Corea y la utopía de ser una sola
Reunificar el país es una obsesión en el capitalista y pujante lado sur de la península, mientras los reportes dicen que el régimen de Kim Jong-un se resquebraja. Sin embargo, las nuevas generaciones aún no lo ven claro
"La verdadera historia aquí (y ciertamente una que no me dejan contar mis editores porque están más preocupados por el corte de pelo de Kim Jong-un o de qué comió ayer) es que hay un cambio en Corea del Norte que la gente desde afuera no puede percibir: un cambio económico”. La voz del periodista británico radicado en Corea Andrew Salmon sacude un poco la corrección política de la primera tanda de ponencias de la Conferencia Mundial de Periodistas en la tarde de Seúl. Estamos en el piso 31 del edificio de la Asociación de Prensa de Corea del Sur, la institución que invitó hace unas semanas a periodistas de 60 países a adentrarse en los temas que hoy le importan a esta mitad de la única nación dividida que queda en el mundo.
En la primera tanda de conferencias, y en todo el resto del viaje en general, la reunificación siguió siendo tema ya que es la principal razón de que estemos aquí más de 100 periodistas. Es que en el gobierno (que es el que invita junto a la asociación, un gremio que nuclea a más de 10 mil profesionales) la prioridad es que quienes asistimos a encontrarnos con la realidad surcoreana durante siete días entendamos que la reunificación es un sueño pero también una obsesión, un plan a futuro cuya consecuencia será un
jackpot.
Precisamente ese es el concepto que la propia presidenta Park Geun-hye utilizó en su discurso de fin del año pasado para ilustrar la oportunidad que desde hace 70 años (se cumplen en 2015) se le niega al país tras el final de la guerra entre ambas mitades de la nación que acabó con más de 4 millones de muertos. El mismo término usó Na Kyung-won, directora de la Asamblea Nacional de Relaciones Exteriores y Comité de Unificación, en una detallada comparecencia en la que repasó, punto por punto, los pasos que Corea del Sur quiere dar hacia la reunificación que, de todas formas, no tiene una fecha definida.
Para las autoridades de Corea del Sur, la variedad de motivos y razones es tal que el concepto de premio mayor rompe los ojos: la paz entre pueblos, el reencuentro de generaciones que no se ven desde hace más de 50 años, el acceso a Eurasia, los abundantes recursos no explotados del territorio norcoreano, el crecimiento en términos de economía de escala que implicaría sumar 25 millones de personas al mercado interno e incluso -así lo ven- el acceso a mano de obra barata y disciplinada.
Todos estos factores ayudarían a catalizar un estado económico de progreso y desarrollo comprobable en una vuelta por Seúl y alguno de sus barrios con rascacielos, o en una visita a Daegu en la que se inaugura una tercera y moderna línea de monorriel. E incluso en dos días de paseos (con tren bala de regreso incluido) por esa megaciudad de edificios futuristas con balneario incluido llamada Busan, el único bastión no dominado por los norcoreanos en aquella guerra. Estas tres ciudades son motores fundamentales del crecimiento que ha hecho de Corea del Sur la duodécima economía del mundo.
¿Un plan utópico?
Para tener una idea de la compleja relación entre ambas mitades de la península, una paradoja: en la misma fecha en que se conmemoran los 70 años de la separación, ambas coreas celebran también nada menos que la liberación de Japón, país que hasta entonces mantenía soberanía sobre estos territorios.
Ahora bien, el primer problema de la reunificación de Corea es que el proyecto incluye a un territorio de casi igual tamaño que el de Corea del Sur al que bien se podría calificar de “agujero negro geopolítico”. Corea del Norte es, además de una amenaza por sus habituales agresiones, una gran incógnita: ¿estará dispuesto el régimen de Kim Jong-un a negociar los términos de una unificación que contemple su propio desarme nuclear y permitir las maniobras militares conjuntas entre Estados Unidos y Corea del Sur cuando hace días el régimen aplaudió una agresión a un embajador estadounidense? ¿Jugarán a favor de un entendimiento mutuo las potencias intervinientes en la cuestión como Estados Unidos, Rusia y China?
Según el segundo viceministro de Relaciones Exteriores, Cho Tae-yul, en una conferencia sobre las dinámicas geopolíticas en el noreste de Asia y el futuro de la península, hay todavía “un problema de confianza” entre las partes intervinientes desde fuera, lo que complica incluso más el proceso.
