La estatua que se erigió a José de San Martín en la ciudad francesa de Boulogne sur Mer, en Francia, está emplazada en un paseo costero, a la salida del puerto, sobre cuya otra margen y a una distancia no mayor de doscientos metros, la marina alemana había construído una sólida y espectacular base de submarinos, protegida por gruesas y sucesivas capas de cemento de, al parecer, tres o cuatro metros de espesor.
Era la base enemiga más próxima a Inglaterra, por lo que, como es de imaginar, fue una preocupación constante del mando aliado, que procuró hostigarla permanentemente y anularla en la medida que le fuera posible.
Puede asegurarse que esa base fue casi el objetivo único de Boulogne-sur-Mer, y la causa de las horribles heridas que muestra, que la han convertido en una de las ciudades más castigadas de Francia.
Boulogne-sur-Mer soportó 487 bombardeos aéreos y gran cantidad de ataques navales; desaparecieron barrios enteros, como los de Capécure, Ave María y Saint- Piérre, el más castigado indudablemente, y próximo a la estatua del Libertador. Durante la noche del 15 de junio de 1944, 300 aviones arrojaron mil doscientas toneladas de proyectiles sobre Boulogne.
Todos esos bombardeos buscaban herir la base de submarinos, instalada como a unos doscientos metros de la estatua del Libertador.
Es sabido que por encontrarse semejantes objetivos fuertemente defendidos, el ataque se efectúa desde gran altura, lo que explica que alrededor de dicha base, a una y otra margen del río, la destrucción resultara completa.
A varios años de la liberación de Boulogne, aún el escenario es desolador y triste.
Todo ha sido destruido o cuando menos seriamente lesionado por la furia de la guerra, en ese gran sector del puerto. Todo, menos algo: la estatua de San Martín.
Es imposible intentar una explicación del milagro: los bombardeos fuero totales, despiadadamente perfectos, todo el sector fue arrasado. Las bombas estallaron a uno y otro costado del monumento, sólo ligeras esquirlas tocaron la base.
En cada ataque caían centenares de casas y edificios, se destruían jardines y calles; pero del remolino dantesco del polvo, el fuego y el humo, sólo una cosa surgía serenamente enhiesta, magníficamente segura y como indiferente a tanta locura de destrucción y de muerte: la estatua del General San Martín.
La razón no puede explicar el fenómeno, que tampoco es atribuible a la casualidad, por la intensidad de los bombardeos y lo numerosamente repetidos.
Para el pueblo boloñés –y ya se conoce el antiguo buen sentido del pueblo de campo francés-, se trata de un milagro, y así lo llaman: el milagro de la estatua de San Martín.
16 de junio de 1944, un día después de uno de los tantos bombardeos.
El monumento al General San Martín, hoy.
Era la base enemiga más próxima a Inglaterra, por lo que, como es de imaginar, fue una preocupación constante del mando aliado, que procuró hostigarla permanentemente y anularla en la medida que le fuera posible.
Puede asegurarse que esa base fue casi el objetivo único de Boulogne-sur-Mer, y la causa de las horribles heridas que muestra, que la han convertido en una de las ciudades más castigadas de Francia.
Boulogne-sur-Mer soportó 487 bombardeos aéreos y gran cantidad de ataques navales; desaparecieron barrios enteros, como los de Capécure, Ave María y Saint- Piérre, el más castigado indudablemente, y próximo a la estatua del Libertador. Durante la noche del 15 de junio de 1944, 300 aviones arrojaron mil doscientas toneladas de proyectiles sobre Boulogne.
Todos esos bombardeos buscaban herir la base de submarinos, instalada como a unos doscientos metros de la estatua del Libertador.
Es sabido que por encontrarse semejantes objetivos fuertemente defendidos, el ataque se efectúa desde gran altura, lo que explica que alrededor de dicha base, a una y otra margen del río, la destrucción resultara completa.
A varios años de la liberación de Boulogne, aún el escenario es desolador y triste.
Todo ha sido destruido o cuando menos seriamente lesionado por la furia de la guerra, en ese gran sector del puerto. Todo, menos algo: la estatua de San Martín.
Es imposible intentar una explicación del milagro: los bombardeos fuero totales, despiadadamente perfectos, todo el sector fue arrasado. Las bombas estallaron a uno y otro costado del monumento, sólo ligeras esquirlas tocaron la base.
En cada ataque caían centenares de casas y edificios, se destruían jardines y calles; pero del remolino dantesco del polvo, el fuego y el humo, sólo una cosa surgía serenamente enhiesta, magníficamente segura y como indiferente a tanta locura de destrucción y de muerte: la estatua del General San Martín.
La razón no puede explicar el fenómeno, que tampoco es atribuible a la casualidad, por la intensidad de los bombardeos y lo numerosamente repetidos.
Para el pueblo boloñés –y ya se conoce el antiguo buen sentido del pueblo de campo francés-, se trata de un milagro, y así lo llaman: el milagro de la estatua de San Martín.
16 de junio de 1944, un día después de uno de los tantos bombardeos.
El monumento al General San Martín, hoy.