MI ENTREVISTA PERSONAL CON SOLZHENITZYN. (DONDE TAMBIEN SE MENCIONA LA GUERRA DE MALVINAS). A CIEN AÑOS DEL NACIMIENTO DEL GRAN ESCRITOR.
Por Nicolás KASANZEW
Un nacionalista de dos mundos
Alexander Solzhenitzyn, premio Nobel de Literatura 1970, de cuyo nacimiento se cumplen el 11 de diciembre 100 años, es mi héroe. Es quien enfrentó y desenmascaró al régimen totalitario más atroz de la historia, el comunista. Un héroe cuya memoria es bastante menospreciada en la propia Rusia, adonde él volvió del exilio en 1994. Me voy a permitir una pequeña introducción personal, porque de lo contrario costaría comprender mi relación con el escritor. Soy hijo de exiliados políticos rusos. Después de la revolucion de 1917 mis abuelos combatieron en la guerra civil contra los rojos, y se exiliaron tras la derrota de los “blancos”. Me trajeron a la Argentina cuando tenía 5 meses.
Los exiliados rusos creían firmemente que el comunismo iba a caer en unos meses o a lo sumo el año que viene… Y por eso, en aquella primera etapa del exilio, ni siquiera compraban propiedades, poco menos que no deshacían las valijas, esperando volver. Yo fui criado tambien en esa esperanza: volveríamos a tomar las armas para abatir a la tiranía comunista. Es que no era una emigración económica. Los “blancos” meramente se habían replegado, para algún día volver a atacar. Lamentablemente, casi ninguno de los blancos llegó a ver el momento de la caída del régimen comunista. Una caída parcial, por otra parte, por cuanto el sovietismo sobrevive y gobierna en la Rusia de hoy. Educado en los principios de mis abuelos, pero viviendo en la Argentina, crecí como un nacionalista de dos mundos. Sentía de la misma manera la pasión por la patria de mis ancestros, como por mi patria adoptiva. Y por ende tuve una militancia paralela en el nacionalismo tradicionalista argentino y en el nacionalismo tradicionalista ruso, sin sentir en ningún momento que ambas militancias se contradijeran en lo más mínimo. Entendámonos, para mi sólo vale la acepción de "nacionalismo" del filósofo Jordán Bruno Genta: amor exasperado a la patria, cuando esta se encuentra en peligro.
Cuando fracasé en mi decisión de seguir la carrera militar, (soy el primer civil en una estirpe de 500 años de militares rusos), porque la ley 346 bis prohíbe a cualquier no nativo de la Argentina, no sólo ser oficial en las Fuerzas Armadas, sino tampoco oficial de policía ni de la marina mercante, elegí el periodismo como otra forma de combate por la verdad: tanto en castellano, como en ruso. El periodismo en castellano me ha servido para la supervivencia económica, en tanto que en ruso siempre fue totalmente
ad honorem. Lo ejercí en el periódico monárquico ¨
Nuestro País¨, fundado en 1948 en Buenos Aires por otro escritor que también padeció, como Solzhenitzyn, los campos de concentración comunistas, solo que antes de la 2ª guerra mundial: Iván Solonevich.
Ivan Solonevich
Solonevich se había fugado en 1934 a Finlandia, desde un campo de concentración en la Unión Soviética. Luego publicó su primer periódico en Bulgaria, adonde la policía política de la Unión Sovietica, la CHEKA-GPU-NKVD le mandó por correo una bomba, que mató a su mujer y a su secretario. Tras mucho peregrinar, Solonevich llego a Buenos Aires en 1948 y empezó a editar este semanario monárquico ruso. Pero en 1950 luego de varias denuncias realizadas por elementos filosoviéticos, fue expulsado por el gobierno de Perón al Uruguay, donde murió en 1953. Sus ayudantes siguieron editando el periódico, hasta que en 1967 yo me hice cargo de la parte periodística.
