Fotos que buscan a sus dueños
Una cámara de fotos argentina, hallada por un isleño, guardó las imágenes tomadas por soldados argentinos en Malvinas. Las huellas de la guerra no se terminan.
El 17 de junio de 1982, tres días después de finalizada la guerra de Malvinas, un isleño encontró una cámara de fotos Kodak tirada en una de las calles de Puerto Argentino. Un par de meses después, reveló el rollo y se encontró con las fotos de varios soldados argentinos.
Guardó las copias y luego de varios años las digitalizó, con la esperanza de que alguna vez pudiera darlas a conocer en forma masiva para averiguar el destino de esos soldados (Ver galería de fotos).
El 2 de abril pasado, esta periodista escuchó la historia de la cámara y las fotos relatada por el protagonista del hallazgo, Derek Pettersson, que en esa ocasión oficiaba de chofer en un viaje de Puerto Argentino a Darwin para visitar el cementerio de los soldados argentinos caídos en la guerra.
Pettersson tiene 50 años y actualmente trabaja como guía de turismo, luego de tres décadas de dedicarse a las telecomunicaciones.
Nos contó que encontró la cámara en Crozier Place, la calle en la que se encuentran los galpones de las Malvinas Islands Company que se suelen ver en las fotos de la capital de las islas. La cámara estaba en medio de un montón de basura y chatarra. Todo el pueblo estaba lleno de basura y chatarra, producto de los dos meses y medio que duró el conflicto. La máquina era del tipo de las descartables y no la conservó luego de haber revelado el rollo.
Pettersson recordó también que en la noche del 1° de abril de 1982 había sido convocado por la Malvinas Islands Defense Force (Fidf, fuerza de defensa de las islas) de las que formaba parte. Precisamente, la foto de abajo lo muestra con el uniforme de las Fidf en ocasión de la conmemoración del 30° aniversario de haber sido convocadas por primera vez. La agrupación reunía a varios civiles que recibían alguna instrucción militar para oponer resistencia a una posible invasión.
Cuando los marines británicos se rindieron, también lo hicieron ellos. Pettersson, que por entonces tenía 20 años, estuvo dos horas como prisionero y enseguida fue liberado. “Me dijeron que no hiciera nada que no debiera, y nada más”, dice. Se fue a Port Louis, la antigua capital de las islas, a unos 30 kilómetros de Puerto Argentino (Stanley para los isleños).
El 3 de abril, Pettersson entregó a La Voz del Interior estas fotos para que sean publicadas y alguien pueda identificar a los soldados y, tal vez, contar sus historias.
¿Encontrarán estas imágenes a sus dueños? ¿Podremos saber quiénes eran, quiénes son, qué fue de ellos? Contamos con la colaboración de los lectores para que así sea.
Imágenes del día después
Imágenes de la posguerra. Después del 14 de junio y antes de que las cuadrillas militares limpiaran todo, Derek Pettersson alcanzó a tomar estas fotos. Arriba, las tumbas provisorias de los soldados argentinos en Puerto Argentino, donde estuvieron hasta que fueron trasladados a Darwin. En el centro, un avión argentino. Abajo, la comisaría de la capital de las islas, alcanzada por un misil británico originalmente destinado a la Municipalidad, donde se reunían militares argentinos.
http://www.lavoz.com.ar/islas-malvinas/fotos-que-buscan-sus-duenos
Derek Pettersson. Es el isleño que encontró la cámara de fotos de un soldado argentino.
Imágenes de la posguerra.
Las fotos que volvieron de la guerra
Dos años atrás, publicamos en este diario y en su sitio web una serie de fotos encontradas en Malvinas por un isleño. El largo peregrinar de las imágenes dio resultados, aunque la historia continúa abierta.
