Acciones varias de las distintas guerras

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El último viaje del submarino alemán U-166 hasta el fondo del Golfo de México
Un equipo dirigido por el oceanógrafo Robert Ballard ha tomado extraordinarias fotografías en alta resolución del pecio
Ocean Exploration Trust
Un viaje mágico por los restos del submarino alemán de la Segunda Guerra Mundial U-166

La Segunda Guerra Mundial se libró en los fríos campos de Rusia Occidental, en las playas de Normandía, en el lejano Pacífico y en los desiertos abrasadores del Norte de África. Esos fueron los teatros de operaciones más recordados, pero la contienda también llegó a otros lugares mucho menos conocidos, incluyendo las mismísimas puertas de los Estados Unidos continentales. (Vea aquí una fotogalería con las espectaculares imágenes de la exploración).
La prueba de que las tropas de Adolf Hitler llegaron a pocos kilómetros de la costa estadounidense yace a 1.500 metros bajo las aguas del Golfo de México. Se trata del casco del U-166, un majestuoso submarino (U-Boot) alemán hundido en julio de 1942 con su tripulación de 52 marineros a bordo. Esta semana, un equipo dirigido por el oceanógrafo Robert Ballard, director del Centro de Exploración Oceánica de la Universidad de Rhode Island, ha logrado obtener todo un catálogo de imágenes en alta definición del pecio, que muestran los evocadores restos de un arma que otrora fue letal y altamente efectiva.
Durante la Segunda Guerra Mundial los submarinos alemanes de la Kriegsmarine lograron hundir más de cincuenta barcos en aguas del Golfo de México, con un balance muy poco favorecedor para los norteamericanos, que únicamente consiguieron hundir un buque enemigo: el U-166.
Según explican a ABC.es fuentes cercanas a su equipo, Ballard, conocido por sus exploraciones de los naufragios del Titanic, Bismarck y Lusitania, ha vuelto a visitar el buque, que descubrió en 2001, para documentar adecuadamente sus restos... y de sus víctimas.
Un servicio corto pero letal
Ordenado en septiembre de 1939 y construido en los astilleros de Seebeckwerft, en Wesermünde (Bremerhaven), el U-166 tuvo una vida corta pero intensa. Su primer viaje, en mayo de 1942, le llevó hasta el puerto de Kiel, en Noruega, desde donde rodeó las Islas Británicas sin novedades de interés. No ocurrió lo mismo en su segunda salida, que le llevó desde Lorient, en Francia, hasta el Golfo de México, donde se convirtió en un cazador implacable.
El 11 de julio de 1942 el U-166 se cobró su primera víctima: el velero dominicano «Carmen». Dos días después le seguiría el mercante «Oneida» y apenas tres días más tarde el pesquero «Gertrude», ambos de bandera norteamericana. Entonces la suerte del submarino cambió: pasó los siguientes quince días sin lograr una presa confirmada. Hasta que avistó al Robert E. Lee.
Nadie volvió a tener noticias del submarino hasta 2001
El mercante de vapor Robert E. Lee, con un tonelaje de 5,184, era la mayor presa a la que se había enfrentado hasta el momento. El U-166 logró torpedearlo y hundirlo, provocando la muerte a 25 de sus pasajeros, pero sería lo último que hiciera. Tras el ataque, el patrullero estadounidense PC-566, que servía de escolta del mercante, lanzó varias cargas de profundidad. Nadie volvió a tener noticias del submarino hasta 2001, cuando el equipo de Ballard logró localizar los restos a setenta kilómetros del delta del río Misisipi. El pecio, sin embargo, no había sido documentado adecuadamente hasta esta semana.
«Se ha procedido a realizar un mapeado en 3-D de los restos para analizarlos detalladamente», explican desde la Ocean Exploration Trust, la organización fundada en 2008 por Ballard para explorar el fondo oceánico. Desde el E. V. Nautilus, el barco de 64 metros que le sirve como base, el equipo del oceanógrafo estudiará hasta octubre no solo los restos del U-166, sino también del Robert E. Lee —que dista dos millas náuticas (casi cuatro kilómetros) del submarino— del Gulfpenn, Gulfoil y SS Alcoa Puritan, todos ellos barcos norteamericanos hundidos durante la Segunda Guerra Mundial.
En la actualidad, los restos del U-166, que aún guardan los 52 cadáveres de su tripulación, no pueden ser explorados sin permiso al estar catalogados como cementerio de guerra. Es, sin embargo, un cementerio lleno de vida: a solo unos pocos cientos de metros de él, la expedición de Ballard aprovechó para tomar muestras de mejillones con los que estudiar la relación simbiótica entre estos animales y las bacterias que se alimentan del metano de las profundidades. Es ley de vida.
abc.es
 

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19/07/1940 - en el mar Egeo (Italia), en la batalla de Cabo Spada (en el marco de la Segunda Guerra Mundial), el crucero australiano Sídney hunde al crucero liviano italiano Bartolomei Colleoni, dejando 121 muertos.
1940 - en Inglaterra, la orden 112 del ejército forma los Cuerpos de Inteligencia del Ejército Británico.
Líder soviético y revolucionario marxista Vladimir Lenin1942 - ante la costa de Estados Unidos, el almirante Karl Dönitz ordena al último submarino a retirarse de su posición, en respuesta al efectivo sistema de convoy.
1942 - en la URSS, los sóviets abandonan Voroshilovgrado.
1943 - en Estados Unidos finaliza la construcción del oleoducto entre Texas y Pensilvania.
1943 - en Italia, 270 aviones aliados bombardean en dos horas las barriadas periféricas de Roma (solo muertos civiles).
1945 - en Estados Unidos, Montgomery Ward es tomada por el ejército bajo las órdenes del fiscal general Francis Biddle, debido a que se negó a obedecer las órdenes del Consejo Nacional de Trabajo de Guerra (National War Labor Board). Seward Avery, director de Montgomery Ward, es expulsado de su oficina por los soldados.
FUENTE; http://www.hoyenlahistoria.com/
 

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La guerra en la inhóspita jungla de Nueva Guinea
Lluvia continua durante nueve meses y después los monzones y más lluvia. Luchando continuamente cuerpo a cuerpo contra el enemigo en medio de la jungla más espesa… y contra serpientes, cocodrilos, legiones de miles de mosquitos y la malaria, en medio del barro y, cuando no, de un calor y humedad sofocantes

Durante cuatro largos años ese fue el panorama con el que se encontraron japoneses y aliados: australianos, estadounidenses -y algunas unidades locales- en los combates en la jungla de Nueva Guinea.
Segunda mayor isla del mundo, casi un continente en sí misma, fue escenario de una de las campañas más fieras y, sin embargo, más desconocidas de la Segunda Guerra Mundial. Recorrida en su mitad oriental por las cordilleras Owen Stanley y Bismarck, pocos lugares podían ser más inhóspitos para la lucha y la guerra moderna.
En medio de la jungla más espesa, sin ninguna carretera digna de tal nombre, todos los suministros tenían que ser transportados por los soldados a sus espaldas o mediante mulas, salvo en las escasas áreas abiertas en que podían ser suministrados desde el aire o en las bases costeras y sus aeródromos: Buno, Gona. Lae, Finschafen, etc…, que se convirtieron automáticamente en los objetivos prioritarios de una lucha sin cuartel.
Lo accidentado del terreno influyó directamente en las características de los combates: nada de grandes movimientos de tropas, ni uso masivo de artillería pesada o grupos de carros de combate…
Tan solo luchas sin cuartel de batallones o regimientos que se enfrentaban entre sí a cortas distancias, en pequeñas unidades, en las que cobraban especial importancia las patrullas para localizar al enemigo -tarea siempre difícil en un medio tan propicio para el camuflaje- y en las que las emboscadas por uno y otro bando eran una constante. Todo ello añadido a la invisible y permanente amenaza de la malaria que provocó más del doble de bajas que los proyectiles…
De norte a sur
A pesar del modesto volumen de tropas empleadas en comparación con otros frentes, el significado estratégico de la campañafue crucial. Su situación, puente entre Australia y las Indias Orientales Holandesas, resultaba clave para los objetivos del Japón: la posesión de Nueva Guinea permitía estrangular las líneas marítimas hacia Australia y constituía un excelente y gigantesco baluarte defensivo a la hora de preservar las recién adquiridas conquistas del Imperio del Sol Naciente.
Presentes en diversos puntos de la isla desde enero-marzo de 1942, los japoneses intentan tomar la capital, Port Moresby, y convertirla en base avanzada mediante un desembarco que se verá frustrado como consecuencia del resultado de la confusa Batalla del Mar del Coral (mayo de 1942).
Incapaces pues del asalto desde el mar, los japoneses, firmemente asentados en la costa noreste de la isla, tendrán que avanzar a través de la jungla y las montañas si quieren alcanzar el sur de Nueva Guinea. Entre julio y diciembre, las fuerzas al mando del general Hatazo Adachi intentan abrirse paso a lo largo de la denominada pista Kokoda —un simple sendero a través de las montañas—, la única que comunica la costa norte y sur de la isla.
En una lucha épica, con continuos cambios de iniciativa, las tropas australianas, más tarde reforzadas por unidades estadounidenses —dirigidas ambas por el general Mac Arthur— y con mayor apoyo aéreo, logran prevalecer y alejar la amenaza de Port Moresby. Las fuerzas niponas quedan relegadas a sus posiciones de inicio, pero los aliados se ven incapaces de desalojarlas de ellas. Los combates de Kokoda tienen un significado psicológico clave, al igual que lo han sido los de Guadalcanal:desmontar el mito de la inferioridad de la infantería aliada en la lucha en la jungla.
Cambio de iniciativa
Los posteriores intentos japoneses por reforzar de forma efectiva su guarnición en Nueva Guinea fracasan —Batalla de las Bismarck— ante el poderío de las marinas y aviación aliadas. La respuesta nipona a las derrotas navales —Operación I-Go, en abril de 1943— es un revés estratégico completo. Tras ello, aunque se seguirán sucediendo continuas batallas aeronavales con resultado alterno, la iniciativa está ya en el bando aliado... A partir de mediados de 1943, las fuerzas japonesas se ven forzadas a pasar a la defensiva.
El alto mando aliado lanza su contraofensiva en el mes de junio: la operación Cart Wheel, con dos direcciones de avance: Nueva Guinea y las Salomón, y un único objetivo: neutralizar la amenaza japonesa en la zona. Las operaciones se extenderán hasta 1944.
Los aliados probarán la táctica del «salto de rana», que después se utilizará en el Pacífico en el avance hacia Japón: las guarniciones japonesas más potentes son aisladas —se saltan— y las tropas solo tomarán al asalto aquellas islas o bases que sean imprescindibles.
Las operaciones concluyen de forma exitosa. Pero entre 1944 y 1945, y hasta el final de la guerra, con la amenaza japonesa totalmente neutralizada, seguirán, sin embargo, los combates terrestres en Nueva Guinea. Operaciones de limpieza en su mayor parte, en las que, de todas formas, los aliados seguirán teniendo que luchar contra la férrea determinación del soldado japonés de no rendirse independientemente de las circunstancias.
La muerte de Yamamoto
Los estadounidenses son capaces desde 1940 de descifrar las claves del código naval japonés, denominado «Púrpura». En 1943, en medio de la campaña por las Salomón y Nueva Guinea, interceptan un mensaje en el que se anuncia la visita del almirante Yamamoto a la isla de Bouganville. El alto mando norteamericano, después de largos debates, toma la decisión de interceptar el avión del almirante y derribarlo. La operación se realiza con absoluta precisión: el 18 de abril de 1943, aviones provenientes de Guadalcanal abaten el G4M1 «Betty» en el que vuela Yamamoto. El almirante muere y Japón, con ello, se ve privado de su mayor activo militar.
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El atentado contra Hitler comienza a caer en el olvido en Alemania

Este domingo se cumplen 70 años del intento de asesinato al Führer

Enrique Müller Berlín 20 JUL 2014 - 18:39 CEST


El presidente alemán, Joachim Gauck, durante el homenaje a los héroes de la Operación Walkiria en su 70 aniversario. / WOLFGANG KUMM (EFE)

La bomba que debía matar al Führer y cambiar el curso de la guerra pesaba 975 gramos, estaba escondida en un maletín de cuero y estalló a las 12.42 horas del 20 de julio de 1944 en la sala de conferencias del fortificado centro de operaciones para el frente oriental, Wolfschanze. La bomba mató a cuatro oficiales y solo dos personas de las 24 que se encontraban en la sala lograron salir casi indemnes. Una de ellas era Adolf Hitler.

70 años después, Alemania volvió a rendir homenaje este domingo a los héroes de la Operación Walkiria, un grupo de oficiales aristócratas que conspiró para matar a Hitler. Ellos quisieron acabar con la guerra en el frente occidental, formar un nuevo gobierno y buscar una alianza con los aliados occidentales para acabar con el comunismo. Durante años, fueron tratados como “traidores” por el país que surgió de las ruinas. Pero el nuevo aniversario, y a pesar del interesado gesto de las máximas autoridades del país de resaltar la memoria de los oficiales que pagaron con su vida la osadía de acabar con la vida de Hitler, dejó al desnudo un nuevo fenómeno que fue ignorado en los actos oficiales.

