Estimado VGM THUNDER y Rastrojero 76
Los britts tienen muchas cuentas pendientes en la ex URSS, el recuerdo de sus servicios a uno y otro bando durante y despues de la revolución de 1917, a pesar de los cien años que se cumplirán proximamente, persiste en la población.
Las guerras secretas de Gran Bretaña
Gran Bretaña ha estado en guerra durante más de cien años. Algunos conflictos son muy conocidos, pero otros, como la represión de los rebeldes de Omán, fueron escondidos a la opinión pública durante años
Ian Cobain
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05/01/2017 - 19:45h
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Discurso de Tony Blair ante tropas británicas en el campo Al Sha'afa, norte de Omán en octubre de 2001.ALPHA/ZUMAPRESS
En los meses posteriores a la rendición de Japón el 14 de agosto de 1945, el pueblo británico estaba dispuesto a creer que la guerra era ya algo del pasado. Los periódicos estaban llenos de historias sobre el posible autogobierno de India y los estibadores se habían declarado en huelga en Londres, Liverpool y Hull. Es difícil saber cuántos lectores del Manchester Guardian vieron el 6 de diciembre de 1945, mucho menos leer, una breve noticia en la parte inferior de la página 6, entre la carta de un lector sobre los juicios de Nuremberg y un editorial sobre la fundación de Naciones Unidas.
Bajo el titular
Británicos en Indochina, aparecía la copia de una carta que había sido enviada al ministro de Exteriores, Ernest Bevin: "Aparentemente, estamos colaborando con fuerzas japonesas y francesas contra las fuerzas nacionalistas del V iêt Minh. ¿Para qué sirve esa colaboración? ¿Por qué no hemos desarmado a los japoneses? Nos gustaría saber cuál es la posición del Gobierno en relación a la presencia de tropas británicas en Indochina". La carta estaba firmada por "Británicos de otros rangos" de la sección de señales de la brigada de infantería que tenía su cuartel general en Saigón.
Era muy inusual –a pesar del espíritu igualitario de posguerra de esos días– ver a un grupo de soldados británicos de bajo rango exigir en público que el ministro de Exteriores explicara la política del Gobierno. Pero lo que era realmente extraordinario era la revelación de que tropas británicas estaban luchando en la antigua colonia francesa contra la población local, y que lo estaban haciendo junto a sus antiguos enemigos: el Ejército japonés y la Francia de Vichy.
Pocas personas eran conscientes de que el Gobierno británico estaba tan interesado en que los franceses recuperaran el control de su antigua posesión colonial que había enviado por vía aérea a toda la 20ª División de Infantería del Ejército Indio Británico en agosto para reprimir el intento de los vietnamitas de formar su propio Gobierno. Había casi 26.000 hombres con 2.500 vehículos, incluidos blindados. También se trasladó a tres regimientos de artillería, la RAF había enviado 14 Spitfires y 34 cazabombarderos Mosquito, y también estaba un contingente de 140 marinos de la Royal Navy.
Al llegar, los británicos habían entregado a las tropas de Vichy nuevos fusiles 303. Poco después, las tropas japonesas que se habían rendido fueron rearmadas y obligadas a luchar contra los vietnamitas, algunas bajo mando de oficiales británicos.
Los británicos recibieron órdenes de que fueran implacables con los civiles, que por tanto murieron o resultaron heridos en grandes cantidades. "No hay frente en estas operaciones", decía la orden. "Podremos descubrir que sea difícil distinguir amigo de enemigo. Utilicen siempre la máxima fuerza disponible para asegurarse de que eliminen cualquier fuerza hostil que puedan encontrar. Si alguien emplea demasiada fuerza, no habrá problemas. Si alguien emplea una fuerza reducida y tiene que ser evacuado, sufriremos bajas y fortaleceremos al enemigo".
Muchos de los soldados de los que se esperaba que cumplieran esas órdenes quedaron perplejos al recibirlas. Uno de los firmantes de la carta a Bevin era D ick Hartmann, un soldado de 31 años de Manchester. "Vimos casas incendiadas y centenares de personas de la población local encerradas en campos", recordaba Hartmann después. "Vimos muchas ambulancias, con la puerta trasera abierta, que llevaban a mujeres y niños sobre todo, que estaban cubiertos de vendas. Lo recuerdo muy bien. Todas las mujeres y niños que vivían allí se quedaban frente a sus casas, todos vestidos de negro y mirándonos con... odio".
En Reino Unido, el Parlamento y la opinión pública no sabían nada de esa guerra, la forma en que se estaba produciendo o el papel británico en ella. Y parece que el Gobierno y el Departamento de Guerra deseaban que esta ignorancia continuara.
Sin embargo, en el cuartel general del sureste de Asia de los aliados en Ceilán (la actual Sri Lanka) y en el Departamento de Guerra en Londres, los mandos militares británicos y altos cargos políticos estaban enfurecidos por la carta. Hartmann y sus camaradas recibieron el aviso de que un general se dirigía allí para verles.
"Vino por la mañana y nos echó una buena bronca por haber hecho algo tan horrible. Dijo que unos años antes nos habrían fusilado por esto, pero que desgraciadamente no podía hacerlo ahora". Hartmann estaba preocupado. Pero varios de sus camaradas habían pasado muchos años combatiendo en la jungla y no quedaron muy impresionados por el general y sus amenazas. Le dijeron de forma directa que pensaban que la causa británica en ese país era injusta y que era mejor que se largara. El general se dio la vuelta e hizo precisamente lo que le pedían.
Pero no hubo más cartas desde Saigón, poca atención de la prensa y casi ningún comentario en la Cámara de los Comunes. A pesar de las dimensiones del despliegue militar en Indochina, esta fue una operación militar que se mantuvo oculta de la vista de todos. Y no sería la última.
"Un pueblo pacífico"
Casi 70 años más tarde, en septiembre de 2014, el primer ministro británico, David Cameron, pronunció una declaración con la que preparaba al país para la reanudación de las operaciones militares en Irak, esta vez contra Estado Islámico. "Somos un pueblo pacífico", dijo Cameron junto a dos banderas de la Union Jack. "No buscamos la confrontación, pero tenemos que saber que no podemos ignorar esta amenaza a nuestra seguridad. (...) No podemos seguir así sin más si queremos mantener seguro a nuestro país. Tenemos que enfrentarnos a esta amenaza".
Nadie dudaba de que e l primer ministro estaba bajo presión para actuar después de que E stado Islámico filmara
el brutal asesinato de un voluntario británico de una ONG y amenazara
con eliminar a otro. Además, nadie negaba su afirmación de que los británicos son "un pueblo pacífico" que no busca la confrontación.
En realidad, entre 1918 y 1939, fuerzas británicas combatieron en Irak, Sudán, Irlanda, Palestina y Adén (Yemen). En los tres años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, lucharon en Eritrea, Palestina, la Indochina francesa, las Indias Orientales holandesas, Malaya (la actual Malasia), Egipto, China y Omán. Entre 1949 y 1970, los británicos iniciaron 34 intervenciones militares en el extranjero. Más tarde llegaron las Malvinas (Malvinas), Irak –cuatro veces–, Bosnia, Kosovo, Sierra Leona, Afganistán, Libia y, desde luego, Operación Pancarta, el despliegue del Ejército británico durante 38 años en Irlanda del Norte.
