Es verdad que en ocasiones la innovación se deriva de un salto tecnológico –el ejemplo que acabamos de poner del carro de combate. Pero ese adelanto no asegura la innovación, si no va acompañado de cambios en la doctrina y el adiestramiento (ya a veces en la orgánica) que permitan obtener de él un rendimiento sustantivo en la operatividad del ejército.
A este respecto,
Stephen Biddle (2004: 21) demuestra empíricamente que las mediciones del poder militar basadas exclusivamente en indicadores materiales (como las que ofrece cada año el
Military Balance) son insuficientes por sí solas a la hora de predecir los resultados de las campañas militares (a no ser que la desproporción de fuerzas sea gigantesca). Biddle introduce otra variable clave para determinar el poder militar de los Estados a la que denomina ‘
empleo de la fuerza’.
Se refiere con ella al modo como los militares organizan, despliegan y operan sus recursos. Dicha variable explicaría resultados militares anómalos desde una perspectiva puramente material, de orden de batalla: desde la derrota de la marina rusa contra la japonesa en 1904-1905, a la victoria israelí contra sus adversarios árabes en junio de 1967. Por ello, el concepto de innovación militar ha de tener como eje central –aunque no exclusivo– el cambio doctrinal.
Al mismo tiempo, en nuestra propuesta conceptual matizamos que la efectividad se refiere al cumplimiento de las misiones de dicho ejército, no sólo a una mayor efectividad de éste en el combate (tal como proponen otras definiciones). Nuestro argumento es el siguiente. La innovación supone una
mejora funcional, y lo cierto es que la funcionalidad de los ejércitos se demuestra en
otros cometidos además de la guerra. Un ejemplo evidente son las misiones de estabilización, pero también lo son las de disuasión. Prueba de ello es que el ámbito de las fuerzas nucleares ha sido fértil en términos de innovación (por ejemplo, todo el desarrollo de la triada nuclear) y que afortunadamente no ha sido necesario recurrir a su empleo desde la primera vez que se utilizaron.
Por último, esta definición
es compatible con lo que Rosen entiende como
‘gran innovación’. Nuestra conceptualización es de mínimos. A partir de ellos la magnitud de una innovación concreta puede aumentar sustancialmente, traduciéndose en la creación de la nueva rama dentro del ejército a la que alude Rosen, en modificaciones sustanciales en el reparto y la asignación de prioridades de los presupuestos de Defensa, o incluso cambiando la distribución de poder relativo y el equilibrio ofensiva-defensiva entre Estados.
Innovación militar y adaptación
La innovación militar se encuentra estrechamente asociada a otros conceptos como son la adaptación militar, la emulación, la difusión militar, las revoluciones militares y los procesos de transformación. Comenzaremos por los tres primeros. Los dos últimos merecen Análisis GESI específicos, y además ya han sido abordados en español por otros autores como
Guillem Colom,
Josep Baqués y
José Luis Calvo Albero.
En primer lugar
innovación y adaptación. La diferencia entre ambos términos depende del autor que consultemos. Para
Williamson Murray (2009), una referencia obligada en la materia, la
innovación se referiría a los cambios de calado que se producen en
tiempos de paz, mientras que la
adaptación sería lo propio de los
periodos de guerra. Ciertamente la innovación posee rasgos característicos en función de que el contexto sea bélico o pacífico, tal como señaló en su momento Rosen (1991: 8-39) y como veremos en próximos documentos, pero en este análisis no vamos a hacernos eco de la diferenciación terminológica de Murray.
Más útil en términos analíticos es la diferencia que establece Theo Farrell entre innovación y adaptación. Según
Farrell (2010: 569), la
adaptación es un cambio de menor calado que la innovación. La adaptación se refiere a modificaciones en las tácticas, técnicas y procedimientos (TTPs) para mejorar el desempeño operativo, que no requieren cambios en la doctrina formal.
