Domingo, 3 de diciembre de 2017 | Edición impresa
Unas Fuerzas Armadas para el siglo XXI - Por Fernando Iglesias
La conmovedora tragedia del ARA San Juan ha puesto sobre la mesa la cuestión de las Fuerzas Armadas y sus objetivos. Y, como suele suceder en el debate público argentino, las emociones han suplantado a la razón y hemos corrido de un extremo al contrario.
De considerar a los militares como una casta que merecía el repudio eterno por un genocidio cometido cuando la mayoría de sus actuales integrantes iba a jardín de infantes, buena parte de la sociedad nacional pasó a exigir que se destinen fortunas al rearme.
Ahora bien, lo sucedido en los mares del sur interpela a una política de desguace y a las responsabilidades de quienes han tomado decisiones al respecto, desde la reparación de media vida del ARA San Juan, terminada en 2014, hasta la fecha.
Solo la mayor transparencia sobre lo sucedido puede borrar la tremenda sospecha de que cuarenta y cuatro argentinos murieron de manera espantosa debido a actos de corrupción en la reparación del submarino -celebrados además con un idiota "¡Al agua, pato!"- y por falta de controles apropiados y decisiones erradas de las actuales autoridades. La Justicia tiene la palabra.
De lo que no queda duda es de que el país debe determinar, y con urgencia, qué Fuerzas Armadas necesita. Pero de allí a pensar que la cuestión se reduce a la simple compra de armamentos modernos hay un paso sobre el que es necesario reflexionar. En primer lugar: ¿es razonable volver a un esquema de defensa en el que los conflictos con Chile y Brasil y la recuperación bélica de Malvinas eran las principales hipótesis de conflicto? Ya sea por su imposibilidad como por la decisión tomada de no apelar nuevamente a la estrategia ruinosa del conflicto militar descartemos esta última opción. ¿Es razonable, entonces, intentar equilibrar el poderío militar de Chile y de Brasil? Y si es así, ¿cuánto tiempo nos llevaría, cuántos recursos insumiría, y a qué costo?
Hay una contradicción notable en quienes dicen "Estuvimos prácticamente desarmados un cuarto de siglo, es necesario rearmarnos para evitar que nos invadan". Que nos invadan… ¿quiénes? ¿Nuestros vecinos, ante los cuales estuvimos desarmados un cuarto de siglo sin que nos invadieran? Y si tuvieran esa intención, ¿qué les impediría hacerlo inmediatamente, antes de que nos rearmemos, a la primera señal de que pensamos hacerlo?
Un mínimo vistazo a la situación internacional debería calmar estas ansiedades ancestrales: terminada la etapa fundacional de fijación de fronteras, hace más de un siglo, han sido mínimos los conflictos internacionales entre países sudamericanos. Y la globalización económica y la construcción de un incipiente estado de derecho internacional han disminuido enormemente la racionalidad y la factibilidad de guerras e invasiones.
Diga lo que se diga, las estadísticas demuestran que nunca han sido tan pocas las víctimas de conflictos internacionales respecto a la población total (menos de 1/20 respecto a un siglo atrás), ni menor el número de soldados respecto a la población (-50% respecto a 1994), ni tan bajo el gasto militar en relación al PBI (menos de la mitad que en 1960).
Las estadísticas también muestran que las guerras civiles y las muertes relacionadas con el crimen organizado, y no los conflictos bélicos, son las verdaderas amenazas a la seguridad ciudadana. Y esto vale doblemente en una región, América Latina, históricamente caracterizada por una baja conflictividad internacional y por los índices de criminalidad más altos del planeta.
Por encima del reflejo básico de armarse por-las-dudas que inevitablemente lleva a la carrera armamentista, la Unión Europea muestra hoy un nuevo camino: acuerdos de control mutuo entre sus países, construcción conjunta de una fuerza defensiva para enfrentar unidos los desafíos externos, y disminución radical, coordinada y generalizada, de la inversión en armamentos y tropas destinados al conflicto con los vecinos. Aceptada la diferencia en los niveles de integración política alcanzados por Europa y Sudamérica, no se ve por qué no se pueda avanzar junto con Chile y Brasil en ese sentido.
¿Implica esto el desarme unilateral y la clausura de nuestras Fuerzas Armadas? De ninguna manera. Implica repensarlas en el marco existente, el de los peligros y amenazas que plantea la sociedad global del siglo XXI y no en el de los fantasmas del pasado; en especial: de un siglo XX que ha visto justificar las peores tragedias de la Historia en la defensa de los intereses nacionales.
