Secuestrados y olvidados: los surcoreanos que el Norte se llevó
“Aunque ha pasado mucho tiempo y hace mucho que no he recibido noticias vuestras, os echo mucho de menos e intento tener noticias. Sé que se ha muerto gente. Me encantaría mandaros algo, pero no tengo nada que enviar. Voy a ir a la frontera con China en mayo, espero que vosotros también podáis acercaros”. La carta, en un basto papel amarillento y escrita en tinta ya borrosa, llegó en 2004 con una foto en blanco y negro de dos parejas que miraban con expresión muy formal a la cámara. Era la primera comunicación, pasada clandestinamente a través de una red de intermediarios, que la familia de los hermanos surcoreanos Hur Yong-ho y Hur Jung-su recibía en más de 40 años. En 1975, los dos desaparecieron cuando apenas eran unos adolescentes, secuestrados por Corea del Norte mientras participaban en una excursión escolar.
La carta la lee Choi Sung Yong, el presidente de la Unión Surcoreana de Familias de Secuestrados por Corea del Norte, en una entrevista en su despacho en Seúl, abarrotada de archivos, fotos y recuerdos de desaparecidos.
El padre de Choi se esfumó en 1967, cuando este hombre de 66 años apenas tenía 15. Originario de la actual Corea del Norte, en Sinujiu en la frontera con China, su progenitor había combatido con el Sur durante la Guerra de Corea (1950-1953), en una unidad de fuerzas especiales. “Eso le convertía en un traidor a ojos de los norcoreanos”, explica su hijo. Aquel día salió a pescar en un barco del que era patrón, con otros ocho marineros. No volvió nunca.
“Corea del Norte apresó el barco y se los llevó. Cinco de los tripulantes pudieron regresar a los pocos meses. Mi padre, como estaba considerado un traidor allí, no”, rememora. “Asumimos que ya no está vivo. Durante años hemos tratado de recuperar sus cenizas. Nos han engañado muchas veces. Una vez alguien nos ofreció unos huesos que decía que eran de mi padre, pero no. Otra vez, otra persona nos pidió mucho dinero a cambio de sus chapas de identificación de la guerra, pero también resultaron falsas”.
Tras el fin de la guerra, Pyongyang devolvió a la mayoría de los prisioneros del Sur, pero retuvo a miles, los que por educación o conocimientos pensaba que podían resultarle más útiles. En las dos décadas siguientes, muchos otros ciudadanos surcoreanos fueron secuestrados, cerca de 3.000, la mayoría de ellos pescadores que, como el padre de Choi, se habían alejado de la costa. Corea del Norte quería extraer de ellos información sobre las condiciones de vida en el Sur o usarlos con fines propagandísticos.
El plan de secuestros se expandió a partir de los años setenta. Uno de los casos más célebres tuvo por protagonistas al director de cine Shin Sang-ok y su esposa, la actriz Choi Eun-hui, llevados al Norte a finales de aquella década para que desarrollaran la industria cinematográfica norcoreana, una prioridad para el cinéfilo Kim Jong-il, el que sería Querido Líder y ya entonces actuaba como heredero del régimen. Ambos lograron escapar finalmente en 1986, mientras asistían a un festival de cine en Viena.
La campaña de secuestros también afectó a ciudadanos de otros países, con la aparente idea de que adiestraran sobre su idioma y sus costumbres a los espías norcoreanos. Decenas de japoneses fueron secuestrados en incursiones norcoreanas en suelo nipón, parejas que paseaban por la playa o incluso niños como Megumi Yokota, entonces de 13 años y cuya suerte es incierta. Pero también ciudadanos libaneses, tailandeses o rumanos.
Cerca de 500 surcoreanos secuestrados después de la guerra permanecen en Corea del Norte, según las asociaciones de familiares. Más de 300 de ellos son mayores de 70 años. Si se incluye a los prisioneros de guerra, la cifra ronda los 82.000, según Lee Mi-il, presidenta de la Unión de Familias de Secuestrados durante la Guerra de Corea.
A diferencia del caso japonés —Pyongyang admitió en 2002 haber secuestrado a ciudadanos nipones y permitió el regreso de los que, según ese país, seguían vivos—, el régimen norcoreano no admite el secuestro y retención de surcoreanos, y asegura que quienes están en su territorio se encuentran allí voluntariamente.
Seúl asegura que el retorno de los desaparecidos es una de sus grandes prioridades, pero hasta ahora no ha habido avances. Las asociaciones de familiares se lamentan de la falta de atención pública sobre sus casos. “El Gobierno surcoreano no tiene interés en plantear este tema. Cada vez quedamos menos. Y a los jóvenes este asunto les va quedando muy lejos”, explica Choi.
Las organizaciones desean que el incipiente acercamiento a Corea del Norte, a raíz de la participación de ese país en los Juego Olímpicos de Invierno en el Sur y la invitación del líder supremo norcoreano Kim Jong-un al presidente Moon Jae-in a visitar Pyongyang, pueda abrir la puerta al regreso de sus familiares, o al menos a saber qué fue de ellos.
Aunque no se muestran optimistas. Durante los años de aproximación entre las dos Coreas, apunta Lee, entre 2000 y 2008 “se habló mucho de paz, pero no se lograron avances sobre la situación de los secuestrados. Corea del Norte dice, sobre los prisioneros de guerra, que no puede encontrarlos. ¿Cómo es posible que no lo sepa, en una sociedad tan controlada?”, critica. “Mi padre seguramente ya no esté vivo. Pero quisiera tener sus restos, o por lo menos saber la fecha de su muerte. Para nosotros los coreanos es algo muy importante, rendimos respetos a los muertos en los aniversarios de su fallecimiento y si no sabemos cuándo es no lo podemos hacer”, cuenta Choi. “Ojalá podamos descubrir, por lo menos, si las víctimas viven o han muerto”, añade.
En el caso de los hermanos Hur, al menos aquella carta del 29 de abril de 2004 permitió a sus familiares saber algo de su paradero. La foto representaba a los dos adolescentes, ya hombres hechos y derechos, junto a sus esposas norcoreanas. Yong-ho ha muerto. El superviviente, Jung-su, continúa en Corea del Norte. Su familia nunca llegó a encontrarse con él en la frontera aquel mayo.
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