parte 1
Aquí esta entonces lo prometido: esta nota fue publicada en la revista DeySeg nº46 Nov-Dic 2008 (pag 26 a 29) y esta firmada por Lucio Falcone
¿Qué hacer?
No hay sustituto para la victoria. Tampoco para la derrota. Por eso mismo, una fuerza armada que ha sido derrotada solo puede redimirse con una nueva victoria.
Pero la victoria es una hija caprichosa del destino, aunque -alegan los expertos- se siente más cómoda en los brazos de los audaces y los perseverantes. Lo que implica, que si uno ha sido derrotado, sólo puede superar esta condición si quiere hacerlo. Vale decir si uno tiene intacta su voluntad de lucha. Esta voluntad, en el caso de las fuerzas armadas, tiende a expresarse materialmente en un proceso transformador -a veces casi revolucionario- que las lleva a superarse a si mismas. Acreditada la voluntad de cambio, el siguiente paso es por dónde comenzar.
Vladimir Ilich Uliánov, mejor conocido como Lenin, en los prolegómenos de la Revolución Bolchevique se preguntaba, justamente eso: ¿Qué hacer? Su principal conclusión fue que para dirigir la revolución era necesario formar una vanguardia que pudiera guiar al proletariado, por el camino que no estaba -precisamente- dispuesto a seguir, el de la revolución.
A partir de la derrota sufrida por las fuerzas armadas argentinas en el Conflicto por las Islas del Atlántico Sur se inició un fructífero proceso de transformación. La vanguardia de este cambio la constituyeron los veteranos de Malvinas, especialmente los que habían servido como jefes de unidad en las islas. Cuando estos jefes llegaron a los puestos superiores de sus respectivas Fuerzas tomaron decisiones importantes y variadas. No querían volver a rendirse otra vez. Algunos fueron trascendentes; tales como: reconocer los abusos de la represión y la decisión de participar en misiones de paz. Otras eran lecciones aprendidas, como la de impulsar la acción conjunta. Otras, tenían por objeto común restablecer el orgullo perdido, como jerarquizar el rol de los suboficiales y el adoptar nuevos uniformes de aspecto mas combativo.
Lamentablemente las transformaciones iniciadas no fructificaron adecuadamente. Es más, recientemente, lejos de avanzar, podemos afirmar que se ha iniciado una regresión hacia formas doctrinarias, que si bien dieron sus resultados décadas atrás, hoy carecen de sentido. Por ejemplo, se volvió a la estética militar de los 70, con la imposición del uniforme de combate verde oliva. También, se cayó en el absurdo de la denominada “guerra de desgaste”. Un verdadero dislate que hasta pasó por alto nuestra forma sanmartiniana de hacer la guerra [1]. A la par se pretendió reactivar la industria nacional militar bajo los modelos de Salvio y Mosconi. Sin quitarle el valor que estos últimos emprendimientos puedan haber tenido en su momento. Vivimos hoy una realidad nacional y global muy diferente. Pero, como si esto fuera poco, los cambios regresivos han estado teñidos de serias irregularidades administrativas.
Hoy como ayer nos preguntamos ¿Qué hacer? Antes de contestar concretamente ese interrogante es necesario delimitar el problema. En primer lugar las fuerzas armadas tienen un problema de sentido, vale decir no saben muy bien para que están. Luego, adolecen de problemas graves de reclutamiento y su sistema educativo ha sufrido sucesivas reformas sin que se perciba un sentido claro. Siguen, en importancia, una doctrina de empleo poco realista que no contempla una verdadera acción conjunta ni tiene en cuenta los escenarios reales y probables para su empleo. Y finaliza, con una el estructura y un equipamiento obsoletos.
El problema de las misiones
Hoy hay un espectro que deambula por las oficinas del Ministerio de Defensa y de los Estados Mayores Generales: que hacer con el denominado “instrumento militar”. Lamentablemente, ninguno de estos organismos parece haber atinado con una respuesta adecuada.
