El gran provocador
Por qué todos malinterpretan peligrosamente a Kim Jong-un.
Kim Jong-un nos hizo un pequeño favor al nombrar a un reformista económico como primer ministro del país el 1° de abril, justo en medio de su última explosión de bravuconadas. Así, nos salvamos de los editoriales cándidos —recibiendo con agrado la "tendencia" positiva, pidiéndole a Washington que la recompense, etc.— que se hubieran dado si el nombramiento de Pak Pong-ju hubiese sido durante un momento de calma.
Por supuesto, los observadores de Pyongyang pronto hallarán otra razón para ser optimistas. Ellos empezaron a predecir un gran cambio hace unos cinco años, cuando se difundió que Kim Jong-un había vivido en Suiza. Después de experimentar la vida en Occidente, ¿cómo no querría occidentalizar a su país? Las primeras fotos oficiales del joven en 2010 parecían confirmarlo: con ese rostro y ese peinado, él pretendía gobernar menos como su padre y más como su abuelo, Kim Il-sung (1912-1994). O sea: con mentalidad económica, pero con políticas opuestas a las de Kim Il-sung. ¡Y nosotros llamamos irracionales a los norcoreanos!
El joven general de cuatro estrellas apenas había asumido el poder en una orgía de propaganda militarista, en diciembre de 2011, cuando quemó la mayor parte de mil millones de dólares en un chapucero lanzamiento de cohetes: el proyectil Unha-3 cayó al Mar Amarillo en pedazos poco después de despegar. Y aun así, bastó con que llevara a su misteriosa esposa a todas partes con él, o criticara la administración de un parque de diversiones ("Nunca he imaginado que este parque fuera tan descuidado como ahora", fustigó) para suscitar comparaciones con Mijaíl Gorbachov y el ex líder supremo chino Den Xiaoping, respectivamente. Apenas el mes pasado, su encuentro con el ex basquetbolista Dennis Rodman fue llamado por un experimentado veterano de la CIA como una "señal muy poderosa de que desea involucrarse con nosotros". Lejos de eso, las amenazas de muerte nucleares empezaron casi de inmediato.
¿Cuánto tiempo más nos negaremos a enfrentar los hechos? Corea del Norte se autoproclama como un Estado que prioriza lo militar, y se comporta en consecuencia. EE. UU. sigue considerándola tercamente como uno de los dos países comunistas rezagados de la Guerra Fría: mucho mejor armado que Cuba, pero no menos anacrónica. Se trata de una falacia que hace que los liberales se sientan menos ridículos cuando piden, después de cada acuerdo roto, todavía más diálogo. De hecho. nadie defiende a Corea del Norte con tanta furia contra las "difamaciones" que la comunidad de las ONG.
La barrera idiomática tampoco ayudó a tomar verdadera conciencia del problema. Los antiguos kremlinólogos dominaban el ruso. Hoy, el experto promedio en Corea del Norte no puede leer el Rodong Sinmun, el periódico del Partido de los Trabajadores. Su pericia más bien se mide por la cantidad de viajes recientes a Pyongyang. El régimen incluso ayuda a determinar cuáles extranjeros obtienen el estatus de "expertos" al volver a casa.
Permítaseme exponer lo más obvio: Corea del Norte se ha vuelto más beligerante y peligrosa desde que empezó a desmontar la economía planificada en 2002. O para decirlo en forma de ley: cuanto más se parezca la economía de Corea del Norte a la de Corea del Sur, el régimen deberá justificarse más a través de un progreso ostentoso en el frente militar-nuclear. Para los analistas aferrados al pensamiento de la Guerra Fría, de hecho parecía que iba a ocurrir lo contrario. En los países del Bloque Oriental, la apertura de la economía llevó de manera inexorable a la reforma política. Pero un mero cambio económico nunca iba a relajar a este Estado ultranacionalista (del mismo modo que difícilmente un tratado de libre comercio secularice a Irán).
Como si la falacia comunista no fuese lo bastante engañosa, se piensa erróneamente que el régimen se comprometió con el autoabastecimiento. Y se asume que el comercio transfronterizo carcome así el mismísimo núcleo del ortodoxia. No estoy seguro de cuándo comenzó este malentendido. Kim Il-sung a menudo concilió el autoabastecimiento con las importaciones así como las entradas de ayuda extranjera. Los nuevos empresarios del país se consideren tan leales al Estado como todos los demás.