Según una encuesta realizada por el prestigioso Instituto de Demoscopia de Allensbach, solo un 45% de los alemanes mayores de 16 años fueron capaces de responder afirmativamente a una pregunta capital de la agitada y trágica historia del país: “¿Sabe usted lo que ocurrió el 20 de julio de 1944?”. Peor aún, el estudio dado a conocer por el instituto demoscópico descubrió que las generaciones jóvenes desconocen lo que sucedió hace 70 años en Wolfschanze.

La ignorancia de los jóvenes alemanes no es gratuita. Según Emil Müller, un joven de 19 años que terminó la enseñanza media en una de las mejores escuelas de Berlín, la hazaña trágica del conde Claus Schenk von Stauffenberg, encargado de colocar la bomba, y sus aliados nunca fue un tema en las clases de historia contemporánea. “Debo ser el único de mi clase que conoce la hazaña del conde. Me la contó una amiga que es su bisnieta”, dijo el joven a EL PAÍS.

“Alguien ha intentado asesinarme”, dijo el Führer a su ayuda de cámara mientras se sacudía los escombros, aquel 20 de julio de 1944. “¡Mein Führer, usted vive, usted vive!”, exclamó el mariscal Wilhelm Keitel cuando vio salir al dictador. Casi cinco horas después de haber dejado la bomba, el conde von Stauffenberg llegó a las puertas de la sede del alto mando de la Wehrmacht en Berlín, convencido de que Hitler había muerto.

El aristócrata y otros tres oficiales fueron fusilados esa noche en el patio del edificio, que ahora es sede del Ministerio de Defensa, donde debían haber puesto en marcha el último capítulo de la legendaria Operación Walkiria. “¡Larga vida a nuestra sagrada patria Alemania”, gritó el conde antes de ser acribillado por las balas.

El desinterés que existe en Alemania por la gesta de los autores de la operación Walkiria también fue resaltado por Anjte Völlmner, exvicepresidenta del Bundestag y militante distinguida de los Verdes, quien recordó que después del atentado fallido 180 personas fueron ejecutadas. “Muchos alemanes tienen dificultades para recordar el nombre de, al menos, cinco personas”, dijo.

La amnesia colectiva tiene raíces profundas. Durante años, Alemania tuvo dificultades para rendir homenaje a las personas que pagaron con sus vidas la osadía de intentar acabar con la vida del Führer. Los familiares de las víctimas, por ejemplo, vivieron confrontados durante años con el reproche de ser los hijos y las viudas de un grupo de “traidores”. Hasta casi finales del siglo XX predominó en el país la convicción de que el atentado había sido planificado por un grupo de aristócratas que habían apoyado a Hitler cuando se inició la guerra y que solo deseaban continuar la contienda contra el Ejército Rojo de Stalin.

Los entretelones de la hazaña trágica y la amnesia colectiva de Alemania no fueron aspectos fueron resaltados este domingo en el acto oficial que se realizó en el edificio donde hace 70 años el conde von Stauffenberg fue fusilado. Los oradores, entre ellos, el presidente de Alemania, Joachim Gauck, prefirieron honrar la memoria de los héroes trágicos, para resaltar que en la época más oscura que haya vivido el país también hubo personas que decidieron, como recordó el presidente, “ser valientes y no ser cómplices cuando los demás están equivocados”.

“El 20 de julio nos recuerda lo que queremos y podemos: permanecer valientes a favor de nuestros valores. No convertirnos en cómplices cuando otros cometen injusticias”, sentenció Gauck en el acto oficial, en el que no estuvo presente la canciller Angela Merkel, que abandonó Berlín para iniciar sus vacaciones estivales.
http://internacional.elpais.com/internacional/2014/07/20/actualidad/1405874343_535345.html
 

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El ejército japonés amenaza la India británica
Los aliados hubieron de mantenerse a la defensiva durante dos largos años
Birmania resultaba un objetivo importarte para Japón tanto por sus propios recursos naturales, sobre todo el arroz, como por su situación entre Malasia, las Indias Holandesas (destinadas a ser la fuente principal de petróleo para Japón) y la India, que Tokio acariciaba como próxima meta.
Para ello contaba con el disidente indio Chandra Bose, que intentó, con muy escaso resultado, organizar un Ejército Nacional Indio para luchar bajo las banderas del sol naciente contra las autoridades coloniales en el subcontinente.
Apoyo chino
Los primeros ataques del Ejército Imperial Japonés tuvieron lugar ya en diciembre de 1941. Ante ello, los británicos lograron una cierta colaboración de las fuerzas chinas. Sin embargo, Chang Kai-chek dejó claro que su objetivo era la defensa de la carretera de Birmania (única vía terrestre para abastecer a sus ejércitos) y no la defensa de las colonias británicas. Además, las tropas chinas que actuaran en ese territorio estarían a las órdenes del general estadounidense Joseph Stilwell y no bajo la autoridad de ningún mando de Londres.
En 1942, una nueva ofensiva japonesa hizo retroceder a las fuerzas angloindias en todo el frente, logrando solo detener temporalmente el ataque en el río Sittang. El 8 de marzo, los japoneses entraban vencedores en Rangún, mientras los aliados, con todo en su contra, fueron cediendo terreno en los valles del Irrawadi y el Sittang. La superioridad japonesa era evidente y solo en el aire los cazas P 40 del AVG (American Volunteer Group), más conocidos por «Los Tigres Voladores» opusieron una resistencia más simbólica que eficaz.
El 29 de abril, los japoneses lograron incluso cortar las comunicaciones de China a través de la estratégica carretera de Birmania. A partir de ese momento, las tropas chinas del general Stilwell que pudieron abandonaron Birmania y volvieron a su país…
A las puertas de la India
Al final de la ofensiva, los británicos tuvieron que retirarse apresuradamente hacia Imphal, ya en territorio indio, a donde llegaron, diezmados por el hambre y las enfermedades, justo antes del monzón, que obligó a detener las operaciones. Los japoneses, mientras tanto, se dedicaron a consolidar sus posiciones en Birmania, en donde establecieron un gobierno títere para el país e incluso llegarían a crear un Ejército Nacional Birmano, más teórico que real.
Tras la retirada de Birmania, la actividad de los británicos fue meramente defensiva, dados los pocos recursos que Londres podía destinar a las tropas en el sudeste asiático y los problemas para mantener dentro del Imperio Británico a la India, en donde día a día crecía el nacionalismo, animado por agitadores japoneses y seguidores de Chandra Bose.
Durante el resto de la guerra y hasta que los aliados pudieron afrontar la reconquista de Birmania en 1944, en aquel teatro de operaciones todo se redujo a acciones de hostigamiento, de las cuales las más conocidas fueron las del general Wintgate, al frente de los «Chindits» y las de los denominados «Merodeadores de Merril».
«Chindits» y Merodearores
Los «Chindits» creados por los británicos, y su réplica norteamericana, los Merodeadores, eran fuerzas preparadas para la lucha de guerrillas infiltradas tras las líneas japonesas. Estas fuerzas, en ocasiones con entidad de una brigada o, incluso, una división, lograron hostigar la retaguardia enemiga a base de atrevidas incursiones, algunas de ellas aerotransportadas, pero sufrieron bajas muy elevadas para conseguir unos objetivos muy cuestionables, por lo que su eficacia militar real, más allá de la propaganda, resulta controvertida.
Los personajes
Hideki Tojo. Primer Ministro del Japón
Tokio, 30 de diciembre de 1884 - Tokio, 23 de diciembre de 1948
Desde octubre de 1941 hasta su destitución en verano de 1944, el general Tojo, «La Navaja», fue la personalidad más poderosa del Japón. Decidido partidario de la guerra frente a las potencias coloniales europeas y los EEUU, sería uno de los principales instigadores del conflicto, y gozó de una enorme popularidad, consecuencia de los éxitos militares de 1941 y 1942. Sin embargo, a medida que la guerra se volvió adversa, la estrella de Tojo declinó hasta que, en medio de una fuerte crisis política, se vio forzado a dimitir. Político astuto y hábil, fiel y riguroso observador del código Bushido, intentó suicidarse tras la capitulación del Japón… Una vez restablecido, fue condenado a muerte por crímenes de guerra y contra la Humanidad por la conducta de sus tropas.
Orde Wingate. Jefe de los «Chindits»
Naini Tal (India), 26 de febrero de 1903 - Thilon Village (India), 24 de marzo de 1944
A pesar de que su influencia en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial fue escasa, el general Orde Wingate es una de los personajes más pintorescos de la contienda. Experto en la lucha de guerrillas y la contrainsurgencia, Wingate había experimentado sus tácticas como integrante de las fuerzas irregulares judías que combatían en Palestina a los árabes a finales los años 30. En 1941 fue enviado a Etiopía, donde formó la Fuerza Gideon, unidad de comandos y guerrilla que combatió con éxito a los italianos, contribuyendo de manera decisiva a la liberación del país. En Birmania, en 1942, formará los «Chindits» con los que se enfrentaría a los japoneses en diversos «raids» que tuvieron desigual fortuna. Murió en accidente de aviación en el curso de dichas operaciones.
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Despues de 44 años consiguio saber por que su enemigo le perdono la vida

por Javier Sanzel


"...El 20 de diciembre de 1943, despegaba del campo de aviación RAF Kimbolton (Inglaterra) el bombardero B-17, llamado "Ye Olde Pub", de la United States Air Force (USAF) con la misión de bombardear una fábrica de aviones en Bremen (Alemania). La tripulación de la aeronave estaba compuesta por Bertrand O.Coulombe, Alex Yelesanko, Richard A. Pechout, Lloyd H. Jennings, Hugh S. Eckenrode, Samuel W. Blackford, Spencer G. Lucas, Albert Sadok, Robert M. Andrews y al frente de todos ellos el joven teniente Charles L. Brown.
Consiguieron realizar la misión pero a un alto precio… el artillero de cola había muerto y 6 tripulantes más estaban heridos, el morro estaba dañado, dos motores fueron alcanzados y de los dos restantes sólo uno tenía suficiente potencia, el fuselaje estaba seriamente dañado por los impactos de las batería antiaéreas y los cazas alemanes, incluso el piloto Charlie Brown llegó a perder la consciencia momentáneamente. Cuando Charlie despertó consiguió estabilizar el avión y ordenó que se atendiese a los heridos.
Cuando pensaba que bastante tendrían con mantener la aeronave en el aire, llegó lo peor…un caza alemán en la cola. Todos pensaron que ya había llegado su momento, pero el caza en lugar de disparar se puso en paralelo del bombardero. Charlie giró la cabeza y vio cómo el piloto alemán le hacia gestos con las manos. Así se mantuvo durante unos instantes, hasta que el teniente ordenó a uno de sus hombres subir a la torreta de la ametralladora… pero antes de poder cumplir la orden, el alemán miró a los ojos a Charlie le hizo un gesto con la mano y se marchó. A duras penas, y tras recorrer 250 millas, Ye Olde Pub consiguió aterrizar en Norfolk (Inglaterra). Charlie contó a sus superiores lo ocurrido pero éstos decidieron ocultar aquel acto de humanidad.Pero el teniente no lo olvidó… ¿Por qué no los había derribado?
En 1987, 44 años después de aquel suceso, Charlie comenzó a buscar al hombre que les había perdonado la vida a pesar de no saber nada de él y, mucho menos, si todavía estaba vivo. Puso un anuncio en una publicación de pilotos de combate:

Estoy buscando el hombre que me salvó la vida el 20 de diciembre de 1943.

Desde Vancouver (Canadá), alguien se puso en contacto con él… era Franz Stigler. Después de cruzar varias cartas y llamadas de teléfono, en 1990 lograron reunirse.

Fue como encontrarse con un hermano que no veías desde hace 40 años

Tras varios abrazos y alguna que otra lágrima, Chrarlie le preguntó a Franz: ¿Por qué no nos derribaste?

Franz le explicó que cuando se puso en su cola y los tenía en el punto de mira para disparar, sólo vio una avión que a duras penas se mantenía en el aire, sin defensas y con la tripulación malherida… no había ningún honor en derribar aquella aeronave, era como abatir a un paracaidista. Franz había servido en África a las órdenes del teniente Gustav Roedel, un caballero del aire, que les inculcó la idea de que para sobrevivir moralmente a una guerra se debía combatir con honor y humanidad; de no ser así, no serían capaces de vivir consigo mismos el resto de sus días. Aquel código no escrito les salvó la vida. Trató de guiarlos para sacarlos de allí, pero tuvo que desistir cuando se acercaban a una torre de control alemana; si hubiesen descubierto a Franz habría supuesto la pena de muerte.

Durante varios años compartieron sus vidas y en 2008, con seis meses de diferencia, fallecieron de sendos ataques al corazón. Franz Stigler tenía 92 años y Charlie Brown 87...."

PD: Evidentemente el piloto ingles que derribo a nuestro Hercules TC-63 no seguia la filosofia "Roedel"....Saludos!
 