No hablo solo de la Alemania del "Deutschland, über alles" (Alemania, por encima de todo) sino de la Argentina de la decadencia que parieron dos fuerzas fuertemente nacionalistas: el Partido Populista y el Partido Militar, y sus tragedias concomitantes: actos terroristas, genocidios y guerras suicidas acometidos al grito de Patria o Muerte.
Una discusión abierta en el marco del Mercosur que incluya al siempre despreciado Parlasur podría ser el punto de partida de mecanismos de seguridad regional capaces de mejorar la cooperación y la confianza mutuas, sumar esfuerzos, disminuir costos y aumentar la efectividad operativa en países como los nuestros, cuyos recursos estatales son suficientemente exiguos como para merecer mejor destino que una nueva carrera armamentista.
Así, sin caer en la utopía del desarme unilateral, las Fuerzas Armadas argentinas podrían direccionarse hacia dos desafíos que afectan hoy, concretamente, el desarrollo del país y las condiciones de vida de sus ciudadanos: la lucha contra el terrorismo internacional y el control del espacio terrestre, aéreo y marítimo; especialmente importantes en lo que se relaciona con la depredación de recursos ictícolas y el crimen organizado.
Una estrategia de lucha contra el terrorismo internacional es urgente dado el preocupante resurgir de esta amenaza a nivel global, la existencia de núcleos incipientes en la Patagonia (RAM) y la Triple Frontera, y el impacto de atentados (Embajada de Israel y AMIA, aún irresueltos) que acabaron con la vida de más de cien argentinos.
Pero esa lucha no se gana con aviones ni submarinos, como han demostrado los atentados que en 2001 destruyeron las Torres Gemelas y parte del Pentágono en un país cuyas Fuerzas Armadas son capaces de destruir la vida humana en el planeta. Esa lucha se gana con inteligencia militar orientada hacia el extranjero -y no hacia el periodismo y la oposición internos, como sucedió durante doce años- y aplicada a proveer de datos a las fuerzas de seguridad y no a la asunción de acciones que no corresponden a fuerzas militares sino policiales.
Además, el control del espacio terrestre es vital en las fronteras, lugar al cual la Gendarmería debe volver reequipada y reentrenada. No para crear un ya imposible espacio aislado sino para mantener la tradición constitucional de este país de inmigrantes al mismo tiempo que se bloquea el ingreso de armas y drogas y se impide el acceso a criminales prontuariados.
Lo mismo en lo que respecta al espacio aéreo, que debe ser radarizado y controlado por una Fuerza Aérea capaz de evitar incursiones de aéreos narcos. Y nuestros recursos ictícolas deben ser preservados de la depredación mediante un control efectivo del espacio marítimo. En todos los casos, resta la decisión de las relaciones entre las Fuerzas Armadas argentinas y Prefectura Naval, Gendarmería Nacional y demás fuerzas de seguridad afectadas a estas tareas.
Se trata de un tema en el que no me siento en condiciones de opinar, pero sí de fijar dos puntos: 1) el empleo de las Fuerzas Armadas en la lucha directa contra el crimen organizado es un error que países como México están pagando caro. No hay motivos para repetirlo. 2) Vista la Historia argentina y las legítimas susceptibilidades que despierta, es necesaria la mayor separación posible de las Fuerzas Armadas respecto de tareas internas, y esta división debe ser garantizada mediante el escrutinio permanente del Poder Ejecutivo Nacional y el Congreso.
Finalmente: una adecuada política de defensa y seguridad que preserve los intereses nacionales no es contradictoria con la participación de Argentina en iniciativas multilaterales de desarme que acaben paulatinamente con el militarismo y la guerra, esos anacronismos. Por el contrario, está en la mejor línea de la tradición de un país que ganó su primer Premio Nobel defendiendo la paz, en 1936, con Saavedra Lamas.
Como era previsible después de décadas de proliferación nuclear el mundo ha logrado su primer demente atómico: Kim Jong-Un. Creer que vamos a sobrevivir en un planeta empequeñecido por los medios tecnológicos, hiperconectado por las redes de transporte y las comunicaciones digitales, sometido a migraciones globales, invadido por armas de destrucción masiva y con un terrorismo internacional en alza es suicida para todos los seres humanos, incluidos los argentinos, y es responsabilidad del Estado nacional el evitarlo.
Por el contrario, seguir razonando en términos de "Deutschland, über alles" al mismo tiempo que se construye una sociedad global es un seguro certificado de defunción, en menos de lo que se termina un siglo. Ojalá que el recuerdo de las víctimas de la tragedia del ARA San Juan nos ayude a construir unas Fuerzas Armadas para el siglo XXI sin olvidarlo.
https://losandes.com.ar/article/vie...madas-para-el-siglo-xxi-por-fernando-iglesias