Una nota ralacionada:
EQUIPO DE INVESTIGACION CLARIN: CARAPINTADAS, ULTIMO ACTO / EL COPAMIENTO DEL REGIMIENTO DE PATRICIOS
El asesinato de dos oficiales cambia el destino de la rebelión
En Palermo, los rebeldes asesinaron al segundo jefe y al jefe de operaciones del regimiento. Las muertes de Pita y Pedernera hicieron que muchas unidades desistieran de participar en el motín.
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ALBERTO AMAT
El teniente coronel Hernán Pita intentó tranquilizar a su esposa con una sonrisa. "Quedate tranquila. Todo va a ir bien. Tratá de dormirte. Hablale a Maripaz, háganse compañía", le dijo con la seguridad de que su mujer y la de su amigo, el mayor Federico Pedernera, se darían coraje en las horas por venir. Sin embargo, se despidió con la áspera certeza de no haber conseguido su propósito del todo y sin poder dejar de pensar en sus cuatro hijos, en especial en Cecilia, la más chica y mimada, de 4 años.
Eran poco más de las dos y media de la mañana del 3 de diciembre de 1990. Su familia jamás volvió a verlo con vida. Tres horas después de dejar su departamento de Belgrano para ir a recuperar el histórico Regimiento de Infantería 1 de Patricios, del que era segundo jefe, el teniente coronel Pita estaba muerto. Yacía boca arriba, mirando sin ver la tenue luz del amanecer de su tragedia, cerca del mástil de la Plaza de Armas del regimiento, acribillado por seis balazos rebeldes que le destrozaron el tórax y el abdomen, y con dos balazos más, uno en el cuello y otro en plena cara. Junto a él, muerto también, también con un balazo en la cara, estaba su amigo y jefe de operaciones del regimiento, el mayor Pedernera.
Esas dos muertes cambiaron el destino del último alzamiento carapintada. Casi la totalidad de las fuentes consultadas por este Equipo de Investigación coincidieron en señalar que originalmente el motín involucraba a más complotados y a más unidades; y que no bien conocido el asesinato de los dos oficiales de Patricios, y cuando se sospechó que habían sido muertos a manos de suboficiales, muchos involucrados en la intentona "se sacaron el uniforme" y varias unidades no se sumaron al alzamiento.
Como reza la causa judicial, "el grupo rebelde fugado de Olavarría tuvo conocimiento de los sucesos del RI 1 Patricios, a tal punto que esas noticias fueron motivo de desmoralización para la tropa y factor esencial de la decisión de no continuar con el plan previsto y, posteriormente, de rendirse".
Por primera vez desde su alzamiento en la Semana Santa de 1987, los carapintadas habían hecho uso de la violencia con armas antes de enfrentar a la represión organizada por las autoridades.
Entre las once de la noche del domingo y las dos y media de la mañana del lunes 3, los rebeldes coparon los cuarteles de Palermo del Ejército, en el amplio espacio delimitado por las avenidas Bullrich, Santa Fe, Luis María Campos, Dorrego y la calle Cerviño. El propio jefe del Distrito Militar Buenos Aires, coronel Luis Enrique Baraldini, incorporó su unidad al alzamiento y luego, junto al teniente coronel Osvaldo Tévere y al mayor Jorge Mones Ruiz, atravesó una puerta que separa el Distrito Militar de Patricios y copó la guardia del regimiento histórico que nació antes de mayo de 1810 y es, además, custodia del jefe del Ejército.
Antes debió enfrentarse al oficial de guardia, el capitán Marcelo De Stéfano, a quien los rebeldes intentaron arrebatarle su arma. El capitán se resistió. Pero Tévere le reveló un dato estremecedor: los suboficiales de guardia también eran rebeldes. De Stéfano lo comprobó de inmediato: gritó una orden que no fue obedecida.
Los rebeldes despertaron uno a uno a los oficiales que dormían en Patricios y los invitaron a unirse a la rebelión. Quienes se negaron fueron detenidos en el comedor del Casino de Oficiales, en el cuarto piso del regimiento. Fue entonces que uno de los jóvenes oficiales detenidos por los rebeldes, el teniente primero Carlos García Guiñazú, logró comunicarse por teléfono con su par Enrique Jorge Bianchi. El teniente primero Bianchi vivía entonces en el mismo edificio que el jefe de Patricios, coronel Manuel de la Cruz. Menos de una hora después de copado el RI 1 por los rebeldes se había iniciado el primero de los intentos de recuperación.
