La Crisis de Ucrania
Por Nicolás Kasanzew
En el sureste de Ucrania hay una guerra formal desatada. Una guerra entre hermanos, ucranianos contra rusos... cuando son esencialmente lo mismo. Idéntica etnia, idéntica religión, idéntica historia. Un conflicto que tiene su origen, como tantas otras desgracias, en la Revolución de 1917, en una de las bombas de tiempo que dejó plantadas Lenin.
Si nos remontamos en la historia, Rusia siempre estuvo compuesta de tres zonas: La Rusia Blanca, la Pequeña Rusia y la Gran Rusia.
Hay distintas teorías sobre las razones del nombre “Rusia Blanca”, pero la más lógica tiene que ver con que se trataba de la Rusia noroccidental, que no cayó en manos de los tártaros, o sea que estaba “blanca”, limpia de estos nómades. La Rusia Pequeña, hoy denominada oficialmente Ucrania, era la Rusia central, con Kiev por capital, llamada “La madre de las ciudades rusas”. Y la Gran Rusia era la zona más alejada de Kiev, con centro en Moscú.
El gran príncipe Vladimir, quien en el 988 bautizó a su pueblo, era obviamente un autócrata ruso; el concepto de “ucraniano” demoraría todavía unos siete siglos en aparecer. ¿Pero porque hoy se contrapone lo ucraniano a lo ruso, qué ocurrió? Rusia tuvo siempre muchos enemigos y, una manera de combatirla - bien probada desde la época romana - era divide et impera”. Rusia ha sido objeto de innumerables invasiones por parte de tártaros, polacos, lituanos, alemanes, suecos, franceses… Y las naciones que competían con Rusia siempre buscaron la manera de debilitarla contraponiendo un segmento del país contra el otro. Sobre todo insistían en hacerlo con Ucrania. Ahora, los extremistas de Kiev, para justificar este nuevo Estado en que se encuentran viviendo a partir de 1991, avanzan en la fabulación histórica hasta extremos increíbles, llegando a decir que Vladimir era un príncipe “ucraniano”, que siempre existió una nación de los “ucros”, y delirios por el estilo. En realidad, hasta la misma palabra Ucrania (en ruso se dice “Ucraina”) viene de la palabra “Okraina”, que significa “el borde”, “la periferia”. Y fue el nombre con que llamaron a esa zona los polacos, en la época en que la dominaban. Es curioso que los ultra-nacionalistas ucranianos hayan adoptado para su país un mote, si se quiere, despectivo, impuesto por los colonizadores polacos.
Solzhenitsin, quien además de ser un gran escritor y pensador también fue un formidable historiador, cuenta que en 1848 el consejo representativo de los ucranianos de Galichina o Galitzia todavía se llamaba Rusca Rada, que significa parlamento ruso. Es decir que, por lo menos hasta 1848, en la zona que hoy es Ucrania, nadie se consideraba de nacionalidad ucraniana. Pero esa zona cambió de manos muchas veces y todos los invasores trataron de usarla como ariete contra Moscú. En ese afán de debilitar a Rusia, el imperio Austro-Húngaro, por ejemplo, alentó al movimiento separatista influyendo en la creación de un supuesto “idioma ucraniano”, la “mova”. Hasta entonces allí se hablaba en ruso, aunque claro, con variantes dialectales, regionales. Dado que se quería ahondar las diferencias entre estas dos ramas de rusos, se creó una suerte de idioma ucraniano con la inclusión de gran cantidad de palabras alemanas y polacas. Pero ni en esa época, ni al día de hoy, se ha convertido en un idioma popular. Muchos ucranianos étnicos no lo usan. En 1998 recorrí Kiev y otras localidades ucranianas, y no escuché ni a una sola persona que hablara otro idioma que no fuera el ruso.
Solzhenitsin era un ardoroso patriota ruso, no quería que se dividieran las tres ramas de su pueblo; la Rusia Blanca, La Rusia Pequeña y la Gran Rusia. El quería que se mantuvieran unidas, pero razonablemente decía ¡no por la fuerza! El célebre literato, con quien tuve el privilegio de mantener un intercambio epistolar por espacio de muchos años, y también de conocerlo personalmente, decía: Yo le deseo a los ucranianos la mejor de las suertes en su desarrollo independiente, pero no con este expansionismo a costa de tierras que nunca les pertenecieron. Se expresaba así, porque las tierras que ahora conforman el estado ucraniano, le fueron otorgadas por un decreto dictatorial de Lenin. De ahí que el huevo de la serpiente del presente conflicto esté en la Revolución rusa.