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22/07/1940 - Gran Bretaña rechaza una nueva oferta de paz alemana.
1942 - se traslada a Treblinka (Polonia) el primer contingente de judíos destinado a este campo de concentración.
1942 - los británicos rechazan la propuesta estadounidense de un desembarco en Europa, durante 1942.
1943 - Suiza prohíbe los partidos de inspiración nazi.
FUENTE: http://www.hoyenlahistoria.com/
 
PD: Evidentemente el piloto ingles que derribo a nuestro Hercules TC-63 no seguia la filosofia "Roedel"....Saludos!
No seria Ingles...¿no viste las fotos de como trataban a los Conscriptos, y de como los usaban para desminar algunos lugares en MLV?...me atengo a la Historia...Aun asi a nivel personal no tengo animosidad contra "el Pueblo Ingles"...solo que sus Lideres me dan mala espina...que se io
 

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Los españoles que combatieron junto a Hitler en el búnker de Berlín


La «Unidad Ezquerra», formada por soldados hispanos, luchó junto a los nazis en los últimos días del III Reich
1La División Azul: el principio de todo

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Varios miembros de la «División Azul» se dirigen hacia Alemania
Berlín, 1945. Los nazis defienden la capital de lo que, en su día, fue el III Reich. Pero de ese antiguo imperio ya sólo quedan cenizas. Mientras Adolf Hitler se protege acongojado en su búnker y las bombas llueven sobre la ciudad, unos pocos soldados tratan de resistir las embestidas de los carros de combate y la infantería soviética. De repente, entre las continuas ráfagas de disparos y el retumbar de alguna granada perdida, suena una orden… «¡Disparad!». Aunque lleva el uniforme alemán, el oficial que grita es español y pertenece a la «Unidad Ezquerra», un grupo formado por 300 soldados hispanos que, junto a los hombres del Führer, se quedaron en Alemania para batallar contra el comunismo en los últimos días del nacional socialismo.
En aquel grupo cabía todo aquel que se presentara voluntario, ya fuera un veterano de la disuelta División Azul, un estudiante que hubiera decidido partir hasta Alemania, o un español que hubiera atravesado los Pirineos para luchar del lado del Führer. Tan solo había una norma: debía sentir repugnancia por el comunismo. «La “Unidad Ezquerra” fue la irreductible. Un puñado de divisionarios que decidieron combatir hasta el último aliento en el bando alemán contra los rusos. Era un grupo heterogéneo, una pequeña Legión que aguantó hasta el último momento», explica, en declaraciones a ABC, el historiador José Luis Hernández Garvi, autor de «Episodios ocultos del franquismo» (Editado por Edaf)
Los orígenes: La División Azul
Para conocer el origen de la «Unidad Ezquerra» es necesario remontarse hasta el 22 de junio de 1941. En aquel día, Adolf Hitler –que, sin prisa pero sin pausa, había logrado que su esvástica dominara una buena parte de Europa-, no dudó en atacar a uno de sus enemigos naturales: la U.R.S.S. Su plan era sencillo: movilizar a sus devienes «Panzer» y sus «soldaten» hasta la Unión Soviética y arrasar con ellos al camarada Stalin. Sin embargo, el Führer no pensaba viajar sólo, y mucho menos sin refuerzos, hasta la estepa Rusa. Por ello, llamó a la puerta española y solicitó a Francisco Franco que le devolviera la ayuda que le había prestado en la Guerra Civil.
El ferrolano –que le debía un favor al líder teutón- no pudo más que aceptar y, como no, poner una gran sonrisa al hacerlo. «Franco ofreció a Alemania el envió de algunas unidades de voluntarios en reconocimiento a la ayuda recibida durante la Guerra Civil. Un ofrecimiento que tenía que ser interpretado como un gesto de solidaridad, y no como el anuncio de la entrada en la guerra; que no se produciría hasta llegado el “momento adecuado”» explica, en este caso, el doctor en Historia Contemporánea Xavier Moreno Juliá (autor de varios libros cómo «Hitler y Franco. Diplomacia en tiempos de guerra -1936-1945-»), en su trabajo «La División Azul. Sangre española en Rusia. 1941-1945».

Serrano Súñer se entrevistan con Adolf Hitler
ABC
Apenas un par de lunas después de que Adolf Hitler enviara a sus tropas al frío de la «madre Rusia» -una maniobra que sería conocida como «Operación Barbarroja»- el ministro de Asunto Exteriores español (Serrano Suñer) se preparaba para dar la gran noticia al pueblo español a través de todos los medios de comunicación: el país se disponía a organizar una unidad militar de voluntarios que serían incluidos en las filas del ejército alemán. Se había puesto la primera piedra de la que, a la postre, sería la «División Azul», después de que la propuesta fuera aceptada por el mismísimo Führer en persona.
Así explicó Serrano Suñer aquel día a los presentes las causas de la creación de esta unidad de voluntarios españoles: «Camaradas. No es hora de discursos. Pero si de que Falange dicte en estos momentos su sentencia condenatoria: ¡Rusia es culpable! Culpable de nuestra Guerra civil. Culpable de la muerte de José Antonio, nuestro fundador. Y de la muerte de tantos camaradas y tantos soldados caídos en aquella guerra por la opresión del comunismo. El exterminio de Rusia es exigencia de la historia y del provenir de Europa. ¡Muera la Unión Soviética!». En las siguientes horas, se presentaron más de 20.000 voluntarios a la nueva unidad que se batiría, a fusil y cuchillo, contra la U.R.S.S.
El 2 de julio de ese mismo año, tras una semana de inscripciones, finalizó el plazo para alistarse en la División Azul con una afluencia de voluntarios increíble. Tras una selección previa, se constituyó un contingente con aproximadamente 18.000 integrantes al mando de Agustín Muñoz Grandes, un veterano de la Guerra Civil con claras tendencias a favor del nacional socialismo. Finalmente, se formó la unidad que los alemanes conocieron como «Blau división» o «250. Einheit spanischer Freiwilliger» (250 Unidad de voluntarios españoles).
Disparos españoles en Rusia
Tras llegar al país de la esvástica y calzarse el uniforme germano, los españoles tuvieron que someterse a un entrenamiento de apenas dos meses en el que aprendieron lo básico para matar rusos: apuntar, disparar y recargar. Del campamento de instrucción fueron transportados en tren hasta Polonia, desde donde llevaron a cabo una marcha de más de 1.000 kilómetros a pie hasta el frente soviético ubicado cerca de Moscú. «En la marcha se nos rompieron los zapatos y acabamos medio desnudos. Además, el problema fue el frío que sufrimos, que nos afectó mucho más porque nos cogió medio desnudos tras la caminata, sin apenas calzado que se había roto. Fue muy duro», explicaba hace un año el divisionario Juan José Sanz a ABC.
La División Azul tuvo que recorrer 1.000 Km. a pie hasta el frente ruso
Una vez en su destino, la División Azul hizo frente a los rusos en contiendas como la del rio Voljov. Sucedida en Octubre, en esta ofensiva el mando alemán dio la orden a los españoles de atravesar la corriente de agua con botes neumáticos y tomar posiciones en la zona soviética. «A las tres de la tarde del día 19 el teniente Escobedo, al mando de su sección, reforzada con dos ametralladoras, cruzaba el río (…) capturando 42 prisioneros», explica Manuel Román Jiménez en su libro «Historia del II batallón del 269 (Rusia 1941-1942)». A pesar del éxito inicial al tomar varias poblaciones cercanas, finalmente hubo que tocar a retirada ante los fuertes contraataques del ejército rojo y el apoyo de su artillería.
Los intensos combates en plena Rusia, las bajísimas temperaturas, y los disparos soviéticos fueron causando en los meses sucesivos una ingente cantidad de bajas entre los españoles. Aún así, siempre que se preguntaba por ellos se hallaban en primera línea de fuego. Tal fue su valentía que (según afirma el historiador José Luis Hernández Garvi en su libro «Episodios ocultos del franquismo») Hitler no tuvo reparos en alabar el coraje y arrojo de los soldados (aunque no el de los oficiales): «Extraordinariamente valientes y duros contra los partisanos, pero tremendamente indisciplinados. Lo que es lamentable es la diferencia de trato entre los oficiales y la tropa. Los oficiales se dan la gran vida mientras sus hombres se ven obligados a la mayor de las miserias».
La participación de la División Azul llegó a su fin en 1943. La razón era sencilla: los aliados –que estaban empezando a imponerse a base de carro de combate, fusil y bombardero- estaban hasta el casco de las fullerías del ferrolano y le exigieron la retirada de la «Blau División». Dicho y hecho. Sabiendo que era mejor no hacer enfadar al bando que podía ganar la guerra, Franco ordenó la vuelta a España de sus hombres del frente a través de trenes de carga. Así pues, en noviembre de ese mismo año comenzó la llegada de voluntarios a la Península, de donde meses antes habían salido para combatir al comunismo.

2 Sigue la lucha con la Legión Española de Voluntarios

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Voluntarios españoles en Rusia combaten el frío
Sin embargo, después de que se ordenara la vuelta a España de la «Blau División», un grupo de oficiales españoles ansiosos de seguir dándose de fusilazos contra los soviéticos empezaron a reclutar voluntarios con los que formar una nueva unidad dispuesta a mantenerse fiel a los nazis. «Cuando Franco ordenó la retirada de la División Azul por el cambio de tendencia de la II Guerra Mundial, hubo un grupo concreto de voluntarios que decidieron quedarse a seguir combatiendo el comunismo en el frente oriental. Fueron la llamada “Legión Española de Voluntarios” (LEV). Se calcula que estuvo compuesta por aproximadamente 1.500 efectivos entre soldados y oficiales», explica, en declaraciones a ABC, el escritor e historiador José Luis Hernández Garvi.
Esta idea no disgustó a Franco, que la vio como una forma de seguir contentando a Hitler aunque fuera de «tapadillo». «Franco era un personaje astuto. No podía romper de buenas a primeras con los alemanes, tenía que mantener las apariencias de que les seguía apoyado. Sin embargo, con el cambio de rumbo de la II Guerra Mundial vio que, si quería seguir al frente de su régimen y sobrevivir a la contienda –todos los indicios apuntaban a que los aliados iban a entrar militarmente en España- debía aproximarse a los que iban a ganar. Por ello, mandó por un lado regresar a la Península a los voluntarios, y, por otro, permitió que se crease la “LEV” para dar la impresión de que seguía apoyando a Hitler», determina el escritor.
La «LEV» se enfrentó a los partisanos en Italia
Encuadrada en la 121ª División de Granaderos WH del ejército alemán, la Legión Española de Voluntarios fue destinada en primer lugar al frente del río Voljov, el mismo lugar que la División Azul había pisado muchos meses atrás. Esta unidad hispana fue transportada a su vez, y durante la contienda, hasta la frontera letona, donde se enfrentó a los partisanos (guerrilleros) que importunaban a los soldados nazis con más voluntad que medios. En los meses posteriores, los españoles volvieron a dejar constancia de sus habilidades militares al resistir no sólo al duro «general invierno» (el frío que helaba los huesos en la región soviética) sino varios asaltos de los seguidores de Stalin. Pero, para entonces, había comenzado la decadencia del III Reich y los militares nazis iniciaban la retirada desde Leningrado debido a la presión enemiga.
«En los inicios de 1944 todo el Frente del Este se estaba viniendo abajo por la presión rusa. Por ello, comenzó la retirada hacia el oeste. El 19 de enero, la “LEV” recibió la orden de retroceder hacia el sur, comenzando un lento repliegue mientras luchaban contra el frío y los continuos ataques de los partisanos. La marcha continuó hasta Luga –al sur de San Petesburgo- Allí, estuvieron combatiendo en los años finales de la II Guerra Mundial hasta que fueron retirados del campo de batalla. Por entonces Franco ya había decidido adular a los aliados en vista de que iban a ganar la guerra y no le interesaba que sus soldados estuvieran combatiendo en las filas alemanas», completa Hernández Garvi.
3 El nacimiento de la Unidad Ezquerra

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Varios divisionarios repatriados por las calles de Madrid
Una vez más, el sueño alemán de los voluntarios españoles quedó destrozado cuando fueron repatriados a nuestro país. Por su parte, Franco cerró las fronteras para evitar que ningún hispano llegara hasta Alemania y se uniera de nuevo a las tropas de Hitler (pues no quería irritar demasiado a americanos e ingleses). Con todo, esta colaboración con los aliados no era más que una pose pues, extraoficialmente, multitud de jóvenes y antiguos combatientes de la División Azul y la «LEV» consiguieron llegar hasta la Francia ocupada y reengancharse de nuevo en las filas del ejército nazi.
Una vez que se contó con una buena cantidad de soldados españoles, se formaron con ellos dos unidades que fueron incluidas dentro de las Waffen SS –unas fuerzas que son definidas por el historiador Jean-Luc Leleu como «una organización militarizada armada surgida de las SS, las tropas que se encargaban de la protección del Führer»-. «Hay que diferenciar entre las SS y las Waffen SS. La segunda era el brazo militar de la primera, que representaba al nazismo. Los alemanes incluyeron a todos los combatientes extranjeros en las Waffen SS por una cuestión de organización y comodidad», completa el autor español en declaraciones a ABC.
Posteriormente, y tras decenas de bajas, se introdujo a los hispanos en la conocida como División Valona alemana –grupo en que los nazis incluyeron a la mayoría de extranjeros que querían luchar a su favor en los momentos finales de la II Guerra Mundial-. Pero, para entonces, la retirada de los ejércitos de Hitler era más que evidente. Uno de los últimos combates de los españoles destinados en la Valona se produjo a finales de enero de 1945 en Stargard, una pequeña ciudad a menos de 100 kilómetros de Berlín. Allí, el empuje soviético terminó –a base de artillería y carros de combate- con los restos de esta unidad, que no tuvo más remedio que correr hacia la capital del Reich para salvar la vida.
Tras la derrota y la separación de los españoles que se hallaban ubicados en la División Valona, Miguel Ezquerra recibió la orden de formar una unidad compuesta con los retazos de los soldados hispanos que, por aquí y por allá, se habían ido disgregando cada vez más. Este español no contaba por entonces más de 32 años, pero ya había demostrado su valía a nivel militar en la Guerra Civil. Posteriormente, también había partido a Rusia como voluntario y, después de ser repatriado a España, había cruzado en secreto la frontera con Francia para ponerse a las órdenes de Hitler con el objetivo de combatir junto a aquellos que luchaban a sangre, fuego y esvástica contra el comunismo.
«El capitán Miguel Ezquerra, un veterano de la División Azul que después de que ésta fuera repatriada había permanecido combatiendo con los alemanes, recibió el encargo de formar una unidad exclusivamente española. Ezquerra reclutó a veteranos de la “LEV”, obreros españoles que habían acudido a trabajar a Alemania, estudiantes, algunos voluntarios que se habían atrevido a cruzar los Pirineos a pesar de la prohibición de Franco, y gente que huía de la Justicia», explica el escritor español, en este caso, en su obra. Tras recorrer ciudades, pueblos y campos buscando voluntarios, Ezquerra logró reunir a más de 300 hombres que fueron incluidos en las Waffen SS.