Durante más de cien años,
no ha habido ni un solo año en el que fuerzas británicas no hayan intervenido militarmente en algún lugar del mundo. Los británicos son únicos en esto. No se puede decir lo mismo de norteamericanos, rusos, franceses o cualquier otra nación.
Sólo los británicos están perpetuamente en guerra.
Una razón de que esto no se reconozca en público podría ser que en los años siguientes a la S egunda Guerra Mundial, y antes del periodo de reflexión provocado por
la crisis de Suez en 1956, Gran Bretaña se implicó en tantos conflictos posteriores al fin del imperio que la opinión pública llegó a considerarlos la norma, y por tanto algo nada llamativo. Otra razón puede ser que desde 1945 las fuerzas británicas han participado en una serie de pequeñas guerras de las que no se informó mucho y que ahora están casi olvidadas, o que quedaron ocultas, incluso mientras estaban teniendo lugar, por sucesos posteriores más dramáticos.
Mucho se sabe de algunos conflictos como la guerra de las Malvinas de 1982 y la invasión de Irak de 2003, y el papel de Gran Bretaña en dos guerras mundiales se ha convertido en parte del relato histórico nacional. Pero otros conflictos son recordados de forma superficial o han quedado simplemente ocultos.
Una guerra secreta en Omán
Hubo una guerra de gran valor estratégico en la que participó Gran Bretaña durante más de una década que en la mayor parte del tiempo se produjo bajo un secreto absoluto. En enero de 1972, los lectores del Observer vieron un artículo titulado
¿Está el Reino Unido metido en una guerra secreta en el Golfo? Ese mismo día, el Sunday Times tenía un artículo similar que se preguntaba:
¿Es Dhofar la guerra secreta de Gran Bretaña? Tropas británicas –contaban esos periódicos– estaban interviniendo en la guerra del sultán de Omán contra fuerzas guerrilleras en las montañas de Dhofar al sur del país.
Cuatro años antes, la crisis de la devaluación de la libra había obligado al Gobierno de Harold Wilson a prometer la retirada militar de todos los lugares al este de Suez para diciembre de 1971. La única excepción sería una pequeña fuerza que permanecería en Hong Kong. Ahora el Observer quería saber algo más: "¿Ha retirado Gran Bretaña todas sus fuerzas del Golfo Pérsico y la Península Arábiga? ¿O está el Gobierno británico, al igual que los norteamericanos en Laos, llevando a cabo una guerra secreta sin el conocimiento del Parlamento y los ciudadanos?".
El Observer localizó a uno de los líderes insurgentes que contó al reportero que la guerra había comenzado con una "explosión" en el país el 9 de junio de 1965 desencadenada por lo que describió como el mal Gobierno local y la "opresión de los británicos".
En el momento en que el O bserver y el Sunday Times habían publicado sus primeros e incompletos artículos, Gran Bretaña llevaba seis años y medio en guerra en Omán.
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Situado en la esquina suroeste de la Península Arábiga, el sultanato de Omán tiene frontera con los Emiratos Árabes Unidos en el norte, y con Arabia Saudí y Yemen al oeste y suroeste. El país también está situado junto al estrecho de Ormuz, la vía de 61 kilómetros de ancho por la que el petróleo del Golfo Pérsico llega a los mercados.
En los años 60, más del 60% del petróleo enviado al mundo occidental pasaba a través del Golfo. Un gigantesco petrolero pasaba por ese cuello de botella que era Ormuz cada 10 minutos. Y con el flujo del petróleo, las economías locales florecían y se convertían en mercados importantes para las exportaciones británicas. Londres estaba más preocupado que nunca por proteger sus intereses en la región y los gobernantes locales que los apoyaban.
Un sultán a sueldo de Londres
A lo largo de los siglos XIX y XX, Gran Bretaña mantuvo el control sobre sucesivos sultanatos de Omán e impidió que cualquier otra potencia colonial entrara en la región. Lo consiguió con un método simple: el dinero. A mediados de los 60, el tiránico gobernante del país, el sultán Said bin Taimur recibía más de la mitad de sus ingresos de Londres. Sólo a partir de 1967, cuando se empezó a extraer petróleo por primera vez, el país comenzó a generar la mayor parte de sus ingresos.
Incluso entonces, Gran Bretaña ejercía un enorme control sobre el sultán. Su ministro de Defensa y el jefe de los servicios de inteligencia eran oficiales del Ejército británico, su principal consejero era un antiguo diplomático británico y todos menos uno de sus ministros eran británicos. El jefe británico de las fuerzas militares de Omán se reunía cada día con el agregado militar británico y cada semana con el embajador británico. El sultán no tenía relaciones formales con ningún Gobierno que no fuera el británico.
La posición oficial británica era que el sultanato de Muscat y Omán era un Estado completamente soberano e independiente. En realidad, era una colonia británica de facto. Como tal, los sucesivos gobiernos británicos eran responsables de la lamentable situación económica, política y social que soportaban los súbditos del sultán y que fueron las que provocaron y alimentaron la revuelta popular.
A mediados de los 60, Omán tenía un solo hospital. Su tasa de mortalidad infantil era del 75% y la expectativa de vida estaba en torno a los 55 años. Sólo había tres escuelas primarias –que el sultán amenazaba con cerrar– y no existían colegios de secundaria. Como consecuencia, sólo el 5% de la población sabía leer y escribir. No había teléfonos ni ningún otro tipo de infraestructura, más allá de los antiguos canales de agua. El sultán prohibía cualquier objeto que considerara decadente, lo que significaba que los omaníes tenían prohibido tener radios, usar una bicicleta o jugar al fútbol. Tampoco se permitía llevar gafas de sol, zapatos o pantalones, ni usar bombas eléctricas para sacar agua de los pozos.
Aquellos que vulneraban las leyes del sultán podían esperar castigos salvajes. Había ejecuciones públicas. Las condiciones en las prisiones, donde los guardias paquistaníes respondían a jefes británicos, eran horrendas, con un gran número de presos encadenados en celdas oscuras, sin comida suficiente o cuidados médicos.
Harold Wilson, derecha, no hizo ni una sola referencia a la guerra de Omán en sus memorias. RON KROON / NATIONAAL ARCHIEF CC
El pueblo de Omán despreciaba y temía tanto al sultán como a los británicos que le mantenían en el poder y eran cómplices de su política de no propiciar el desarrollo. No era nada sorprendente que el sultán tuviera que solicitar a menudo a los británicos que facilitaran la ayuda militar necesaria para protegerle de su propio pueblo.
Durante los años 50, hubo varias revueltas en el norte del país que fueron sofocadas por las fuerzas británicas. Tanto
los SAS (fuerzas especiales) como la RAF fueron clave para el éxito de las operaciones contrainsurgentes. Entre julio y diciembre de 1958, por ejemplo, los aviones de la RAF realizaron 1.635 salidas, lanzaron 1.094 toneladas de bombas y dispararon 900 cohetes a los insurgentes, sus pueblos en lo alto de las montañas y sus sistemas de irrigación. En peso, las bombas fueron dos veces más que las que la Luftwaffe arrojó sobre Coventry en noviembre de 1940.
En 1966, estalló una nueva rebelión en el sur del país, en la provincia de Dhofar. Al año siguiente, después de sobrevivir a un intento de asesinato, el sultán y su esposa, que era dhofari, se retiraron a su palacio en la costa, en Dalalá. Sus súbditos le veían ya tan poco que pensaban que había muerto y que los británicos les estaban ocultando la noticia.