Por
Alejandra Conti
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Hace dos años tiramos al mar de las redes sociales una botella con un mensaje en su interior. El mensaje eran las fotos de soldados argentinos en Malvinas. Estaban en una cámara descartable que un isleño, Derek Pettersson, encontró tirada en las calles de la capital de las Islas, dos o tres días después de la rendición, el 14 de junio de 1982. Pettersson nos las entregó con un deseo: “Quiero saber si sobrevivieron. Tenemos la misma edad”.
Publicamos las fotos en el sitio web del diario con la idea de que circularan en el ciberespacio hasta llegar a una respuesta. Nuestra intención era conocer los nombres y las historias de esos conscriptos de los que sólo teníamos imágenes.
La crónica se fue escribiendo a sí misma y tiene múltiples autores. Esos protagonistas no son otros que los veteranos de guerra que fueron aportando datos, nombres e ideas sobre quiénes podrían ser los soldados de las fotos. En su mayoría, se trataba de excombatientes, a los que la sola visión de las imágenes de la guerra les resultaba inevitablemente conmovedora. Pero también aportaron lo suyo personas que tienen a Malvinas como una causa personal. “Malvineros”, se definen ellos mismos, aunque no hayan estado en las Islas.
El avance no fue lineal ni parejo. Surgieron varios nombres, pero al final de muchos días de búsqueda y paciencia pudimos confirmar nada más que dos.
Los obstáculos que encontramos fueron principalmente la fragilidad de la memoria y la dispersión de las agrupaciones de excombatientes.
La primera corresponde a la memoria individual de los propios protagonistas, no a la amnesia social que también padecemos. Los mismos soldados que se reconocían en las fotos no recordaban en qué lugar de las Islas se habían tomado la foto, ni quién lo había hecho, ni cuándo había sucedido. Es comprensible; se trató de un hecho menor, fugaz, de nula trascendencia comparado con lo que vivieron después. El trauma posterior a la guerra diluye recuerdos y levanta muros defensivos.
La segunda dificultad fue la dispersión de las agrupaciones de veteranos. Los más de 21.500 excombatientes reconocidos por Anses son parte de cientos de asociaciones, grupos, agrupaciones y centros de veteranos en todo el país. Es casi imposible llegar a cada uno de ellos, aun con las redes sociales y una buena dosis de suerte.
Pero la suma de muchas voluntades condujo la historia hacia una resolución.
Se trata de un resultado tal vez parcial, una historia abierta, pero que nos lleva a chocarnos de cara con la realidad posbélica y una conclusión indiscutible: la deuda social por Malvinas sigue vigente y seguirá así mientras haya un veterano que sufra las consecuencias de la guerra.
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“Las puede publicar, si quiere; me gustaría saber si esos chicos sobrevivieron. Tenemos la misma edad”.
Eran las 2 de la tarde en el cementerio argentino de Darwin pero parecía mucho más tarde; lloviznaba, había mucha niebla y soplaba un viento helado que por momentos cortaba la respiración. Exactamente 30 años antes comenzaba la guerra de Malvinas.
Derek Pettersson, el chofer que nos había llevado desde Puerto Argentino (Stanley) hasta el cementerio argentino de Darwin, ese desapacible 2 de abril de 2012, nos sorprendió con su comentario.
Nos contó que dos o tres días después de la rendición de las tropas argentinas, el 14 de junio de 1982, había encontrado en las calles de la capital de las Islas Malvinas una cámara Kodak descartable.
Hizo las tomas que faltaban para terminar el rollo y cuando lo reveló se encontró con que las fotos que se habían tomado antes de que él encontrara la cámara eran de soldados argentinos. Chicos más o menos de su edad, con uniforme de combate, pero en pose de “recuerdo de Malvinas” en un escenario aparentemente tranquilo y desierto de isleños.
Tal vez el dueño de la cámara la debió tirar antes de subir al buque que los llevaría de vuelta al continente. Los militares británicos no permitían que los prisioneros de guerra llevaran nada consigo, salvo la ropa que vestían. En una de esas montañas de pertenencias abandonadas que se formaron cerca del embarcadero, en Cozy
Street, estaba la cámara que encontró Pettersson.
