar al Sham, con atentados suicidas como el que se cobró la vida del destacado miembro de Al Qaeda Abu Khaled al Suri, miembro de la cúpula de Ahrar y considerado el “correo” de Bin Laden en Europa.
“Bashar Al Assad debe estar saltando de contento como las palomitas de maíz”, rezaba un tweet este martes cuando saltaba la noticia del asesinato de Hassan Aboud, compañero de filas de Abu Khaled al Suri. La explicación es sencilla. Fue el régimen quien liberó a Hassan Aboud de prisión en 2011, cuando una sospechosa amnistía afectó a los actuales líderes islamistas de las principales facciones en liza, como confirman numerosos presos que compartieron cárcel con ellos. Cuentan que las torturas y las infames condiciones de vida en prisión radicalizaron a los más moderados y revistieron de legitimidad a los más extremistas, quienes terminarían siendo liberados. Entre los amnistiados figuraban Zahran Aloush, comandante de Jaish al Islam, Abdul Rahman Suweis, de la salafista Liwaa al Haq, el propio Aboud o Ahmad Issa al Sheikh, responsable de Suqur al Sham, y la lista podría incluir los nombres de Abu Mohamed al Golani y Mohamed Haydar Zammar (acusado por el atentado del 9/11). Lo más granado de la oposición radical siria fue excarcelado por Al Assad.
“Allí, en esa prisión, es de donde salen todos los actuales líderes islamistas y donde se creó parte del ISIS”, explicaba un exreo que acompañó a los ideólogos salafistas en aquellas celdas, desde su exilio turco. La convicción entre los sirios es que fue una estrategia del régimen para radicalizar un movimiento inicialmente pacífico y disponer así de la excusa ‘terrorista’ para justificar sus métodos de represión. Es posible. No hay que olvidar que fue el régimen de Bashar Al Assad quien alimentó las filas de la insurgencia suní en la década del 2000 contra estadounidenses y británicos en Irak, facilitando el tránsito de combatientes desde sus fronteras e incluso permitiendo que se refugiasen en su territorio cuando huían perseguidos por los invasores y sus aliados iraquíes.
También fue el Gobierno de Damasco quien liberó de sus cárceles a Sheikh al Absi, líder de Fatah al Islam, quien terminó declarando un emirato en un campo de refugiados palestino en Líbano, en 2007, en un desafío armado que costó centenares de vidas. El objetivo de las maniobras de Al Assad sería terminar siendo percibido como un moderado entre un mar de radicalismo y volver a ser aceptado por la comunidad internacional, en un momento en que Siria era parte del famoso ‘eje del mal’.
La radicalización religiosa y el odio sectario desatado tras la invasión de Irak y promovido desde Damasco fue el cóctel explosivo que explica el ascenso del Estado Islámico, pero su consolidación no se entiende sin el beneplácito –por omisión, más que por acción- del régimen sirio. Raqqa, la provincia declarada capital del califato y la primera donde se hicieron fuertes, no fue atacada por la aviación de Al Assad hasta que la decapitación de dos periodistas estadounidenses despertó la indignación de Occidente, pese a que las posiciones, bases y cuarteles del ISIS son ampliamente conocidos. Los crímenes cometidos por los radicales contra la población siria desde su irrupción en el país habían pasado –y siguen pasando- desapercibidos.
El Estado Islámico creció sin encontrar más oposición que la de otros grupos radicales, que finalmente se levantaron contra Bagdadi a principios de 2014. Tras una dura pugna, ISIS conservó Raqqa y también los campos petrolíferos con los que subvenciona el terror. Y sobre todo, conservó las aspiraciones transfronterizas. Y el caldo de cultivo perfecto existía en Irak desde 2011, cuando una revolución suní de carácter sectario, se instaló en las provincias suníes en exigencia del final de la discriminación contra esta secta y de la liberación de decenas de miles de presos políticos. Animado por la estrategia de su colega sirio, el entonces primer ministro iraquí, el shiíta Nuri al Maliki, terminó bombardeando las provincias insurrectas, lo que revalidó al Estado Islámico y le devolvió las simpatías de la población. La desesperación y el silencio internacional permitió que muchas tribus suníes se aliasen de nuevo con el Estado Islámico, que apenas años atrás había cometido atrocidades contra esa misma ciudadanía, facilitando la reciente conquista, a manos de los extremistas, de parte de Irak, y la declaración del califato que hoy trae de cabeza al mundo.
Ni el régimen sirio ni Occidente parecieron muy preocupados por el hecho de que ISIS derribase las fronteras establecidas –el fin de Sykes Picot, lo llamaban los milicianos de ISIS, en referencia al acuerdo anglo-francés que redibujó el mapa de Oriente Próximo en 1916- el mismo día que demolieron el paso fronterizo entre la provincia iraquí de Nínive y la siria de Hasaka, ampliando su guerra a Irak y creando de facto un nuevo país –un califato- que funde partes de dos naciones. Pese a los bombardeos iniciales en Irak, Washington no comenzó a diseñar una estrategia firme y global hasta que dos de sus ciudadanos fueron ejecutados.
Hoy en día, el Estado Islámico ha conseguido hacerse con el 40% del territorio sirio y con el 80% del petróleo sirio, la principal fuente de financiación de un estado funcional que incluye enseñanza y sistema sanitario. Explota todos los campos petrolíferos del este de Siria (sólo el oleoducto de Omar tiene capacidad para producir 75,000 barriles al día) y vende el producto al régimen sirio, a Irak y a Turquía mediante intermediarios. Cobra impuestos, gestiona industrias e incluso presas y ha tomado el control de innumerables bancos con el efectivo que eso implica: en general, puede decirse que logra autofinanciarse sin recurrir a los donantes del Golfo que en el pasado eran clave para sus arcas.
Sus arsenales se han visto nutridos por los botines de guerra en Siria e Irak, hasta el punto de disponer de artillería pesada e incluso de aviones, según se devela de las fotografías de las bases aéreas capturadas. Y el número de yihadistas atraídos desde todo el mundo por la impunidad y califato crece exponencialmente, engrosando las filas de un movimiento que cuenta con 20,000 milicianos pero podría disponer de 80,000 combatientes entre Irak y Siria, según los cálculos más alarmistas, si suma a sus aliados. Se cree que ocho millones de personas viven bajo su régimen de terror. De ahí que Al Qaeda palidezca frente a su criatura. Entre los extremistas y los psicópatas de todo el mundo –en el movimiento de Bagdadi, se cuentan a partes iguales- ya no está de moda el grupo de Bin Laden. Ahora, la tendencia en boga es luchar por el califato de Bagdadi.
http://noticias.univision.com/artic...al-qaeda-la-pugna-por-el-monopolio-del-terror