Se acerca el 20 de junio y, como todos los años, se avecinan los discursos que hablan de la Bandera. Muchas veces he escuchado que lo hacen de una manera tan solemne que la muestran casi inalcanzable. Cada una de esas veces, he pensado en la Bandera encarnada, en los que son Bandera cada uno de sus días. A algunos los conozco, pero estoy seguro que a la mayoría no.
En las líneas que siguen va un homenaje a todos ellos.
Saludos.
BANDERA QUE NO ES DE PAÑO
2 de Abril de 2002. Veterano, vas rumbo a la Escuela Nº 6394. Estás ansioso y eso te incomoda. El entusiasmo no puede hacer que desaparezcan tus dudas: en pocos minutos tendrás que hablar en primera persona frente a gente que no conocés y no es tu fuerte.
Pero sos valiente, hace mucho que esperás este momento y tenés la decisión tomada.
Mientras tanto, pensás y volvés a pensar en tu bandera, una y otra vez. En sus colores, en su ondear glorioso, en lo que juraste por ella, en lo vivido y en lo que vas a vivir…
Bandera donde predomina el Celeste.
El manto de la Virgen cobijó tu peregrinar de muchachito a hombre. Llegaste a Malvinas sabiendo solamente que eran nuestras. Eso te bastó para amarlas, no te hizo falta más. Y como en todo amor sincero, te entregaste. Atrás quedó tu inocencia de sueños tiernos… te defendiste, atacaste… y sin odio alguno, tu fusil habló de muerte.
Te acompañó el hambre y te rodeó el frío. El hambre de revertir una injusticia eternizada y el frío de las bayonetas enemigas, caladas para justificar su paga.
Tu entorno se llenó de camaradas caídos, de los que guardarías para siempre sus miradas… que ya no estaban. Entonces el enemigo te creyó vencido… ¡cuán equivocado estaba!
Fuiste león en el combate, su pesadilla y la de su fama, mancha para su orgullo de verdades falsas, y por último, su objetivo urgente. Caíste condecorado por metralla, la que no pudo silenciar tu ejemplo, apenas, enmudecer tu arma.
Pero tenías un destino. Con la dignidad regando surcos escarlata, tu alma exigió vida.
Y sería escuchada.
Bandera que el Blanco atraviesa de punta a punta.
Pureza de sentimientos caracteriza a la niña de escasos diez años. Es una más en el aula que está llena de alumnos. Sentada en su pupitre te escucha, mientras se acomoda el uniforme de curiosidad sin techo. Es la primera vez que un excombatiente de Malvinas está en la escuela y, en su cabecita, las preguntas empiezan a asomar como la hierba.
Para vos Veterano, la guerra no terminó en las islas, te acompañó al continente sin pedir permiso. Los recuerdos te duelen… es cierto, aunque más te dolió el silencio, el olvido, esa obstinación gratuita por hacer de cuenta que no pasó nada. Una vez más, resististe. Por veinte años, hasta que un día, se abrió tu corazón para abrazar el destino por el que tu alma fue escuchada.
Por eso estás frente a esa aula. Sin rencores.
Elegís comenzar contando lo genuina de la gesta y dejás para lo último tus vivencias. Hablás de historia, geografía y de cómo unos pocos miles de hombres, defendieron el derecho de millones. Enseguida notás que no hay bostezos, que una avidez desprejuiciada se encarama a tu relato. Entonces sentís una ternura atenta que te da abrigo… y recién en ese momento, podés empezar a hablar de vos mismo, de tus temores y tu fe, de tus miserias y grandezas, y también de aquel último combate. Lo edulcorás para el afuera, pero no podés para el adentro. Te asaltan imágenes donde reinan las luces de bengala, las explosiones, las miradas… que ya no están… y te quebrás. La emoción pone cerrojo a tu garganta.
De pronto en medio del aula muda, la niña se levanta… camina unos pasos, te enfrenta… te da un beso en la mejilla y dice: GRACIAS.
Bandera que recién está completa con un Sol Dorado en el centro.
Radiante el ánimo te acompaña. Tuvieron que pasar veinte años y no te importa, una agradable sensación de paz te embarga.
¡Por fin alcanzaste tu destino!
Está encendida la llama en el corazón de la niña y esa es tu mayor esperanza.