Años después, digitalizó las imágenes y las guardó sin saber muy bien para qué. Ese 2 de abril, tres décadas después del desembarco argentino, en el cementerio de Darwin se le ocurrió que quizá esta enviada especial de un diario argentino podría publicar las fotos y encontrar a los dueños, si es que todavía vivían. La obligada visita al cementerio argentino en el aniversario redondo de la guerra, marcada por un clima impiadoso, había tenido una inesperada derivación; una de las tantas que encontraríamos en esta historia.
Al ciberespacio
Las fotos aparecieron en este suplemento el 22 de abril de 2012. Ese mismo domingo, la nota y las imágenes fueron replicabas en LaVoz.com.ar con un pedido a los usuarios: compartirlas, hacerlas circular en las redes sociales, buscar a quienes aparecían en ellas. Habíamos tirado una botella al infinito mar digital.
Allí mostrábamos las 14 fotos de soldados que había en la cámara hallada por Pettersson.
Pasaron los días y nada. O poco y nada.
Organizaciones de excombatientes linkearon las notas en sus sitios web y las compartieron en sus páginas de Facebook. Durante varios meses, las fotos circularon, pero los nombres de los soldados no aparecían. Nadie los reconocía, o los confundían con otros. Los datos que saltaban en los comentarios de Facebook o que llegaban a la nota publicada en el sitio web del diario no llevaban a ninguna parte.
Algo había en común, sin embargo: muchos agradecían a quien había encontrado las fotos y había permitido que fueran publicadas.
También aparecieron observaciones de lectores atentos, como los que señalaron que algunas de las fotos podrían haber sido tomadas en el continente y no en las islas. Se trata de las imágenes número 3 y 4. Las construcciones y los árboles del fondo no pertenecen a Malvinas y fueron varios quienes lo advirtieron. En Malvinas casi no hay árboles, y los pocos que hay no tienen ese aspecto. Lo que predomina allí es una especie exótica plantada en el pueblo, no en las afueras, llamada ciprés lambertiana, un árbol que se deforma fuertemente como consecuencia del viento de Malvinas, tal como explicó el biólogo Federico Kopta cuando le enviamos las fotos para consultarlo.
Con su mirada muy entrenada en esos paisajes, Ian Strange, un fotógrafo residente en las Islas, dio el veredicto: “Las fotos 3 y 4 no fueron tomadas en las Malvinas. Por las construcciones y el paisaje del fondo, podría decir que es la Patagonia. Además, si el soldado que aparece allí estuviera en las Islas, ¿por qué no tendría un arma? La foto número 7 puede ser en cualquier parte en las Islas, pero quizá sea en los depósitos de la Malvinas Islands Company. La número 1 creo que es cerca de Surf Bay, muy cerca de Stanley. Se puede ver un poste de electricidad al fondo. Las otras fotos son todas en Stanley o en otros lugares cercanos de la East Malvinas (isla Soledad)”. Los números que indica corresponden al orden de las fotos en el sitio web del diario.
El primero
Algo pasó el 25 de septiembre del año pasado. Ese día, la nota que había replicado el sitio web “Malvinas 30” recibió cientos de “me gusta”. Al día siguiente eran miles y los días siguientes, miles más. El post se había viralizado sin que se pueda saber por qué.
Pocos días después, el 2 de octubre, Álvaro Liuzzi, periodista que coordina “Malvinas 30”, nos avisó que había comentarios en las fotos publicadas en su sitio web.
Uno de esos comentarios, firmado por Brenda Rocío Antúñez, decía: “La foto N° 9 es de mi papá Antúñez Roberto Omar, de Villa Constitución, Santa Fe. Muchas gracias a la persona que publicó esta foto. Mi papá sigue vivo y se pondrá muy contento”.
