Esta es la historia de un tal Ken Charney hijo de inmigrantes que se convirtio en un As en la segunda guerra mundial.
Ademas de la historia de Tito un piloto de lancaster de la RAF
Un as entre los ases.
Alas de Trueno refleja la historia de unos 600 voluntarios argentinos que lucharon en la RAF contra los nazis. Aquí, un extracto del capítulo dedicado a un condecorado aviador quilmeño que combatió junto al célebre as Pierre Closterman.
Ken Charney nació el 28 de febrero de 1920 en Quilmes; pocos días después la familia se trasladó a Bahía Blanca, permaneciendo allí hasta los 12 años. Su padre, Harry Charney, que se desempeñaba como gerente de la Anglo Mexican Petroleum Co., había sido voluntario argentino durante la Primera Guerra Mundial con el grado de teniente; debido a su gran valor le fue otorgada la Cruz militar. Terminada la contienda volvió a sus labores en la Argentina en su antiguo puesto de la industria del petróleo.
Con la llegada del pequeño Ken los problemas con él fueron en constante aumento. Muy travieso, de espíritu indomable y de una terquedad que no tenía límites, hasta el extremo de robarle el auto a su padre y terminar en la comisaría local por exceso de velocidad a sus 12 años.
Por la ocupación de su padre -que proveía combustible a la Aeroposta Argentina, empresa que había iniciado su línea aérea comercial hasta Comodoro Rivadavia desde el aeródromo de Villa Harding Green- Ken tuvo la gran oportunidad de conocer el fabuloso mundo de la primera línea aérea a la lejana Patagonia y, pese a su corta edad, alternar con los grandes pilotos franceses Jean Mermoz, Paul Vachet, Antoine de Saint Exupéry y también con los argentinos Domingo Irigoyen, Próspero Palazzo, Ricardo Gross y en especial con Rufino Luro Cambaceres. Estas experiencias impactaron profundamente en el espíritu del niño, quien ya no pensaría en otra cosa que en ser piloto. Por coincidencia, la familia Charney y Saint Exupéry vivían en el hotel Sudamericano y Ken tenía trato personal con Antoine y supo de la costumbre del piloto francés de hacer pequeños borradores que con el tiempo serían éxitos literarios como Vuelo nocturno.
Nadie podría imaginar que ambos irían al combate en la Segunda Guerra Mundial defendiendo la misma causa. (...)
Corrían los finales de los años treinta y Ken se sentía muy entusiasmado por la velocidad, conduciendo los automóviles de un modo peligroso. A la sazón, su padre era ya gerente general de la compañía Shell y vivían en Hurlingham. La guerra trajo a Ken, más que la defensa de un ideal, la oportunidad de probar al máximo su personal estilo de vida. Salió con el segundo contingente de voluntarios en el barco Highland Monarch teniendo 22 años.
Cuando se reclutó en la RAF bajo el número de rango 112709, sus condiciones de piloto se manifestaron de manera inmediata. Sus instructores vieron en él a un potencial piloto de caza y sus amigos, al jovial joven que flechaba corazones femeninos al primer encuentro debido a su vertiginosa vida. Sin embargo, su corazón estaba ocupado por una joven americana que vivía en la ciudad de Rosario de nombre Jean. Varios de sus aviones se llamaron de esta manera en homenaje a esta joven.
Ken fue entrenado en Gran Bretaña, ganando sus alas en abril de 1941. Con el grado de sargento piloto, operó por catorce meses como piloto de caza en el Escuadrón 91, tomando parte en sweeps y otro tipo de operaciones. Fue comisionado a finales de 1941, y en mayo del año siguiente salió para Malta, llevando consigo la recomendación del Air Vice Marshall comandante del Comando Sureste, sobre su potencial como líder de vuelo. (...)
* * * El 5 de febrero de 1943, Ken recibe una gran noticia: gana la DFC (Cruz de Vuelo Distinguido) debido a su valentía y pericia al conducir su escuadrón durante la batalla de Malta. Las noticias de esta distinción salen en los diarios de Buenos Aires. Sin embargo, la mentalidad de Ken ha cambiado, la reciente pérdida de pilotos de su escuadrón y compañeros de la Argentina hace mella en su espíritu y lo vuelve un joven más autómata y triste.