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Para el nuevo Gobierno laborista, la intensa relación con el sultanato suponía un problema ideológico. El Partido Laborista había sido elegido en 1964 con un programa que incluía la promesa de luchar por la "libertad y la igualdad racial" en la Asamblea General de la ONU. Supondría una humillación completa si se conociera en el país y el extranjero que Omán era el último país de la Tierra donde la esclavitud seguía siendo legal. El sultán era dueño de unos 500 esclavos. Se cree que unas 150 eran mujeres, a las que confinaba en su palacio de Salalá. Un cierto número de hombres esclavos tenían deformaciones físicas originadas por las crueldades que habían sufrido.
Tras las rebeliones de los años 50, las fuerzas armadas del sultanato fueron reorganizadas con la dirección, entrenamiento, fondos y equipación británicas. Se reclutó a más omaníes como soldados, pero todos los oficiales eran británicos. Algunos eran los llamados oficiales por contrato, o mercenarios, hombres que habían servido años antes en el Ejército británico en Omán y que habían decidido volver a cambio de un generoso sueldo.
Al principio, los rebeldes a los que se enfrentaban en Dhofar eran nacionalistas árabes. Al oeste de Dhofar estaba Adén, donde los británicos se vieron obligados a retirarse a finales de 1967 ante la presión de rebeliones cada vez más violentas. El Gobierno británico se había visto reemplazado por un Estado marxista, la República Democrática del Pueblo de Yemen, que recibía ayuda de China y Rusia.
A principios de 1968, una insurgencia nacionalista dhofari se fue convirtiendo en un movimiento revolucionario con ambiciones panárabes apoyado por los chinos. Para los oficiales británicos, sin embargo, el enemigo era simplemente el
adú (enemigo, en árabe). A finales de 1969, los
adú habían capturado la ciudad costera de Raysut, y a principios del año siguiente controlaban la mayor parte de la meseta y podían alcanzar con sus morteros la base de la RAF en Salalá.
Los nuevos campos petrolíferos en el desierto entre Dhofar y la capital, Muscat, empezaban a ser vulnerables. Algunos en Londres comenzaron a temer una teoría del dominó en Oriente Medio, en la que el estrecho de Ormuz acabaría en manos comunistas.
La respuesta británica no tuvo misericordia. "Quemábamos los pueblos rebeldes y disparábamos a sus vacas y cabras", escribió un oficial. "Todos los cadáveres del enemigo eran arrojados al zoco de Salalá como advertencia para todos los aspirantes a guerrilleros".
Otro oficial explicó que, a diferencia de Irlanda del Norte, donde los soldados evitaban matar o herir a no combatientes, creía que en Dhofar no había inocentes, sólo
adú: "Las únicas personas en esta zona, porque no había civiles, eran todos el enemigo. Por eso, podías hacer tu trabajo, bombardear la zona con morteros y responder al fuego de fusiles sin preocuparte por las bajas civiles".
Prohibida la presencia de periodistas
En su misión de acabar con una rebelión popular contra la crueldad de un déspota sostenido y financiado por Gran Bretaña, las fuerzas dirigidas por los británicos envenenaron pozos, quemaron pueblos y destruyeron cosechas y rebaños. Durante los interrogatorios a los rebeldes, desarrollaron técnicas de tortura y experimentaron con el ruido. Zonas habitadas por civiles se convirtieron en lugares donde estaba permitido siempre disparar a discreción. No es extraño que Gran Bretaña quisiera ejecutar esta guerra bajo un secreto total.
No fue necesario recurrir a la Ley de Secretos Oficiales ni el
sistema de avisos-D (la colaboración secreta entre gobiernos y medios de comunicación) con la intención de ocultar la guerra de Dhofar y la forma brutal en que se estaba luchando. Se usaban dos medidas simples: no se permitía la entrada de periodistas en el país, y nadie en el Gobierno mencionaba la guerra.
Cuando Harold Wilson publicó sus memorias de los años en el Gobierno laborista entre 1964 y 1970, mencionó casi 250 veces la guerra de EEUU en Vietnam. La guerra de su propio Gobierno en Omán no aparecía ni una sola vez.
Mientras el Gobierno de Wilson tenía todas las razones para ser discreto con el apoyo militar prestado a un déspota dueño de esclavos, cuyo gobierno podría ser descrito como medieval, había otras razones para ese secreto completo. Era la época en que el mundo subdesarrollado y la ONU habían rechazado el colonialismo, y en que el nacionalismo árabe llevaba años creciendo. Por tanto, era vital para la credibilidad de Reino Unido en Oriente Medio que su intervención en Omán quedara en su mayor parte oculta.
John Akehurst, jefe de las Fuerzas Armadas del sultán desde 1972, sugiere una razón más para que el Gobierno británico deseara no atraer la atención hacia la guerra en Dhofar: "Quizá estaban nerviosos porque creían que iban a perder la guerra".
Ciertamente, la guerra secreta de Gran Bretaña estaba yendo tan mal que se tomaron medidas desesperadas.
Un golpe organizado en Londres
El 26 de julio, el Foreign Office anunció en Londres que el sultán Said bin Taimur había sido depuesto por su hijo,
Qabus bin Said, de 29 años, en un golpe palaciego. En realidad, el golpe fue un asunto muy británico. Fue planeado en Londres por el MI6 y altos cargos del Ministerio de Defensa y del Foreign Office, y recibió el visto bueno definitivo tras las elecciones que llevaron a Edward Heath a Downing Street.
El nuevo sultán abolió inmediatamente la esclavitud, mejoró las infraestructuras de irrigación del país y comenzó a gastar el dinero del petróleo en sus fuerzas militares. Llegaron tropas del SAS, primero como guardaespaldas del sultán y luego a nivel de escuadrón para luchar contra los
adú. Finalmente, cambió la situación, se permitió la entrada en el país a los periodistas y en el verano de 1976 la guerra estaba ganada.
La guerra de Dhofar fue uno de los conflictos más importantes estratégicamente del siglo XX, ya que los vencedores podían esperar controlar el estrecho de Ormuz y el flujo de petróleo. Miles murieron, los británicos ganaron y las luces de Occidente siguieron encendidas. Hoy, la guerra aún se estudia en la
academia de oficiales de las FFAA británicas. Pero, como la información sobre esta larga campaña fue suprimida en su momento, casi nadie la recuerda ahora. Como las guerras británicas en Eritrea, Indochina, las Indias Orientales Holandesas y Borneo, sólo la recuerdan los hombres que lucharon en ellas y sus familias.
Algunos aspectos del papel británico en el golpe y la guerra siguen siendo secretos protegidos por el Estado británico. Los historiadores no tendrán acceso hasta 2021 a la correspondencia de Wilson sobre Omán y la de su sucesor, Edward Heath. En 2005, un informe del Foreign Office hecho público brevemente describía la forma en que el propio ministro de Defensa del sultán, el coronel Hugh Oldman, había jugado un papel fundamental en el golpe que derrocó al gobernante de Omán para salvaguardar el acceso británico al petróleo y a las bases militares del país. El documento fue rápidamente retirado de la circulación. Su difusión, dijo el Foreign Office, había sido un desgraciado error.