Con el tiempo esos cambios adaptativos pueden ser incorporados a la doctrina provocando la modificación de esta última. También pueden incentivar cambios importantes en la estructura, en el adiestramiento y/o en los materiales. En caso de que así fuera, las adaptaciones
acabarían dando lugar a auténticas innovaciones militares. Un ejemplo de ello habrían sido las numerosas adaptaciones realizadas por las fuerzas norteamericanas en Irak y Afganistán que acabaron siendo incorporadas al
Manual de Campo de Contrainsurgencia del US Army y del US Marine Corps, publicado en 2006, bajo la dirección del General Petraeus.
Farrell apunta también que el proceso adaptativo tiende a seguir una dirección abajo-arriba (
bottom-up), desde las unidades sobre el terreno hacia los escalones superiores, y que además suele ser especialmente frecuente cuando los ejércitos participan en operaciones reales. En este aspecto, las innovaciones que proceden de adaptaciones se diferencian de otro tipo de innovaciones (sobre todo de las grandes innovaciones) resultado de procesos arriba-abajo (
top-down). En próximos documentos abordaremos esta cuestión con más detalle.
Innovación militar y emulación
Pasemos ahora a la relación entre
innovación y emulación (o imitación). La emulación es innovación, de modo que quienes emulan o imitan también son innovadores pero con la peculiaridad de que el cambio que llevan a cabo es similar al que ya ha realizado otro ejército extranjero.
La emulación suele estar impulsada por una de las tres siguientes razones: responder a los cambios del entorno estratégico tratando de estar a la altura de eventuales competidores, ser capaz de interoperar con ejércitos aliados, o fortalecer la identidad del ejército.
La emulación puede estar justificada por un
cálculo racional en la medida en que se trata de asumir un cambio que ya ha sido desarrollado y experimentado con éxito por otros ejércitos extranjeros. Desde esa perspectiva la emulación es una
estrategia eficiente, pues ahorra los costes que conlleva todo proceso de ensayo y error. Al mismo tiempo, la emulación también es racional
si la innovación a importar es necesaria y se cuenta con los recursos necesarios para asumirla.
Sin embargo,
Theo Farrell (2008: 781) advierte que en ocasiones los procesos de emulación son resultado de impulsos
no tan racionales. En esos casos el afán de imitar estaría relacionado fundamentalmente con el fortalecimiento de la identidad, con la construcción social de la imagen institucional. Es decir, lo que movería a ese ejército a innovar no sería tanto un incremento de su eficacia, como una mejora de su ‘prestigio’ nacional e internacional. Farrell pone como ejemplo el intento por parte del ejército irlandés de crear una fuerza mecanizada en la década de 1930. Un proyecto que excedía sus recursos y cuya necesidad real era más que cuestionable.
Innovación y difusión militar
Un tercer concepto relacionado es la
difusión militar.
Everet Rogers (2003: 11) entiende la difusión –aplicada a la innovación en general, no sólo a la militar– como el proceso por el cual una innovación se comunica a través de ciertos canales y a lo largo del tiempo entre los miembros de un sistema social.
Según
Michael C. Horowitz (2010) la difusión militar se produce cuando un proceso de innovación alcanza un nivel de progreso que le permite ‘debutar’ o demostrar su efectividad tanto en la guerra como en tiempo de paz. Es en ese momento cuando el resto de actores cuentan con información suficiente para comprender el significado de esa innovación concreta y, en consecuencia, algunos de ellos
se sienten impulsados a emularla. Otros, sin embargo,
no lo hacen porque no lo necesitan, no cuentan con los recursos necesarios para ello o porque sus organizaciones militares no favorecen el cambio. También existe la opción de que otros actores innoven militarmente pero no imitando sino desarrollando capacidades que
contrarresten la innovación del primero.
