Sin duda, uno de los personajes mas simpáticos de los que concurrieron de las Misiones fue el indio Miguel Chepoyá, del pueblo de Santa María la Mayor. Era del cacicazgo de Marayuguá. A los 18 años formó parte del segundo escuadrón de la Segunda Compañía y actuó como trompeta de órdenes; participó en la campaña del Norte (Salta y Tucumán), integró el Ejército de los Andes, cruzó la Cordillera, entró a Chile y posteriormente al Perú, dando cima a su agitado correr por los campos de batalla de América, en el último encuentro con las tropas realistas: Ayacucho. Desde 1813 a 1824, el trompeta de órdenes, conoció todas las vicisitudes de la encarnizada lucha por la independencia de las colonias españolas. Integrante de aquel contingente de tropas que trajera consigo Morales, actuó bajo las órdenes de San Martín, Belgrano, Rondeau, Bolivar y Sucre, etc., destacándose por su disciplina, valentía, compañerismo y sanos ideales. Regresó a Buenos Aires el 13 de febrero de 1826 bajo las órdenes del gran Félix Bogado, enhiesto, cargando con honor el polvo de todos los caminos, trayendo en su mente el recuerdo de batallas memorables. Formaba parte de lo que había quedado del glorioso Regimiento de Granaderos a Caballo: un puñado de hombres adiestrados en un todo por el Gran Capitán y que hasta el último encuentro demostraron cuánto vale la disciplina férrea, el tesón y la valentía puestos al servicio de un supremo ideal. Era de los últimos: de los que recibieron el agasajo de Buenos Aires cuando allá en 1826, liberada América, desfilaron por sus calles como queriendo dar el último adiós a las armas, al vistoso uniforme, a las medallas ganadas con honor.