Londres no deja de invertir en la guerra
Por lo ocurrido en la última década y media, no parece que el Estado británico haya perdido el apetito por la guerra. El primer conflicto del nuevo siglo en que el Reino Unido se implicó fue el asalto contra el régimen talibán en Afganistán tras el 11S. Esa guerra tuvo un éxito inicial, pero se atascó después del despliegue británico a la provincia de Helmand en el sur. La guerra se empantanó, costando unas 95.000 vidas en 13 años, incluidas las de 453 militares británicos, y trajo pocos beneficios al pueblo de Afganistán.
La segunda guerra del siglo XXI –la invasión de Irak– fue posiblemente el mayor desastre de la política exterior del Reino Unido desde Suez. La estimación de las bajas varía mucho, desde 150.000 muertos a un millón. Lo que no se puede dudar es que 179 muertos eran británicos. Más de una década después, Irak sigue inmersa en el caos.
Los conflictos en Afganistán e Irak posteriores al 11S tuvieron lugar ante el escrutinio completo de los medios de comunicación y acabaron persiguiendo a los políticos que los iniciaron. A pesar de eso, Gran Bretaña continúa invirtiendo en la guerra –política, tecnológica y financieramente– como forma de proyectar su poder y asegurar su influencia entre sus aliados, y también de intentar imponer orden y una cierta claridad en un mundo caótico e impredecible.
¿Pero puede hacerse en secreto? ¿Sería posible que, en un mundo de medios globales con información las 24 horas, con las redes sociales y la propia capacidad de los soldados de registrar y compartir imágenes del conflicto, que el Gobierno británico pudiera ir a la guerra y ocultarla a la opinión pública como se hizo en Dhofar durante seis años y medio?
Tony Jeapes, que dirigió el primer escuadrón de los SAS que se envió en secreto a Omán, se pensó la pregunta y decidió que, aunque tal nivel de secreto sería "la situación ideal", ya sería imposible repetirlo ahora.
Desde la guerra de Dhofar, las fuerzas especiales del Reino Unido se han incrementado en número. Desde 1996, todos sus miembros están obligados a firmar un acuerdo de confidencialidad. Eso ha reforzado la discreción con la que los miembros de unidades de élite realizan su trabajo, y raramente se vulnera.
Mientras, la evolución de sucesivas generaciones de vehículos no tripulados, o drones, ha ofrecido a los que planean la guerra grandes oportunidades para lanzar operaciones que pueden ser desconocidas por todos, excepto por los que las ordenan, planean y ejecutan, y aquellos que las sufren.
La dependencia de internet de las sociedades modernas y la creciente frecuencia con que los estados tantean y atacan sus respectivas ciberdefensas han llevado a algunos analistas a comenzar a hablar de una guerra híbrida, buena parte de la cual queda enterrada bajo desmentidos. El resultado es que la diferencia entre la guerra y la paz es cada vez más confusa.
Desfile militar ante la catedral de San Pablo en Londres en 2015 tras el servicio religioso en memoria de los soldados británicos muertos en Afganistán. EFE
En los años posteriores al 11S, comenzaron a aparecer indicios –en las notas a pie de página de los comunicados sobre el presupuesto del Ministerio de Defensa, así como retazos de pruebas obtenidas en los pueblos costeros de Somalia, las montañas de Yemen o las ciudades libias– de que los británicos estaban otra vez haciendo la guerra en secreto. Parece que la trinidad letal de fuerzas especiales, drones y milicias locales aliadas se estaba poniendo en marcha para ahorrar a los ciudadanos británicos los detalles cuestionables de la guerra moderna y liberar al Parlamento de la necesidad de debatir sobre sus ventajas.
En julio de 2007, menos de una semana después de suceder a Tony Blair como primer ministro, Gordon Brown anunció una serie de rápidos cambios constitucionales para hacer que el Gobierno británico fuera "un mejor servidor del pueblo". Una de esas medidas –claramente con la intención de responder a la muy impopular guerra de Irak y la calamitosa y costosa expedición a Helmand– fue la de dar a los diputados la última palabra a la hora de declarar la guerra.
Seis años más tarde, en agosto de 2013, el Parlamento ejerció ese nuevo derecho cuando los diputados rechazaron la propuesta del Gobierno de autorizar la intervención militar en la terrible guerra civil siria.
Los ministros del Gobierno de coalición quedaron perplejos por la votación –se dijo que era la primera contra la política exterior de un primer ministro británico desde 1782– y afirmaron que no sólo impedía el despliegue de tropas, sino también cualquier tipo de asistencia militar.
"Creo que está claro que el Parlamento británico, reflejando la opinión del pueblo británico, no quiere una actuación militar británica. Lo entiendo así y el Gobierno actuará en consecuencia", dijo el primer ministro, David Cameron, en los Comunes.
Pero esas palabras –"actuará en consecuencia"– no eran lo que parecían.
En julio de 2015, el ministro de Defensa, Michael Fallon, informó a los diputados de las novedades sobre las operaciones militares en Irak, esa campaña que Cameron había anunciado junto a dos banderas británicas para declarar que el británico es "un pueblo pacífico". La RAF, dijo Fallon, había llevado a cabo 300 ataques aéreos en Irak, había 900 soldados británicos participando en la operación, y había costado 45 millones de libras en los doce meses anteriores. "Nuestra posición sigue siendo la misma; volveremos a la Cámara de los Comunes antes de realizar ataques aéreos en Siria", dijo.
Antes de esta declaración, Fallon estaba molesto al saber que en círculos políticos de Washington se decía que la negativa a actuar en Siria sólo podía entenderse como un signo de la decrepitud británica.
Su declaración había sido una completa manipulación: durante al menos 18 meses los pilotos de la RAF, que estaban "incrustados" con los militares estadounidenses y canadienses, habían llevado a cabo ataques aéreos contra objetivos en Siria. Otros habían volado misiones de combate junto a militares franceses en Malí. Se dijo que estaban bajo el mando de fuerzas extranjeras, pero era claramente la contribución británica a una guerra que los parlamentarios habían decidido evitar.
Dos semanas más tarde, se supo la verdad y Fallon tuvo que volver a los Comunes para explicarse ante unos enfurecidos diputados.
Personal militar "incrustado" no es nada nuevo, declaró. Cumplen la ley británica, pero "tienen que respetar las normas de combate de la nación anfitriona". No había contado en público lo que estaba pasando porque esos pilotos estaban colaborando con operaciones de otros países. Además, dejó claro que la decisión de no publicar lo que sucedía debía considerarse "procedimiento habitual".
En diciembre de 2015, los diputados votaron finalmente a favor de acciones militares contra Estado Islámico. El Gobierno recibió la aprobación parlamentaria para esas operaciones militares que ya había estado ejecutando de forma encubierta durante dos años.
Mientras, se supo que en el Golfo Pérsico
había personal militar británico en las salas de control desde las que se guía a los bombarderos de la Fuerza Aérea saudí en sus ataques en Yemen. Los británicos estaban ayudando a sus socios saudíes con los códigos que les permitían elegir y atacar sus objetivos. Los saudíes no estaban sólo volando aviones fabricados en Reino Unido y lanzando bombas hechas en Reino Unidos. Estaban lanzando un número inmenso de ellas. En un periodo de tres meses en 2015, las exportaciones de bombas y misiles británicos se incrementaron en un 11.000%, desde nueve millones de libras hasta 1.000 millones.
