POLÍTICOS EN CALZONCILLOS
Garré: "Nunca me molestó que me digan piropos"
La ministra de Defensa dice que no hay contradicción en que, siendo mujer, deba dirigir el ejército de hombres en las FF.AA.. Gabriela Vulcano.
En el ambiente se respira una gran solemnidad hasta que, de pronto, ella larga la primera carcajada. Con cada explicación, la ministra de Defensa, Nilda Garré, mueve sus manos y choca sus dos gigantescos anillos. Al comienzo, le cuesta hablar de sí misma sin referirse a la generación a la que perteneció. Cautelosa y, por momentos, con cierta timidez, se adentra de a poco en el océano de los recuerdos. Echa un vistazo de 35 años atrás y confiesa: “El tiempo pasado lo he vivido plenamente. Ahora, tenemos un nueva oportunidad”.
–Usted fue diputada cuando no era habitual que hubiera mujeres en esos cargos y ahora está al frente de un ministerio donde tiene que tratar, en su mayoría, con hombres. ¿Alguna vez se propuso ocupar espacios que históricamente estuvieron destinados a los varones?
–No desde una lucha contra el hombre, pero sí reivindicando mi derecho a ocupar el espacio que tuviera ganas y se me diera la posibilidad de ocupar. En el 73, cuando era diputada, era un clisé que la mujer ocupara las comisiones de Mujer o Educación. En ese momento, planteé que pudiéramos participar en las comisiones de Defensa, de Asuntos Constitucionales y de Legislación General. No porque no me interesaran los temas específicos de la mujer, sino porque no quería dejar que nos acotaran el margen de acción en otras áreas.
–¿Cómo era su relación con los varones cuando era niña?
–Iba a una escuela que era sólo de mujeres. Ésa era una primera limitación para generar juegos o actividades con varones. Y mi hermano era cinco años menor, de manera que tampoco tenía relación con sus amigos. De más joven, siempre aborrecí las reuniones sociales donde las mujeres se sentaban todas juntas y los hombres todos juntos. Es como si las mujeres tuvieran que juntarse para hablar de pañales o de recetas de cocina y los hombres, de fútbol o de los temas del país. Con eso siempre fui medio rebelde, era la única que me sentaba con los hombres. Me interesaban las temáticas más amplias. Eso no quiere decir que las demás mujeres no las hablaran. Muchas veces somos las propias mujeres las que aceptamos eso.
–Tiene dos hijas y un hijo, ¿alguna vez hizo diferencias en la crianza en cuanto a quiénes debían hacer tareas hogareñas y quiénes no?
–Eso lo he combatido mucho, pero el varón, que es el mayor, siempre se resistió. Mi generación rompió mucho con todos esos moldes y roles sociales. Por ejemplo, en la militancia política nunca sentí que me trataran distinto por ser mujer.
–¿Cuál es la actitud más machista que han tenido hacia usted?
–No recuerdo una anécdota que me haya impactado. Tal vez algunas están vinculadas a que algunos hombres han querido ser demasiado amables y en otros casos han tenido actitudes autoritarias y prepotentes. Pero no recuerdo ninguna anécdota en especial donde me haya sentido discriminada.
–¿Le molestan los piropos?
–¡Noooo! Nunca me molestó que me digan piropos. Me parece que miente la mujer que dice que no le gustan. Todo lo que sea amable, cortés y fino es lindo. Forma parte de un juego de seducción.
–Volviendo a su infancia, ¿a qué le gustaba jugar?
–Con las muñecas y, además, era muy lectora. En esa época, nuestros padres nos regalaban la Colección Robin Hood. Las historias de Luisa May Alcott. Mujercitas la he llegado a leer diez veces. Me metía en ese mundo mágico de esa familia y optaba por ser una de las cuatro hermanas.
–¿Con cuál se identificaba?
–Jo me parecía el personaje más interesante. Era la más transgresora. También tenía un gran afecto por Beth. Además me gustaban las historias de piratas. Sandokán, los tigres de la Malasia. Estaban las típicas de Dickens. Juvenilia o Corazón. Después, ya leía más historia.