¿Qué había pasado? Luego de que los rojos triunfan en la guerra civil sobre el Ejército Blanco, Lenin dibuja (literalmente) dieciséis republicas socialistas soviéticas en ese territorio que antes fue el Imperio ruso. La idea de Lenin era hacer la revolución mundial. Hasta se acuñó una significativa expresión: en el futuro existiría La Republica Soviética del Globo Terráqueo. Pues bien, como primer paso ya tenían dieciséis republicas que eran las que antes ocupaban la geografía de la Vieja Rusia. Para ello, Lenin traza esas fronteras en forma totalmente artificial. A Ucrania le agregan tierras que jamás le pertenecieron. En parte, como compensación por la pérdida de su soberanía - porque Ucrania fue fugazmente independiente, de 1918 a 1920. Le suman una enorme zona, que incluye tambien territorios que pertenecían al ejército irregular ruso de los cosacos del Don, quienes durante la guerra civil habían combatido en masa contra los rojos. Era asimismo una manera de debilitar a sus enemigos jurados, los cosacos sobrevivientes.
Cuando uno traza contornos limítrofes artificiales, y ellos quedan consolidados, esto garantizará inevitablemente una futura inestabilidad. Eso es lo que vemos hoy en el conflicto de la zona de Donetz y Lugansk. También ha pasado en otras ex repúblicas soviéticas, por ejemplo, en Azerbaiyán y Armenia, donde Lenin tampoco se privó de dibujar artificialmente sus fronteras. A principios de la década del 90 hubo terribles matanzas en esa zona. ¿Por qué? Porque el dibujo bolchevique había dejado enclaves azerbaiyanos en Armenia y enclaves armenios en Azerbaiyán.
Esas bombas de tiempo que dejó Lenin comenzaron a estallar apenas se disuelve Unión Soviética en 1991. Hasta ese momento el dibujo no era tan importante, por cuanto se ejercía una conducción férrea desde Moscú. Halagaba al sentimiento nacional de las pequeñas etnias, pero en la práctica no significaba nada. En 1991, al caer la Unión Soviética y proclamar todas estas repúblicas su independencia, naciones y etnias quedaron entremezcladas de manera absurda. De repente, 25 millones de rusos étnicos se convirtieron en extranjeros en su propia tierra, donde sus antepasados habían vivido por centurias. Es como si mañana se proclamara que Mendoza es chilena. Con el agravante de que se había creado un clima de hostilidad contra Rusia, alimentado por aquellas potencias extranjeras que competían con ella. Porque vale subrayar que no existe la inocencia en las relaciones internacionales. Da risa escuchar a un político o a un periodista que denuncia que detrás de tal o cual hecho internacional se observa “un doble estándar”. Lo único que existe en materia de relaciones internacionales es el doble estándar, no hay otra cosa. En el año 1915 un social-demócrata ruso de pseudónimo Parvus, (verdadero nombre, Israel Gelfand), quien era millonario y revolucionario a la vez, conectó al exiliado Lenin con el gobierno alemán. Este, para sabotear el esfuerzo bélico zarista en la Primera Guerra Mundial, hizo ingresar a Rusia a Lenin, junto con varios centenares de revolucionarios, en un tren blindado. Y ese mismo Parvus sostenía: “Hay que enfrentar a Ucrania con Rusia, para que esta colapse”.
Hoy en día el mismo objetivo lo persiguen los Estados Unidos, porque una vez más, no vale ser ingenuos: Rusia es un competidor de la gran potencia del norte, y contra un rival vale todo. A lo que se han dedicado, desde que se separaron de Rusia, los dirigentes ucranianos, es a hacerle el juego a los Estados Unidos. Aquí hago una salvedad: yo prefiero obviamente a la civilización occidental estadounidense, antes que la islámica, la china o la de Putin, quien está resovietizando a su país, pero eso no me hace perder de vista que los Estados Unidos quieren poner de rodillas a cualquier Rusia. Y la dirigencia ucraniana ha sido y es totalmente funcional a esa necesidad de los Estados Unidos, enceguecida con la utópica esperanza de que a cambio la van a incorporar a la Unión Europea. Es que, además, hay que entender que Ucrania, como todo organismo artificial, no es un país que pueda existir por sí mismo. Cuando en Kiev, a principio de este año, se produjo una revuelta contra el régimen de Yanukovich, si bien esta fue capitalizada por los extremistas ucranianos, gran parte de la multitud que se concentró en la plaza principal de Kiev, el Maidán, protestaba contra las penurias materiales que sufría. Económicamente inviable, Ucrania depende por entero del gas ruso, el cual no puede siquiera pagar.