Esta campaña de bombardeos ha sido fuertemente criticada por grupos de derechos humanos al causar miles de muertes de civiles. En el Parlamento, el Gobierno británico no tenía mucho que decir al respecto, más allá de insistir en que "respeta las normas del Derecho humanitario".
Una vez más, el Gobierno parecía estar metiendo de forma discreta al país en un conflicto de Oriente Medio sin el control o aprobación del Parlamento. Y el hecho de que fuera una guerra encubierta, no declarada y sin publicidad podía contemplarse no como una posibilidad, sino como la realidad de muchas de las operaciones militares del Reino Unido.
Campaña del Cáucaso en la Gran Guerra
El atentado del nacionalista serbio Gavrilio Princip que mató al archiduque Francisco Fernando del Imperio Austro-Húngaro el 28 de Junio de 1914, desencadenó la Primera Guerra Mundial. El 28 de Julio Austria-Hungría invadió Serbia, país que tenía una alianza con Rusia, así que el Imperio Ruso del Zar Nicolás II se lanzó a la movilización general el 30 de Agosto. Como Alemania tenía una alianza con Austria-Hungría declaró la guerra a Rusia el 1 de Agosto y a Francia, aliada del Zar, lo hizo el 3 de Agosto al invadir Bélgica, con lo cual Inglaterra entró en el conflicto el día 4. Turquía que tenía que apoyar al mundo musulmán contra las colonias francesas e inglesas se unió a Alemania y Austria-Hungría declarando la guerra a Rusia, Francia, Gran Bretaña, Bélgica, Serbia y Montenegro el 14 de Diciembre de 1914. La guerra en el Cáucaso estaba servida, después de tantos enfrentamietos en el pasado entre Rusia y Turquía por esa zona, el momento decisivo había llegado.
Turquía fue la primera potencia en lanzar la ofensiva sobre la Transcaucasia. Sus objetivos eran Batumi en Adjaria y Tbilisi en Georgia. La invasión del Imperio Otomano se hizo desde Anatolia Oriental con casi 200.000 soldados del II Ejército y III Ejército, plan ideado por el general y Presidente Enver Pasha. Gran Bretaña como no tenía tropas en el Cáucaso tuvo que invadir Persia, nación agredida por Turquía en su lado transcaucásico al saber de la presencia de soldados británicos, acción que provocó rebeliones de los kurdos en numerosos sectores del Kurdistán. Al principio el ataque turco dejó sorprendidos a los rusos con una penetración profunda otomana en Armenia. Sin embargo al llegar los turcos a Sarikamis para finales del año 1914, el frío y la resistencia rusa liderada por el general Nikolai Yudenich provocó un auténtico desastre militar en las filas turcas que tuvieron que retirarse hacia sus fronteras perdiendo 90.000 hombres, la mitad de sus soldados.
Tropas rusas (izquierda) y tropas turcas otomanas (derecha) en la Batalla de Sarikamis.
Las consecuencias de la Batalla de Sarikamis fueron nefastas sobretodo para Armenia. Enver Pasha atribuyó la derrota turca a las guerrillas armenias nacionalistas de retaguardia, por lo que ordenó el castigo a la población civil y la deportación de miles de poblaciones. Este hecho histórico fue conocido como el Genocidio Armenio, persecución sistemática de esta etnia que dejó más de 1 millón de muertos y la parcial destrucción de la cultura e identidad armenia .
Para 1915 los rusos iniciaron la contraofensiva a la vez que los nacionalistas armenios se lanzaban a la resistencia sobre la retaguardia turca en Van. El avance ruso fue tan rápido que las tropas llegaron a Van liberando la ciudad, aunque como represalia turca antes de la retirada hubo miles de armenios muertos. A continuación el Ejército Ruso siguió su carrera tan rápido que a final de año llegó a Malazgirt. Viendo la difícil situación, Alemania propuso a Turquía promover el nacionalismo de Georgia como aliado para contrarrestar el independientismo armenio, así que se fundó la Legión Georgiana dentro del Ejército Alemán con 1.500 voluntarios georgianos que combatieron a Rusia en la Transcaucasia.
Durante 1916 el Imperio Otomano continuó encajando severas derrotas como la pérdida de la Fortaleza de Erzurum y la caída de la plaza de Bitlis, uno de los sitios más inexpugnables de Anatolia. El siguiente objetivo de Rusia era expandirse por Anatolia y Próximo Oriente desde el norte. Como medida de urgencia Turquía llamó a filas a Mustafá Kemal con el fin de defender una causa que ya parecía perdida. Los turcos lanzaron una loca contraofensiva en el sector de Trebisonda, pero los rusos de Yudenich no sólo detuvieron la ofensiva, sino que rompieron las líneas otomanas y cayeron sobre Erzican. Por si fuera poco Alemania al ver lo desfavorable de la situación retiró y disolvió a la Legión Georgiana a finales de 1916.
La Revolución en el Cáucaso
Al llegar 1917 nada parecía augurar una victoria otomana contra Rusia, sin embargo el Imperio Ruso a pesar de ir bien en el Frente de la Transcaucásia, estaba en una situación muy difícil en el Frente Oriental de Galitzia y Ucrania contra Alemania y Austria-Hungría. El 2 de Marzo de 1917 el Zar Nicolas II abdicó tras la Revolución de Febrero y un gobierno revolucionario subió al poder en Rusia. Por todo el país se alzaron consejos de obreros “soviets” para controlar la caótica situación, incluido en el Cáucaso. De hecho, ese mismo Febrero se convocó el Primer Congreso de los Soviets de Transcaucasia, en el cual estaban reunidos los mencheviques del Partido Obrero Social Demócrata Ruso, el Partido Nacional Bolchevique de Vladimir Lenin y los nacionalistas del Cáucaso. Armenia fue la nación que con más alegría recibió la noticia al estar todo el territorio en manos rusas tras ser expulsados los otomanos, ahora podían optar por la independencia si se presentaban elecciones. Por otro lado Georgia se conformaba únicamente con más autonomía, mientras que el caso de Azerbayán era más complejo al exigir no sólo la independencia sino la de todos los musulmanes del Imperio Ruso.
Como consecuencia de la Revolución de Febrero, se independizó el primer Estado caucásico unificado sobre la Ciscaucasia bajo el nombre de República de los Pueblos Montañeses del Cáucaso Norte en Mayo de 1917 y teniendo como presidente a Sayd Chamyl, nieto del mítico guerrillero Imán Chamyl. Las regiones nacionalistas de la Ciscaucasia a las que representaba la República de los Pueblos Montañeses del Cáucaso Norte eran Chechenia, Osetia, Ingusetia, Daguestán, Kabardia y Balkaria.
Británicos, australianos y canadienses de la Duntsterforce comenzando la invasión de Azerbayán tras la adhesión de esta a las Potencia Centrales.