Luego de que Solzhenitzin fuera expulsado de la Unión Sovética, a principios de 1975, me llegó una carta suya al periódico, donde pedía que se publicara su exhortación a los que él llamaba ‘
los rusos mayores de la revolución’. En ella solicitaba documentación, memorias, fotos, testimonios sobre la revolución del ‘17 y la consecuente guerra civil. El pedido tuvo mucho eco entre los rusos exiliados: le llovieron materiales al escritor. Ese fue su primer contacto con mi periódico. Después me hizo llegar otros escritos suyos, generalmente relacionados con la cruzada política que llevaba contra el régimen sovietico, y entablé correspondencia con él. Siempre fue muy atento en sus respuestas, que eran sumamente interesantes. Yo, por supuesto, soñaba con conocerlo personalmente, y un par de veces le pedí que me concediera una entrevista, pero sin resultado.
En 1984, yo había recibido una invitación para hacer una gira con otros periodistas por el Extremo Oriente y el vuelo era vía Nueva York. Desde esa ciudad le envié al Estado de Vermont una carta, esta vez sin pedirle entrevista alguna, señalandole que sabía lo ocupado que estaba, pero que quería al menos estrecharle la mano, aunque mi visita fuese de 5 minutos. Y le dejé la direccion de mi tío neoyorquino. Cuando vuelvo de Extremo Oriente, y llamo a mi tío desde el aeropuerto Kennedy, este exclama:
‘¡Mañana te espera Sozhyenitzyn!’
Rumbo a Vermont
Darme cuenta de que finalmente iba a conocer a ese titán, a ese clásico viviente, fue un impacto tremendo. Lloré de emoción el trayecto entero en taxi hasta la casa de mi tío y no pegué un ojo en toda la noche.
A la mañana siguiente tomé un vuelo a Boston y de allí un avioncito hasta Cavendish, Vermont. La esposa de Solzhenitzyn me había escrito que me recibiría un señor estadounidense de unos 40 años, de nombre Lenart, una suerte de asistente, que había empezado como profesor de inglés de los hijos del escritor. Y le digo: -
‘¡No puedo ir con las manos vacías! ¿Puedo comprar algo? ¿Le gustan las rosas a la mujer de Solzhenitzyn?’ -‘
Sí ,sí, le gustan mucho, pero tiene que ser un número impar’. Me llevó a una florería del pueblito y compré todas las rosas que había, cuidando de que no fuera un número par. -
‘Y a él, ¿qué le puedo regalar?’ -
‘A él no le gustan los regalos, siempre protesta contra ellos, pero creo que en su fuero íntimo no le pueden disgustar. - Pero…
‘¿qué le regalo? ¿Le gusta tomar vodka?’. - ‘Sí, le gusta’. Pues le compré una finlandesa para él y como era Semana Santa, huevos de Pascua para los hijos.
Llegamos finalmente a su ¨dacha¨, dos casonas ubicadas en el medio de un bosque, (con una capilla privada en la cercanía) y Lenart me dice:
‘Ellos tienen un sistema: primero Usted va a tomar café con Natalia Dimitrievna, su esposa, ella conversará con Usted y después lo va a llevar al segundo edificio donde lo va a recibir Solzhenitzyn’.
La señora me pareció inteligentísima, brillante, muy culta y sobre todo muy compenetrada intelectual y espiritualmente con su marido.
Sus libros son sus soldados
Aquí tengo que hacer una digresión. Los que éramos descendientes de exiliados rusos blancos, al soñar con la liberación de Rusia del comunismo, seguíamos muy atentamente las novedades políticas y literarias de Rusia. Entonces, cuando aparece
Un día en la vida de Ivan Denisovich, el primer libro de Solzhenitzyn, publicado en la Unión Soviética en el año 1962, que más tarde llega a mis manos, junto con su famosa carta abierta contra la censura comunista dirigida al Congreso de Escritores de 1967, yo percibí inmediatamente que era un tradicionalista ruso. Pero lo percibí con el alma! Porque no había ningún indicio directo de ello, él usaba un lenguaje de Esopo.
Inclusive en Occidente, cuando apareció
Un día en la vida de Ivan Denisovitch, bendecido además por Nikita Khruschev que quiso aprovecharlo en su lucha contra la imagen de Stalin, todos dijeron: ‘
Éste es un marxista ortodoxo, por fin un marxista con rostro humano, no como los stalinistas’. Pero yo sentía claramente que se equivocaban. Solzhenitzin siempre fue un soldado, un estratega. Es muy significativo cómo habla de sus propios libros: son compañías, regimientos o divisiones, son tropas que están al ataque o agazapadas esperando el momento de contraatacar. Ese fue el Solzhenitzyn que yo percibí: el no estaba mostrando todas sus cartas, es decir todas sus “tropas” de entrada, sino que lo hacía en forma paulatina. Cuando sale
Archipiélago Gulag, ya nadie podía decir que este escritor era marxista, pero entonces comenzaron a sostener que era un liberal de tomo y lomo, de los buenos. Bueno, - se consolaban - no será marxista, pero es de los nuestros, es liberal.