–¿Soñaba con casarse y tener hijos?
–Ése era el mandato en mi época. Pero mi mamá tenía siempre la nostalgia de que sus padres habían entendido que la mujer no tenía que estudiar y, en ese sentido, si bien aspiraba a que yo tuviese mi familia y todo eso, quería que tuviera la posibilidad de estudiar. Igual, no creo que sean cuestiones opuestas.
–¿Era más compinche con su mamá o su papá?
–Con mi mamá. Un poco porque las mujeres con las mujeres solemos tener más temas en común. Las pilchas o algún comentario sobre un noviecito. Yo hablaba todo con mis padres, y con mis hijos mucho más. He sido padre y madre para mis hijos. Siempre hablé con un lenguaje muy claro y directo. Cuando tuvieron sus primeras preguntas y curiosidades sexuales, siempre fui lo más franca y directa posible.
–¿Con qué aroma relaciona su niñez?
–(Piensa). Recuerdo las llegadas de la escuela. El olor a las tostadas, la manteca, el dulce de leche, los scons o los brownies. El té de la tarde era una ceremonia. Mi madre preparaba el té porque sabía que era algo que disfrutábamos. Después, escuchábamos radio. Tarzán y Poncho Negro. A las seis y media empezaba Sandokán. Mi mamá ponía mucho cariño y con mi hermano siempre fuimos muy compañeros. Yo era una especie de mamita. Como era muy seria y responsable, mi madre más de una vez me lo dejaba al cuidado.
–¿Se aprovechaba de ese lugar de mando?
–No, no. Él vivía seduciendo a mi mamá y a mí, así que sólo cada tanto mi mamá se enojaba y él salía corriendo hasta que se pasaba la tormenta. Cuando estábamos en la vereda y lo tenía que cuidar, yo me llevaba un libro y un vecino de enfrente le contaba a mamá: “Uno nota cuando ella le pone los límites y se sienta a leer el libro y mira cada tanto. Él no le da bolilla en nada y se escapa. Y su hija deja el libro y lo va a buscar”. (Risas)
–¿Qué conflictos le trajo la adolescencia?
–No la sentí como una etapa conflictiva. Entré a la facultad muy jovencita. A los 17 años ya había dado el ingreso a la Facultad de Derecho. Iba mucho a un club donde tenía un grupo de amigos y amigas. Nos divertíamos mucho. No éramos muy buenos deportistas. Yo me entrené en natación un tiempo y con unas amigas intentábamos jugar al tenis, pero nada más.
–¿Le gustaba ir a bailes?
–Sí. Se hacían en casas de familia. Eran los famosos asaltos. Mi papá me iba a buscar. Quizás para carnaval nos llevaban a Gimnasia y Esgrima, pero tenía que llegar temprano a casa. Cuando entré a la universidad, empecé a romper esos límites horarios disparatados. Mientras que yo tenía que volver temprano, mi hermano, que era más chico, volvía más tarde. Los 31 de diciembre, yo tenía que pasarlo con la familia y él podía salir después de las doce.
–¿Usted tenía algún complejo por ese entonces?
–Nada que recuerde tanto. Mis padres tenían mucho compromiso político y en el año 55 yo tenía nueve años e iba a una escuela donde no había nadie que tuviera mis ideas. Eso me generaba algunas discusiones con el resto. Era una especie de gladiadora. Mi padre me decía que yo siempre peleaba contra todos a la vez. Hubo algún momento donde llegué a sentir cierta soledad en la escuela, donde se cantaba la Marcha a la Libertad y yo me quedaba en el aula. Era un poco duro. Los chicos hacían medio patota en contra. Eso lo recuerdo con un poco de bronca. A la vez, eso me fortaleció. Los que tenían sentido del humor decían: “Algún defecto tenía que tener. Es peronista”.
–¿Hablaba de política con su padre?