4La batalla de Berlín

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La artillería rusa dispara sobre Berlín
Mientras Ezquerra armaba y preparaba a sus hombres, los alemanes no tenían tiempo siquiera de compadecerse por sus continuas derrotas. Por entonces –abril de 1945- ya era una realidad tan grande como el Reichstag que los aliados avanzaban a pasos agigantados con un único objetivo: tomar Berlín. En lo que en su día fue la capital del Reich –por la que, hacía pocos años, habían desfilado miles de soldados orgullosos frente al Führer - ahora apenas había 800.000 defensores dispuestos a dar la vida por el nacional socialismo. Sin embargo, la mayoría no eran más que jóvenes de 11 y 15 años de las llamadas «Juventudes Hitlerianas», o setentones a los que se había reclutado a toda prisa para defender la ciudad.
La situación era desesperada para los nazis que, sin más territorios que salvaguardar, construían desesperadamente trincheras y apilaban vagones de tranvía en las calles buscando entorpecer a los dos millones y medios de rusos que -con sus más de 6.000 carros de combate- avanzaban sobre la ciudad. El miedo recorría a cada soldado y a cada oficial, pues sabían que el objetivo de los seguidores de Stalin no era sólo tomar la capital, sino vengar a los más de veinticinco millones de camaradas que las tropas alemanas habían exterminado en su avance sobre la U.R.S.S.
El único aliciente para esta defensa es que la dirigía el mismísimo Hitler, quien había rechazado ponerse a salvo en la región norte de Bavaria afirmando que quería correr la misma suerte que los soldados que vivían y morían por él. No obstante, lo hacía bien resguardado en un búnker bajo la Cancillería. Todo estaba perdido para los nazis, que tan sólo podían vender caras sus vidas ante el avance soviético en medio de una vorágine de muerte y destrucción. Fue, precisamente en ese momento, cuando la Unidad Ezquerra recibió la orden de viajar desde su lugar de atrincheramiento –situado a varios kilómetros de Berlín-, hasta la capital. Serían la última defensa ante los soviéticos y lucharían junto a los alemanes para defender el último refugio del Führer.

5 La Unidad Ezquerra: uniforme y entrenamiento

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Representación de un soldado con un uniforme de las Waffen SS similar al que pudieron portar los miembros de la Unidad Ezquerra
La Unidad Ezquerra hizo su aparición en la ciudad en los últimos momentos de la guerra. En aquellos días, los cráteres y la soledad –más de la mitad de la población de Berlín había huido lejos de los fusiles soviéticos- era lo único que quedaba de la capital que enorgullecía a Hitler. La desesperación, de hecho, había provocado que los alemanes llamaran a filas a todos los voluntarios extranjeros que estaban incluidos en su ejército. «Cuando hablamos de los últimos días del Reich nos imaginamos a alemanes combatiendo contra rusos en Berlín. Sin embargo, dentro de las Waffen SS había españoles, noruegos, daneses, suecos, belgas, franceses e, incluso, rusos», completa Hernández Garvi en declaraciones a ABC,
Como bien señala el propio Miguel Ezquerra en su biografía («Berlín, a vida o muerte») su unidad formaba parte de estos extranjeros, aunque –a diferencia de otras muchas- contaba con militares experimentados y adiestrados. «Me había quedado con todos aquellos que de verdad querían hacer honor a su juramento y que habían forjado ya su temple en el campo de batalla. En mi unidad no había novatos ni pusilánimes. Mis soldados no eran tropa mercenaria, sino hombres iluminados por un ideal y dispuestos a defender uno de los últimos reductos de la civilización, amenazado por la marea roja. Eran tres compañías de españoles, además de (algunos) franceses», señala el militar en su obra.
Lo mismo opina Hernández Garvi, quien, a su vez, señala que el núcleo de este grupo eran antiguos combatientes de la «Blau División»: «La Unidad Ezquerra estaba formada por soldados veteranos y fogueados en multitud de combates. Quizás los últimos voluntarios que se añadieron tenían menos experiencia, pero las circunstancias de la guerra les obligaron a adquirirla de forma muy rápida, pues combatían diariamente. Era gente que tenía una experiencia en combate bastante amplia, hay que darse cuenta de que muchos ya llevaban combatiendo cuatro años contra los rusos (pues en el 41 fue cuando partió la División Azul)».
Armamento y uniforme
Los españoles partieron hacia Berlín equipados como si fueran unos combatientes más de las Waffen SS. Tenían por lo tanto, un armamento y una apariencia externa equiparable a la de cualquier otro soldado alemán. «El armamento era ligero y pesado anti tanque. En ningún caso hablamos de carros de combate, pero sí ametralladoras pesadas, los Panzerfaust o “Puños de hierro” (proyectiles de un solo uso ideados para destruir blindados), fusiles de asalto, fusiles Mauser en todas sus versiones… Pero siempre armamento que pudiera llevar cada soldado», añade el escritor.
En cuanto a la uniformidad se refiere, la Unidad Ezquerra portaba la de las Waffen SS, aunque, como bien señala Hernández Garvi, con salvedades: «El uniforme estaba formado por una bota baja, una polaina, un pantalón bombacho de bolsillos o de paracaidista y una guerrera mimetizada. Debido a que ya estaban en el final de la guerra, no era raro ver que los camuflajes no coincidían y un soldado llevaba, por ejemplo, un pantalón gris de paseo con un chambergo mimético usado en combate. Había una mezcolanza increíble. No había una homogeneidad en cuanto al uniforme se refiere. En ese momento de la guerra cada soldado se buscaba la vida para avituallarse de material y ropa con aquello que encontraba».
6 Españoles en Berlín

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Un soldado soviético observa el Reichstag destruído
Una vez en Berlín, la Unidad Ezquerra fue acomodada en el edificio del Ministerio del Aire (el cual se encontraba ubicado a poco más de 10 kilómetros del Búnker de Hitler). Siempre según las memorias del oficial, cuando los españoles llegaron, los alemanes les recibieron con el gran respeto y estima que se habían ganado tras más de cuatro años de combates. El oficial hispano, por entonces, no podía creer lo que veía: casas derruidas, hombres y mujeres que se agolpaban en sótanos por miedo a morir bajo el bombardeo aliado… Era demasiado para él. Sin embargo, hubo algo que le llamó especialmente la atención: en una de sus primeras misiones en la capital, Ezquerra pudo ver como un joven de poco más de 12 años defendía a sangre y fuego, con una mano amputada, una posición alemana de las decenas de soldados y carros de combate soviéticos que trataban de avanzar. Esa era la última resistencia de Hitler, niños a los que había convencido de que debían morir por él.
Pero las primeras contiendas no fueron más que pequeñas escaramuzas. La primera gran batalla de la unidad se sucedió en Moritz Platz (una plaza ubicada cuatro kilómetros al sur del Búnker de la Cancillería). Allí, los soviéticos habían ubicado varios
carros de combate T-34 (uno de los blindados más temidos por los alemanes durante los primeros años de la guerra, pero que terminó quedándose algo anticuado al final de la contienda). El objetivo de la Unidad Ezquerra era sencillo: destruir toda resistencia roja en el lugar. Por otro lado, y en el caso de que no pudieran eliminar la amenaza enemiga, debían, como mínimo, obligarles a retroceder para así tomar la posición.

Hitler inspecciona en 1945 los daños sufridos en el búnker de la Cancillería poco antes de suicidarse
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Así cuenta el propio Ezquerra esta batalla en sus memorias: «Concebí rápidamente un plan de acción. Avanzamos por una de las calles laterales que desembocaban en la plaza. Las barricadas rusas estaban a poca distancia. Con un valor rayano en la temeridad y una suerte fabulosa, tomamos al asalto las primeras barricadas rusas, mientras los tanques que llenaban la plaza disparaban sin cesar en todas direcciones. En aquel grupo de tanques había tres con los cañones encarados en nuestra dirección y disparando sin pausa».
Lejos de detenerse, la unidad avanzó desde las barricadas hacia los carros de combate soviéticos y prepararon sus Panzerfaust para enviarlos de vuelta a su región como desperdicios metálicos. «Logra(mos) dejar fuera de combate a cuatro tanques rusos, los otros se retiraron, y con ello los rusos que habían alcanzado aquella posición. La plaza quedó despejada de enemigos, que como recuerdo de su paso habían dejado cuatro tanques convertidos en chatarra», completa el autor en su biografía. A pesar de la victoria, la contienda costó a Ezquerra una dolorosa herida en la pierna de la que se tuvo que recuperar en un improvisado hospital instalado por los nazis.
Ezquerra conoce personalmente a Hitler
Después de varios combates narrados pormenorizadamente, uno de los momentos que Ezquerra señala en su biografía como más emotivos fue el que se desarrolló algunos días después. Concretamente, el español afirma que se hallaba junto a su unidad en el Ministerio del Aire cuando un soldado alemán le pidió que le acompañara. Desde el acuartelamiento, los dos oficiales caminaron bajo el subsuelo de Berlín durante más de dos horas hasta llegar a un gigantesco patio poblado por un nutrido grupo de soldados nazis. Instantes después, un sargento se acercó al hispano para darle la «buena nueva»: iba a conocer a Hitler en el Búnker.
Ezquerra fue condecorado por Hitler con la Cruz de Caballero
«¿Será posible que vea a Hitler en persona? La idea me ha puesto tan nervioso como un escolar que se enfrenta con sus primeros exámenes. Por lo visto, no consigo disimular mi nerviosismo, porque el general von Bulow, encargado de introducirme, me da una amistosa palmada en el hombro, al tiempo que me sonríe, con la evidente intención d tranquilizarme. Avanzamos a través de una serie de compartimentos. La vigilancia es impresionante. Soldados de las SS armados hasta los dientes montan guardia delante de cada una de las puertas, que me recuerdan a la entrada de la cámara acorazada de un banco, y que van abriéndose delante de nosotros con las mismas precauciones», señala Ezquerra en su biografía «Berlín, a vida o muerte».
Unos pocos minutos después, Ezquerra llegó al despacho del Führer, donde también se encontraban Joseph Goebbels y varios generales. Como no podía ser de otra forma, el líder nazi también se hallaba entre los presentes. «Mi entrevista con Hitler fue muy breve. Al verle me cuadré y permanecí rígido como una estatua. El Führer se adelantó y mirándome fijamente a los ojos, empezó a hablar. Entonces comprendí la fascinación que aquel gran conductor del pueblo alemán ejercía, lo mismo sobre los hombres que sobre las masas. Un teniente (…) le hizo saber que mi conocimiento del alemán no era perfecto, Hitler me habló con lentitud, procurando hacerse entender: “Enterado del bravo comportamiento de su unidad, le he concedido a usted la Cruz de Caballero (…)”. (…) Hitler alargó la mano (…) y dio por terminada la entrevista», completa Ezquerra en su relato.
Los últimos del Reich
Después de ser condecorado, Ezquerra y su unidad siguieron combatiendo en las calles de Berlín contra los rusos. Sin embargo, el cerco de los soviéticos se fue estrechando cada vez más hasta que, siendo la derrota inminente, las defensas se desmoronaron. Viendose perdido, Hitler se suicidó junto a Eva Braun el 30 de abril. Horas después, los hombres de Stalin tomaron Berlín e hicieron prisioneros a todos aquellos que hubieran combatido en defensa de la capital. Entre ellos, se hallaban los escasos supervivientes de la unidad española. Los últimos españoles que lucharom junto al Führer.
«Los españoles lucharon sobre todo en la zona ministerial, donde estaban concentrados los grandes ministerios en Berlín, y en los alrededores de la Cancillería. Al final se tuvieron que replegar formando un anillo cada vez más estrecho ante el avance ruso hasta que cayó el Búnker de Hitler. Tras la rendición alemana, los españoles fueron hechos prisioneros. Para todos ellos se inició una larga estancia en campos de concentración soviéticos. Ezquerra, sin embargo, protagonizó una espectacular huída de Berlín y logró volver a España», finaliza, en este caso, Hernández Garvi en declaraciones a ABC.