Sin embargo, cuando Solyenitzin llega a EE.UU y hace su famoso discurso en la Universidad de Harvard, fustigando las lacras de la cultura occidental actual, ya se dan cuenta que de liberal no tiene nada, sino todo lo contrario, y entonces exclaman: ‘¡
Es un nacionalista ruso!’.
Con todo, a uno de estos “ejércitos” que él guardaba agazapado, Solzhenitzin no lo blanqueó prácticamente nunca. Y en 1984 fui el elegido por el destino para conocer la existencia de este último “ejército”, esta última postura, la más recóndita, la más esencial de él. Y es que Solzhenitzin resulto ser monárquico, zarista, aunque nunca lo dijera en público en forma absolutamente abierta, si bien su obra está sembrada de indicios de ello, visibles para el lector alerta. Al menos, asi lo entendía yo. Como el periódico que yo manejaba era monárquico, a mí me interesaba mucho corroborar en forma personal esta percepción que tenía. E iba a tener la oportunidad de hacerlo en esa reunión que se me iba a dar con Solzhenitzyn.
No mostrar su rostro enteramente, siempre fue parte central de su estrategia. En sus memorias literarias
El becerro embestía al roble, es apasionante leer sobre las distintas tácticas que iba implementando para engañar al gobierno soviético, porque de haberlo chocado de frente y con todas las cartas sobre la mesa, el Leviatán comunista lo hubiera aniquilado en un santiamén. Atacaba, finteaba, se replegaba, volvia a arremeter; pero sin comprometer en ningún momento sus principios.
Cuando, al tomar café con su esposa, oigo que ella me dice “
Nosotros, los monárquicos…”, me sentí absolutamente feliz. No había errado en mi percepción! Natalia Dimitrievna me presenta a su madre, a su hijo menor Ignacio, que tenía en ese momento 11 años, y me dice: ‘
Bueno, ¡ahora vamos a ver a Alexandr Isaievich!’.
Así le veo la cara
Pasamos a la otra casona, donde él estaba trabajando. Tenía montones de mesas con material desparramado sobre cada una de ellas, caminaba entre las mismas y escribía de pie, inclusive en el jardín tenía una mesa alta para escribir parado. Me recibe con gran cordialidad y dice:
‘¿Quiere sentarse a mi lado? No, ¡siéntese enfrente, así le veo la cara!’ y me empieza a preguntar muy concienzudamente sobre quién era yo, a pesar de que nos habíamos carteado durante bastantes años, sobre mi familia, mi trabajo, qué pensaba sobre determinados tópicos… Y mientras hablábamos iba haciendo anotaciones con esa letra minúscula que había elaborado en los campos de concentración: le cabian muchas frases en un pedacito de papel.
Luego me dice: -
‘Pero, ¿cómo es que Usted., tercera generación de rusos en el exilio , habla tan bien ruso y quiere hacer algo por la liberación de Rusia? Esto es extraño, explíquemelo’. – Le contesto:
‘Es la educación que me dieron, hay muchos jóvenes rusos en el exilio que piensan igual, pero no saben cómo actuar para acercar la hora de la liberación de Rusia del comunismo. ¿Qué es lo que habría que hacer?’
Pero continuaba interrogando:
‘Y Ud., por qué eligió el periodismo?’
‘Bueno, elegí el periodismo porque consideré que era una manera de ser soldado, soldado de la verdad, aunque suene un tanto altisonante’. – ‘
No, no, no, eso no es nada altisonante,
a mí me gusta su actitud castrense, porque no esta excluido que tengamos todavía que participar de una guerra y probablemente con las armas en la mano’. El escritor tenía ya 66 años, pero exudaba una vitalidad y energía increíbles. Yo no salía de mi asombro por la fuerza que despedía ese hombre en cada uno de sus movimientos, en cada una de sus palabras.