Ken recibe noticias de su próximo destino, en parte un descanso, pues será enviado al 53 OTU de cazas Spitfire, donde enseñará vuelo a nuevos pilotos. Aquellos lo recuerdan como un instructor exigente. (Pero) Ken se estaba cansando de esta monotonía de entrenar pilotos y quería volver al fragor de la batalla. Luego de pedidos insistentes y debido a su testarudez congénita, le dan un pase al Escuadrón Auxiliar 602 Ciudad de Glasgow. Antes de su llegada al escuadrón se comentaba de sus derribos en Malta, todos querían conocerlo. A su llegada encuentra el ambiente que necesita, los pilotos parecen una banda de forajidos, cosa que le cae muy bien a Ken y vuelve a ser una persona más alegre. En este escuadrón Ken conocerá a un nuevo gran amigo, Pierre Clostermann. (...)
Tal vez uno de los aspectos más desconocidos de los actos de arrojo de Ken Charney fue que al inicio de las operaciones en la bolsa de Falaise, volando a baja altura descubrió una extensa columna de vehículos del VII Ejército alemán. A las 14.07 hs. dio su famoso mensaje por radio escueto pero preciso: "¡Manden a toda la Fuerza Aérea!".
Minutos más tarde, los cielos de Vimoutiers-Orbec-Lisieux se poblaron de máquinas Mustang, Spitfire,Typhoon. La masacre había comenzado. Horas después llegó el reporte de la destrucción de 165 tanques y vehículos blindados.
Las tropas de tierra enviaron un cable diciendo: "Un millón de congratulaciones por el estupendo trabajo que están realizando". (...)
Ken dejó el Escuadrón 602 y fue destinado al Escuadrón 132. El escuadrón poseía aviones Spitfire MK IX. (...) Ken aumentó su score con el Escuadrón 132, el 13 de julio de 1944, cuando dañó a un Fw190 a 10 millas al sudoeste de Cabourg; en aquel épico combate contra un enjambre de cazas alemanes, logró dañar un Bf109 a 10 millas al sudoeste de Lisieux.
* * * El 132 se encuentra volando en el área de Lisieux. El tórrido sol de los cielos franceses brilla con todo su esplendor. Ken está muy atento al control de radar que le está indicando la presencia de "chicos malos" en la zona de Lisieux. La voz del argentino se escucha por el intercom: "Nueve amiguitos a las cuatro y por arriba".
Alguien gritó por la radio: "¡Vienen hacia nosotros!". Entonces, Ken los pudo ver mejor, eran sus viejos rivales los Fw190. Con un viraje amplio se dejaron caer intentando atacarlos por atrás. Ken ordenó separarse de a dos. Inmediatamente empujó con firmeza el mando de gases dando rienda suelta al motor, que se estremeció. Logró colocarse en la cola de un Fw190, se acercó rápidamente y desde unos 200 metros se preparó para disparar. El alemán trató de zafar dando un golpe de timón violento, pero Ken logró acomodarse nuevamente a la cola del germano y apretó el gatillo. El Fw190 estalló como una bomba de alto poder desapareciendo en medio de una enceguecedora explosión. Sólo restos incandescentes cayeron sobre la campiña francesa.
Aquel día se le reconoció aquel Fw190. Con esta victoria se cerraba su score de combate, llevando su cuenta final a 7 aviones derribados, 4 probables y 8 dañados.
* * * (Recordaría) Pierre Closterman:.
"Vino el armisticio, como una puerta que se cierra, ocho días incomprensibles, una mezcla indefinida de alegría y de lamentos.
"Aquella tarde la cantina parecía una extraordinaria velada fúnebre: los pilotos estaban desplomados sobre sus sillas, ni una conversación, ni un canto. Hacia las 11 de la noche, Bay conectó la radio. La BBC transmitía un reportaje desde las calles de Londres y de París, donde la multitud estrepitosa daba rienda suelta a su alegría. Todos los ojos se dieron vuelta hacia el aparato y en esos ojos había una especie de odio.
"Estaba tan claro y era tan nuevo para mí, que, sorprendido, interrogué a Ken con la mirada. Escuché entonces un golpe y una cascada de vidrios rotos: alguien había arrojado por el aire una botella hacia todo aquel ruido, hacia todas aquellas personas que venían a imponernos sin pudor las manifestaciones de su alivio y de su libertad.
"Uno a uno los pilotos se levantaron y en la cantina silenciosa no quedaron más que Ken, el barman indiferente y yo. Del aparato T.S.F. se filtraba un chillido lamentable. Levanté mi mirada otra vez hacia Ken. No hubo necesidad de palabra, nos comprendimos.