Al día siguiente, el 3 de octubre, apareció otro comentario, firmado por Nanci Daniela Zapata: “Sin duda el muchacho de la foto 9 es mi hermano Roberto Antúñez y gracias a Dios está con nosotros”.
Liuzzi hizo el primer chequeo de la información: Antúñez había pertenecido al Batallón de Infantería de Marina 5 (BIM 5). El nombre del exsoldado, su documento, la condición de conscripto y su pertenencia al BIM 5 figuraban en el listado de veteranos de guerra del Ministerio de Defensa y en el de la Armada Argentina. El hombre era realmente veterano y vivía en Villa Constitución. Hacia allá fuimos, con la incógnita de qué significaba para él la aparición de las fotos.
Antúñez vive en barrio Luzuriaga, saliendo de Villa Constitución en dirección a San Nicolás. Su casa, como el resto del barrio, es humilde, de gente trabajadora a la que no le sobra nada.
Estaba esperándonos, pero la entrevista no se hizo en su casa sino en la casa de su madre, cruzando la calle.
Llamaba un poco la atención su atuendo: pantalón verde oliva y remera camuflada con una Bandera argentina en el pecho, a la izquierda.
–¿Se vistió así para las fotos?
–No, yo siempre ando así.
Sobre la mesa de la cocina desplegó documentos, recibos de sueldo, fotos. Todo para demostrar que era quien buscábamos.
No había visto nunca las fotos que habían salido publicadas en la versión en papel del diario, así que se puso contento cuando se encontró por fin con el ejemplar que llevábamos.
Su mamá y Marianela, una de sus hermanas, no tenían dudas de que era él quien aparecía en las fotos.
–Qué flaquito estabas aquí… Y este también sos vos.
Él asentía al comentario de su hermana sin agregar nada, hasta que empezó a hablar. Quería contar lo que recordaba y, sobre todo, cómo sentía lo que recordaba.
Cuando empezó el servicio militar, Antúñez trabajaba. En realidad, la necesidad de trabajar era lo que lo había hecho dejar la escuela, ya que ni siquiera pudo completar la primaria.
“Estuve tres meses y siete días en La Plata en la Escuela Naval. Allí nos dieron la instrucción militar. Mis superiores eran muy pesados, por eso algunos sufrimos tanto en la instrucción como en la guerra”.
De allí lo enviaron a Río Grande, Tierra del Fuego. Lo asignaron a la compañía Mar del BIM 5. Cuenta que en su sección eran tiradores, pero hacían de todo.
“Un buen día nos dicen que tenemos que cargar un Hércules con armas y proyectiles. Después nos subieron a nosotros en otro Hércules. En total, eran siete aviones. Ahí nos enteramos de que íbamos a Malvinas. Nosotros sabíamos que era una guerra y queríamos conocerlas, defenderlas. Pero nos habían dicho que íbamos, tomábamos las islas y volvíamos, por eso fuimos recontentos. Cuando llegamos allá, no teníamos ni qué comer”.
Primero los concentraron en Puerto Argentino y desde allí los distribuyeron hacia el campo de batalla.
–¿Cuánto tiempo estuvieron en el pueblo, en la capital?
–Varios días.
–¿Qué tenían las cajas que salen en las fotos?
–Proyectiles.
–¿Reconoce a alguno de los chicos de las fotos?
–Me parece reconocer a Casco Jesús, un chico Maidana, puede ser, no sé. Estábamos bajo el mando del cabo Miguel Lucena, que fue herido pero sobrevivió. Quedamos sin cabo, sin guardiamarina. El guardiamarina que nos correspondía era de apellido Koch. También lo hirieron cuando una bomba mató a dos soldados.
–¿Recuerda haber sacado fotos en Malvinas?
–No estas, pero sí otras. Guardaba los rollos o las camaritas usadas en carcasas de proyectiles, entre las piedras. La idea era volver a buscarlas.