Nosotros avanzamos por la cresta
Entonces le pregunto: -
‘¿Cómo se imagina Usted esta guerra que habrá que hacer por la liberación de Rusia?’ Me contesta:- ‘
La situación es muy compleja. Imagínese Usted esto: es como si nosotros avanzáramos por la cresta de una montaña; a la derecha está el comunismo, los comunistas son irrecuperables, y a la izquierda esta el febrerismo. (la ideología de quienes obligaron a abdicar al Zar Nicolás II en Febrero de 1917). Nosotros caminamos por la cresta entre esos dos abismos, entre esas dos opciones absolutamente inaceptables”.
Cabe acotar aquí que, tanto en su monumental obra
La Rueda Roja, como en numerosos artículos y entrevistas, Solzhenitzyn sostiene que la revolución masónica de febrero del 17 y no la bolchevique de octubre, es la causa principal de la destrucción de Rusia. Una le abrió paso a la otra.
Opción por la Monarquía
Estuve en total tres horas con el escritor, quien me dijo entre otras cosas: ‘
Considero que la mejor forma de gobierno es la monarquía, pero Rusia no puede pasar del estado de destrucción en que se encuentra directamente a una monarquía, van a hacer falta unos 50 años de dictadura militar, para que Rusia pueda sanearse primero’.
En su obra monumental
La Rueda Roja Solzhenitzyn trata duramente al zar Nicolás II, cosa extraña, tratandose de un monárquico. Porque los rusos generalmente veneran la memoria de este zar-mártir, salvajemente asesinado junto a toda su familia por los bolcheviques, un monarca que en 1981 fue canonizado por la Iglesia Ortodoxa Rusa en el Exilio y en el 2000 por el Patriarcado de Moscú. Aunque este último, encabezado como está por ex-agentes de la KGB, lo hizo más por la presión de los fieles, que por convicción.
Al rato Solzhenitzyn me lleva al piso superior, donde hay un escritorio. Sobre él, veo dos pilas de periodicos del exilio ruso. Uno,
La pensée russe (
El pensamiento ruso), editado en París, pero que ya estaba comprado por los servicios de inteligencia norteamericanos. Y el otro, mi humilde periódico argentino
Nuestro País. Entonces me empieza a hacer comentarios sobre su contenido y me doy cuenta de que lo leía de pe a pa.
Me dice cosas como: ‘
Esto está mal y esto está bien, y éste ¿quién es?’ Y después me espeta: ‘
Ustedes tienen que prestarle mucho menos atención a la dinastía de los Romanov’, y yo le digo: ‘
¿Por qué?’. ‘Porque yo no discuto que Nicolás II fue un cristiano en el trono, pero tambien él fue uno de los culpables de la revolución de Rusia, porque no reprimió como tendría que haber reprimido’. Entonces le digo: ‘
Pero Alexandr Isaievich, Usted podrá coincidir quizás conmigo en que el zar Nicolás II estaba solo, no había gente en la que pudiera apoyarse y cuando aparecía un estadista como Stolypin, los terroristas rojos lo asesinaban’.
No me contradijo. Yo le había mandado un libro del fundador de
Nuestro País, titulado
La gran mentira de Febrero, donde se sostiene precisamente esa tesis. Al respecto me dice: ‘
Leí el libro de Solonevich, es rudimentario en algunos de sus argumentos, pero en principio estoy de acuerdo con él’.
A pesar de estas frases, Solzhenitzyn siguió más tarde en sus obras criticando al zar Nicolás II. En esa oportunidad me había dicho:
‘Él fue de una vida impecable, un santo, verdadero cristiano en su vida personal, y yo estoy a favor de la canonización de todos los mártires del comunismo, solo que sin separar especialmente al zar Nicolás II y a su familia, tal como se hizo’.
Veo colgados dos retratos en la pared. Uno del almirante Kolchak, jefe del ejército blanco de Siberia, nombrado gobernante supremo de Rusia durante la Guerra Civil, quien murió como un mártir, tras ser entregado a los comunistas por los franceses. Otro, de Piotr Stolypin, el gran primer ministro reformador quien murió asesinado por el terrorista Bogrov en 1911. Casualmente, mi bisabuela materna estaba en el teatro de la ópera de Kiev cuando Bogrov asesino a Stolypin en presencia el zar Nicolás II. Ella vió con sus propios ojos cómo Stolypin, herido de muerte, persignaba al zar.
