Hechos prisioneros en Pradera del Ganso (Goose Green) y Fox Bay
Luego de los ataques aéreos sobre Pradera del Ganso (Goose Green) y Stanley, los argentinos mantuvieron prisioneros por la fuerza a a todos los residentes de Pradera del Ganso (Goose Green) en el salón comunitario - 115 personas incluyendo 43 niños y dos personas mayores de ochenta años, al comienzo sin comida ni camas para dormir y tan solo con dos sanitarios. En violación flagrante a la Convención de Ginebra, mantuvieron prisionera a esta gente en un edificio no adecuadamente marcado o designado para albergar detenidos civiles y sin protección ni refugio ante potenciales ataques de artillería y bombardeos aéreos. Los prisioneros levantaron el entablado del piso y cavaron en la fría y húmeda tierra refugios improvisados para refugiarse mientras las bombas y rondas de artillería explotaban.
No fueron mantenidos tanto como rehenes sino porque los argentinos se mostraban paranóicos ante potenciales espías y gente que pudiese ayudar al enemigo. Convencidos de que los prisioneros transmitían mensajes de radio, los argentinos frecuentemente realizaban inspecciones de las que no se salvó ni siquiera el pequeño Matthew McMullen, de cuatro meses de nacido. "Incluso rebuscaban en su pañal mientras los adultos que observaban esperaban que Matthew tuviese una 'pequeña sorpresa' para ellos" . Lograron enviar un mensaje al sacerdote católico, Monseñor Daniel Spraggon, quien protestó ante los argentinos a fin de aliviar la difícil situación de los cautivos.
Un grupo de ciudadanos de Stanley fue repentinamente rodeado para ser encarcelados juntos en Fox Bay. El grupo incluyó a Brian y Owen Summers, Gerald Che-ek, Stuart Wallace, y George y Velma Malcolm, quien describió su arresto con característica franqueza: "Un enorme, fornido y presuntuoso bruto nos dijo: "se van a ir de campamento"... desenfundó su arma mientras estaba frente a mi. Le dije: "no necesita su arma, es poco probable que yo haga algo estúpido". El libro describe sus experiencias como "humillantes y aterradoras".
Toques de queda, deportación y espíritu comunitario
"Los peligros compartidos y la ayuda entre sus miembros mantuvieron a la comunidad unida. Personas que habían peleado entre ellas toda su vida de pronto entablaron una sólida amistad". La compasión también se extendió hacia los conscriptos argentinos, quienes recibieron comida y víveres de parte de los Islanders.
Existe un recuento dramático de cómo tres civiles - Sue Whitley, Doreen Bonner y Mary Goodwin - fueron muertos y otros más heridos en la casa de John Fowley por causa de una ronda de fuego naval mal colcada disparada por la nave HMS Avenger.
Toques de queda fueron impuestos y Bill Luxton - "el famoso crítico incisivo de los argentinos" - y su familia de Chartres fueron forzozamente deportados al Reino Unido. Un efecto colateral positivo de esto fue que Bill entregó a los británicos información de inteligencia útil, así como inició una fuerte campaña mediática global condenando la invasión de las islas por Argentina.
"Argentinos buenos, argentinos malos"
El argentino que más miedo infundió entre la población fue el "siniestro y peligroso" jefe de inteligencia de la policía militar, el Mayor Patricio Dowling, quien personificaba "la maquinaria de terror argentina". Poseía detallados expedientes de los Islanders y llevaba a cabo inspecciones y arrestos arbitrarios. En un incidente que tuvo lugar en la granja de Neil y Glenda Watson en Long Island, Dowling apuntó el cañón de su arma a la hija del matrimonio, Lisa y repetidamente le ordenó que se pusiese de pie. Lisa se negó y continuó chupándose el dedo hasta que Dowling finalmente desistió.
A Dowling se le ordenó retornar al continente a mitad del periodo de ocupación dos oficiales argentinos "decentes". El Comodoro Carlos Bloomer Reeve, descrito como "el rostro aceptable de Argentina", un hombre de "valentía y humanidad" quien hizo mucho por proteger a los Islanders de los excesos de sus connacionales en lo que él consideraba una "aventura equivocada". Era amigable, siempre se presentaba con una sonrisa, no tenía motivaciones políticas para estar allí y había vivido previamente con su familia junto y hecho amigos entre los Islanders durante su estadía entre 1975/1976 cuando supervisaba el servicio de pasajeros que la Fuerza Aérea Argentina ofrecía desde y hacia las islas. Su trabajo en 1982 consistía en organizar una administración militar provisoria, apoyado por el Capitán Barry Melbourne Hussey, un "hombre de principios humanos" quien trabajó en apoyo de los habitantes de las islas.
La orden era que a los Malvinas Islanders se les considerase como ciudadanos argentinos y que fuesen bien tratados. Sobre estos dos oficiales, Graham Bound escribe: "... en ellos, los Islanders habían encontrado amigos poderosos quienes, aún siendo argentinos, demostraron que la decencia fundamental podía prevalecer aún cuando las demás tendencias de comportamiento civilizado se estuviesen desmoronando".