Iniciada la Revolución Bolchevique en Octubre de 1917 que alzó a Lenin al poder sobre todas las otras fuerzas políticas de los mencheviques y zaristas, el impacto sobre el Cáucaso fue demoledor. Los cosacos de la Ciscauasia fueron los primeros en alzarse en armas contra Lenin creando ejércitos de resistencia y juntas militares. La rebelión antibolchevique al principio sólo se llevó en las regiones del Don y Terek, pero pronto se extendió a Calmucia y todo el norte del Cáucaso como Ingusetia, Kabardia, Osetia, Daguestán,etc…Tras la Ciscaucasia le llegó el turno a la Transcaucasia, la cual tampoco estaba por la labor de unirse a los bolcheviques a excepción de la ciudad petrolífera de Bakú en Azerbayán, pues era una zona ampliamente industrial donde habían calado muy a hondo las ideas revolucionarias, sublevándose los obreros que tomaron el control organizando un pequeño ejército bolchevique. Todo este caos por si fuera poco ocurría dentro de una Primera Guerra Mundial justo en el momento en que Rusia salía del conflicto humillantemente derrotada por Alemania y todo el país sumido en un auténtico descontrol de represalias y pillajes desde Europa hasta el otro extremo de Asia y desde el Ártico hasta el Cáucaso.
Turquía exigía a Rusia en las negociaciones para la paz los territorios de Georgia y Armenia, además de la independencia de Azerbayán. Los bolcheviques rechazaron la propuesta, así que el Imperio Otomano y Alemania continuaron la guerra contra los rusos en el Cáucaso hasta que cumpliesen sus exigencias. En Febrero de 1918 alemanes y turcos se lanzaron al asalto contra Armenia y Georgia, al mismo tiempo que se convocaba la Asamblea Constituyente de la Transcaucasia para romper relaciones con los bolcheviques declarándoles la guerra. Con estos sucesos los georgianos y armenios se encontraron rodeados por dos enemigos, Lenin por un lado y Turquía por otro, pues no querían ser títere de ninguno de ellos.
Armenia opuso una fiera resistencia a Turquía con sus milicias al mando de Adranik Toros Ozanian. Pero Armenia no pudo resistir al Ejército Turco que les venció en la Batalla de Sardarapat, asegurándose así las extensas regiones de Trebisonda, Erzurum, Van, Kars y Batumi. La respuesta de la Asamblea Constituyente de la Transcaucasia ante la ofensiva germano-turca fue la movilización general de combatientes armenios y georgianos que plantaron cara a los otomanos. La Asamblea Constituyente de la Transcaucasia se reconvirtió en Abril de 1918 en la Federación de Transcaucasia que firmaron Armenia y Georgia. Turquía reconoció el nuevo Estado por recomendación de Alemania, pero sus tropas siguieron avanzando a través de Armenia. Mientras, el 8 de Mayo de 1918, en la otra parte de la Transcaucasia, los bolcheviques que tenían el control en Bakú organizaron la llamada Comuna de Bakú.
A pesar que de que Alemania era aliada de Turquía, mantenía muy buenas relaciones con los nacionalistas georgianos, por eso ocupó Georgia en Mayo de 1918 haciendo caso omiso de los turcos para preservarla con un ejército comandado por el general Kress Von Kressentein, algo que no gustó al Imperio Otomano, pero que al final tuvo que aceptar al proclamarse independiente la República Democrática de Georgia el 26 de Mayo de 1918 con cierta autonomía para Abjasia. Azerbayán se independizó de Rusia poco después gracias al movimiento nacionalista Mussavat, el 28 de Mayo, adhiriéndose inmediatamente a los Imperios Centrales junto a Alemania,Turquía, Austria-Hungría y Bulgaria, entrando en la guerra contra los Aliados, que curiosamente estaban junto a sus fronteras en la cercana Persia con el Ejército Británico. El mismo dia que se independizó Azerbayán, 28 de Mayo, primera nación musulmana laica, también lo hicieron los armenios proclamando la República Democrática de Armenia. Al independizarse Georgia, Armenia y Azerbayán, desapareció la Federación de Transcaucasia. Al mes siguiente, en Junio, la República de los Pueblos Montañeses del Cáucaso Norte también entró a formar parte de los Imperios Centrales. Armenia por otro lado se rindió a Turquía el 4 de Junio de 1918 volviendo a formar parte del Imperio Otomano, aunque guerrilleros armenios se establecieron en la provincia del Alto Karabaj para organizar la resistencia final. La situación quedaba en el Caúcaso de una forma muy complicada en tres bandos enfrentados: por un lado la República de los Pueblos Montañeses del Cáucaso Norte, Azerbayán, Georgia, Turquía y Alemania; por otro Armenia y Gran Bretaña; y por otro los bolcheviques de Rusia.
Armenios luchando en una trinchera durante la Batalla de Bakú contra los ejércitos turcos y azerís
Azerbayán para Turquía y Alemania era muy necesaria porque a través del ferrocarril Batumi-Tiblisi-Bakú podían mantener la guerra contra los Aliados obteniendo el petróleo de Bakú. Pero justamente esa zona del Mar Caspio estaba controlado por los bolcheviques azerís de la Comuna de Bakú. Con Turquía entrando en las fronteras de su aliado Azerbayán en Agosto de 1918, Armenia neutralizada y Georgia protegida por Alemania, la situación no pintaba nada bien para Gran Bretaña, siendo la única solución para Londres arrebatar Bakú a los comunistas azerís antes de que lo hicieran los turcos. La expedición inglesa fue denominada Fuerza Dunts (Dunsterforce) al mando del general Lionel Dunsterville. La Comuna de Bakú se disolvió el 31 de Julio de 1918 gracias a la intervención de los mencheviques y al Ejército Británico acompañado por tropas de la Commonwealth procedentes de Canadá, Australia y Nueva Zelanda, constituyéndose en su lugar la Dictadura del Caspio Central aliada de Reino Unido y hostil a los bolcheviques de Rusia y también los Imperios Centrales. Turquía respondió con unas fuerzas muy superiores organizando sus tropas en el llamado Ejército del Islam que se enfrentó a los Aliados en la Batalla de Bakú. La victoria fue otomana, por lo que el Ejército Británico tuvo que retirarse a Persia y la Dictadura del Caspio Central fue abolida, la cual pasó a manos de Azerbayán.
Con la victoria en la Batalla de Bakú el Cáucaso quedaba absolutamente en manos de los Imperios Centrales, pero una vez más las circunstancias en otras partes del mundo modificaron la Historia. El 31 de Octubre de 1918 Turquía salía del conflicto y el 11 de Noviembre Alemania se rendía a los Aliados finalizando así la Primera Guerra Mundial.
El Cáucaso en la Guerra Civil Rusa
Las condiciones del Armisticio de Mudros fueron que los Imperios Centrales se retiraran en seguida de la Transcaucasia. Alemania así lo hizo llevándose su ejército de Georgia, pero a Turquía eso no le pareció tan bien y continuó con su presencia militar allí. El Armisticio no servía para Azerbayán y la República de los Pueblos Montañeses del Cáucaso Norte que oficialmente seguían siendo independientes a pesar de que los protegía políticamente Turquía. Por si fuera poco Gran Bretaña y los Aliados necesitaban el Caúcaso para combatir a los bolcheviques en la Guerra Civil Rusa apoyando al Ejército Blanco del general Anton Denikin. Los bandos de esta manera quedaban muy mezclados: por un lado los nacionalistas del Cáucaso se enfrentarían a los rusos blancos que seguían sin reconocer su independencia; pero también a los enemigos de estos, los bolcheviques, que querían a toda costa imponer la revolución del proletariado; por otro lado la guerra continuaba contra Turquía y por si fuera poco Armenia y Azerbayán se pelearían en una guerra aparte.
Bandera de Georgia (izquierda), Armenia (centro) y Azerbayán (derecha); las únicas naciones independientes del Cáucaso al finalizar la Primera Guerra Mundial y comenzar la Guerra Civil Rusa.
