Fin de la razzia en Bangassu para el coronel Abdallah y sus 30 reclutones.
Alineados en el patio embarrado e invadido de malezas de la gendarmería de Bangassu, una decena de prisioneros baja patéticamente la cabeza: hasta ayer nomás, sembraban el terror en esta ciudad del este de la República Centroafricana.
La noticia se difundió como reguero de pólvora entre los 40.000 habitantes de la subprefectura que se extiende kilómetros en medio de los árboles: el coronel Abdallah, de la coalición rebelde Séléka que tomó el poder en marzo en Bangui y es disuelta en lo sucesivo, fue detenido el lunes. Y con él los 30 hombres que habían sistemáticamente explotado la ciudad desde su llegada el 23 de marzo.
“Es una gran sorpresa y un gran placer. Creíamos que esto nunca acabaría”, testimonia aliviado un habitante, Odon Kondoulas.
El coronel, desde su detención por un contingente de “Séléka integrados”, miembros de las nuevas fuerzas armadas centroafricanas, fue trasladado a Bangui con sus cuatro “agregados”. Sus hombres esperaban el martes a la tarde que un avión llegara de la capital donde serán puestos en detención.
No tienen marcas aparentes de heridas, ni malos tratos. “No se resistieron”, dice el coronel Idriss Bernard que realizó la operación. A su lado, un soldado opina: “como se rindieron tranquilamente, no los torturamos”.
Algunos son muy jóvenes, un tal David, de apenas 12 años, alumno de primaria, dice que se unió a los rebeldes durante las vacaciones escolares.
“No necesitan reclutamiento forzado. Ellos (los jefes rebeldes) les dan 10.000 francos CFA, (alrededor de 15 euros) y un Kalachnikov. Y les dicen “ahora podrás tener todo lo que quieras”, explica el padre Alain-Blaise Bissialo, que vivió el calvario de la población bajo las botas del coronel y sus 30 hombres.
Bangassu era su propiedad.
Cuando ellos llegaron, “no había ninguna fuerza en la ciudad. Los hombres del Séléka ya estaban en camino a Bangui”, las fuerzas leales al régimen de François Bozizé habían huido, agrega el sacerdote. El coronel se quedó e hizo de Bangassu su propiedad. Primero robaron los coches, luego las computadoras, después “todas las máquinas que tuvieran motor”. Luego tomaron los celulares, el dinero, para luego atacar las casas, cuentan los habitantes al arzobispo de Bangui, Dieudonné Nzapalainga, nativo de la ciudad, y al presidente de la Comunidad islámica centroafricana, el imán Omar Kabine Layama.
Ellos están en misión de reconciliación entre cristianos y musulmanes y llaman conjuntamente a “dar vuelta la página”.
Porque aunque él se decía musulmán, el coronel Abdallah también había sometido a sus correligionarios a sus designios. Las familias musulmanas debían preparar las comidas y alimentar a los Séléka cada día y llevar los platos a su base.
Al chantaje generalizado, “hasta para ir al campo había que pagar” le dijeron varios habitantes al arzobispo y al imán, se sumaron homicidios y violaciones.
Finalmente, parece que “verdaderamente estaban hasta los huevos”, dice el arzobispo, la gente comenzó a rebelarse hace unos quince días, cortando árboles para bloquear los caminos y refugiándose en la selva.
Frente a la debilidad de sus efectivos, el “coronel” entonces distribuyó armas a jóvenes musulmanes de la ciudad, a menudo pequeños delincuentes. Esto fue una conmoción para los cristianos, que son mayoría en la ciudad, y dejó la puerta abierta al engranaje del resentimiento contra los musulmanes acusados de haber pactado con el coronel.
“Lo que pasó no había pasado nunca en Bangassu. Pero podremos superar esto, hace falta”, exhorta el alcalde de la ciudad, Zarra Abdulaye, frente a los religiosos. El discurso es recibido sin entusiasmo. “Muchos creen que si ya hubo un coronel Abdallah, por qué habría un segundo”, explica el padre Bissialo.
Bangassou, 09 octobre 2013 (AFP)