¿Quiénes conforman la dirigencia ucraniana? Aquí vemos otra consecuencia de la Revolución rusa, porque tanto Putin y su camarilla, como quienes manejan Ucrania en este momento, son los ex-comunistas que se cambiaron el nombre y se aplicaron algunos afeites. Los factores de poder siguen siendo los de antes del colapso de la URSS: integrantes de la nomenklatura soviética devenidos en “oligarcas”, como son llamados comunmente. Tanto en Rusia como en Ucrania se ha impedido el desarrollo normal de la propiedad privada. Lo que se ha hecho es dividir la riqueza de la ex URSS entre una veintena de mega millonarios, puesto que para el poder es mucho más fácil controlar a 20 ricachones, que a varios centenares de miles de pequeños y medianos empresarios. En febrero, en la revuelta del Maidán, los ucranianos gritaban su bronca contra los oligarcas. El 25 de mayo hubo elecciones. ¿Y a quién eligieron? Al oligarca Petro Poroshenko, “el rey del chocolate”. Un multimillonario que monopoliza la producción de esta golosina en Ucrania.
Tanto en Rusia como en Ucrania, demasiada gente sigue teniendo una mentalidad soviética. Y en primer lugar esa mentalidad se observa en la persona de Putin, a quien en Estados Unidos presentan como un patriota ruso, cuando es todo lo contrario. Putin, un ex teniente coronel de la KGB, volvió a imponerle al ejército ruso la bandera roja, sistemáticamente reivindica a Stalin, conserva el mausoleo con la momia de Lenin, es aliado de China comunista, Cuba y Venezuela, controla férreamente los medios de comunicación.
Y una vez más, los medios informan de manera engañosa. Se habla de la anexión de Crimea. Pero es como si después de perder Mendoza, la Argentina hubiera logrado recuperarla. No sería anexión. Para Solzhenitsin Crimea le fue robada a Rusia. La península siempre fue un territorio ruso, porque en el siglo 16 la región era el llamado campo salvaje. Ahí merodeaban los tártaros, desde ahí realizaban sus incursiones contra los pueblos rusos. Catalina la Grande coloniza esas tierras con el famoso principe Potemkin y a partir de ese momento, la península de Crimea se convierte en una pieza clave de la defensa geopolítica de Rusia. Está generosamente rociada por sangre rusa, en combates contra numerosos invasores, incluyendo a Inglaterra, Francia, Turquía y Cerdeña que durante 11 meses asediaron la ciudad de Sebastopol a mediados del siglo 19. Se trata de una región emblemática para los rusos, que en numerosas ocasiones se convirtió en testigo de su gloria militar. Y fue además el último enclave del Ejército Blanco, que resistió heroicamente el avance de las hordas rojas, antes de tener que evacuarse desde Sebastopol al exilio, en noviembre de 1920.