Nada más acabar la Primera Guerra Mundial el primer conflicto en el Cáucaso lo disputarían los Estados nacionales surgidos tras la descomposición de Rusia en la Transcaucasia. Georgia y Armenia se atacaron el 7 de Diciembre de 1918 iniciado la Guerra Georgiano-Armenia, siendo las causas que ambas querían Lorri, una región habitada de manera mixta por georgianos y armenios. Este conflicto de corta duración finalizó el 31 de Diciembre de 1918 tras la intervención de tropas venidas del Imperio Británico para pacificar la zona. El resultado fue un empate que establecía que ambos países compartirían la administración civil de Lorri. Poco después, en uno y otro lado se extendería la Gripe Española matando a un buen número de ciudadanos.
Al llegar Marzo de 1919 Armenia y Azerbayán que no tenían precisamente pocos problemas, entraron en guerra disputándose la zona del Nagorno Karabaj. Más al norte el Ejército Ruso Blanco de Denikin lanzó una ofensiva contra la Ciscaucasia para eliminar a la República de los Pueblos Montañeses del Cáucaso Norte enfrascándose en una guerra de desgaste que dirigía el guerrillero Uzun Haxi sobre las cumbres de Chechenia, Ingusetia, Daguestán y Kabardia. El Ejército Ruso Blanco al ver que la guerra no le iba muy favorable contra la Rusia Bolchevique decidió retirar sus tropas de la Ciscaucasia en Enero de 1920, lugar en el que Denikin se había estancado costándole muy caro de cara al conflicto civil contra los revolucionarios. La guerra con Turquía en Armenia también concluyó en Abril de ese año cuando Mustafá Kemal se hizo con el poder deponiendo el Sultanato y aboliendo el panturquismo del Imperio Otomano, concentrando así su espacio vital en Anatolia, lugar del que expulsó a las tropas ocupantes de Francia, Grecia e Italia. El mismo Abril la Rusia de los bolcheviques invadió Azerbayán aprovechando que se estaba peleando con Armenia, resultando la toma del país muy rápida gracias a los levantamientos populares en Bakú. El Tratado de Sevres el 10 de Agosto de 1920 aceptó que Turquía controlase las regiones de Erzurum, Van, Kars y Batumi a costa de Armenia; teniendo Kemal el beneplácito del propio Lenin, a cambio de que este se quedara con la parte oriental de Armenia, región que conquistaron los bolcheviques en Diciembre masacrando a 1.700 armenios nada más llegar.
El Ejército Rojo de la Unión Soviética entra victorioso en Tblisi tras arrebatar la independencia a Georgia.
Con la marcha de los rusos blancos de la Ciscaucasia y puesta fin la guerra con Turquía en Transcaucasia, los bolcheviques se prepararon a invadir la zona para incorporarla a la revolución mundial. Sobre Ciscaucasia entraron los bolcheviques, lugar en donde depusieron al nacionalista que había combatido a los rusos blancos Uzun Haxi, lo que provocó una rebelión contra la Rusia de Lenin en Septiembre de 1920 liderada por Said Beck Chamyl. La guerrilla provocó muchos problemas a los bolcheviques que vieron imposible derrotarla por la fuerza, así que decidieron negociar, enviando en Enero de 1921 a Vladikavkaz una Comisión para las Nacionalidades, encabezada por Iósif Stalin, quién convocó un Congreso de Representantes de los Pueblos Montañeses y el Daguestán, a los cuales ofreció una gran autonomía y la amnistía para todos los sublevados siempre que reconocieran al bolchevismo. La Ciscaucasia aceptó y se convirtió en la República Soviética de los Pueblos Montañeses, aunque los bolcheviques tuvieron que ceder a algunas condiciones como que se respetara la ley musulmana “sharia” para los islámicos y que los cosacos fueran expulsados del Cáucaso a Ucrania. La población de la Ciscaucasia recibió contenta el acuerdo con los bolcheviques, por eso dejó de dar su apoyo a la guerrila de Chamyl que desapareció. Neutralizado Chamyl, los bolcheviques comenzaron a romper sus promesas dividiendo la República Soviética de los Pueblos Montañses en dos entidades: la República de los Montañeses y la República del Daguestán.
El último objetivo de los bolcheviques era Georgia, pero antes tuvieron que acallar en Febrero de 1921 una rebelión nacionalista en Armenia para obtener la independencia. Ese mismo mes el Ejército Rojo entró en Georgia poniendo fin a la independencia. Con la Transcaucasia conquistada y la Ciscaucasia neutralizada, los bolcheviques tenían el control de todo el Caúcaso, apodado el 10 de Junio de 1921 como República Soviética del Cáucaso.
Las Repúblicas Soviéticas Caucásicas
La mayoría de habitantes del Cáucaso odiaban al comunismo, ideología contraria totalmente al nacionalismo y a las distintas religiones que poblaban esa zona del planeta. Sin embargo Valdimir Lenin desde un principio en sus discursos e intenciones con el Cáucaso había apostado por el derecho a la autodeterminación, algo que los caucasianos vieron con positividad dando su confianza a los comunistas. Pero todo eso había sido una estratagema para ganar la Guerra Civil Rusa mientras el Ejército Blanco estuvo allí, la verdadera razón de ello era establecer al Ejército Rojo en el Cáucaso aprovechando la confianza de la población local, algo que funcionó realmente bien. Finlandia, Polonia, Estonia, Lituania y Letonia habían conseguido independizarse de Rusia para siempre, los caucasianos vieron que pronto llegaría su turno. Nada más lejos de la realidad, pues Lenin estaba decidido a agrerar el Cáucaso dentro del mundo bolchevique.
Rusia se convirtió en la República Federativa Socialista Rusa, la cual tomó como títeres en su administración desde el Partido Comunista a la República Socialista de Ucrania y a la República Socialista de Bielorrúsia. Al llegar Agosto de 1921 representantes rusos se reunieron con los nacionalistas caucasianos en Tbilisi para incluir dentro de la administración de Moscú a la República Soviética de Georgia, a la República Soviética de Armenia, la República Soviética de Azerbayán, la República Autónoma de los Montañeses del Cáucaso y la República Autónoma del Daguestán, todo eso bajo el nombre de Federación de Repúblicas Socialistas del Cáucaso. Las repúblicas de la Ciscaucasia aceptaron a regañadientes, pero Georgia, Armenia y Azerbayán, agrupadas en el Partido Bolchevique de Transcaucasia, protestaron enérgicamente. La respuesta de Moscú fue brutal contra esas tres regiones. Primeramente la junta comunista de Azerbayán fue deportada en un 30%, la de Armenia en un 27% y la de Georgia en un 20%, en esta última 30.000 personas. Las represiones se encargaron de barrer a todos aquellos bolcheviques azerís, armenios o georgianos que fueran también nacionalistas. A pesar de todo, para finales de año, Georgia, Armenia y Azerbayán seguían con sus quejas, por eso Rusia inició otra purga en la que deportó a 25.000 de los 45.000 miembros del Partido Bolchevique de Transcaucasia.
Mapa del Cáucaso bajo la Unión Soviética con sus repúblicas.
