Encrucijada del presidente de la Autoridad Palestina.
Abbas necesita saltar el muro. / Abbas needs to get off the fence.
¿Qué quiere Mahmoud Abbas? Hace poco la respuesta a esa pregunta parecía clara: el retiro. Profundamente frustrado por la carencia de progreso diplomático, el veterano presidente de la Autoridad palestina anunció a principios de noviembre que él no buscaría la reelección. Sin votación y pasados tres meses, su partida parecía inminente.
Aún ahora es como si la crisis de confianza hacia M. Abbas nunca pasó. La elección de enero nunca ocurrió, debido a las profundas divisiones internas que marcan la política palestina. M. Abbas, mientras tanto, se ha asentado en la rutina familiar de la diplomacia de Medio Oriente.
En el último punto él podría tener razón. M. Abbas, ni ningún otro palestino, es alguien para poner a competir en una carrera. Con paso lento y sin carisma, él es visto por la mayor parte de palestinos como un líder débil cuyo estilo acomodaticio no llegó a la gente.
La imparcialidad de Abbas no es completamente su propia falta. Por casualidad o por designios, se encontró minado una y otra vez por Israel y los Estados Unidos más recientemente cuando ellos se distanciaron ante las Naciones Unidas sobre un informe que criticaba la conducta de Israel durante la guerra de Gaza del año pasado.
Aún, con todos sus defectos, y en ausencia de una elección apropiada, es difícil ver quién podría sustituir al presidente.
La segunda línea en el mando dentro del partido de Abbas, Fatah, está en continua lucha, confrontando en gran parte, hombres fuertes conflictivos, nombres del pasado, políticos y una cantidad de dirigentes desconocidos.
El problema no es tanto que Abbas ha decidido prolongar su término como presidente. En esto él parece no saber que hacer.
La carencia de dirección es quizás lo más evidente en la cuestión de las negociaciones de paz. M. Abbas ha resistido hasta ahora a la presión de los Estados Unidos e Israel para reanudar las negociaciones, sosteniendo que Israel debe acabar primero con el crecimiento de asentamientos en Cisjordania y Jerusalén del este. Él sostiene que la extensión persistente de asentamientos mina las posibilidades de un tratado de paz y hace un estado palestino menos viable. Otra razón de la vacilación de M. Abbas es su desconfianza del gobierno israelí bajo la dirección de Benjamin Netanyahu.
Aún, a pesar de tales dudas, las probabilidades de Abbas de que vuelvan a abrir negociaciones de paz se han acortado recientemente. Tanto Israel como Estados Unidos tienen un interés fuerte en reanudar las negociaciones, casi sin tener en cuenta el hecho de que las circunstancias corrientes hayan abierto una brecha diplomática difícil de superar.
Afrontado tales presiones, será difícil para Abbas mantenerse de pie sin ser señalado como un rechazador. El presidente ha mostrado, además, poco interés en formular una alternativa política al ritual del proceso de paz, generando una cada vez más difícil vuelta a las conversaciones.
En el frente doméstico, los esfuerzos de Abbas para terminar con el abismo entre Gaza y Cisjordania estuvieron marcados por una carencia de urgencia y de compromiso. Hace ya cerca de tres años que el grupo Islamista Hamas expulsó a la Autoridad palestina de la Franja de Gaza, y hasta ahora todas las tentativas de reconciliar a las facciones palestinas rivales han fallado.
Nadie discute que un acuerdo entre Hamas y Fatah será difícil y causará problemas para los palestinos en la arena diplomática. Cualquier trato reforzará la postura islamista de una manera u otra, un resultado que alarmará a Israel y a los gobiernos más occidentales.
Hoy, como tan a menudo en el pasado, las opciones son todas malas para el líder palestino. Él puede sentarse a negociar con Israel y perder la credibilidad en casa: o puede rechazar sostener negociaciones de paz y perder el apoyo de la comunidad internacional. Puede llegar a un acuerdo con Hamas y arriesgarse al aislamiento en el extranjero: o puede seguir rechazando a los islamistas de Hamas y profundizar la división palestina hasta el infinito.