Ni siquiera a Lenin se le había pasado por la cabeza otorgarle Crimea a Ucrania. Pero en 1954 el líder comunista Nikita Jruschov, de origen ucraniano, (algunos aseveran que después de una noche de borrachera), graciosamente le regala Crimea a Ucrania. En ese momento en la práctica no importaba, no cambiaba nada, pues todo seguía siendo controlado desde el Kremlin. Pero en 1991, cuando se separa Ucrania de Rusia, la situación se torna absurda. No sólo porque Crimea está poblada, densa y mayoritariamente por rusos étnicos, sino porque Sebastopol, sede de la flota rusa del Mar Negro, pasa a pertenecer a un país extranjero. Se pudo mantener esta extraña situación hasta el año pasado. Pero al asumir el poder en Kiev en febrero del 2014 los fanáticos ultra-nacionalistas ucranianos, se temía, con justa razón, que ellos no iban a seguir permitiendo que la flota rusa del Mar Negro operara desde Crimea. Y Putin, cuyos niveles de aceptación popular estaban por el suelo, vio la oportunidad de aumentar su rating reincorporando esa tierra al país, una medida apoyada por la inmensa mayoría de la población de la península. Si Putin realmente fuera un nacionalista ruso, no se hubiera frenado allí. Habría aprovechado el envión y también la anarquia reinante en Kiev, para recuperar de una vez, y sin disparar un tiro, toda la franja Oriental de Ucrania, que también es históricamente rusa. La llamada “Nueva Rusia” con ciudades como Melitópolis, Jerson, Odessa, y las regiones del Donetsk y Lugansk. Zonas pobladas por rusos étnicos en un ciento por ciento. Pero como Putin es un bolchevique de alma, para él son intocables las fronteras trazadas por Lenin. A él no le molesta la división soviética de Rusia, el desmembramiento del país, él solo quería tener de vecina a una Ucrania que no se plegara a los designios geopolíticos de los Estados Unidos. Nada más que eso. Y desaprovechó la oportunidad de devolver al país estas tierras rusas, que no están “pobladas por pro-rusos”, como desinforman los medios de comunicación, sino lisa y llanamente por rusos. Eso sí, en su juego político, amagó con apoyar a esos rusos para que proclamen su independencia de Kiev. Y estos lo hicieron, no sin antes convocar a un referendum.
Cabe señalar aquí cual fue la gota que rebalsó el vaso.
Ya en 1991, cuando se proclama la independencia de Ucrania, comienza una suerte de persecución a todo lo que sea ruso, empezando y sobre todo por el idioma. Una encuesta de los años anteriores a que esto sucediera, indicaba que el 60% de la población de Ucrania hablaba ruso, lo reconocía como su idioma materno. Y es que fue así por espacio de siglos. Mi abuelo paterno nació en San Petersburgo y mi abuela materna en Kiev; a la sazón no había absolutamente ninguna diferencia. Era la misma etnia, la misma fe, la misma historia. Pero cuando se quiere imponer una división, se empieza por el idioma. Lo podemos ver claramente también en el caso de los separatismos actuales en España.
A pesar de que el ucraniano es un idioma artificial, o en todo caso, un embrión de idioma, Kiev prohibe oficialmente el idioma ruso. Prohibe enseñarlo en las escuelas, utilizarlo en las radios y demás medios de prensa. La meta es reemplazar el ruso por el ucraniano. Pero el ucraniano es un idioma en desarrollo, todavía no alcanza para muchas cosas. En las universidades, tanto para el exámen de ingreso, como para presentar una tesis de doctorado, hay que utilizar el ucraniano. ¿Y si la terminologia es insuficiente? Pues, a jorobarse. Solzhenitsin decía: me parece perfecto que desarrollen su cultura ucraniana, los aplaudo, pero va a ser un trabajo enorme, porque hay muchísimos ucranianos nominales que no hablan ese idioma, entonces primero hay que ucranianizarlos lingüísticamente. Y al 60% que considera el ruso como su lengua materna, ¿también los van ucranianizar? Eso no va a ser posible sin aplicar la violencia. ¿Cómo se obliga a una persona que toda su vida habló en un idioma, a adoptar otro? Debería ser paulatino, debería permitirse el uso del idioma ruso, mientras en forma paralela se desarrolla el ucraniano, ya que este no sirve todavía para manejarse en las esferas de la cultura, la tecnología, la ciencia, las relaciones diplomáticas. Solzhenitsyn sostenía que desarrollar el ucraniano va a insumir más de un siglo y que era una locura, en el interín, prohibir el uso del ruso.
¿Y qué pasó tras la revuelta del Maidán? Lo primero que hizo la Rada o parlamento, ¡fue prohibir el ruso hasta como idioma regional!
Ya Solzhenitsin había instado a Kiev, cuando este se estaba separando de Rusia, a respetar la voluntad de quienes no querían ser ciudadanos ucranianos. El autor de “Archipiélago Gulag” sostenía: “No queremos que ustedes estén con nosotros por la fuerza, les deseamos el mejor de los éxitos, pero como está todo mezclado, ustedes no pueden hacer un país duradero si cooptan a todos los que viven en vuestras fronteras sin hacer una diferenciación. Hay zonas que son íntegramente rusas, y se debe hacer un plebiscito en cada una de ellas para ver donde quieren quedarse. Y hay que respetar esa voluntad popular”.