El 30 de Noviembre de 1922 nació la Unión de Repúblicas Socislistas Soviéticas (URSS), la cual, desvinculaba a todos los antiguos territorios del Imperio Ruso en repúblicas autónomas, aunque sometidas al Partido Comunista Soviético (PCUS). A partir de ese momento Lenin puso en práctica sus promesas antiimperialistas y antizaristas hacia todas aquellas naciones que habían sido sometidas por Rusia, incluido el Cáucaso. Se reconoció las distintas naciones dentro de la URSS y el Caúcaso. Todas las lenguas caucásicas fueron declaradas oficiales obligando a que cada territorio hablara su propio idioma. La cultura de cada región se impuslsó también, por ejemplo en Chechenia se convirtió en héore al antiguo guerrillero Imán Chamyl. Este tipo de política fue positiva en el Caúcaso, pero sobretodo el mayor logro fue acabar con el panturquismo radical de los musulmames.
Repúblicas y Regiones Soviéticas del Cáucaso:
·República Socialista Federativa Soviética Rusa (RSFSR).
-República Socialista Autónoma de los Pueblos del Daguestán.
-República Socialista Autónoma de los Kabardinos y los Balkares.
-República Socialista Autónoma de los Chechenos e Ingusetios.
-República Socialista Autónoma de los Osetios Septentrionales.
-Región Autónoma de los Adygués.
-Región Autónoma de los Karachis.
-Región Autónoma de los Cherkeses.
·República Socialista Soviética de Georgia.
-República Socialista Autónoma de los Abjasios.
-República Socialista Autónoma de los Adjarios.
-Región Autónoma de los Osetios Meridionales.
·República Socialista Soviética de Azerbayán.
-República Socialista Autónoma de Najicheván.
-Región Autónoma de los Pueblos del Nagorno Karabaj.
·República Socialista Soviética de Armenia.
Stalin en el Caúcaso
A la muerte de Lenin en 1924, Iósif Stalin llegaría al poder en la Unión Soviética, el mismo hombre que había dirigido la Comisión para las Nacionalidades en el Caúcaso durante la Guerra Civil Rusa. La nueva política de Stalin fue mucho más dura y centralisa que la de Lenin, pues quería incluir a la Ciscaucasia dentro de la República Socialista Federativa Soviética Rusa (RSFSR) y la Transcaucasia que era más tendente a la rebelión contentarlas como repúblicas independientes dentro de la URSS.
Muy diferente fue la política estalinista que se destacó por un centralismo diferente al de Lenin que sometió a todas las naciones reconocidas en la Revolución al mismo Moscú. A pesar de ser georgiano, Stalin era un nacionalista ruso que pensaba que Rusia debía seguir siendo un Imperio como el de los Zares, aunque esta vez gracias al comunismo, la única ideología que pensaba podía darle esa grandeza. Nada más llegar al poder la propaganda de Stalin siguió atacando al antiguo Zar Nicolás II, pero ensalzó las políticas de antiguos zares con su expansión por Europa y Asia, ya que teóricamente gracias a ellos se había podido llevar en el futuro la Revolución a esos pueblos lejanos. La rehabilitación histórica de la Rusia Imperial por parte de Stalin provocó las primeras protestas en el Caúcaso y otros sitios. A los pocos meses el discurso imperialista dejó de ser meramente cultural, pues en cuanto empezaron a protestar los pueblos dentro de la URSS comenzó la represión.
La primera víctima de la política colonialista de la URSS fue Georgia, allí se procedió a la eliminación de la mayoría de los miembros del Partido Comunista Georgiano en Agosto de 1924, compuesto en su mayor parte por elementos mencheviques, incluyéndose en su lugar de dirección a un 50% de rusos, justamente en un lugar en que la población rusa sólo representaba el 3′ 6%. Los georgianos se levantaron contra el poder ruso, pero la llegada del Ejército Rojo puso fin a la rebelión. Las consecuencias fueron la desmantelación de la Iglesia Ortodoxa Georgiana, un organismo muy vinculado a la identidad nacional de Georgia. Tan graves fueron los sucesos en Georgia que la Sociedad de Naciones en Ginebra, Suiza, protestó enérgicamente. También lo hizo el Senado de Estados Unidos.
Funesto para el Cáucaso fue el año 1924. Mientras se producían los incidentes de Georgia; Ingusetia y Chechenia se rebelaron contra la Unión Soviética proclamando los musulmanes de esas regiones la “Guerra Santa” contra el comunismo. La razón del levantamiento fue que el Islam comenzó a ser perseguido por el estalinismo. Otras zonas de la Ciscaucasia también presentaron resistencias, aunque en un menor grado.
Iósif Stalin representado como el símbolo de unión entre los pueblos del Cáucaso, este tras él en el mapa y el resto de repúblicas de la URSS. Propaganda soviética.
Azerbayán tampoco se quedó atrás en estos levantamientos contra la política de Stalin, que no sólo rusificaba la región, sino que hacía exportar todo el petróleo de los yacimientos de Bakú hacia Rusia. Para detener a los azerís se envió a uno de los mayores expertos en frenar rebeliones, Sergei Kirov, destacado por sus brutales métodos. Cientos de personas del Partido Comunista Azerí e intelectuales fueron ejecutados, inluido el Primer Ministro de la República Soviética de Azerbayán, Nassip Bej; más el Ministro de Asuntos Exteriores, Fet-Ali Khan.
Las rebeliones de Azerbayán y Georgia fueron sofocadas en 1925. Las de Ingusetia y Chechenia fueron algo más complicadas, prolongándose años. Por ejemplo en el invierno de 1929 y 1930 el Ejército Rojo organizó una expedición compuesta por la guarnición de la fortaleza de Vladikavkaz y tres divisions de infantería, fuerzas que se enzarzaron en una guerra de guerrillas que se extendió al distrito de Nojai-Iurtov en 1932. Ingusetios y chechenos habían ya causado 69 atentados terroristas contra miembros de la administración rusa o colaboradores, pero cada vez la respuesta soviética era más brutal. Las persecuciones llegaron a deportar o exterminar a 35.000 personas en Chechenia e Ingusetia en 1933, fecha en que se redujo notablemente la tensión en la zona.
Cuando se descubrió al tapadera de la conspiración contra Stalin, las purgas realizadas en 1937 afectaron a toda la URSS y también mucho al Cáucaso. Transcaucasia salió muy mal parada de las purgas, un total de 125.000 personas fueron ejecutadas, llegándose incluso a matar a altos líderes como por ejemplo al antiguo gobernador de Georgia, Flipp Makharadze; en Armenia al viejo secretario del Partido Comunista Armenio, Agasi Khandjian; y en casos muy extremos se condenó a muerte a título póstumo, como se hizo con el fallecido Presidente de Azerbayán, Nariman Narimanov. En la Ciscaucasia la represión fue menor, a excepción de Ingusetia y Chechenia donde fueron exterminadas 15.000 personas. Por si fuera poco las naciones del Cáucaso perdieron casi toda su autonomía, pasando a ser prácticamente colonias de Rusia bajo un férreo control.
Bibliografía:
Rosario de la Torre,
Paz Soviética, Revista La Aventura de la Historia (2009), p.58-60
Carlo Caranci, Cáucaso,
El patio trasero de Moscú: Una puerta hacia el Gran Sur, Revista La Aventura de la Historia (2009), p.56
Carlos Caballero Jurado,
Comandos en el Cáucaso, García Hispán Editor (1995), p.25-48
¡Que los parió a los gringos!
bagre