La última batalla
Con Felipe Varela ocurre lo mismo que con casi todos los personajes de nuestra historia: se lo adjetiva según el cristal con que se lo mire. De origen unitario, después de la caída de Rosas combatió junto al Chacho. Para unos encarnaba el ideal bolivariano y sólo quería la paz con el Paraguay; para otros era una bestia sanguinaria y corrupta. Pero así como la canción dice que "Felipe Varela matando llega y se va", el propio Sarmiento -tan vehemente a la hora de denostar a sus enemigos, sobre todo si eran federales- alguna vez dijo de él que, cuando ocupaba una ciudad, no la saqueaba ni fusilaba a los vencidos, como solía hacerse.
Lo cierto es que en más de una ocasión tuvo actitudes como la de la víspera del combate de Pozo de Vargas, cuando le pidió a Manuel Taboada que combatieran en las afueras de La Rioja "a fin de evitar que esa sociedad infeliz sea víctima de los horrores consiguientes a la guerra y el teatro de excesos que ni yo ni Vuestra Señoría podremos evitar". Cabe agregar que tuvo la presencia de ánimo para mandar ese mensaje, aun sabiendo que su gente estaba exhausta.
Venía del destierro en Copiapó, Chile. Debía levantar todo el Noroeste, particularmente Catamarca y Salta, para lo que contaba con cuatro mil seguidores y dos cañoncitos. En eso estaba -había llegado al límite entre Catamarca y La Rioja- cuando cometió un error fatal: enterado de que los riojanos estaban desgobernados (y de que los Taboada iban hacia allí), decidió cambiar de rumbo y forzar la marcha por el desierto para apoderarse de la ciudad.
Cuando llegaron a las afueras de la ciudad, el calor y la sed los habían diezmado. Para entonces no tenía salida: la tropa no podía recuperarse, pues ya divisaban las tropas de los Taboada, y retroceder en esas condiciones significaba mandar al matadero a sus hombres.
Se encontraron, como Varela había indicado, a dos kilómetros del centro de La Rioja, en una hondonada de donde se había extraído tierra para fabricar ladrillos. Allí, en el Pozo de Vargas, se habían parapetado los hombres de Taboada.
El combate comenzó con una carga exitosa de los federales y el desbande de las fuerzas nacionales. Sin embargo, éstos pudieron rehacer sus filas y dieron vuelta la tortilla. Cuenta la leyenda que el motivo del cambio fue una zamacueca, el ritmo antecesor de la zamba: la música infundió tanto vigor en santiagueños y tucumanos que se pusieron a pelear como fieras.
Mito o verdad, los Taboada se hicieron dueños de la situación, a pesar de que el segundo de Varela -Estanislao Medina- logró penetrar dos veces en las filas enemigas y de que un tal Elizondo se apropió de la caballada y el parque de armas de los nacionales.
Pero cuando Elizondo consiguió el botín, se mandó a mudar: estaba allí como mercenario y el resto le importaba tres pepinos. Los federales habían sido derrotados. Paradójicamente, la traición de Elizondo (sumada a una lluvia milagrosa) salvó a Varela, pues la falta de caballos impidió que lo persiguieran.
Aunque el caudillo federal sostuvo unas cuantas escaramuzas mientras escapaba hacia Bolivia, el de Pozo de Vargas fue el último gran combate de las guerras civiles argentinas. Varela murió de tuberculosis en Chile tres años después, a los cuarenta y nueve años.