Mirada desde afuera, la empresa parece utópica desde todos los ángulos. Desde allí menos, por lo pronto desde al ámbito oficial, donde el mensaje es no desistir. Los medios como el Korea Times también reclaman, en sus páginas de opinión, que la presidenta aproveche cualquier oportunidad para estrechar la mano de los líderes norcoreanos e impulse el diálogo.
Y a pesar de que el contexto no promete demasiado, no se le puede porfiar a la paciencia de un pueblo que en poco más de 60 años ha pasado de ser uno de los países más pobres del mundo a esta potente realidad de la mano de LG, Hyundai, KIA, Posco y, por supuesto, Samsung, todas fruto de un tipo de desarrollo fuertemente orientado por el Estado en sus arranques. Incluso hoy, con sus rascacielos y sus rutinas de trabajo más allá de las ocho horas, todavía parece no poder despegarse de lo que significaba este concepto hace unos 20 o 30 años, pero el crecimiento parece asegurado por varios años más. Prueba de esto también es la pujanza de Corea del Sur en áreas que van más allá de lo económico, como su opulenta industria del entretenimiento. Esta crece a pasos agigantados gracias a la “ola coreana” o hallyu, que ya se mueve entre el K-Pop, las series de televisión y el animé, entre otras disciplinas, y conquista cada vez más mercados incluso alcanzando estas regiones.
Puntos que unen y separan
La separación entre ambas Coreas está signada por la zona desmilitarizada o DMZ, un espacio que encierra varias contradicciones en su propio nombre (se trata de una de las zonas más densamente militarizadas del mundo, y a ambos bandos) y en su llamativo desdoble turístico (ver recuadro). Todo contrasta además con el complejo de Gaeseong, segunda ciudad más grande de Corea del Norte y sede de un complejo industrial en el que 123 empresas de Corea del Sur fabrican, con mano de obra surcoreana y norcoreana, artículos como zapatos o utensilios de cocina. En Gaeseong, el misterio de pasar hacia la oscura Corea del Norte es menos dramático.
“Gaesong no va a crecer ni habrá recolonización en Corea del Norte. Pero sí hay cambio verdadero en la economía de ese país. Ahora, lo que hay allí es capitalismo”, asegura Salmon, quien dice que allí se ven más señales de que el sistema comunista en la república de Kim Jong-un “implotó”.
De hecho, Salmon y otros periodistas que han estado en Pyongyang, y más allá, aseguran que, en la frontera con China, ya no solo se contrabandean alimentos sino también celulares y productos pop de Occidente. A ese mercado se le está sumando la anuencia del gobierno, que está definiendo “zonas especiales económicas” en las que el sistema es esencialmente capitalista. “Ellos están diciendo: ‘Rusia lo hizo, China también, nosotros lo podemos hacer’”. El periodista coreano radicado en Argentina Kyore Beun publicó la semana pasada en Infobae que las nuevas generaciones, llamadas “las del mercado negro, ya no rinden pleitesía a Kim Jong-un, pues “no sienten que deban agradecer nada a un régimen que les dio más bien poco”.
La esperanza, entonces, según periodistas como Salmon, es que Corea del Sur y Estados Unidos levanten las sanciones económicas que mantienen tras las repetidas amenazas de Corea del Norte a lo largo de su historia y que dejen que los hombres de negocios continúen abriendo a un país en el que el hambre está agrietando la rigidez del régimen estalinista.
“La otra opción, y esto es lo que más me preocupa –dice Salmon–, es que Corea del Norte quede tan apretada económicamente que no tenga otra cosa más que negociar parte de su arsenal nuclear a una organización no gubernamental”. En Corea del Sur, por cierto, es difícil ver a alguien tomándose a broma a Kim Jong-un como sí es común en otras partes del mundo.
La opinión de los surcoreanos
La percepción del gobierno viene apoyada al menos por una encuesta presentada el día de la conferencia y realizada por el Instituto Asan ("nos encargamos de predecir cómo será el futuro", dijo su director al presentar a ese
think tank) y el diario más leído de Corea del Sur, el Dong-a Ilbo. El sondeo fue realizado entre mayores de 19 años y entre sus conclusiones generales se señala que buena parte de la población respalda el proceso de reunificación sin importar qué tan largo sea el recorrido que marque la hoja de ruta. Además, según anunciaron allí, la encuesta sitúa a Corea del Norte como el segundo en importancia para Corea del Sur en seguridad (Estados Unidos primero) y el tercero (tras China y EEUU) en temas económicos.