La mesa familiar
Volviendo a nuestra conversación, yo insistía con lo mío: ‘
Los exiliados rusos que quieren colaborar en el derrocamiento del régimen comunista ¿qué pueden hacer?’ Y me contesta: ‘
No se puede hacer mucho desde aquí, la profesión suya es quizás una de las mejores para poder hacer algo’.
Pero ¿qué otra profesión? Y ahí le salió el literato, tuvo una respuesta un tanto exótica:
‘Nos hacen falta buenos criticos literarios, la critica literaria está totalmente copada por el enemigo’ .
A la hora del almuerzo, volvimos a la otra casona. Como era lunes de Semana Santa, la comida era de de rigurosa vigilia. Antes de comer todos rezamos. Como los hijos mayores se habían ido a una iglesia en la ciudad, se sentó a la mesa con nosotros solamente Ignacio, de 11 años. Le digo: ¡
Ah, el músico! Entonces Solzhenitzyn pregunta:
¿Cómo sabe que es músico?’ ‘
Lo leí’. El escritor sonríe socarronamente:
‘¡Eh, Ignat, ya te conocen en Buenos Aires!’.
Después del almuerzo Ignat tocó para mí una pieza clásica en el piano. Ahora es un músico reconocido a nivel internacional.
La caída del comunismo
Debo comentar que cuando en 1982 salio mi libro
Malvinas a Sangre y Fuego, se lo envié al escritor con una dedicatoria. A lo cual me contestó en una de sus cartas:
‘Las dos partes estaban equivocadas: ¿Por qué los ingleses se empeñan en mantener sus colonias a tantos kilometros de distancia…? ¿Cómo, ese tipo de imperialismo no era solamente patrimonio de la Rusia zarista ? Y en cuanto a los argentinos, se equivocaron en utilizar la violencia, ya que una violencia mucho mayor está asomando en el horizonte, la comunista. Pero fue una buena experiencia para Ud.’
En todo momento Solyenitzin me habló de la caída del comunismo con una pasmosa seguridad. Como quien dice, “mañana me voy a tomar un café con vos”, asi decia “mañana cae el comunismo”. Entonces yo le preguntaba: ¿De qué forma va a caer? Y me contestó: ‘
Yo fui oficial en la 2ª guerra mundial y mis camaradas , que eran tenientes en esa época, ahora son todos generales. Y hace poco por Radio Liberty de EEUU, que ahora aflojó un poco su censura, porque antes no me dejaban ni siquiera leer mi capítulo sobre Stolypin , me dirigí a mis camaradas de arma y les dije: Espero que Ustedes recuerden las cosas que hablábamos durante la guerra’.
Yo le retruco:
‘¡Recuerde que Usted mismo escribió que los generales soviéticos son unos generales-jabalíes y que no albergaba mucha esperanza en ellos!’.
‘Es cierto, son generales-jabalíes, pero con uno solo de ellos que se anime, se va a producir la caída del comunismo’. Y de repente me dice con esa misma pasmosa seguridad:
‘Cuando vuelva a Rusia voy a editar un diario, se va a llamar Zemschina
, como el que salía antes de la revolución, y lo voy a convocar a Usted. Y Usted va a trabajar en ese diario’. Lo dijo con una convicción tal, que me dejó cuajado.
En los hechos, empero, cuando el escritor volvió a Rusia, aunque seguí carteándome con él, no me convocó, ni publicó el diario. Es que se decepcionó al ver en que calamitoso estado se hallaba su patria y su pueblo. Mucho peor de lo que imaginaba. En aquella conversación en Vermont, me había dicho:
’Nosotros estamos destruidos, estamos por el suelo, no tenemos nada, han arrasado con todo, pero tenemos solamente una cosa -y el rostro se le iluminó
-, el alma del pueblo ruso; con ella no pudieron! Pero, lamentablemente, parece que sí pudieron. Y cuando el escritor volvió a Rusia, vio que si bien había caído el régimen del partido comunista, el pueblo ruso estaba sovietizado. Es que los patriotas no sovietizados en Rusia conforman hoy apenas una serie de islotes. La mayoría de la población está sovietizada, el gobierno está en manos de cuadros de la KGB, la momia de Lenin sigue en la Plaza Roja, se glorifica a Stalin, Putin devolvió la bandera roja al ejército e impuso nuevamente el himno stalinista, aunque con las palabras cambiadas. Y a Solzhenitzyn en Rusia le hicieron el vacío. Por eso no llevó a cabo sus proyectos.