Su relato está lleno de menciones a las miserias de la guerra, sobre todo al maltrato de los superiores. “Se suponía que teníamos que hacer pozos de zorro, pero ahí donde estábamos no se podía cavar, era pura piedra. Eran cuatro compañeros por trinchera. A esto sumale que los jefes nos maltrataban. Y comida no había. Cuando salimos de Río Grande, vimos que cargaban montones de comida, pero no repartieron nada. Comíamos lo que encontrábamos”.
Después de la rendición, pasaron siete días prisioneros en el predio del aeropuerto, al aire libre, muertos de frío y esperando que los pusieran en un barco. “A algunos compañeros los llevaban a desminar”, asegura.
Finalmente, los hicieron subir al buque Bahía Paraíso. Él y sus camaradas creían que los llevaban a Inglaterra.
Volvió para encontrarse sin trabajo y sin solidaridad por parte de la gente. A la larga, consiguió entrar a la Municipalidad de Villa Constitución, donde fue boyando de repartición en repartición. “Siempre en la calle, invierno
y verano”, dice con inocultable amargura.
Antúñez asegura que no tuvo tratamiento médico para las enfermedades que sufrió como consecuencia de la guerra; ni ayuda, ni nada. La indiferencia era tal que incluso una vez lo detuvo la Policía Militar en Villa Constitución acusándolo de desertor.
Su madre se encargó de conseguirle trabajo y una obra social. Ahora él cobra una pensión nacional y otra provincial, pero se queja de que no lo jubilan; que lo citan para una revisación médica para la cual tiene que viajar a Buenos Aires. “Es una burla, para mí y para los que murieron allá. Es como que si no nos creyeran que somos excombatientes”.
Mirta, su madre, cuenta la parte que le tocó vivir: “Era un chico de 18 años y se lo llevaron sin avisarnos. Nunca supe si estaba vivo o muerto durante lo que duró la guerra. Yo confié en que me lo iban a devolver vivo, pero las únicas noticias que se recibían era de los que volvían muertos”.
Otra puerta se abre
Con el dato de que Antúñez había llegado a Malvinas como parte del BIM 5 posteamos las fotos en el sitio “BIM 5 Homenaje Permanente” en Facebook. Pocos días después, tuvimos más novedades sobre las fotos.
Las primeras llegaron al sitio de un lector del diario, Adrián Benetti, que había compartido el álbum. Otros lectores, como Christian Papavero, también aportaron datos.
Uno de los comentarios decía: “El martes pasado, estando en el BIM 5 mientras cenábamos, me hicieron retroceder (sic) las fotos que proyectaron. Resulta que reconocieron a uno de ellos que estaba allí. Un VGM (veterano de la Guerra de Malvinas) que nos visitaba se emocionó mucho al verse, puesto que es la única foto que testimonia su paso por Malvinas. No me acuerdo del apellido, pero la foto en cuestión es esa en la que el soldado está apoyado en un poste. Ojalá averigüen su nombre y apellido”. Y otro post daba un nombre: “Estas fotos son de la compañía Obra, Montiel Eusebio”. La compañía Obra es una de las secciones en las que se dividía el BIM 5.
Enseguida aparecieron más comentarios identificando a Montiel. Nos ayudó, además, para contactarlo por teléfono un elemento también vinculado al pasado: la guía telefónica.
Montiel es chaqueño, pero a los 5 años su familia se mudó a la provincia de Buenos Aires. Hoy vive en San Miguel, también en el conurbano, y trabaja como encargado en un edificio.
En junio del año pasado, estaba en Río Grande, en una reunión de camaradería del BIM 5 cuando en una pantalla proyectaron las fotos que habían sido publicadas en el diario.
“Enseguida me reconocieron y empezaron a cargarme. Están tomadas en Malvinas, aunque alguna puede haber sido tomada en Río Grande, en Tierra del Fuego”, cuenta.