7 Cuatro preguntas a José Luis Hernández Garvi, autor de «Episodios ocultos del franquismo»

EDAF / HERNANDEZ GARVI
Portada del libro «Episodios ocultos del franquismo»

1-¿Sabía Franco de la existencia de la Unidad Ezquerra?
Sí, había constancia en España de que la unidad estaba combatiendo en Alemania. Pero, mientras que las primeras unidades de la División Azul que llegaron a España fueron recibidas con honores, las últimas pasaron totalmente desapercibidas. El régimen quería desentenderse públicamente de esta participación de españoles en la II Guerra Mundial. No interesaba que se relacionase al régimen franquista con el nazi. Por ello, en todo momento se prefirió olvidar que hubo un puñado de españoles que estuvieron combatiendo en las calles de Berlín hasta el último momento. El régimen, en definitiva, los utilizó y luego quiso olvidarse de ellos por propio interés.

2-¿Cuál era la labor de la Unidad Ezquerra antes de llegar a Berlín?
Antes de llegar a Berlín, cuando estaban encuadrados en la División Walona al mando de Legrain, estuvieron luchando contra partisanos en Francia y también en el norte de Italia. Una de las misiones que tenían las Waffen SS era combatir contra unidades de partisanos y de guerrilleros.

3-¿Qué opinaba Hitler de los españoles que combatieron en la II Guerra Mundial?
Hay constancia, sobre todo, de sus opiniones sobre la División Azul. Hitler dijo en varias ocasiones que los españoles eran soldados excelentes. También hizo comentarios que vanagloriaban a Muñoz Grandes, el primer jefe de la División Azul antes de ser sustituido por Esteban Infantes. Se podría decir que tenía en alta estima a los soldados españoles, pero no a los oficiales. De ellos, el Führer hizo varios comentarios despectivos, pues decía que, mientras que los soldados españoles eran fuertes y valerosos, los oficiales se pegaban la gran vida. Por otro lado, los soldados españoles siempre estuvieron muy considerados por los oficiales alemanes, y esto no era algo sencillo de conseguir ya que, por ejemplo, los nazis solían quejarse mucho de los italianos.

4-¿Se sabe si los españoles que lucharon en la guerra cometieron asesinatos en masa similares a los llevados a cabo por los nazis?
Es posible que la lucha antipartisana en el norte de Italia que protagonizaron los españoles les llevara a ser acusados de crímenes de guerra, pero nunca se pudo demostrar nada en contra de los españoles. Personalmente, y según lo que he podido investigar, diría que nunca se vieron involucrados en matanzas de civiles. Eran, básicamente, soldados que luchaban como militares del lado nazi. Puede que cometieran asesinatos a sangre fría en algún momento, pero ningún historiador ha encontrado pruebas de ello

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El ‘Águila del mar’ y el ‘Cisne del Este’
La extraordinaria aventura de los legendarios barcos corsarios alemanes en los mares más exóticos



El 'Seeadler' ('Águila del Mar'), último gran barco de guerra a vela.


Muy lejos de los atestados campos de batalla de Francia y Flandes, al otro lado del mundo, en los mares más exóticos, hubo en la I Guerra Mundial espacio amplio para una extraordinaria y rutilante aventura en la que, a diferencia de en la impersonal e inútil matanza de Europa, cabían asombrosas peripecias, la acción individual, la osadía, la fama, el sentido romántico de la existencia, la conciencia, la caballerosidad y hasta el honor. Fue el territorio de las hazañas de los barcos corsarios de la Kaiserliche Marine, la marina imperial alemana, especialmente dos de ellos, los legendarios Seeadler (Águila del Mar), el último gran barco de guerra a vela, y el Emden, un crucero ligero conocido en los puertos del Extremo Oriente por su pintura blanca y sus gráciles líneas –para un crucero de tres chimeneas- como el Cisne del Este. La aventura hallaría su continuación en la II Guerra Mundial con una nueva generación de corsarios, alguno de los cuales, como el Atlantis del capitán Rogge, estaría a la altura de sus predecesores.
El Seeadler y el Emden se condujeron honorablemente y se granjearon el respeto y la admiración hasta de sus enemigos, compensando la imagen de barbarismo de las tropas del Káiser en Bélgica. El propio Churchill, a la sazón primer Lord del Almirantazgo, dijo del Kommandant Karl Von Müller, el circunspecto capitán del Emden, distinguido como “el gentleman del mar” y con un aire a lo Christopher Lee: “Cumplió con su deber”. Que no lo maldijera ya es todo un detalle, visto que en su breve pero fulgurante carrera el Emden echó a pique o capturó una veintena de mercantes –seis en una sola semana-, hundió un crucero ligero ruso y un destructor francés, atacó osadamente, a lo Nelson, los puertos de Madrás y Penang, provocó el alza del precio del arroz y los seguros náuticos en la India, y trajo de cabeza a nada menos que 78 barcos de guerra aliados que lo persiguieron durante tres meses infructuosamente, para perjuicio de la moral y ridículo de la Royal Navy que se suponía soberana de los mares.
Las acciones del Emden y el Seeadler se desarrollaron en un ambiente digno de las novelas de Joseph Conrad. Fueron su escenario mayoritariamente el ancho Pacífico, el Mar de China, la bahía de Bengala, el Índico. Era entonces aún un mundo de vapores, viejos mercantes y veleros, cargamentos de carbón y copra, puertos atestados de rumores y oportunidades, praos y sampanes, cielos arrebolados y atardeceres púrpuras heraldos de tifones. ¡Qué lejos queda Verdún del Estrecho de la Sonda, el cráter de un obús del del Krakatoa!
Releo estos días en Formentera acodado en una mesa sobre el mar en el chiringuito Pelayo mientras al lado Jorge Drexler y unos hippies se unen en una improvisada jam session –“en el borde de tus aguas/ hay un murmullo de sal”- las memorias (la mayoría compradas a precio de oro en librerías de lance) del conde Felix de Luckner , el irrepetible capitán del Seeadler, las del Primer Oficial del Emdem, Helmuth von Mücke, cuya increíble odisea le llevó a ¡luchar en el desierto de Arabia!, las del oficial de presa del mismo barco, Julius Lauterbach, Juley el Gordo, larger tan life, que luego comandó otro célebre corsario, el Möwe (Gaviota), y toda la maravilla y nostalgia de esas viejas vidas de marinos perdidos me abruma como si fueran páginas de Lord Jim. Más aún porque acompaño la lectura con largos tragos de licor de hierbas.
El tren que paró la matanza
Las aventuras y la decencia no significan, sin embargo, que la guerra en esos anchos horizontes de agua y ocasionales arenas blancas, corales y cocoteros, predios de Salgari, Stevenson, Marryat o Conrad no fuera también guerra, acerba guerra, que el águila no tuviera garras y el cisne sus buenos diez cañones de 4,1 pulgadas (y cinco torpedos). Ambos bonitos barcos, verdaderas aves de presa sobre las olas, causaron estragos en el océano (en el crucero ruso destruido por el Emden, el Zemchug, murieron 91 oficiales y marineros y 60 pobres prostitutas chinas que se encontraban a bordo –lo que quizá explica el efecto sorpresa del ataque-), y los dos acabaron mal. Durante la batalla de las islas Cocos que supuso su fin en combate contra el mucho más poderoso crucero australiano Sidney, el Emden, sometido a una brutal tunda de un centenar de cañonazos, fue embarrancado por su capitán, y cuando una partida enemiga subió a bordo del devastado navío días después se encontró un espectáculo dantesco de cuerpos hechos trizas. El del pagador del Emden estaba literalmente empotrado en hierro retorcido y hubo que sacarlo a trozos de los que caían billetes. En total, de sus 325 tripulantes (y seis gatos), el crucero tuvo 141 muertos (incluidos sus tres fieles lavanderos chinos y el barbero) y 65 heridos, un porcentaje de bajas del 63%.
En fin, eso no impide, pienso yo, que sea preferible hacer la guerra en un escenario como el de los corsarios, en plan Corto Maltés, al menos respirando aire puro y oteando hermosos horizontes, rumbo a Papeete, Ceilán, Penang, Hong Kong o Tsingtao hasta que te maten. Siempre puedes tener un limpio entierro en el mar y no el pútrido olvido de dos palmos de fango ensangrentado en la tierra de nadie de la guerra de trincheras. Mejor caer en una viñeta de Hugo Pratt que en una de Tardi.
Si el SMS (Seiner Majestaet`s Schiff, navío de su majestad) Emden sufrió una muerte heroica, luchando contra un enemigo superior, la del Seeadler fue más a la medida de su insólito capitán. El 1 de agosto de 1917 se encontraba fondeado en un pequeño atolón de la Polinesia cuando un inesperado tsunami lanzó el velero contra los arrecifes. Una versión menos épica sugiere que en realidad la tripulación se encontraba de picnic en la paradisiaca isla y el barco se desancló; una chapuza, vamos. En una proeza náutica digna de Bligh o Shackleton, Von Luckner navegó 3.500 kilómetros en uno de los botes salvavidas rescatados del naufragio hasta las Fiji para buscar ayuda, pero fue capturado (luego escapó; todos lo hacían: la historia de estos marinos del Káiser parece La gran evasión). El resto de la tripulación logró atrapar una goleta francesa y salir del aprieto, aunque acabaron internados ¡en la isla de Pascua!
Tras la guerra, Von Luckner tuvo, como también Lauterbach, ambos convertidos en personajes muy populares, un flirteo con la derecha parda que te hace pensar que es una pena que algunas vidas tengan segundas partes. Lauterbach entró en un Freikorps y combatió a los espartaquistas. Von Luckner, que visitaba la casa de los padres del luego criminal nazi, fue el inspirador de que Heydrich entrara en la carrera naval, de la que fue expulsado para devenir en el siniestro jefe de los servicios de seguridad de Hitler. El diablo del mar se dejó además agasajar por el demonio de tierra.
Diferente fue el caso del sobrio Von Müller, el capitán más famoso de la historia de Alemania (ganador de la preciada orden Pour le Mérite, el Blue Max), su Dick Turpin de los mares -como lo denomina Dan Var der Vat en su apasionada historia del Emden, The last corsair (1983)-. Continuó haciendo gala de su honestidad y se negó a publicar unas memorias para no ganar dinero, dijo, con la sangre de otros marinos. Hombre muy parco, su carácter individualista fue decisivo para que el Emden se desgajara de la flota de cruceros de Spee e iniciara su carrera solitaria e independiente, tan desestabilizadora para el imperio británico. Siempre rescataba a los marinos de los barcos que hundía y del trato que les daba a bordo da fe el que a menudo lo despedían, al desembarcarlos, con insólitos vivas. La fortuna le acompañó hasta aquel aciago 9 de noviembre de 1914 en las islas Cocos. Siempre pensó que debía haber muerto entonces con su barco, aunque no dejó nunca de velar por los supervivientes de su tripulación. Var del Vat retrata a Müller con una frase conradiana: “Hasta el final fue un hombre que nadie conoció”.
La coda de la aventura del Emden, a cuyos supervivientes se les permitió incorporar el legendario nombre del barco a sus apellidos, es tan grande como su historia. Al ser cazado por el HMAS Sidney, el corsario acababa de poner en tierra a una partida de medio centenar de hombres bajo el mando de Von Mücke para silenciar la emisora de la isla Dirección. Ese grupo aislado de su navío protagonizó entonces un fabuloso regreso a casa desde la otra punta del mundo. Se adueñaron de una minúscula goleta, la Ayesha, reconvertida en el barco más pequeñito de la marina imperial, y se lanzaron a la aventura. Trasladados a un barco auxiliar alemán y tras pasar Socotra y entrar en el Mar Rojo, los marinos desembarcaron al fin en Yemen. Allí fueron atacados por beduinos incitados por el emir de la Meca en una marcha en camello por el desierto –libraron toda una batalla digna de Beau Geste en las dunas-, y acabaron tomando el ferrocarril de la línea del Hejaz de sus aliados turcos -¡un poco más tarde y los podría haber atacado Lawrence de Arabia!- para llegar a Constantinopla, donde fueron recibidos triunfalmente (las aventuras de los corsarios compensaban el triste papel general de la flota). No es la única conexión de los intrépidos marinos del Káiser con el coronel T. E. Lawrence: el mismo hombre que lanzó la leyenda de Lawrence de Arabia con su biografía, el periodista estadounidense Lowell Thomas, entrevistó a Lauterbach y Von Luckner y escribió libros sobre ellos.
El recuerdo de los corsarios y sus aventuras ayudó a mitigar un poco el motín de la flota y la derrota alemana en la I Guerra Mundial. Su espíritu, como decía, fue recogido por los nuevos corsarios en la Segunda, aunque navegar bajo la esvástica ya no era lo mismo –el Orion y el Komet dispararon sobre un barco de pasajeros-, y jamás volvió a surcar los mares del lejano Oriente un velero armado enarbolando el orgulloso pabellón de la marina imperial alemana y coronado de velas blancas como una vieja y noble rapaz de los océanos.
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01/08/1942 - en la España franquista se publica el primer libro en lengua catalana tras la guerra: Rosa mística, obra religiosa del sacerdote Camil Geis.
1942 - en República Dominicana comienza el tercer periodo presidencial de Rafael Leónidas Trujillo.
1942 - en Daegu (Corea del Sur) se registra la temperatura más alta en la Historia de ese país: 40 °C (104 °F).
1943 - Birmania se independendiza del Imperio británico.
1944 - II Guerra Mundial: Varsovia se subleva contra la ocupación alemana en un combate que dura 63 días. Tras el alzamiento, el ejército alemán destruye el 85% de la ciudad
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Cuarenta mil cuerpos en mesas de disección nazis
Una experta de Harvard intenta identificar a las víctimas anónimas del nazismo. Solo se conocen los nombres de 500





A mediodía del 16 de diciembre de 1943, Elfriede Remark, una modista alemana de 40 años, fue ejecutada en la prisión Plötzensee de Berlín. Su delito había sido criticar a Hitler en conversaciones con sus vecinos, que la delataron ante las autoridades nazis. Tras la ejecución, su cuerpo fue llevado al departamento de Anatomía de la Universidad de Berlín, donde fue diseccionado por el médico Hermann Stieve, especialmente interesado en el estudio del aparato reproductor femenino. Diseccionó a 174 mujeres, todas ellas ejecutadas. Cuatro estaban embarazadas.