Este año los rusos de las regiones de de Donetsk y Lugansk convocaron a un referéndum, y este refrendó la decisión de independizarse de Ucrania. Se proclamaron estas dos repúblicas autónomas y se conformaron sus respectivos gobiernos. La “opinión pública internacional” puso el grito en el cielo.
Aclaremos que “opinión pública internacional”, es el pseudónimo de Estados Unidos, ya que en realidad no hay tal, solo existe la voluntad de Washington. Y a pesar del referendum, Washington no reconoce a los independentistas, que crean sus propios gobiernos y organizan una milicia de autodefensa compuesta exclusivamente por voluntarios. Kiev responde con una movilización general y asedia las zonas rebeldes disparando lanzamisiles Grad y atacando con cazabombarderos, lo cual provoca numerosas víctimas civiles, incluyendo mujeres y niños.
En realidad, las regiones de Donetsk y Lugansk, o Nueva Rusia, se habían animado a declarar su independencia, alentadas por las señales emitidas por Putin, que resultaron equívocas. Putin había declarado que no iba a permitir el derramamiento de sangre rusa en la zona y no se privó de lanzar alguna bravata: “Si llega a caer un sólo ruso, verán lo que va a ocurrir”. Pues han caido ya muchísimos y nada ha ocurrido. En Odesa fanáticos ucranianos quemaron vivos a 58 rebeldes rusos y Putin ni pestañeó. Es más, retiró sus tropas de la frontera con Ucrania, reconoció al nuevo presidente ucraniano Poroshenko, pero se negó a reconocer el resultado del referendum en Nueva Rusia. Dejó librados a su propia suerte a los rusos de la región. Estos directamente han acusado a Putin de traición.
¿Qué lecciones nos deja la crisis de Ucrania? Una de las más importantes tiene que ver con la hipocresía. Cuando se produce la sublevación del Maidán, Ucrania era gobernada por Yanukovich, un presidente pro Putin. Por supuesto era un miserable corrupto, pero había triunfado en elecciones democráticas; obtuvo unos 11 millones de votos contra unos 10 millones del candidato pro Washington. Durante el Maidán, los ucranianos sublevados tomaron edificios públicos y terminaron por derrocar al régimen democráticamente elegido de Yanukovich. ¡Y Estados Unidos aplaudió! ¿Cómo? ¿No era que la voluntad popular expresada en las urnas es intocable? Pues parece que no. O no siempre. Porque un par de meses más tarde, en la zona de Nueva Rusia, los rusos locales hacen lo mismo, toman edificios públicos, y son reprimidos con misiles y aviones, con el beneplácito de Washington. Obviamente, para los Estados Unidos la democracia es una vaca sagrada solo si sirve a sus intereses. Y fue especialmente patético escuchar que el Secretario de Estado, John Kerry, proclamaba en Ucrania que “no se puede permitir que Rusia, con cualquier pretexto, intervenga en los asuntos internos de otro país”. ¿Perdón?, ¿Qué han estado haciendo los Estados Unidos todos estos años, si no es intervenir por la fuerza en los asuntos internos de otros países?
Putin, por su parte, está en una situación difícil. No quiere apoyar eficazmente a los rebeldes de Nueva Rusia, pero si estos son derrotados, la OTAN lo va a presionar para que ceda Crimea. Y si lo hace, puede estallar la indignación popular en Rusia, forzándolo a abandonar el poder.
¿Qué ha hecho Putin ante esta situación? Evidentemente asustado por las acciones de los Estados Unidos, se ha lanzado a los brazos de China comunista, sellando con ella un acuerdo petrolífero de condiciones leoninas a favor de Pekín. Tan a favor, que sus cláusulas son secretas. Sin embargo trascendió que Putin ha garantizado gas a China por espacio de décadas, a precios irrisorios. Lo cual es nuevamente un grave traspié para el pueblo ruso, cuyo gobierno, en vez de buscar alianzas con naciones cristianas, se entrega atado de pies y manos a los comunistas orientales. Por miedo a quedar de rodillas ante Washington, Putin queda abrazado a las botas chinas, mientras que el pueblo ruso sigue sin poder sacudirse de encima la siniestra herencia de la Revolución de 1917.