Aunque algunos observadores de Pyongyang fantasean sobre disputas al interior del régimen entre "pragmatistas" e "ideólogos", no hay nada de pragmático en abandonar una ideología que hasta ahora mantuvo una población estable y solidaria. Por supuesto, es agradable tener un PBI en alza. Los llamados a una mayor producción de bienes de consumo y un aumento en los estándares de vida también fueron típicos en la propaganda oficial de Kim Jong-il, mucho antes de que los medios internacionales los interpretaran como señales de vientos de cambio. Pero sea cual sea el progreso que se haga en el frente económico, Corea del Norte debe seguir afirmando su superioridad en términos nacionalistas, presentándose siempre como la más fuerte y la más pura de las dos Coreas.
Esto no significa que la política de priorizar lo militar sirva sólo una función de propaganda local. Pero podemos confiar cuando el régimen dice que no tiene miedo de ser atacado. Si lo tuviera, no prodigaría dinero en efectivo en importaciones lujosas mientras sus soldados raquíticos pasan hambre. Tampoco está gastando miles de millones en armamento con la remota posibilidad de extorsionar a EE. UU. por una suma mayor más adelante. Siempre ha tenido la mira puesta en la amenaza infinitamente mayor que representa el Estado rival.
Esa amenaza no proviene de los militares de Corea del Sur —los cuales desde 1953 nunca han respondido a las agresiones de Pyongyang con alguna fuerza considerable—, sino de la manifiesta falta de interés del público sudcoreano en el culto a la personalidad o en la unificación. El régimen está en lo correcto al creer que no puede sentirse seguro hasta que la península esté unificada bajo su forma de gobierno. Por supuesto, ésta es la "victoria final" que Kim Jong-un y sus medios de comunicación siguen prometiendo audazmente a las masas.
Durante gran parte del reinado de su padre, la obsesión por la unificación ejerció una influencia moderada. Pobre y débil, pero popular entre la izquierda sudcoreana, Corea del Norte pensó que podría lograr mejor su meta a través de la propaganda pan-nacionalista y la subversión que a través de la intimidación manifiesta. Las cosas cambiaron considerablemente en los últimos cinco o seis años. No sólo el programa nuclear ha dado un gran paso adelante. El aliado de Pyongyang, China, está en ascenso. Y al mismo tiempo, el electorado sudcoreano se ha convertido en una población más conservadora de lo que ha sido desde la década del ‘70. La segunda elección sucesiva de un presidente pro-estadounidense fue una decepción amarga para Pyongyang.
Esto bien podría explicar ciertos cambios en la invectiva de Corea del Norte. El año pasado, las amenazas de muerte se lanzaron sobre todo contra el entonces presidente sudcoreano. Su sucesora, Park Geun-hye, recibió pocas en comparación, por razones más léxicas que políticas. Una cosa es decir: "¡Hagan añicos al sucio bastardo!" —uno de los eslóganes favoritos en los horribles carteles del año pasado—, pero los epítetos groseros hacia una mujer son demasiado duros incluso para los estándares de Corea del Norte. El periódico del Partido habló en marzo sobre "no [dejar] un bastardo vivo que firme la rendición". Ya se sabe que no debemos tomar toda esta retórica al pie de la letra, pero los norcoreanos hablan en serio cuando quieren intimidar al Estado enemigo hasta su sumisión.
¿Una locura? No. Aun cuando el interés de la mayoría de los sudcoreanos por sus hermanos del norte menguó desde la primera cumbre inter-coreana en 2000, ellos todavía se identifican mucho más con la raza, o minjok, que con su propio Estado. Millones de personas todavía se proclaman como más legítimas que la otra Corea. El hundimiento de una embarcación naval y el bombardeo de la isla de Yeonpyeong en 2010, cuando Corea del Norte disparó obuses de artillería y mató a cuatro surcoreanos, fueron desdeñados por Corea del Sur como una "mera" violencia entre Estados, al contrario de las atrocidades de Japón en la era colonial que siguen inspirando protestas masivas. El hombre de la calle tiene pocos ánimos de aumentar las tensiones. "Vamos a darles algo de dinero y acabar con esto", es un sentir cada vez más popular. Hasta ahora, la presidente Park indicó que se mantendrá firme. Sin embargo, en la próxima elección hasta los votantes conservadores bien podrían concluir que sus inversiones redituarían más con una administración más contemporizadora.
De cualquier manera, las bravuconadas continuarán. ¿Qué más puede hacer un régimen que prioriza lo militar? No sé cómo puede lidiar mejor EE. UU. con su primer adversario nuclear de extrema derecha, pero dejar de plantearle reformas económicas inspiradas en la lógica de Guerra Fría sería un buen comienzo.
Tal vez el anuncio reciente de Corea del Norte sobre lo que se llamaría Byungjin, o Política "en Tándem" que una el crecimiento económico y el armamento, ayudará a que dejemos de hacernos ilusiones.
Myers es profesor en la Universidad de Dongseo, Corea del Sur, y autor del libro The Cleanest Race (La raza más limpia).