"En la ceremonia de apertura era yo, de nuevo, el único argentino. Cuando llegué, ya mis amigos estaban allí (el tránsito en Londres es de locos). Thatcher acababa de llegar. Todo el mundo conversaba muy animadamente. Me presentaron a Mike Norman, el Jefe de los Royal Marines que nos habían disparado desde la casa del gobernador. Un tipo enorme, que me dijo que hacía años venía esperando este encuentro. Me presentaron a Sir Rex Hunt, que era en ese entonces el gobernador (mi propio blanco) en Stanley. Lady Mavis, su mujer, me dijo que también había esperado este encuentro, y me sugirió que si se nos ocurría visitar la casa de nuevo ‘tratemos de no arruinar los rosales’, que habíamos destruido el 2 de abril. Los Hunt son así de petisitos.
Sir Peter le había comentado a Thatcher que había un ex oficial argentino en la ceremonia, y le había contado la historia cuando recorrían la exposición, durante el cocktail. Sin embargo, grande fue mi confusión cuando se acercó con Sir Alan West al grupo en donde yo charlaba con Julian Thompson y Rick Jolly, y me dijo: ‘La Baronesa sabe que usted está aquí y le agradaría mucho saludarlo, si eso le parece conveniente’. Me tomó un poco de sorpresa, y lo único que atiné a decirle fue que “Encantado, pero preferiría hacerlo sin fotos”. Pensándolo bien, no sé muy bien porqué hice eso, pero hecho está. Me agradeció, me dijo que eso no sería ningún problema, y que volvería a buscarme en unos minutos. Y así fue nomás, volvió y me escoltó hasta una mesa en donde estaba Margaret Thatcher, junto a Jeremy Moore, otra señora y un par de señores más.
Nos vió llegar y se paró. Derecha como un mástil. 81 años. La piel perfecta, casi transparente, como la suelen tener las mujeres inglesas. Me sonrió y me dijo que era una gran cosa que yo estuviera allí. Dijo que la guerra (ella dijo ‘la guerra’) había sido un asunto lamentable. ‘Pero’, agregó, “fue conveniente para el Reino”. Le dije que era una pena que aquél 2 de abril Rex Hunt no hubiese aceptado mi invitación a desayunar, y me contestó que no sería una buena idea tratar de repetir la invitación. Me preguntó por los veteranos en la Argentina, si se reconocía su esfuerzo. Me preguntó si había perdido muchos amigos en la guerra. Sabía que yo vivía en Noruega, y me preguntó cómo vivía allí, si estaba contento, si tenía una buena vida… Le dije que sí, pero que a veces todo me parecía demasiado tranquilo, y extrañaba la excitación y la ansiedad de aquellos días. Se acercó un poquito más, me miró fijo y me dijo: ‘Yo también’. Creo que eso fue todo. De nuevo nos dimos la mano, y le dije que había sido un gusto conocerla, y que le deseaba lo mejor. Se sonrió un poco, se sentó y yo me retiré a seguir charlando de recuerdos con mis nuevos amigos."
De otro thread de nuestro foro:
http://www.zona-militar.com/foros/threads/Malvinas-la-vigencia-de-lo-vivido.6819/
Pero no como responsable directo de la acción, más bien todo lo contrario.
Tailyour rogó una y mil veces al mando británico que obligue a desembarcar a la tropa de los buques y que estos regresen a alta mar. Sabía perfectamente que eran un blanco fácil para la aviación Argentina. Fue repetidas veces ignorado y como los mandos de la RN no le hacían caso, se dirigió directamente al lugar para convencer a los Guardias Galeses de que bajaran de las naves de la RFA. Cuando llegó al lugar, el ataque argentino se había producido, y ante sus ojos se estaba desarrollando el desastre que tanto había advertido a sus superiores, lo que lo llenó de fuerzas "para patearle el culo a alguno de los responsables", se tuvo que conformar con ayudar a cargar y descargar camillas con heridos, "necesitaba como sea descargar toda la energía y la rabia contenida, necesitaba algún tipo de trabajo físico que me haga quitar de encima toda esa rabia".
Tailyour no era jefe de ningún buque ni de ninguna unidad. Fue llevado expresamente a Malvinas por haber servido como jefe del destacamento en el 78, pero por sobre todo por su relevamiento particular de las zonas costeras de las islas. Un hecho que realizó por propia iniciativa, como dice Mac Phantom, a bordo de su velero y que guardaba celosamente en un cuaderno anotado por él.
Cuando los argentinos ocuparon las islas el mando británico le pidió ese cuaderno, al que se negó a entregar si él no formaba parte de la expedición. Si bien no había ningún cargo ni función oficial para él, se lo llevaron. Siempre fue menospreciado por la RN, al que el departamento cartográfico trataba como un simple aficionado y como quedó patente en Fitz Roy, ignorado varias veces por Woodward. Sin embargo resultó fundamental a la hora de elegir los lugares de desembarco, particularmente el de San Carlos.