De la Cruz, Pita y Pedernera se unieron en Granaderos al entonces jefe del Ejército, general Martín Bonnet. Ninguno de ellos podía saberlo todavía, pero en Patricios ya había corrido sangre. Poco después del copamiento rebelde, por la entrada principal del RI 1 conocida como "Puesto Flores" ingresó el suboficial mayor Jorge Matías, que vio a tres hombres que intentaban bloquear la puerta de la avenida Bullrich con un camión grúa. Un capitán, fusil en mano, le dijo que la unidad estaba tomada. Matías dio media vuelta para irse por donde había venido y recibió un balazo que lo hirió de gravedad en el pie.
Cerca de las cuatro de la mañana el mayor rebelde Hugo Abete recorrió las dependencias de Patricios donde estaban detenidos los oficiales leales. Abete había sido abanderado del regimiento que ahora tenía en sus manos y entre los oficiales leales a los que enfrentó esa noche estaba uno de sus compañeros de promoción, un mayor de apellido Guerrero.
A esa hora, el coronel De la Cruz inició el intento por recuperar su regimiento. Junto al teniente coronel Roberto Shaw, a Bianchi y a dos grupos del Regimiento de Granaderos a cargo de los tenientes Mariano Naveyra y Horacio Verdaguer, De la Cruz se reunió en la entonces oscura esquina de Cerviño y Sinclair con Pita y Pedernera, ambos de civil: sus uniformes de combate habían quedado en Patricios.
El contingente leal avanzó por Bullrich dividido en dos: una columna lo hizo recostada en el terraplén del ferrocarril, la otra junto a los árboles de la misma vereda, frente al regimiento. Una de las dos columnas se adelantó hasta el "Puesto Flores" y entró a Patricios. La Justicia no pudo establecer de dónde partieron los primeros disparos. Los protagonistas tampoco coinciden en lo que dicen haber visto y oído. Y, según los hombres de Seineldín consultados por este Equipo de Investigación, existe "un pacto de sangre" entre los rebeldes para no revelar detalles de ese enfrentamiento, ni el nombre de quienes dispararon contra los leales.
Pero la Justicia avaló los testimonios que aseguran que los leales fueron baleados antes de ingresar al regimiento, cuando cruzaban la avenida Bullrich, y a lo largo de la calle de entrada a la unidad. La Cámara Federal señaló en su fallo que, según los testimonios, "desde el interior del regimiento se abrió fuego, a consecuencia de lo cual resultaron heridos un oficial y, por lo menos, dos soldados". Los balazos debieron sorprender a Pita: estaba decidido a dialogar con los rebeldes y, antes de entrar al regimiento, aseguró a quienes lo acompañaban: "Mis suboficiales van a hablar. Ellos no me van a disparar..."
Según el testimonio del teniente primero Bianchi, Pita se internó en el regimiento mientras él y Pedernera detuvieron a dos rebeldes que bajaron de una Ford F-100 y se rindieron de inmediato. Bianchi vio que Pedernera seguía rápidamente los pasos de Pita. Se cree que ambos avanzaron por la calle central de acceso y rodearon por detrás el llamado edificio 1 de Patricios, para llegar a la Plaza de Armas. Por una senda opuesta, al otro lado del mismo edificio, lo hicieron los suboficiales rebeldes. Los dos grupos se encontraron en la Plaza de Armas, cerca del mástil y detrás del despacho del jefe de la unidad.
Frente a Pita y Pedernera murió un suboficial rebelde, el cabo primero Rolando Morales y fueron heridos otros dos, los cabos primero Gerardo Sánchez y César Machado. Morales tenía un balazo que había entrado a la altura del hombro y tenía salida en la nuca.
Cuando a las cinco de la tarde los rebeldes se rindieron, los cuerpos de Pita y Pedernera estaban ya en el Hospital Militar Central. Ambos presentaban heridas de bala a izquierda y derecha, una señal de que recibieron disparos cruzados. Además del evidente "tiro de gracia" en la cara con el que habían sido rematados, Pita, que confiaba en que sus suboficiales no le dispararían, tenía una herida de bala en el antebrazo izquierdo, que levantó en un último gesto de defensa frente a la frialdad de sus asesinos.
Fuente:
http://edant.clarin.com/diario/2000/12/05/s-237465.htm