De aquellos tiempos tiene grabados a fuego algunos hechos: “Hacía 12 meses que estaba haciendo el servicio militar ahí en Río Grande. Cuando estalló la guerra, nos enviaron a Malvinas como parte de la compañía Obra, como tiradores”.
Al igual que Antúñez, recuerda que la instrucción “había sido brava”, por el maltrato de sus superiores y las condiciones del clima y el terreno. En ese tiempo se temía una guerra con Chile y solían hacer campaña en lugares limítrofes. “En algunos momentos del entrenamiento llegamos a estar en territorio chileno”, agrega.
“No recuerdo bien si fue el 7 o el 9 de abril que nos dieron las armas y nos embarcaron en un Boeing 707 al que le habían sacado todos los asientos. No sabíamos lo que pasaba. Incluso llevaron a un grupo de chicos que ya estaban de baja pero no se habían vuelto a sus lugares porque estaban esperando un vuelo. Estaban dando vueltas de civil por ahí, los levantaron a todos, les pusieron un arma en las manos y los llevaron”.
“Llegamos a las islas de noche y amanecimos como pudimos. Yo me había dormido en un Jeep. Al otro día, caminamos no sé cuántos kilómetros y nos llevaron a una posición muy desolada donde acampamos. Estuvimos dos o tres días y nos mandaron a otro lugar, Pony Pass, donde pasamos la mayor parte de la guerra. Dos días antes de la rendición, habían atacado un monte donde había un batallón de ejército. Nos formaron para ir a contraatacar pero se suspendió. Después intentamos unirnos a dos compañías que teníamos atrás, la Mar o la Nácar, pero nunca lo conseguimos. Los ingleses llegaron a tres metros de donde yo estaba. Cuando los vi, abrí fuego sin esperar ninguna orden. Empezamos a retirarnos e hirieron a mi compañero, lo cargué al hombro hasta que encontré a otros camaradas que me ayudaron para llegar a un lugar donde lo pudieron asistir. Eso era de noche, cada bengala que tiraban era como si nos iluminara un foco de teatro, no sé cómo no nos mataron. Al otro día fue la rendición”.
Montiel, como muchos otros veteranos, no tiene un buen recuerdo de sus superiores: “Tenía un jefe de grupo que nos dio un baile tremendo porque nos pescó robando comida de un lugar donde los militares la almacenaban. Casi nos mata. Después se dio un tiro en un pie y volvió al continente. Los del BIM 5 estábamos acostumbrados al clima, al hambre y al maltrato también”.
Sin embargo, como todos los veteranos del BIM 5 que pudimos contactar, Montiel rescata al comandante Carlos Hugo Robacio. “Estuvo con nosotros todo el tiempo; era uno más y no se quiso rendir”.
Montiel también recuerda, como Antúñez, los días y noches a la intemperie como prisioneros de guerra. Con pedazos del piso de aluminio de la vieja pista de aterrizaje, armaron casillas para protegerse del frío.
“Encontramos un galpón lleno de comida. Nos comimos todo lo que pudimos y después quemamos el resto. Para que no les quedara a los ingleses”, dice Montiel. No era ese el único galpón con víveres que quedó en las islas. Cuentan los isleños que luego de la rendición encontraron toneladas de víveres que debieron haber sido para las tropas pero que nunca llegaron al campo de batalla.
Este veterano se casó y tiene dos hijos. No se queja por las pensiones que recibe y dice que tiene la asistencia médica que necesita por Pami y por Ioma. Y no se acuerda dónde, quién y cuándo se tomaron las fotos.
Antes de cortar, también nos da el nombre de uno de los otros soldados de la foto que cree reconocer:
–El que aparece allí es N. R.
–¿Está seguro?
–Sí, seguro.
Ese “seguro” es la línea que separa la probabilidad de la certeza, y nos generaba un gran problema, porque es la misma foto en la que se había reconocido el exsoldado Antúñez.