Su sentido del humor
Aunque muchos veían a Solzhenitzyn como un prócer solemne, una estatua en vida, el escritor no carecía de sentido del humor. En el almuerzo su esposa hasta me contó un chiste político: Iban en un avión Mitterrand, Reagan y Chernenko, dictador soviético a la sazón. El avión es asaltado por el demonio que se apodera de el aparato y los arrastra al infierno. Entonces Miterrand le implora: ‘¡No por favor, déjenos ir y entonces todas las mujeres de Francia serán suyas!’ Y le contesta el diablo: ‘¡Para qué, si ya son todas mías!’ Y Reagan le ruega: ‘¡Déjenos ir y todos los banqueros de EE.UU serán suyos!’ ‘¡Para qué! Ya todos son míos!’ En tanto que Chernenko le pregunta a Satanás: ‘¿Sabe Ud. adónde va este avión? Este avión va rumbo al socialismo!’. Y entonces el demonio, despavorido, se tira por una ventanilla. Solzhenitzyn acota: “
Que se cuenten chistes así indica que la gente ya está reaccionando, que de alguna manera le ha perdido el miedo al régimen”.
“Derechización”
Volviendo al tema de su cosmovisión, la comprobación más fehaciente de que Solzhenitzyn era monárquico estriba en que luego de mi encuentro con él, comenzó a donar dinero para la edición del periódico zarista
Nuestro País. Y lo hizo en forma regular por más de 10 años, hasta que volvió a Rusia. Antes de volver me mandó una carta diciendo que todo lo que él tenía iba a ser destinado exclusivamente a ayudar al pueblo ruso, que está en condiciones terribles, ya que no tiene ni asistencia médica ni educación ni nada.
Y hay otro dato interesante sobre la evolución política de Solzhenitzyn. Yo le había llevado tres de sus libros a fin de que él los autografiara para mis hijos. Los mira y me dice:
‘¡Ah, pero esas son primeras ediciones, tenga en cuenta que cuando escribí la primera versión, todavía estaba bajo cierta influencia del denominado “movimiento de liberación rusa del siglo XIX”, de índole socialista, y he corregido esos errores míos’ .
O sea que el escritor se habia “derechizado” aún más. A mí, en más de una oportunidad, me pidió que le consiguiera determinados datos para el libro que estaba preparando sobre los judíos en Rusia
200 años juntos. Lo irritaba la forma poco científica en que los exiliados rusos escribían en sus diarios. Se quejaba: ‘
Citan una frase muy importante y no ponen la fuente, ¿qué es esto?’. Entonces me pedía que yo le consiguiera determinada información o le verificara algunas citas. Alguna vez incluso me pidió: ¡Fíjese si realmente pusieron esto en el
Diario Israelita de Buenos Aires!
Reitero: le interesaba historiar la participación de los judíos en la revolución de 1917, pero no era antisemita en lo más mínimo, antes que nada porque era cristiano. Como para San Pablo, para él no había “ni helenos ni judíos”. Y ni siquera derechistas e izquierdistas. Lo dice uno de sus personajes en
Agosto del 14: “Para mí no hay gente de derecha o de izquierda, para mí hay gente decente y gente indecente”. Lo mismo lo aplicaba a los judíos.
Por ejemplo, cuando él dona todo el producto de su obra
Archipiélago Gulag a los familiares de los presos políticos, pone a administrar ese fondo al disidente judío Alexander Guinzburg. O sea que son injustos los muchísimos ataques que recibió, en que se lo calificaba de antisemita.
Por otra parte, si bien Solzhenitzyn ayudaba económicamente a
Nuestro País, prefería mantener sobre ello reserva. Cuando cierta vez publiqué que un “eminente ruso” ayudaba al periódico, se molestó.
