Murió Hugo Mendoza, el soldado a quien iba dirigida "la carta que frenó a la bomba". La información dice que se suicidó. Pero en realidad lo mataron.
Lo mataron los generales, que a su arribo desde Malvinas lo escondieron y abandonaron, sin darle contención ni apoyo a quien venía - como todo combatiente - con sindrome de estrés postraumático.
Lo mató Raul Alfonsín, principal propulsor de la desmalvinización, que cuando las incipientes organizaciones de veteranos le pidieron ayuda contestó con inigualable cinismo: "que los ayuden quienes los mandaron a la guerra".
Lo mataron todos los demás políticos, que desde hace 41 años vienen mintiendo que fue una guerra absurda iniciada por un general borracho, privando así de todo sentido al sacrificio de los soldados en las trincheras.
Lo mató Hebe de Bonafini al declarar que todos los soldados de Malvinas eran fachos, y que no debía haber vuelto vivo ninguno.
Lo mataron aquellos periodistas que desde julio de 1982 siguen motejando a los soldados de pobres "chicos de la guerra" , quebrándoles así el espinazo de la autoestima, en vez de enaltecerlos como defensores de la Patria.
Lo mató la sociedad argentina, que en vez de recibirlo con honores le dio la espalda, empujándolo así a que él mismo se victimizara. Y la victimización es el camino más directo al corchazo.
De la misma manera que a Hugo, mataron a centenares de sus camaradas, que se suicidaron después de la guerra.
Y la única manera de detener esas muertes, es dejando de mentir sobre Malvinas, que fue una gesta patriotica y heróica apoyada en su momento por todo el pueblo argentino, y reconociendo y honrando de una buena vez por todas a los combatientes que lucharon con valor y honor.
Sino, los seguiremos matando.
Que Dios te de la paz y la gloria que te negaron, querido soldado Hugo Mendoza.