En algunos casos, el resultado de la emulación puede acabar
siendo mejor que el alcanzado por quien inició el proceso innovador. Horowitz (2010: 1-3) pone como ejemplo a la Royal Navy de mediados siglo XIX y principios del XX. La armada británica asumió avances introducidos por la marina francesa, como fueron los buques con casco de acero, los torpederos o los submarinos, y prevaleció en ellos. ¿A qué se debió la ventaja británica?
Horowitz apunta dos razones que constituyen el argumento central de su teoría sobre el modo como se producen las difusiones militares: 1) hay Estados que disponen de mayor capacidad económica y/o industrial para desarrollar por cuenta propia las nuevas tecnologías, y 2) sus organizaciones militares son más eficaces a la hora de integrar los avances tecnológicos en su doctrina, adiestramiento y orgánica.
Cuando se trata de la última razón, lo que suele suceder además es que el país que inició la innovación lo hizo sólo desde el punto de vista tecnológico, mientras que el segundo –quien emuló y superó al primero– fue quien realmente culminó el proceso de una auténtica innovación militar. En el ejemplo que acabamos de mencionar, Horowitz explica que la resistencia institucional de su marina impidió que Francia culminara el proceso.
Por su parte, los responsables de la Royal Navy mostraron un desinterés aparente en las declaraciones públicas, pero en secreto estudiaron a fondo los avances galos. Una vez convencidos de su utilidad, los hicieron propios, los mejoraron, adaptaron su doctrina y estructura, y aprovecharon su superioridad industrial para adelantar a Francia.
Por último, hay dos ideas que ya han salido pero que interesa subrayar al hablar sobre innovación, emulación y difusión militar.
Primero que
innovación militar e invención no son sinónimos. La definición que hemos establecido habla exclusivamente de
proceso de cambio. No hay problema en que el resultado sea un modo de operar que ya se había dado con anterioridad en la Historia o que ya aplican otros ejércitos. Por ejemplo, el desarrollo de la doctrina de contrainsurgencia (COIN) por parte del ejército y de los marines norteamericanos a raíz de sus experiencias en Irak y Afganistán no es una novedad absoluta para ambas instituciones.
Las fuerzas de Estados Unidos ya habían hecho COIN en Filipinas a principios del siglo XX y décadas más tarde en la guerra de Vietnam; y, por supuesto, dicha doctrina tenía elementos comunes con lo que habían practicado otros ejércitos del mundo con anterioridad. Sin embargo, la aplicación de la doctrina COIN por parte del US Army y de los Marines a mediados de la década de 2000 supuso en aquel momento
un cambio en el modo de operar de ambas fuerzas, y por tanto puede calificarse de innovación.
La segunda es que el éxito en la innovación de un ejército, además de alentar a la emulación, también puede dar lugar a
contra-innovaciones por parte de otros ejércitos, con el fin de restar eficacia a la innovación del primero. Un ejemplo, sería el desarrollo de capacidades de denegación de área por parte de China (que incluye entre otros elementos los novedosos misiles balísticos antibuque) y que claramente se dirigen contra la innovación que fueron en su día los grupos de combate de portaviones de Estados Unidos.
Los procesos de
contra-innovación son auténticas innovaciones cuando exigen cambios que se ajustan a la definición antes expuesta. Pero para no complicar más la terminología no vamos a canonizar este concepto. En la práctica muchas innovaciones son contra-innovaciones (por ejemplo, en el ámbito de la defensa aérea o de la lucha contra-carro). Simplemente conviene saber que existe esta dinámica en el origen de algunos procesos de innovación.
Una vez revisada la literatura y aclarados los conceptos (una fase necesaria pero que puede resultar ardua al lector) en los siguientes análisis nos centraremos en cómo y por qué se producen las innovaciones militares.
*Javier Jordán es Profesor Titular de Ciencia Política en la Universidad de Granada y miembro del
Grupo de Estudios en Seguridad Internacional (GESI)
http://defensa.com/index.php?option...-innovacion-militar&catid=191:gesi&Itemid=408