–Sí. En la década del 70, me peleaba bastante porque mi papá era un típico viejo peronista. Nosotros, los jóvenes peronistas, teníamos más apuro para producir algunos cambios. Pero mi padre también estaba muy orgulloso de mí.
–¿Por qué decidió empezar a militar?
–En todas las elecciones colaboraba porque mi padre tenía una unidad básica. En el 72 me involucré mucho y tuve la suerte de que Cámpora me invitó a hacer la gira del “Perón vuelve”. Después, empecé a trabajar con grupos de mujeres y luego Cámpora me llamó para integrar el chárter del 17 de noviembre.
–Además de abogada es maestra de inglés, ¿alguna vez ejerció la docencia?
–Sí, mucho tiempo. Cuando estaba en tercero o cuarto año, empecé a ayudar en casa dando clases a chicos. También trabajé de eso durante la dictadura.
–¿Cuál fue su primer trabajo?
–En la Justicia, en un juzgado civil como meritoria. Luego, me inscribí en un concurso en el Banco Central para estudiantes de Derecho. Hasta ese momento, las mujeres sólo eran dactilógrafas. Sin embargo, las dos mujeres que entramos fuimos parte del cuerpo técnico.
–¿Cuál fue el cambio más importante que notó en usted cuando se convirtió en madre?
–La maternidad siempre es algo muy mágico. Lo más importante pasa por lo que el chico necesita. Por supuesto que siempre entendí que no debía renunciar a mi desarrollo personal. Antes de tener hijos, uno es más egoísta.
–¿Es una mamá exigente?
–Sí. Un poco hincha pelotas, dicen mis hijos. Pero he tenido mucha suerte, son sanos, buenos, serios y responsables. He sido muy flexible en otros temas de costumbres, por ejemplo. También fui la que tuve que poner límites. Por diversas circunstancias, los padres de mis hijos no han estado muy presentes, entonces era la que tenía que poner ternura y límites.
–¿Cómo le sienta ser abuela?
–Durante un tiempo me parecía no estar tan apurada. Ahora que tengo dos nietos, estoy bastante lela. Es una sensación que no pensé que era tan condicionante. Por cualquier cosa que hacen me derrito.
–¿Le preocupa el paso del tiempo?
–No, hay que aceptarlo. Me molesta la decadencia. No me gusta verme más fláccida o más gorda. Me molestaría mucho si tuviera una enfermedad o algo me limitara. Uno tiene que aceptar que los ciclos se van cumpliendo.
–¿Se haría alguna cirugía?
–No soy obsesiva, pero si hubiera tenido una nariz muy grande, me habría parecido fantástico hacerme la cirugía. O si uno es miope y no quiere usar anteojos, también. Todo lo que mejore la calidad de vida me parece perfecto. Si hay retoques para refrescar la cara y evitar un poco el paso del tiempo, me parece bien. Lo que no se puede es vivir esclavo de eso.
–¿Cuál es su costado frívolo?
–Me gusta comprarme ropa, ver vidrieras o estar a la moda. También ir a la peluquería.
–¿Con qué imagen relaciona el amor?
–Compartir con el otro una picadita y un buen vino, o un cafecito en alguno de eso lindos bares de Buenos Aires, o recorrer las librerías comprando libros. Me encanta caminar junto al mar, enamorada o no enamorada.
–¿Qué la enamora de un hombre?
–Tiene que ser una buena persona, por supuesto. Pero además tiene que ser inteligente. Incluso uno de mis errores fue privilegiar mucho la inteligencia. Pero no me podría enamorar de alguien que no fuese inteligente y sensible. Son dos cualidades muy importantes.
–Tuvo tres matrimonios, ¿se volvería a casar?
–A esta altura ya no. Me parece que hay etapas para comenzar un matrimonio y ahora veo más difícil compatibilizar todo lo necesario para vivir en pareja.
–¿Cuál es su deuda pendiente?
–Cuando uno está comprometido con un proyecto político, la deuda está en seguir eso, afianzarlo y concretarlo. Contribuir desde el lugar que esté, de esto no me puedo borrar. También me habría gustado escribir un libro.
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