Remark, hermana del escritor de Sin novedad en el frente, Erich Maria Remarque, fue apenas una más de las al menos 40 mil personas que acabaron en las mesas de disección de los departamentos de anatomía durante el régimen nazi, según el horroroso recuento de la profesora Sabine Hildebrandt, de la Escuela Médica de Harvard, en Boston (EEUU). En muchos casos, los fragmentos de aquellas víctimas, miles de ellas ejecutadas de manera sumaria, permanecieron en las universidades hasta 1989, año en que las autoridades decidieron buscar sus restos. Ínfimas láminas de hígado observadas al microscopio por varias generaciones de estudiantes acabaron siendo enterradas con honores casi medio siglo después del fin de la segunda guerra mundial.

Muchos de los 40 mil cuerpos estimados por Hildebrandt procedían de hospitales, instituciones psiquiátricas, prisiones y residencias de ancianos, las fuentes de cadáveres históricamente habituales para las universidades. Pero al menos 3.749 de los cuerpos pertenecían a personas oficialmente ejecutadas entre 1933 y 1945, el período en el poder del partido nazi, según los casos documentados que ha conseguido recabar Hildebrandt.

“Según mis estimaciones, el número real puede duplicar esta cantidad, o incluso más”, explica Hildebrandt, que ha publicado sus últimos datos en la revista Clinical Anatomy. A esa cifra de ejecutados tras juicios sumarios habría que sumar otras víctimas del régimen de Hitler, puestas sobre las mesas de los 31 departamentos de anatomía bajo jurisdicción alemana, como los niños nacidos de madres encerradas en campos de trabajo, los presos muertos de hambre o los judíos perseguidos hasta el suicidio.

Pacientes psiquiátricos gaseados

En algunos casos, recuerda Hildebrandt, la oferta de cadáveres se adaptaba a la demanda.

Alrededor de 1941, uno de los organizadores del programa de eutanasia que envió a unas 200 mil personas discapacitadas a la cámara de gas, el psiquiatra Werner Heyde, preguntó al director del Instituto Anatómico de Wurzburgo si necesitaba cuerpos humanos. El director, Curt Elze, se quejó de que cada vez le llegaban menos. A los pocos días, recibió 80 cadáveres de pacientes de un hospital psiquiátrico, recién asesinados con monóxido de carbono.

Para luchar contra el olvido, la profesora de Harvard propone hacer un esfuerzo de identificación y elaborar un banco de datos de las víctimas del nazismo que terminaron sus días en los departamentos de anatomía. Solo se conoce el nombre de 500. En algunos casos, sus cadáveres permanecen inmortalizados en atlas anatómicos como el del médico nazi Eduard Pernkopf, considerado una obra maestra desde el punto de vista científico.

“Yo sé que las familias siguen buscando a sus seres queridos. A veces se contactan ellas mismas con los institutos anatómicos. Me parece que la incertidumbre sobre el destino de un ser querido es peor que la certeza de que acabó en un instituto anatómico”, reflexiona Hildebrandt
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Cuatro batallas fueron necesarias para desalojar a los alemanes de Montecassino


Se trataba de un enclave crucial porque dominaba la única ruta posible hacia Roma. La fuerte resistencia alemana así como las condiciones orográficas y climatológicas no se lo pusieron fácil a los aliados

Soldados aliados muestran una bandera tomada a los alemanes en Montecassino
Entre enero y mayo de 1944, aliados y alemanes se enfrentaron en una serie de combates librados en torno a la localidad de Cassino y la abadía benedictina de Montecassino, el eje sobre el cual se articulaban las fortificaciones de la Línea Gustav, extendida desde la población de Ortona en el Adriático hasta la desembocadura del Garigliano en el Tirreno.
La posición de Montecassino era crucial ya que dominaba por completo la única ruta posible a través del valle del Liri hacia Roma. Por otra parte, la orografía de la zona resultaba especialmente apta para librar un combate defensivo. En la parte montañosa el terreno era abrupto y rocoso, lo que provocaba que las tropas atacantes sufriesen una continua pesadilla logística y que no pudiesen ni siquiera cavar para obtener una protección frente al fuego de los bien atrincherados alemanes.
A todo ello se sumaban las penosas condiciones climatológicas del invierno italiano, que hicieron la lucha más dura y agotadora si cabe. En el llano, los numerosos cursos de agua —Rápido, Garigliano, etcétera…—, unido al embarramiento del terreno producido por las lluvias y nieves invernales, no ofrecían una perspectiva mejor.
Unidades de élite
Los intensos combates urbanos que se libraron entre las ruinas de la localidad de Cassino, convertida cada casa y edificio en una fortificación en sí misma, añadieron más enconamiento si cabe a la lucha.
En ambos bandos había gran profusión de unidades de élite: Ghurkas y Sijs hindúes y Goumiers del norte de África, especialistas en la lucha en montaña; la 2ª División neozelandesa, considerada una de las mejores unidades de infantería de todo el ejército aliado, y las fuerzas del cuerpo polaco del general Anders, con un adiestramiento y motivación por encima de la media. Por parte germana, sin duda, destacaba la presencia de los «Diablos Verdes», los FallschirmjŠger (paracaidistas) de la 1ª División Paracaidista, amén de otras unidades legendarias como las reconstruidas 90ª División Ligera y la 29ª «Halcón» División.
Cuatro intensas batallas libraron ambos contendientes. El primer intento (enero de 1944) vio como, a pesar del moderado éxito del Cuerpo Expedicionario Francés y del X Cuerpo Británico en el cruce de los ríos Rápido y Garigliano, el ataque principal estadounidense era detenido en torno a Montecassino. Posteriores intentos de continuar el ataque tampoco tuvieron éxito.
En la segunda batalla (febrero), neozelandeses e hindúes fueron frenados por la tenaz resistencia alemana. El mismo destino sufriría la tercera ofensiva (marzo), con los mismos actores y en medio de la creciente polémica por el inmisericorde bombardeo de la abadía y la ciudad de Cassino, que no sólo resultó inútil, sino que favoreció a los defensores al haber mutado los escombros en auténtica fortaleza para los ocupantes alemanes.
Operación «Diadem»
También había fracasado el intento de flanqueo de la Línea Gustav por medio de los desembarcos de Anzio-Nettuno. Sus objetivos —restar fuerzas a los defensores de Cassino y solventar el estancamiento del frente— no sólo no se habían alcanzado, sino que las tropas aliadas, retenidas en torno a su cabeza de playa, tenían que esperar el auxilio de las desplegadas en la Línea Gustav.
Hubo que hacer una pausa para reorganizar las fuerzas aliadas y esperar a que el tiempo mejorase para lanzar la ofensiva definitiva —cuarta batalla por Montecassino—, bautizada como Operación «Diadem», que se desataría ya a mediados del mes de mayo de 1944. Con las tropas francesas atacando a través de las montañas y las británicas rompiendo la Línea Gustav tras cruzar el río Rápido, el 2º Cuerpo Polaco conseguía por fin tomar la abadía de Montecassino —tan tenazmente defendida por los paracaidistas alemanes— e izar su bandera en una acción repleta de simbolismo. La cruenta batalla por la Línea Gustav había terminado y el camino a Roma quedaba abierto.
Los personajes
Albert Kesselring. Jefe del ejército alemán en Italia
Marktsteft, 30 de noviembre de 1885 – Bad Nauheim, 16 de julio de 1960
A pesar de haber sido un alto cargo de la Luftwaffe, el mariscal Kesselring es recordado por dirigir el ejército alemán en Italia entre 1943 y 1945. Antes había participado en casi todas las operaciones de la blitzkrieg: jefe de las flotas aéreas en la invasión de Polonia, coordinador de las fuerzas de tierra y aire en Francia, Países Bajos y Holanda, comandante de la Luftflotte II en la Batalla de Inglaterra y responsable de operaciones aéreas durante la Operación Barbarroja. En 1942 sería transferido al Mediterráneo para supervisar el esfuerzo de guerra alemán en el frente de Libia y Egipto. Tras su excelente actuación en Italia, fue designado por Hitler en marzo de 1945 comandante de las fuerzas en el Frente Oeste.
Juzgado por crímenes de guerra, le fue conmutada la pena de muerte por la de cadena perpetua.
Wladdyslav Anders. General del 2º Cuerpo Polaco
Krosniewice-Blonie, 11 de agosto de 1892 - Londres, 12 de mayo de 1970
El recuerdo de Anders va ligado a la Batalla de Montecassino, donde su 2º Cuerpo Polaco tuvo una destacada actuación. Para llegar a Italia, Anders y sus soldados habían recorrido un largo trecho. Al mando de una Brigada durante la campaña de Polonia, fue herido en acción contra los alemanes y hecho prisionero por las tropas soviéticas de ocupación. Tras la invasión de la URSS en 1941, fue conminado a montar un ejército con los prisioneros polacos en manos de los soviéticos, si bien acabó luchando bajo mando británico en Oriente Medio, en África y principalmente en Italia. Al igual que la práctica totalidad de los polacos del Frente Oeste, Anders, privado de su nacionalidad por el régimen prosoviético surgido en Polonia tras la guerra, no pudo volver a su país y murió en el exilio en Inglaterra.
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Un siglo del crimen de Lieja

Cinco españoles figuran entre las primeras víctimas de las atrocidades de los alemanes en la invasión de Bélgica