Acerca de cuándo sería posible la reunificación, 27,6% dice que dentro de entre 6 y 10 años. Por otro lado, 6,1% cree que esto no sucederá nunca. Dentro de estos datos alentadores, lo más notorio es lo que sucede en la franja de personas de entre 20 y 30 años: no están de acuerdo con la reunificación.
El dato coincide con lo que la gente joven contesta en la calle: la reunificación quizá sea una obsesión de la gente mayor pero en todo caso, no suya. Ellos ven a sus “coterráneos” como personas de otra realidad, que ni siquiera hablan ya el mismo coreano que ellos. Una guía turística nos dice que en Corea del Norte, por ejemplo, no se permiten los anglicismos y se inventan nuevas palabras para reemplazarlos. “Nos da pena que vivan como viven, pero no sabemos qué pasaría con la Corea en la que vivimos hoy si nos unificáramos”, explica la guía.
La noción de que más que una nación dividida, Corea son dos países separados con gente que tiene cada vez menos en común es lo que hace que todo parezca un sueño lejano más importante para a los padres, los abuelos y para un gobierno que, de todos modos, no se resigna a perseguir la unión como llave a un futuro mejor. Como si el destino señalara que, inexorablemente, Corea dejará algún día de ser una nación partida al medio en el paralelo 38.
Souvenirs y bromas camino a la DMZ
“Ahora pueden caminar libremente por la Corea del Sur libre o pasar al otro lado de esta mesa y caminar por la comunista Corea del Norte a su propio riesgo”, dice el militar encargado de hacer la recorrida con periodistas por la zona, obviamente a tono de broma, mientras nos movemos por esa oficina de negociaciones entre ambas mitades de la península ya casi en desuso. El soldado da permiso para que la gente se saque fotos con sus colegas de servicio, que permanecen inmóviles. Estamos en Panmunjom o “tierra del medio”, la región que separa, dos kilómetros hacia Corea del Norte y dos hacia Corea del Sur. Afuera, cinco soldados en posición de ataque, pero sin armas, se miran de frente con uno en la puerta de un edificio al otro lado, en Corea del Norte, que cada tanto se esconde tras una columna.
“Es un destino tranquilo”, dice el capitán Agee, destacado recientemente en la zona, a la periodista de El Mundo Rocío Galván. Agee acompañó al grupo de periodistas que recorre la tienda de regalos que está apenas a unas cuadras del cruce fronterizo. Allí se pueden comprar brazaletes como los que usan los soldados de las fuerzas conjuntas (JSA), parafernalia militar, imanes que recrean a los soldados en posición de ataque que miran hacia Corea del Norte en la DMZ e incluso otros souvenirs típicos de Corea del Sur que nada tienen que ver con el paso fronterizo. En esas tiendas o en las de kilómetros atrás, donde hasta hay una plaza de comidas con mirador, se pueden incluso adquirir pedazos de alambres de púa que, según reza el packaging, prestaron servicio en alguna parte del cruce fronterizo. Cada pieza vale unos 15 mil wons, aproximadamente US$ 15.
Esa zona que precede a la densamente vigilada entrada a la DMZ tiene un parque de atracciones para niños en el que uno puede subirse a un pequeño tren que bordea una plazoleta enmarcada por banderas de Corea del Sur y Estados Unidos.
La sensación por lo menos extraña de estar lo más cerca posible del país más hermético del mundo se enrarece aun más cuando vemos a Gijeongdong, la primera villa de Corea del Norte, y desde donde se puede ver flamear la bandera de la nación que gobierna Kim Jong-un. A pesar de que la posición oficial de Corea del Norte es que en esa villa trabajan unas 200 familias, basta mirar de cerca con unos binoculares para ver que el movimiento allí es el de un pueblo fantasma.
Al pie del mirador se pueden ver los puestos de vigilancia o
checkpoints de cada país, llamativamente cercanos entre sí. Ante la pregunta de si alguna vez hablan entre ellos los soldados que están en esas posiciones o los que están enfrentados, Agee explicó que hay una línea telefónica pero que Corea del Norte no la contesta desde hace siete años. “De todas formas –comenta Agee–, siempre les anunciamos de alguna manera nuestros movimientos, aunque sea por altoparlantes”.
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