Dos historias, una foto
El nombre que nos había dado Montiel nos obligaba a empezar de cero con la foto número 8 y las otras que Antúñez, sus familiares y nosotros mismos le atribuimos al excombatiente de Villa Constitución.
Buscamos a N. R. (omitimos su nombre por la sensibilidad del tema) en el sitio oficial de la Armada y corroboramos que también es veterano de Malvinas y estuvo en el BIM 5, en la compañía Nácar.
Lo localizamos por teléfono en su casa de Merlo, provincia de Buenos Aires. Él también fue fusilero y tiene recuerdos similares a los de Montiel, a quien conoce y con quien mantiene contacto. Le resulta familiar el nombre del cabo Lucena (“de la compañía Mar”, acierta) y del capitán que se dio un tiro en el pie.
Recuerda que no llevaban cuenta de los días. “Los superiores nos decían qué día era”. Al contrario de los otros camaradas, cree que las fotos pueden haber sido tomadas durante los últimos días de la guerra”. Y rescata, como los demás, a la figura de Robacio.
¿Pero cómo sabemos si N. R. es en realidad la persona que aparece en la foto en la que Roberto Antúñez se había reconocido y lo identificaron sus familiares? Ambos son veteranos, ambos estuvieron en el mismo batallón aunque en diferentes compañías, ambos memorizan a casi las mismas personas. Pero N. R. no recuerda a Antúñez y éste tampoco reconoce a N. R.
Le pedimos fotos actuales y de la época de soldado, que llegan por Facebook gracias a una hija. La calidad de las imágenes y el tiempo transcurrido no ayudan. Las consultas a fotógrafos y editores fotográficos no dan resultado. De tanto mirarlas, uno ya no ve lo que realmente es sino lo que quiere ver. Hay un parecido, pero no alcanza, o nos parece que no alcanza para aseverar nada.
Necesitamos otra mirada, literalmente. La encontramos en la Policía Judicial de la Provincia de Córdoba, en la que existe una dependencia que realiza reconocimientos fisonómicos y retratos hablados. Los profesionales que allí trabajan intervinieron en casos policiales de gran repercusión en Córdoba y otras provincias. Aceptan participar y se comprometen a analizar las imágenes para darnos una opinión, así que les llevamos las fotos publicadas junto con fotos actuales de Antúñez y N. R.
Lo que podemos esperar de ellos –nos aclaran– es un grado de probabilidad, no un juicio infalible. Y ese grado de probabilidad depende de la calidad de las imágenes y de la forma en la que el tiempo ha variado las facciones de las personas fotografiadas. Sin embargo, hay características estructurales que la edad no modifica radicalmente. Las orejas, por ejemplo, si están pegadas al cráneo o separadas; la profundidad de los ojos dada por los arcos superciliares; el ancho de la nariz, la forma de la boca.
De esta manera, considerando todos esos factores y otros más, se llegó a la conclusión de que las fotos encontradas en Malvinas guardan más similitud con Antúñez que con N. R.
Así lo dice el análisis científico y así parece al comparar las fotos. Pero nos queda la duda planteada por la convicción de Montiel, por la del mismo N. R. y por otros excombatientes.
Hasta aquí llegamos con nuestra búsqueda, por ahora.
Al momento de cerrar esta nota, llegaban nuevos nombres a nuestro correo. Aparecen nuevas posibilidades de dilucidar la identidad de los soldados que para nosotros todavía no tienen nombre, pero eso será parte de otra crónica.
Como todo lo que tiene que ver con la guerra, esta también es una historia inconclusa.
Agradecimiento
Además de las personas nombradas en la nota, también contribuyeron en esta búsqueda Marco Fernández Leyes, Fabricio Glibota, Emilse Cecchi, Rodolfo Armando Acosta y Héctor Vargas.
http://www.lavoz.com.ar/temas/las-fotos-que-volvieron-de-la-guerra