EQUIPO DE INVESTIGACION CLARIN: CARAPINTADAS, ULTIMO ACTO / INTENTO DE RESCATE EN EL REGIMIENTO 4 DE CABALLERIA
Seineldín no puede fugarse y los rebeldes se quedan sin líder
Estaba preso en San Martín de los Andes. Pensaba escapar para encabezar la rebelión en Buenos Aires. Estuvo libre dos horas, pero la fuga fracasó. Ahora, Seineldín dice que fue por una traición de Rico
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Mientras en Buenos Aires estallaba el foco de la rebelión, en San Martín de Los Andes, en la medianoche del domingo 2 de diciembre de 1990, Seineldín leyó por última vez el llamado "plan de escape", se puso su uniforme verde oliva y su boina de comando.
Después ató sábanas para simular una fuga por la ventana de la pieza del Casino de Oficiales del Regimiento 4 de Caballería de Montaña —donde estaba cumpliendo un arresto de 60 días— para no comprometer a los suboficiales que fingían controlarlo. Originalmente, el arresto que le había impuesto el jefe del Ejército, teniente general Martín Bonnet, Seineldín lo venía cumpliendo en el IV Cuerpo del Ejército ubicado en Santa Rosa, La Pampa. Pero el 3 de noviembre la cúpula del Ejército había decidido, sorpresivamente, trasladarlo a Regimiento 4 de Caballería de Montaña. Era una unidad que el entonces, subjefe del Ejército, general Martín Balza, conocía muy bien por sus anteriores destinos y apostaba a que le era leal, además de estar en un lugar de difícil acceso y a 1.800 kilómetros de Buenos Aires.
En la medianoche del 2 de diciembre Seineldín también recordó la sonrisa de su esposa Marta Labeau regalándole una trucha, pescada en el lago Lácar, el 12 de noviembre cuando había cumplido 57 años. Miró por la ventana como seguía lloviendo torrencialmente sobre la ciudad y el cerro Chapelco, tomó la pistola rusa Makarov 9 milímetros que le había regalado el general Noriega y tenía oculta en una caja de alfajores Havanna. Entonces sí, abrió la puerta determinado a escaparse para ponerse al frente de la rebelión.
Su presencia en el Regimiento de Patricios —el foco del alzamiento— era clave para definir la suerte de la "Operación Virgen de Luján". Ya todo estaba jugado. El 25 de noviembre había ordenado ponerla en marcha, a través de una grabación de su voz que llevó a la Capital el capitán Gustavo Breide Obeid, luego de que fracasaran los últimos intentos de negociar con el menemismo al que había apoyado en su ascenso al poder.
Seineldín había recibido la orden de ejecutar la operación de un "Consejo Militar" que había formado con oficiales retirados: una especie de consejo que estaba por encima suyo. Pero la orden de inicio de las operaciones era su responsabilidad y la ejecución y elaboración del plan estaba a cargo de lo que denominaba "Estado Mayor del Ejército Nacional".
El plan de escape —que incluía los nombres de 60 suboficiales del regimiento donde estaba preso, que lo apoyaban— suponía dos variantes. La primera que un sector de la Fuerza Aérea tomara un espigón del Aeroparque porteño para permitir que Seineldín aterrizara en un avión privado que debía despegar desde el aeropuerto de Chapelco, ubicado a 20 kilómetros de San Martín de Los Andes.
Desde el Aeroparque un helicóptero lo trasladaría hasta los cuarteles de Palermo, donde ya estaban esperándolo el coronel carapintada Luis Baraldini, su mochila y su fusil de combate. Como a último momento no se confirmó ese apoyo de un sector de la Fuerza Aérea, se decidió intentar el plan alternativo. Este suponía escapar por vía terrestre hasta Buenos Aires o hacerse fuerte en algún regimiento de la Patagonia que se plegara al motín.
El primer paso de este plan se ejecutó cuando Seineldín, en la puerta de su habitación, tomó contacto con un grupo de suboficiales carapintadas quienes lo retiraron del Casino de Oficiales con la excusa de llevarlo a la enfermería. En realidad, lo sacaron del regimiento y caminaron dos kilómetros hasta el "punto de reunión" con el grupo de rescate que había llegado de Buenos Aires el día anterior. El punto de encuentro era la entrada a un aeroclub.