"Pasó media hora y entonces -lo juro- sentí que ellos estaban allí, todos alrededor nuestro en la oscuridad y el humo de los cigarrillos, como muchachos que han sido castigados injustamente y que están tristes. Estaban todos aquellos amigos nuestros que una hermosa mañana habían partido con sus Spitfire y Tempest y que no habían vuelto nunca. Bien, Pierre, ¡éste es el final! Ya no van a necesitarnos más. Fuimos a acostarnos, con Ken cerrando suavemente las puertas para no despertar al barman, que dormía en su taburete. Todo terminó."
Son autores de Alas de Trueno Carlos Meunier, Carlos A. García y Oscar Rimondi.
Homenaje en Gran Bretaña
Los historiadores Carlos Meunier y Oscar Romindi, junto con el dibujante Carlos A. García, han realizado un esfuerzo por rescatar para nuestras memorias la valiosa contribución que voluntarios de la Argentina hicieron a favor de la causa aliada, en particular en la Royal Air Force, así como la meritoria y decidida actuación del entonces embajador Miguel Angel Cárcano durante su gestión al frente de la representación argentina en la Segunda Guerra Mundial.
Desde que me hice cargo de esta Embajada, y a partir de la lectura de las memorias del embajador Cárcano La Fortaleza de Europa, pude percibir la dimensión del aporte y la gesta de aquellos argentinos en momentos tan críticos de la historia. Por ello, desde un primer momento, consideré importante hacer efectivo un recordatorio anual que contribuya a acercar y difundir entre la ciudadanía británica esta importante contribución argentina. La fecha en que preveo hacer el homenaje es la del próximo 6 de abril, fecha de la creación del Escuadrón Argentino-Británico en la localidad de Peterhead, Escocia, en 1942. Creo que la difusión de esta iniciativa resultaría beneficiosa para que los argentinos de hoy conozcan mejor la calidad e intensidad de la relación entre nuestro país y el Reino Unido en épocas de prueba y sufrimiento para las democracias occidentales.
Por Federico Mirré .
El autor es embajador de la Nación en Gran Bretaña.
Historia bastante peculiar digna de una pelicula ya por su historia y su persona.
Una pregunta este fue el primer As argentino?
Aca otra historia, un piloto que le mandaba besos desde la Argentina a hitler desde su lancaster
Son hombres y mujeres que se ofrecieron como voluntarios para combatir en la Segunda Guerra Mundial a favor de los aliados. La mayoría ya pasó los 80 y dice que volvería a hacer lo mismo porque “había que parar a Hitler ”. Historias de vida de los veteranos que se animaron a ir a la guerra por una cuestión de honor.
Una verdadera pena que Hitler se haya volado la tapa de los sesos sin saber del Adolfo, grandes cariños desde Argentina que Tito Withington le dedicó sobre una de las bombas que su Lancaster soltó mientras sobrevolaba Berchtesgaden, la casa de verano de Hitler, sobre el final de la Segunda Guerra Mundial. El tal Withington, cordobés descendiente de ingleses, integraba el escuadrón 625 con base en RAF Kelstern, Inglaterra. Planeó sobre la casa de Hitler y lanzó tiras metálicas –conocidas como windows– con las que se perturbaba a los radares alemanes hasta saturarlos, “y así lanzar nuestros confites”, ironiza Tito. En setiembre cumplirá 82 y aún le calzan bien los dos birretes que conserva de aquellos días de guerra en los que se iba de copas por los bares londinenses con Ronald Daintree, otro argentino, y de regreso al cuartel, ya madura la madrugada, saltaban el alambrado para no ser castigados.
Claudio Tito Withington todavía no había cumplido los 20 cuando se plantó con la idea que lo obsesionaba: “Yo tengo que ir allá a pelear para los ingleses”, dijo en su casa antes de subirse a un barco carguero que zarpó de Buenos Aires rebosante de carne y cereales para saciar a la Gran Bretaña en guerra.
Como él, unos 3.000 argentinos no quisieron quedarse afuera de la historia y se ofrecieron como voluntarios en el bando de los aliados de la Segunda Guerra Mundial.Entre ellos había 800 pilotos de los cuales aún viven unos 30 dentro y fuera del país. En abril, la embajada argentina en Londres homenajeó a doce de estos abuelos con vuelo propio que se pagaron el pasaje para asistir a la ceremonia que se hizo en la iglesia de St.Clement Danes, la iglesia de la RAF (Royal Air Force) de Londres. Sólo faltó alguien del Foreign Office británico que no se dio por enterado de la invitación.