cedida
Dos de los españoles asesinados en Lieja
No les sirvió de nada que España se hubiera declarado neutral en la I Guerra Mundial. Entre las víctimas de los primeros días de la conflagración de 1914 figuran dos hermanos comerciantes y sus empleados, todos mallorquines, que fueron asesinados por el ejército alemán en Lieja como parte de una estrategia para aterrorizar a la población civil. En medio de las terribles tensiones políticas que desencadenó el conflicto, Alemania tardó un año en dar explicaciones y en indemnizar a los herederos de las víctimas.
En aquella Lieja de principios del Siglo XX, cuya universidad gozaba de un enorme prestigio internacional, los mallorquines regentaban una tienda de productos mediterráneos, llamada «Aux Jardins de Valencia».
En la fachada de la Universidad hay todavía una placa que rememora aquel crimen sucedido ahora hace un siglo y enfrente existe un comercio parecido, atendido ahora por una familia de paquistaníes, que ignoran todo de la triste suerte de unos esforzados emigrantes que hace cien años –igual que hoy ellos- trataban de forjarse un porvenir en un país lejano. Por supuesto, ninguno de los edificios de la manzana donde tenía su comercio Antonio Oliver Rullan sobrevivió a los hechos del 20 de agosto de 1914. Ni la sede de la Sociedad Libre de Emulación, una entidad de excitación intelectual de donde los ocupantes dijeron que habían partido los disparos, ni ninguna de las casas vecinas se salvaron del incendio provocado por los soldados alemanes. Prácticamente todo lo que había en la tienda de los mallorquines se perdió.
La situación de Bélgica
En los días previos al estallidos de la guerra, cuando Alemania exigió al Rey Alberto I que dejase pasar a los ejércitos imperiales para atacar a Francia, Bélgica se encontraba en una situación sin muchas opciones: si no aceptaba luchar para defender su neutralidad se arriesgaba a ser borrada del mapa, según fueran las consecuencias de la guerra, o condenada a vivir una paz sin honor, como un Estado vasallo. Por su parte, los militares alemanes, como el mariscal Colmar von der Goltz, abogaban por una guerra atroz y terrorífica, bajo el sarcástico objetivo “humanitario” de hacer más corta la conflagración.
Los habitantes de Bélgica fueron las víctimas de este pulso formidable, nacido en una corriente de circunstancias en las que no habían intervenido.
Técnicamente, el conflicto comenzó cuando el ejército imperial alemán lanzó el primer ataque contra Bélgica el 4 de agosto, lo que a su vez desencadenó la declaración de guerra por parte de Gran Bretaña.
Fusilados de noche
La ciudad de Lieja fue ocupada sin resistencia en pocos días, pero el modesto ejército belga se replegó e hizo lo posible por contener el avance alemán hacia el interior del país de modo que en dos semanas el alto mando empezaba a estar nervioso porque eso le permitiría a los franceses reorganizar sus líneas y anular el efecto de su maniobra. El día 20, se produjo un confuso incidente en el que los alemanes quisieron implicar a un grupo de estudiantes judíos de origen ruso que vivían en la plaza de la Universidad de Lieja, al lado de la tienda de los mallorquines. Los soldados detuvieron indiscriminadamente a numerosos civiles, varones, y a 17 de ellos los fusilaron por la noche en la misma plaza, utilizando las ametralladoras que acababan de incorporar a sus arsenales. Se sabe que los españoles hicieron valer sin éxito su condición de nacionales de un país neutral, pero Antonio Oliver Rullan, el dueño del comercio, su hermano Jaime y los también mallorquines Jaime Llabrés Bestar, José Niell Mestre y Juan Mora Ferrer, corrieron igual suerte que sus 12 convecinos belgas pasados por las armas.
Las autoridades belgas habían pedido a los civiles que se abstuviesen de llevar a cabo actividades que pudiesen ser interpretadas como hostiles por los ocupantes. De hecho, los mallorquines habían estado escondidos y habían ido a abrir la tienda para proteger sus intereses. De nada sirvieron las s˙plicas de un laborioso comerciante, su hermano y sus empleados, frente a un pelotón de fusilamiento de soldados probablemente fuera de control. La política de terror estaba en marcha y dos días después los alemanes seguirían las atrocidades contra los civiles en Tamines, donde ejecutaron a 422 personas, luego arrasaron Haybes, con más de 60 víctimas, igual que en Dinant, que tuvo que enterrar a 674 de sus habitantes, o en Termonde, arrasada, o Lovaina, bombardeada y cuya biblioteca universitaria fue parcialmente incendiada.
Amparados en la confusión de los primeros días de la guerra, los alemanes respondieron a las demandas de información por parte del embajador de España, Rodrigo Saavedra, el Marqués de Villalobar, (que durante la guerra jugaría un reconocido papel de benefactor de los belgas ocupados) diciendo que los mallorquines estaban vivos, pero prisioneros en Alemania. Esta tesis alimentó durante mucho tiempo las esperanzas de la viuda, Rosa Vicens, de volver a ver su marido, pero no aclaraba los hechos. El escritor mallorquín, Llorenç Capellà, autor de un libro sobre el caso («Crònica de la mort ignorada» Ed. Ensiola) asegura que el Gobierno español de la época «trató de ocultar deliberadamente los fusilamientos» dando crédito a la versión oficial alemana, para no comprometer sus posiciones diplomáticas, o para no decantar las fuerzas favorables a una intervención en la guerra.
Entonces, el periodista Miguel de los Santos Oliver, también mallorquín, mantuvo viva la reclamación de que se esclareciesen los hechos y ante las sospechas de que se estaba tratado de encubrir el caso, el 24 de septiembre de 1914 publicó en ABC una amarga crónica en la que reclamaba al presidente Eduardo Dato que cumpliese «una función esencial de todo Gobierno en lo que respecta a la política exterior: defender a sus súbditos en la vida y en la muerte». Un año después, en junio de 1915, Alemania aceptó su responsabilidad y pagó una compensación de 182.000 marcos, lo que equivale a unos 630.000 euros de hoy, para distribuir entre todos los herederos, y el Gobierno español dio por zanjado el asunto.
Los restos de los españoles, destrozados por las ametralladoras, yacen junto a muchas víctimas de aquellas jornadas en un lugar desconocido del cementerio de Robermont. La plaza de la Universidad se llama desde entonces «plaza del 20 de agosto».
La guerra terminaría cuatro años después, a las 11 de la mañana del 11 de noviembre de 1918, con la derrota de Alemania y la victoria de Francia y los aliados. El rey de los Belgas, Alberto II, pasó a la historia como el soldado-patriota que salvó a su país y Alemania entró en el periodo de turbulencias que desembocarían en el auge del nazismo y en una nueva conflagración, aún más terrorífica. El héroe francés de la Gran Guerra, el Mariscal Philippe Petain, acabaría por traicionar a su propio prestigio en este segundo conflicto, aceptando someterse a un indigno pacto con la Alemania nazi. El Mariscal murió y está enterrado en la isla de Yeu, un lugar tan intensamente bonito, que probablemente ni siquiera los mallorquines asesinados en Lieja echarían de menos su Mediterráneo natal. El Rey Felipe de los Belgas y su familia tienen costumbre de pasar sus vacaciones en esa isla.
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La vida de los prisioneros de la I Guerra Mundial, a través de sus documentos

La Cruz Roja ha creado una web para consultar los datos de los soldados y civiles que fueron capturados durante la Gran Guerra

Cruz Roja
Uno de los documentos que se pueden consultar en la web grandeguerre.icrc.org
La I Guerra Mundial dejó decenas de miles de prisioneros que fueron capturados mientras defendían los intereses de los mandatarios de sus países. El pasado de estos hombres quedó grabado en documentos que contaban su historia, su vida y cómo eran las condiciones en esos campos de horror. Ahora el Comité Internacional de la Cruz Roja Internacional (CICR) ha creado una página web con las fichas digitalizadas de todas aquellas víctimas, de un bando y otro, que fueron víctimas y verdugos entre 1914 y 1919.
Las 400.000 páginas de documentos y los cinco millones de tarjetas con los datos de los prisioneros se pueden consultar desde este lunes en la web grandeguerre.icrc.org . En está página están disponibles las listas con los nombres, peticiones de los familiares, correspondencia y tarjetas con la información completa de los prisioneros.
Casi 10 millones de personas pasaron por los campos de prisioneros de todo el mundo
La web permite buscar por nombre, nacionalidad y ejército a los cerca de ocho millones de soldados y dos millones de civiles que pasaron por distintos campos de Europa, el norte de África, India o Japón durante la I Guerra Mundial y permite recrear cómo era la vida en estos lugares. La Agencia Internacional para los Prisioneros de Guerra clasificaba las fichas de ingreso de los presos por nacionalidad, Ejército con el que combatían, estado civil, fecha de nacimiento o número de prisioneros y las guardaban alfabéticamente en 29 tipos de archivos diferentes.
Además, también se puede acceder a los informes sobre las condiciones de los campos, los informes de los delegados de la Cruz Roja que trataban de localizar a los prisioneros y ponerlos en contacto con sus familias o documentos gráficos de los campos. Un trabajo que «ha llevado tres años», según ha reconocido a la Radio Televisión Suiza (RTS) el jefe del proyecto, Martin Morger. El contenido se irá actualizando y completando en los próximos seis meses.
Un documental de la Agencia Internacional para los Prisioneros de Guerra, rodado en francés, permite conocer más de la vida de aquellos hombres que vivieron en campos de prisioneros lo peor de la condición humana:
video: http://www.abc.es/archivo/20140804/abci-prisioneros-primera-guerra-mundial-201408041723.html
 

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La increíble historia de "la única mujer soldado inglesa"
Primera guerraDorothy Lawrence tenía 19 años cuando, disfrazada de cabo, se enlistó en el ejército británico para poder cubrir la guerra desde el frente de batalla.

Dorothy Lawrence fue la única mujer británica que combatió en el frente, para lo que debío vestirse de hombre. (AP)


Corría agosto de 1915, y Dorothy Lawrence repentinamente pasó a ser Denis Smith. Durante diez días sirvió en la Fuerza Expedicionaria británica de la Compañía de Túneles del Frente Occidental, hasta que finalmente su verdadera identidad salió a la luz.
Tenía 19 años. Y sus intentos por cubrir la guerra desde el frente habían caído en saco roto. Bajo el brazo, tenía algunos artículos publicados en The Times. Y cuando la guerra estalló escribió a varios periódicos ofreciéndose para reportear, sin éxito. Viajó a Francia, se presentó como voluntaria en el Departamento de Asistencia pero le dijeron que "no". Y cuando intentó meterse en la zona de guerra como periodista freelance, la policía francesa la arrrestó a solo 3 kilómetros del frente. La orden fue tajante: "váyase".
Volvió a París sólo para regresar disfrazada.
Dos soldados británicos le prestaron un uniforme. Pero no fue tan así. En realidad, diez efectivos cedieron cada uno una parte de su atuendo, logrando formar una sola pieza para la empecinada joven. Escondió sus curvas en un corsé improvisado, aumentó sus hombros y se cortó su larga melena castaña en un corto castrense. Se oscureció el rostro con un desinfectante. Simuló una especie de barba incipiente. Y pidió a sus amigos soldados que le enseñaran a marchar. Con documentos falsos y un abrigo, se convirtió en el cabo Denis Smith, del Regimiento Leicestershire. Y marchó al frente.
Diez días duró su disfraz, que muchos soldados ya habían descubierto pero que habían aceptado ocultar aún a riesgo de enfrentar una corte marcial.
Cuando ella entendió finalmente que suponía un riesgo para sus amigos en el frente, se entregó al sargento a cargo, exhausta y con reumatismo. Más de 20 oficiales se dedicaron a investigar cómo aquella joven había terminado en el frente de batalla. "Sabemos que no es una espía. Pero estamos intentado determinar qué es", le dijeron. No encontraron nada. Y ella terminó encerrada en un convento y obligada a jamás revelar su historia o sino otras mujeres seguirían su mismo camino. Y eso no podía volver a suceder.
Recién en 1919 pudo contar su historia. "Sapper Dorothy Lawrence: The Only English Woman Soldier" (Sapper Dorothy Lawrence: la única mujer soldado inglesa). Pero aún entonces cayó bajo la censura. Y pocos les prestaron atención. Jamás se convirtió en una periodista de buena reputación. Y con una conducta errática y sin un peso terminó internada con diagnóstico de locura. Terminó sus días olvidada en un hospital.
Murió en 1964. Pero cien años depués de su osadía y su odisea, Dorothy Lawerence sigue siendo noticia. Y sus pasos por las trincheras fueron motivo de una exposición en el Museo de Guerra Imperial sobre mujeres en guerra.
clarin
 

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Pieles rojas contra el Káiser
Los nativos norteamericanos lucharon en la I Guerra Mundial bajo el mando de EE UU y Canadá


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Francis Pegahmagabow, uno de los mejores francotiradores del bando aliado.


Al margen de la aparente uniformidad que provocaron el fango, la sangre y el miedo en las trincheras, la I Guerra Mundial vio desfilar una serie de abigarrados contingentes más o menos exóticos, venidos de los rincones de los imperios en liza, que pusieron una nota de romántica aventura en aquella carnicería. Figuraban entre esas tropas pintorescas los espahíes argelinos, vistosos jinetes del desierto con capas y turbantes; la animosa y vociferante caballería australiana con sus sombreros de ala ancha bush hat, los gurkas, o los fusileros de Kumaon, venidos a los campos de Flandes desde las estribaciones himalayas —y uno de cuyos mandos era el coronel Jim Corbett, el valiente cazador que mató al célebre leopardo devorador de hombres de Rudraprayag—. ¡Y también había guerreros sioux!

Efectivamente, entre esos combatientes inesperados están los miles de nativos norteamericanos de todas las tribus —sioux, apaches, cheyenes, kiowas, comanches, semínolas, iroqueses— que desenterraron el hacha de guerra contra el Káiser y pelearon bajo las banderas de EE UU y Canadá. Personajes como el bravo Fred Caballo Rápido, sioux de la reserva de Rosebud, en Dakota del Sur, cuyo padre había luchado contra los cuchillos largos de Custer y que quedó inválido a resultas de un ataque de la artillería alemana en el Argonne. O como el winnebago Jim Green Grass que nada más llegar al frente se irguió en el parapeto de la trinchera y lanzó dos poderosos gritos de guerra desafiantes, contestados inmediatamente por el enemigo con una lluvia de bombas. “Quería mostrar a los alemanes que estaba ahí y era un gran guerrero”, explicó su camarada Sam Thundercloud en el responso.

En la peripecia de esos luchadores indios —véase North american indians in the Great War (2007), de la antropóloga Susan Applegate, publicado (quién sino) por la Universidad de Nebraska— es como si pasáramos sin solución de continuidad de El último mohicano o Bailando con lobos a Senderos de gloria y Sin novedad en el frente. El brillo de las historias de Fenimore Cooper, Karl May o James Curwood tiñe, volviéndola muy singular, la experiencia bélica de los pieles rojas entre el gas, las alambradas y las trincheras. Combatieron en todas las armas, aunque más en infantería (hubo algunos en aviación, como el sioux oglala James Sears, pero no llegaron a volar en combate; e incluso uno fue tripulante de globo de observación, el choctaw Preston Hudson). Los pawnees, sin que se sepa el porqué, resultaron ser muy buenos con los morteros. Fueron en general, estando como estaban muchas tribus embebidas de tradición de combate (“me alisté porque mi pueblos somos guerreros”, adujo Caballo Rápido), magníficos soldados, que destacaron por su arrojo y por su habilidad militar, como prueban las numerosas menciones y condecoraciones que recibieron. Pelearon en cierta medida a su manera, especialmente como exploradores, correos de primera línea (Sam Little Soldier o el arickara Joe Young Hawk) y francotiradores. Se les acreditaba una natural predisposición para el camuflaje, el sigilo, la orientación, la incursión y el tiro.

Francis Pegahmagabow, Peggy, del primer batallón de infantería canadiense, un sargento York con plumas que luchó en Ypres, el Somme y Passchendale, nada menos, y al que se le atribuyen —aunque no hay registro oficial— hasta 378 alemanes, víctimas de su rifle de precisión (que sin duda no se llamaba Silberbüchse, como el de Winnetou). ¡Lástima que no lo hubiera tenido en sus filas Nube Roja para atacar Fort Laramie! El certero indio fue también un gran mensajero y un inigualable scout y merodeador en el laberinto de las trincheras enemigas y la tierra de nadie (es curioso pensar que en un golpe de mano pudo encontrarse con Jünger: el indio le habría acaso abierto con su pala como si fuera un tomahawk la cabeza al escritor y stormtrooper al grito de ¡toma tempestades de acero!). Pegahmagabow, que no se separaba de su tradicional bolsita de poder, con talismanes, hizo 300 prisioneros y ganó la Medalla Militar tres veces, y lo que es más fuerte: volvió vivo —para convertirse en jefe tribal y luchar por los derechos indios—.