Cuando faltaban pocos metros para llegar, dos oficiales carapintadas del "grupo de rescate" se fueron del lugar en un Renault 11 ante la mirada desesperada de Seineldín. Además, el jefe rebelde captó una comunicación radial en clave que decía que el rescate se había suspendido. Entonces, mandó un hombre para tratar de hacer contacto con el grupo de rescate, que integraban esos dos oficiales, tres suboficiales y dos civiles.
El mayor Ramón Ojeda, el segundo jefe del aparato de inteligencia rebelde y fiel a Aldo Rico, y otro oficial, que eran los ocupantes del Renault 11 que se había desencontrado con Seineldín, llegaron a un hotel de San Martín de los Andes donde esperaba el resto del grupo. Ojeda dependía del teniente coronel Ernesto "Perico" Pérez que estaba en Buenos Aires y del cual Seineldín ahora también sospecha.
"No lo encontramos, pero el coronel va a salir con otro grupo. Ustedes váyanse que todo el mundo ya sabe todo", dijo Ojeda, según afirmaron Seineldín y varios de sus asesores a Clarín, al relatar lo que definen como una traición de Rico. A uno de los civiles del grupo de rescate le llamó la atención semejante orden. Con una excusa, salió del hotel, y con un Taunus amarillo recorrió el pueblo. Comprobó que nadie los seguía y se dirigió hasta el regimiento donde vio todo tranquilo. Cuando volvió al hotel no pudo convencer a Ojeda de seguir con el plan. En cambio, le ordenaron replegarse hasta una estación del Automóvil Club Argentino.
Allí se encontraron con el teniente coronel Félix Conforte, quien venía de Neuquén donde había fracasado en su intento de sumar a la rebelión al entonces jefe de la brigada VI, coronel Torres, para instalar allí a Seineldín.
A las cinco de la madrugada habían pasado dos cosas: Torres tenía un radiograma del Ejército que advertía sobre la rebelión y ya se sabía de la muerte de Pita y Pedernera, dos oficiales leales, en el Regimiento de Patricios.
Ante esta situación, Conforte y Ojeda abortaron totalmente la operación. Y lo que para entonces no sabía ningún carapintada era que el entonces subjefe del Ejército, general Martín Balza, había pedido a la Gendarmería que pusiera tambores vacíos sobre la pista de aterrizaje de Chapelco para impedir aterrizar a cualquier avión.
Desconociendo todo esto, Seineldín después de estar libre durante dos horas pero sin recibir ningún tipo de noticias, decidió salir de abajo de un árbol que le servía como refugio en la pista del aeroclub y buscar algo de información.
Cuando Seineldín confirmó que ninguna unidad de la Patagonia se le había plegado y que no podía tomar contacto con el grupo de rescate que había llegado de Buenos Aires, volvió a su pieza de preso en el cuartel. Minutos después golpeó su puerta, nervioso, el jefe de la unidad, teniente coronel Rómulo Menéndez. Lo hizo por orden de Balza. Seineldín conocía a Menéndez, miembro de la tradicional familia de militares con ese mismo apellido, quien le había adelantado que no apoyaba su movimiento. De inmediato Menéndez llamó a Balza, quien estaba en el regimiento de Granaderos, y le dijo "General, Seineldín está acá y va a permanecer acá".
Luego, Seineldín quedó encerrado en su habitación incomunicado y con la custodia reforzada. Sólo le permitieron tener su pistola Makarov.
En la mañana del 3 de diciembre, el teniente coronel Menéndez volvió a la habitación de Seineldín y lo invitó a tomar un café en una parte del cuartel que estaba a la vista de los periodistas. "Esto es una trampa para mostrarme preso y que en Buenos Aires se rindan. Menéndez, retírese de acá", gritó ofuscado Seineldín.
En la soledad de su habitación repasó los hechos y comenzó a pensar algo que, diez años más tarde, sería su conclusión en cuanto a los motivos del fracaso de su fuga: "la gente de Rico en el grupo de rescate recibió órdenes de no sacarme y sabotearon el plan".
El otro interrogante que se hacía era cómo habían muerto Pita y Pedernera en Patricios si él había ordenado tomar los cuarteles sin derramamiento de sangre.
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En el artículo de Clarin que publiqué, queda demostrado que existía un grupo de la FAA carapintada en el Aeroparque Metropolitano durante el levantamiento del 03/12/90, los hechos de que no se pudo concretar el traslado ni que el Cnl Seineldín no recibió la confirmación de esta situación, no invalidan la existencia de éstos componentes.