Queda apenas un puñado entre los que después de la guerra decidieron aterrizar en la casa matriz. Guardaron silencio durante más de 60 años. “Había 42, inmigrantes y descendientes de ingleses financiaron la creación del escuadrón anglo-argentino 164. Su lema: Firmes volamos. Tito Withington, por su parte, llegaría a Inglaterra un año después.
En el barco había hecho buenas migas con Harold Hyland, otro argentino afiliado a la odisea de cruzar el océano para frenar a Hitler. Harold, a quien le tocó llorar a Peter, el hermano que no volvió de la guerra, terminó sumando a Tito a la familia: cuando volvieron, su hermana Sheila se convirtió en la señora de Withington. “Ella siempre tenía tristeza de la guerra", dice Tito, que enviudó hace unos años.
Desde el sillón del living de la casa de su hija Cecilia, con quien vive en Florida, provincia de Buenos Aires, este caballero aún ducho en la confección del piropo no da más detalle. Pero así como se les sumó sin chistar en el 43, en el 82 fue del bando de el que no salta es un inglés. “En la Guerra de Malvinas se subió a un avión. Peleó con y en ontra de Inglaterra –confiesa su hija–. Volaba un Learjet del por entonces Banco de Italia y el avión fue confiscado. Podía haber argumentado algo para no ir, pero donde iba el avión iba mi papá. Imaginate, si se fue a la guerra a los 18, a los 60 y pico no iba a ser menos. Le dieron un uniforme y no lo vimos por una semana. Mi mamá estaba como loca. No sabíamos nada de él.” “Bueno,pero no es para tanto. Ahí no llevaba bombas, llevaba gente”, minimiza Tito.
No perderás la calma
En febrero de 1943, Ronald Scott se embarcó tranquilo rumbo a Liverpool junto a otros 399 voluntarios. “En la Comisión de la Sociedad Británica Argentina me habían dicho que si me pasaba algo en la guerra, ellos iban a cuidar de mi madre ”, recuerda Scott, un hombre de 87 años y una memoria puntual, incapaz de jugarle una mala pasada. Su padre, un inmigrante escocés que no pudo ejercer como médico porque nunca le reconocieron el título, había muerto cuando él tenía 8 años.
“Lamentaba no haber ido antes a la guerra. Llegué a Liverpool una noche de luna sin nubes. Las iglesias que veía a mi paso habían sido bombardeadas”, dice Scott, té de por medio, en la confitería del CASI (Club Atlético San Isidro), escenario de sus éxitos en rugby, críquet y fútbol. “Para mí, Hitler era un hache de pé. Había que pararlo, y más valía pararlo allá porque acá, Perón era pro alemán –agrega–. Yo era un idealista romántico y quería aportar mi granito de arena.”
El, que aquí había logrado gambetear al servicio militar por número bajo, se hizo piloto en Inglaterra. “Entre el observatorio de Greenwich y el río Támesis estaba el cuartel principal de la Marina. Ahí estuve tres meses controlando misiles B1 –dice Scott–. Yo tenía a mi cargo un sector de Londres que debía proteger de los B1 que venían de la costa francesa y belga.”
Su madre, que sabía de sus ganas de convertirse algún día en arquitecto y lo había entendido como nadie –“ella, como inglesa, sentía mi deseo de ir a la guerra”– murió antes de que Ronald Scott volviera a casa. Antes de que se convirtiera en piloto de Austral y salvara a más de 40 pasajeros después de que se le incendiara el avión, aquel día de 1953.
“Estuve tres años y medio en la guerra, tuve un aterrizaje forzoso en el mar y esas experiencias hacen que uno no pierda la calma”, sintetiza Scott.
Tampoco la perdió Bernardo Noel De Larminat, el argentino más condecorado del grupo que, a pesar de los honores recibidos, prefiere no hablar del pasado. Aunque no salga de su boca, son sus ex compañeros de fuego cruzado los que comentan que el arisco De Larminat participó en 341 misiones de combate en cazas Hurricanes y Spitfires con los escuadrones 417 City of Windsor, de Canadá, y los franceses 340 Ille de France y 341 Alsacia. Sólo quienes lo han agarrado en un buen día, allá en sus pagos de Bahía Blanca, saben que lo derribaron el 1º de abril del 45 mientras lideraba un ataque a los alemanes en Holanda. Aterrizó el Spitfire de panza en un campo y le llevó un día eludir al enemigo y volver a su escuadrón.