Aunque sometidos a la disciplina, el uniforme y el equipamiento del ejército (y el drástico corte de pelo —yo en cambio escribo esto en Formentera con felices greñas de oglala y una bandana que me da un aire a lo Cochise—), los indios a veces hacían gala de las formas tradicionales de lucha de sus ancestros. Hay varios casos de soldados nativos (el sioux Walter Strongheart) que atacan las ametralladoras alemanas de frente con gran coraje como si arremetieran contra una patrulla del Séptimo de Caballería, o (el cherokee Ute Crow) arrancan las bayonetas de las manos de los enemigos y las dirigen contra estos. Joseph Oklahombi, un choctaw, recibió la Croix de Guerre de manos del mismísimo Petain por tomar una posición alemana y hacer 171 prisioneros apuntando luego los cañones capturados contra el enemigo y mantenerse fuertes cuatro días en el emplazamiento a pesar de los continuos ataques con artillería y gas. Por cierto fueron choctaws del 142º regimiento de Infantería de EE UU los primeros en usar los enrevesados lenguajes indios para servir como Code Talkers, codificadores de mensajes radiofónicos, precediendo a los célebres navajos de la II Guerra Mundial. Tuvieron que inventarse algunas palabras: ametralladora era “pequeño cañón que dispara rápido”.

Se produjeron también algunos episodios siniestros de vieja crueldad tribal (para la cual en realidad no hacía falta ser indio). El apache Emilio Areilo testimonió que había alineado a cinco prisioneros alemanes en las cercanías de Verdún y disparado a sangre fría sobre dos de ellos tras efectuar una danza de guerra. El choctaw Jesse Lewis explicó como mató a otros dos que se habían rendido solo después de agotar las municiones de su ametralladora, los muy listos. “Tenían mucho miedo a los indios. Uno de ellos hablaba inglés, y dijo: ‘Indios verdaderos americanos, indios grandes hombres, nosotros mucho miedo de indios, puedo luchar contra franceses e ingleses, pero no quiero luchar contra americanos”. La perorata no le sirvió de mucho al soldado alemán émulo de Old Shatterhand y seguramente lector de Prisioneros de los oglalas. El sargento ponca Richard Hinman liquidaba siempre a los prisioneros, indefectiblemente con la bayoneta. “Me he alistado para matar alemanes”, argüía. El sargento sioux James H. Crowe se enfrentó a una posición de ametralladoras en los bosques de Aronnge el 27 de septiembre de 1918 y consiguió reducirlas y capturar a los servidores. Entonces el guerrero se abalanzó sobre “un huno grande”, lo lanzó al suelo y ¡trató de escalparlo para hacerse con su cabellera! “Pero mis camaradas me lo impidieron, así que lo dejé ir”. Probablemente no habría sido un gran trofeo visto el corte de pelo prusiano. El episodio recuerda la escena de Leyendas de pasión (1994), una de las pocas que mezcla Primera Guerra Mundial y guerra india, en la que Tristan Ludlow (Brad Pitt), criado por un indio, a fin de vengar la muerte de su hermano mata y escalpa a dos artilleros alemanes y se cuelga sus cabelleras al cuello, para horror de sus camaradas.

El recorrido de las tipis a las trincheras (por utilizar el título que le dio a la experiencia Joseph K. Dixon, que recopiló los testimonios de lo sioux) —aunque no todos estuvieron en el frente—, muchos de los cuales ni siquiera eran oficialmente ciudadanos de EE UU o Canadá. Algunos incluso estaban considerados todavía indios hostiles: entre los que se enrolaron figuran dos apaches chiricahuas que aún tenían el estatus de prisioneros de guerra. Los indios sufrieron un porcentaje de bajas muy alto (entre el 3% y el 5%), superior al de sus camaradas blancos (1,16%), lo que se explica tanto por su ardor guerrero como por la peligrosidad de las misiones que se les encomendaron, y que nunca eran reacios a presentarse voluntarios. En total murieron unos 600. Aparte de los caídos en acción fueron numerosos los que murieron de enfermedades como neumonía o gripe. El propio Foch reconoció la aportación india a la victoria aliada acudiendo el 28 de noviembre de 1921 —y mira que tendría cosas que hacer el mariscal— a una ceremonia en la reserva crow en la que fue investido jefe honorífico de la tribu, penacho incluido.
Luché para que los alemanes no hicieran lo que hizo con nosotros el hombre blanco

También se enrolaron algunas mujeres: Tsianina Pluma Roja, una india creek fue al frente a cantar para los soldados —no creo que les cantara Soldier Blue—, y la cherokee Anne Ross ayudó como cantinera, mientras que otras pocas trabajaron de enfermeras. No solo sostuvieron el esfuerzo de guerra los que marcharon al frente: los indios de casa suscribieron bonos de guerra por valor de 15 millones de dólares (de entonces) con gran patriotismo, entre ellos la viuda y los hijos de Gerónimo. El viejo jefe Águila Caballo vestido con toda la pompa de los indios de las praderas actuó como vistoso agente de reclutamiento.

¿Por qué se alistaron tan masivamente los indios (20% o 30% de los hombres mientras que los blancos solo lo hicieron en un 15%), esos nativos, “vanishing race”, a los que se consideraba inferiores y cuyos abuelos y padres habían sufrido las crueldades de las Guerras Indias, para combatir en la lejana Big Fight de los blancos? Aparte de las respuestas más simplistas como la de que “ningún buen indio se perdería una lucha” (jefe Joseph Cloud) y “quería matar a los damned boches” (Young Eagle), las ganas de aventura, el viejo espíritu guerrero de algunas tribus, el prestigio del servicio militar o el objetivo de escapar a una vida mísera, influyó mucho —según los testimonios— la voluntad de reivindicarse como verdaderos estadounidenses o canadienses leales y la esperanza (malograda) de lograr a la vuelta un trato mejor para ellos y sus gentes. En EE UU muchos de los indios que marcharon a Francia se habían educado en las escuelas obligatorias del Gobierno que los alejaban de sus raíces, perseguían asimilarlos y los imbuían de patriotismo y espíritu militar. Algunas respuestas a la pregunta de por qué combatieron tienen miga: “Luché”, escribió un veterano, “para que los alemanes no hicieran al mundo lo que el hombre blanco nos hizo a los indios”. ¡How!
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Sebastian

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El ataque sorpresa de la aviación soviética contra la Alemania nazi en 1941

12 de agosto de 2014 Alexander Korolkov, para RBTH
Los bombarderos soviéticos atacaron Berlín en agosto de 1941. Esta arriesgada operación militar tenía como objetivo mostrar al enemigo y a todo el mundo que era pronto para dar por vencida a la aviación soviética.

Fuente: Ria Novosti
El 7 de agosto de 1941, cuando se cumplía el 47º día de combates de la Unión Soviética contra Alemania, quince bombarderos DB-3 e Il-4 despegaron de la base aérea del archipiélago Moonsund, ubicado en el mar Báltico, en dirección a Berlín. Los aviones soviéticos debían sobrevolar 1.765 kilómetros sobre territorio enemigo y hacer frente a una defensa aérea muy bien organizada para lograr su objetivo: bombardear el corazón del Tercer Reich.

El Ejército Rojo, que se batía en retirada desde hacía más de un mes, en aquel entonces defendía con gran esfuerzo Smolensk y Kiev. Aviones de la Luftwaffe llevaban bombardeando Moscú desde el 21 de julio.

Su comandante, Hermann Göring, que había conocido numerosas pérdidas a causa de la aviación de la URSS y de la pasividad de los ingleses, declaró de un modo presuntuoso que “ninguna bomba caería sobre la capital del Reich”. Estas palabras fueron todo un desafío. Las explosiones de las bombas soviéticas en Berlín tenían que demostrar al adversario y al resto del mundo que se habían apresurado al considerar inofensiva a la aviación soviética.

Para que los aviones pudieran volar a la máxima altura hasta Berlín y volver luego a casa, despojaron a los DB-3 de su blindaje. Además tuvieron que despegar desde una pista corta, construida para los cazas.

El trayecto desde la isla de Saaremaa, en Estonia, hasta Szczecin, en Polonia, y luego a Berlín duró siete horas. Para evitar la defensa antiaérea se vieron forzados a volar a una altitud de 7.000 metros, en que la temperatura exterior alcanzaba los 40 grados bajo cero. Los pilotos tuvieron que trabajar con máscaras de oxígeno todo el tiempo. Volaban con el combustible justo, por lo que no había margen de error: si se desviaban del itinerario la tripulación corría el riesgo de no poder volver a la base.

Soñaban con bombardear el Reichstag
Para los alemanes, en la retaguardia, el ataque de los bombarderos de la URSS fue toda una sorpresa. En la capital de Alemania se llevaba una vida tranquila y pacífica en que sólo los soldados y las empresas de defensa hacían pensar en los combates que se libraban en algún lugar lejano. Hay testigos que llegaron a afirmar que las fuerzas de defensa antiaérea nazis descubrieron los aviones, pero los tomaron por suyos y les sugirieron que se dirigieran al aeródromo más cercano.

Berlín fue bombardeada por apenas cinco de los quince aviones que partieron en misión: a los restantes la acción de las defensas antiaéreas y la falta de combustible les obligó a atacar las afueras de la ciudad, pero las tripulaciones cumplieron su objetivo político con creces. En la madrugada del 8 de agosto el radiotelegrafista Vasili Krotenko transmitió desde una de las aeronaves soviéticas: “Mi lugar es Berlín. Tarea cumplida. ¡Volvemos a la base!”.

Los ataques causaron incendios y el pánico en la ciudad. Incluso desde una gran altura, los DB-3 soviéticos pudieron escoger los objetivos en la gran y bien iluminada ciudad. Hasta un minuto después del inicio del ataque no se dio la orden de oscurecer la capital.

El escritor y corresponsal militar Nikolái Mijailovski, que participó en la cobertura de los acontecimientos, describió lo ocurrido a bordo de uno de los aviones:

“Nuestro objetivo son las fábricas Siemens-Shuckert, pero los pilotos sueñan con llegar al Reichstag o a la Cancillería del Reich. Vania Rudakov se congeló inmóvil con la ametralladora. Las manos de Preobrazhenski se congelan a los mandos. Pero no importa. Lo principal es que estamos próximos al objetivo. Nuestro sueño era llegar a toda costa. ¡Y lo conseguimos! A 7 kilómetros de altitud es visible la gran ciudad. Cubierta por miles de luces se extendía como una araña. No nos esperan. La voz del piloto: “¡Sobrevolamos el objetivo!”. El avión se estremece, tras saltar ligeramente hacia arriba. En la cabina penetra el característico olor del accionamiento de las llaves de las bombas que, pesadas, caen…”.

“Estos on ingleses”

Fuente: Ullstein/Vostock-Photo

A pesar de que, junto con las bombas, se tiraron folletos, el mando alemán trató de ocultar el hecho de que los aviones soviéticos habían cruzado el cielo de su capital. Las emisoras de radio alemanas transmitieron lo ocurrido como un intento fallido de 150 aviones ingleses de llegar a Berlín.

Según la prensa alemana, sólo unos cuantos aviones lo consiguieron y seis de ellos fueron abatidos, provocando incendios. En realidad los pilotos soviéticos sólo tuvieron que lamentar la pérdida de una aeronave en esa misión. La BBC desmintió que aviones ingleses sobrevolaran Berlín aquella noche. Los aviones ingleses hacía tiempo que no aparecían en el cielo de Berlín, desde enero de 1941, cuando su mando se percató de que el Tercer Reich estaba reagrupando sus fuerzas aéreas para atacar el este de Europa.

El 8 de agosto el Sovinformburó, el Gabinete de Información Soviético, informó a todos los ciudadanos que los bombardeos sobre Moscú del 22 y el 24 de julio, en los que habían perecido cientos de ciudadanos, habían sido vengados. Los miembros de la tripulación de la aeronave comandada por el coronel Preobrazhenski recibieron el título de héroes de la Unión Soviética.

Stalin firmó un decreto en virtud del cual cada miembro de la tripulación obtendría un premio en metálico por valor de 2.000 rublos. Esta cantidad de dinero cuadriplicaba la recompensa habitual por un bombardeo exitoso.

Los siguientes vuelos de las tripulaciones soviéticas no corrieron la misma suerte. El factor sorpresa sólo podía funcionar una vez. Despegando desde las islas próximas a Leningrado, los pilotos realizaron hasta el 5 de septiembre nueve misiones en los que participaron 86 aviones y se tiraron 21 toneladas de bombas, que se saldaron con la pérdida de 18 aviones debido a la artillería antiaérea y diversas negligencias.

Estos vuelos exigían una tensión física máxima y gran fortaleza de espíritu. A veces, junto al mismísimo aeródromo, las manos de los pilotos perdían la capacidad de dirigir los mandos, los ojos se les cerraban del cansancio. A sólo unos cientos de metros de la pista de aterrizaje los aviones a veces caían, se estrellaban. Así murió la tripulación del teniente mayor Nikolái Dashkovski.

Los vuelos soviéticos se interrumpieron después del inicio de los combates por la isla Moonsund, el 7 de septiembre de 1941, pero cuando se produjeron los ataques “decisivos” contra Alemania, en julio de 1942, los habitantes de la capital del Reich volvieron a ver aviones con estrellas rojas en las alas.
http://es.rbth.com/cultura/2014/08/...ovietica_contra_la_alemania_nazi_e_42651.html
 
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