Afrontando tal serie de opciones de política desagradables, la indecisión de Abbas es quizás comprensible.
Pero si él quiere que su presidencia sea recordada por algo más que el fracaso diplomático y la lucha interna, tendrá que tomar una decisión tan pronto como sea posible.
Fuente: Tobias Buck desde Jerusalén para Financial Times.
Traducción propia.
.
Abbas needs to get off the fence.
What does Mahmoud Abbas want? Not so long ago the answer to that question seemed clear: retirement. Deeply frustrated by the lack of diplomatic progress, the veteran president of the Palestinian Authority announced in early November that he would not seek re-election. With a vote due three months later, his departure looked imminent.
And yet now it is as if Mr Abbas’s crisis of confidence never happened. The January election never took place – a casualty of the deep internal divisions that mark Palestinian politics. Mr Abbas, meanwhile, has settled back into the familiar routine of Middle East diplomacy.
On the latter point he might just be right. Mr Abbas is not one to set Palestinian, or anyone else’s, pulses racing. Plodding and uncharismatic, he is seen by most Palestinians as a weak leader whose accommodating style failed to deliver.
In fairness to Mr Abbas, that is not entirely his own fault. Whether by accident or design, he found himself undermined time and again by Israel and the US – most recently when they strong-armed him into distancing himself from a UN report that criticised Israel’s conduct in last year’s Gaza war.
Yet, for all his failings, and in the absence of a proper election, it is hard to see who could replace the president.
The second-tier leadership inside Mr Abbas’s Fatah party is made up largely of divisive strongmen, political has-beens and unknown quantities.
The problem is not so much that Mr Abbas has decided to prolong his term as president. It is that he does not seem to know what to do with it.
The lack of direction is perhaps most evident on the issue of peace talks. Mr Abbas has so far resisted pressure from the US and Israel to resume negotiations, arguing that Israel must first put an end to the growth of settlements in the West Bank and east Jerusalem. He argues that the continuing expansion of settlements undermines the chances of a peace deal as it makes a Palestinian state less viable. Another reason for Mr Abbas’s hesitation is his mistrust of the Israeli government under Benjamin Netanyahu.
Yet, despite such misgivings, the odds on Mr Abbas reopening peace talks have shortened recently. Both Israel and the US have a strong interest in restarting negotiations, almost regardless of the fact that current circumstances make a diplomatic breakthrough unlikely.
Faced with such pressures, it will be hard for Mr Abbas to stand aside without being branded a rejectionist. The president has, moreover, shown little interest in formulating a political alternative to the ritualistic peace process – making it harder still to turn down an invitation to talk.
On the domestic front, Mr Abbas’s efforts to end the damaging split between Gaza and the West Bank have been marked by a lack of urgency and commitment. It is now close to three years since the Islamist Hamas group ousted the Palestinian Authority from the Gaza Strip, yet so far all attempts to reconcile the rival Palestinian factions have failed.
No one disputes that brokering an agreement between Hamas and Fatah will be difficult and cause problems for the Palestinians in the diplomatic arena. Any deal is certain to empower the Islamists in one way or another – an outcome that will alarm Israel and most western governments.
There are, as so often in the past, no good choices for the Palestinian leader. He can sit down with Israel and lose credibility at home: or he can refuse to hold peace talks and lose the support of the international community. He can strike a deal with Hamas and risk isolation abroad: or he can continue to shun the Islamists and deepen the Palestinian divide even further.
Faced with such an array of unpalatable policy options, Mr Abbas’s indecision is perhaps understandable.
But if he wants his presidency to be remembered for more than diplomatic failure and internal strife, he will have to take his pick sooner rather than later.
By Tobias Buck in Jerusalem to Financial Times.