En el nombre del padre
A comienzos de los años 40, el irlandés Bernabé Lanktree, un comandante del Ejército durante la Primera Guerra Mundial, solía repetir a sus hijos: “Hay que cortarle los mostacholes a Hitler.” Y Sheila, la niña que se había encaprichado en nacer en Rosario un 4 de noviembre, el de 1925, esperó a cumplir los 18 para llevar a cabo el mandato paterno.
“Fui al consulado inglés y dije: ‘Ya estoy lista para ir’”, recuerda hoy esta mujer que aún conserva el estado civil original.
“Era la única voluntaria, fui la mimada del barco”, agrega Sheila. Al llegar a Londres, la entrenaron en el código Morse y le enseñaron a realizar el mantenimiento de las radios de los aviones. “Fui radio operadora de los Pathfinder, los que iban delante de los bombarderos –aclara ella–. Había un piloto que siempre me llevaba a volar y una vez, mientras estaba controlando la radio, me cerraron la puerta para darme un susto.”
Entre 1943 y 1947, Sheila vivió en Norfolk, al norte de Londres, en una casilla de cinc, junto a otras doce chicas. “Hacía 20 minutos de bicicleta de ida y 20 de vuelta a la base. Nos divertíamos en el South American Club de Londres y, por las tardes, cuidaba chicos. Nunca tuve miedo. Tampoco me angustiaba. Eso es muy argentino”, dice como si ella no lo fuera.
La guerra terminó y Sheila supo que no se iba a sentir en ningún lado tan bien como dentro de un avión. “Me llamó mi hermano y me dijo: ‘Volvé a la Argentina que te conseguí trabajo como secretaria de la directora del colegio donde fuiste’. ‘Minga ’, le dije”, cuenta. En 1948 se convirtió en auxiliar de a bordo y lo fue durante 33 años. “El amor por los aviones que nació de las entrañas de la guerra me duró toda la vida”, dice ella, que aún conserva el vicio de subirse al Tienda León con destino final Ezeiza. “Hay un comandante que me trae la revista Hola que salió el día anterior en España. Acá las consigo pero son mucho más caras y llegan una semana más tarde”, explica.
Sheila se acuerda de aquella bella piloto argentina que se encargaba de transportar aviones desde la fábrica hasta las bases: Maureen Dunlop. “Sorprendía a todos cuando llegaba porque nadie se esperaba que fuera una mujer, pero ella se sacaba la gorra y le caía la melena por debajo de los hombros”, dice Sheila.
Maureen tiene 85 años y vive en Norfolk, Inglaterra, donde cría caballos árabes. "He tenido mucha suerte –dirá por teléfono –. Yo ya volaba en el Aeroclub de Argentina y cuando cumplí los 20, fue bueno poder ayudar a los ingleses en la guerra.”
Sheila la recuerda sentada y ausente, como en otra sintonía, capturada por la lectura de algún libro: “Yo decía:‘¡Qué linda novela debe estar leyendo!’, pero, en realidad, eran libros de aviación. Ella leía sobre los pistones del avión y esas cosas.” Para Ronald Daintree, en cambio, conseguir un pasaje de ida a la Segunda Guerra Mundial fue la mejor aventura de juventud de su vida.“ A los 16 años había intentado subirme a un carguero en Dock Sud pero fracasé. Cuando pude ir a la guerra, fui feliz”, cuenta Ronnie, un hombre alto, que en los cuatro años y medio que pasó en la guerra tuvo más de dos novias y cinco motos.
En el 44 lo mandaron a Egipto, India y Pakistán. “Estábamos listos para atacar Japón”, dice. Pero las bombas de Hiroshima y Nagasaki acabaron con la guerra contra Japón y Ronnie volvió a casa. “La guerra me dio una profesión y la oficina más linda, con un mirador mundial”, dice el hombre que luego llegó a ser el piloto del presidente Arturo Frondizi y que estuvo al frente del primer vuelo traspolar –Australia- Argentina–, en 1980.
Peggy, su mujer desde hace 56 años, ofrece café. “Diga que sí. Esa es una de las cosa que aprendí en la guerra: siempre hay que aceptar –aconseja Daintree–. Hay que andar con el tanque lleno. Uno nunca sabe cuándo va a volver a cargar combustible.”
Lindas historias en una epoca para nada linda...
Saludos