Igor Ogurtzov
Es que el escritor nunca dejó de manejarse con alguna dosis de misterio. Hubo quien me dijo que si Solzhenitzyn realmente fuera zarista, lo hubiera dicho abiertamente. Sí, claro, pero solamente cuando él hubiera considerado que había llegado el momento justo para hacerlo. Por otra parte, si uno revisa sus libros, discursos y artículos, encontrará muchas pruebas -tangenciales y no tanto- de su fe monárquica. Por ejemplo, en su trabajo de 1991
“Como deberíamos arreglar a Rusia”, cita abiertamente a ideólogos zaristas, como Lev Tijomirov e Ivan Iliin.
Durante nuestra conversación en Vermont, en un momento dado me dice: “
Necesitamos que alguien escriba un programa monárquico para Rusia. Voy a esperar que liberen del campo de concentración - y que entonces lo haga - a Igor Ogurtzov, (un disidente nacionalista que pasó 20 años en el Gulag )
y si no, lo escribiré yo”.
Aquí se impone otra digresión. En 1980, junto a un nutrido grupo de periodistas, cubrí el viaje del presidente de facto Jorge Videla a China. Y en el vuelo de vuelta conseguí que me diera una entrevista para ATC Canal 7. Lo entrevisté con bastante agresividad, conservo la grabación, porque una de las cosas que me dejaron estupefacto fue ver a Videla en Pekín haciéndole un homenaje a la momia de Mao en su mausoleo, llevándole una corona de flores al mentor de montoneros y erpianos!
Finalizada la entrevista, le digo: ‘
La Argentina ha roto el embargo norteamericano a la Unión Soviética, le está vendiendo trigo, con lo cual se deben sentir obligados. Pues bien, en la Unión Soviética hay un preso politico cristiano que se llama Igor Ogurtzov que se está pudriendo en un campo de concentración, ¿por qué no pide su liberación? Se la van a otorgar seguro, en agradecimiento por el trigo argentino …’. ‘
No, no, no, no podemos meternos en asuntos internos de la Unión Soviética’, me respondió cínicamente.
E Igor Ogurtzov, nacionalista cristiano, era el escogido de Solyenitzin, para escribir un programa político monárquico para Rusia… Luego el escritor me reitera: “
Si no lo liberan pronto, el programa lo voy a hacer yo, fíjese, acá tengo separados los libros de Ivan Solonevich [el fundador del periódico monárquico
Nuestro País] autor de “Monarquia popular”, de
Lev Tijomirov, [un ex-terrorista social-revolucionario converso, autor de esa suerte de “Biblia del zarismo”, que es su obra “El Estado Monárquico”,]
y de Ivan Iliin” [otro de los ideólogos del zarismo, autor de “Monarquía y República” ].
Hombre de fe profunda
En sus años mozos Solzhenitzyn se había inscrito en el “Komsomol”, la organización de la juventud atea comunista. Pero el escritor relata que en su infancia fue profundamente creyente, porque su madre era muy religiosa. Recordaba cómo la madre lo llevaba a la iglesia y contaba que de repente se abría la puerta del templo, dando paso a una caterva de soldados del Ejército Rojo, que se metían en el altar y arrojaban al suelo el cáliz con la Santísima Eucaristía. E incluso, cierta vez, a él, por llevar una cruz en su pecho, sus compañeros de la escuela primaria le hicieron un ‘juicio” y se la arrancaron. Solzhenitzyn resistió durante años la inmensa presión de la propaganda comunista, hasta que en la adolescencia comenzó a creer en el marxismo. Después de la guerra germano-soviética y de sufrir prisión, - al igual que le pasó a Dostoievsky - el escritor recobró su fe religiosa y volvió a ser un cristiano ortodoxo practicante. Comulgó hasta sus muerte en el 2008; lo visitaba un sacerdote del exilio ruso en su casa de las afueras de Moscú.
Y hasta sus ùltimos días duró tambien su recelo hacia el Patriarcado de Moscú. Ya en 1972 le había mandado una carta abierta al entonces patriarca Pimen, donde denunciaba que el Patriarcado de Moscú es una herramienta obediente en manos del gobierno soviético. Un fenómeno único en 2000 años de historia del cristianismo, - decía Solzhenitzyn, - una iglesia manejada por ateos.
Esta es una situación que se ha perpetuado hasta el día de hoy. El actual patriarca de Moscú, Kirill Gundiaev, también ha sido agente de la KGB. Y como admite Putin, quien fuera jefe de la sangrienta policía política, no existen los “ex” agentes…