Lo que ocurre es que las fuerzas armadas están anémicas de sentido porque carecen de una finalidad que las justifique ante una sociedad que tiende, cada vez más, a considerarlas irrelevantes. Años atrás, el filósofo español Ortega y Gasset, indagó sobre el problema de las misiones. Para él, todas las instituciones se rigen por su finalidad. Las que no tiene una definida son descartadas. Las fuerzas militares de un Estado no escapan a esta premisa; por lo tanto deben adaptarse para sobrevivir.
¿Cómo pueden superar esta impotencia? Muy sencillo. Haciendo algo útil para la sociedad que las cobija. Por ejemplo ¿Resulta lógico mantener ociosa las capacidades de ingenieros, de transporte y de sanidad militar -solo por mencionar a algunas- en un país con tantas falencias estructurales? ¿No seria más beneficioso aprovecharlas? Por supuesto, no se trata de competir con las empresas privadas sino emplearlas en zonas marginales y alejadas donde la rentabilidad sea nula o escasa. Con ello se cumpliría una doble finalidad: mantener activa a una costosa infraestructura bélica; que se beneficiaria con este uso dual; y por el otro, se prestarían servicios concretos a las poblaciones mas necesitadas del país.
Por su parte, en el plano internacional ya hemos sostenido antes que la guerra convencional se ha extinguido a si misma, por lo tanto prepararse para ella es condenarse a la insignificancia. Hay que buscar otros horizontes. Horizontes, que por otra parte, son bastante evidentes si miramos en las pantallas de cualquier noticiero internacional. Las misiones de paz se imponen como incuestionables por varias razones. Primero, son “políticamente correctas” y le permiten al país desempeñar un rol internacional superior a su peso estratégico específico. Segundo, facilitan la capacitación a los integrantes de las fuerzas en operaciones reales. A la par, que consienten que sus participantes aumentan su magra soldad. Finalmente, el sistema de pago de reintegros ONU permite, incluso, renovar parte del equipamiento militar empleado.
Hombres, ideas, equipamiento
Como para cualquier otra organización humana, las FFAA, lo más importante que poseen son su personal, seguido por las ideas, vale decir la denominada cultura que gobierna dicha organización; y finalmente por el hardware con que están equipados.
Hablar de personas es hablar, inevitablemente, de los cambios que produce en ellos la educación. Y hacerlo de la educación militar es hacerlo sobre sus fines. En este sentido, la militar no puede tener otra finalidad particular que no se la preparación para la guerra, que es su razón propia. Valga esta salvedad para diferenciar a ella de otras administraciones civiles con las que se la ha querido equiparar.
La guerra es un “negocio” totalmente distinto a cualquier otro. Su especificidad se basa en el hecho inusual de que preparará a res humanos para combatir -hasta la muerte- contra otros semejantes. No hay deporte, por extremo que sea, o ciencia por dura que se le acerque. Un militar es primeramente un guerrero, no un administrador. Esto se debe tener en cuenta cuando se pretende “civilizar” inadecuadamente a la educación militar.
Obviamente que, cuando hablamos de guerra no lo hacemos en los estrechos moldes de la concepción tradicional. Hoy hacer la guerra puede incluir cosas tan poco bélicas como repartir ayuda humanitaria o mediar en un conflicto étnico. Además, las crisis -en sus más variadas formas- han desplazado a los conflictos internacionales tradicionales como la guerra clásica. Antes un país iba a la guerra sólo con sus vecinos. Luego de años de amargas disputas se iban a las manos, tras haber movilizado sus tropas y haber cumplido con otros rituales. Hoy, las crisis internas y externas estallan de la noche a la mañana y no dejan tiempos para rendez vous del pasado. Paralelamente, las -cada vez más notorias- alteraciones climáticas sólo pueden augurar catástrofes naturales, cada vez más frecuentes y de una escala mayor.
Por su parte, el actual sistema educativo de las fuerzas armadas se remonta filosóficamente al modelo clausewitziano. Este modelo se basa en fuerzas conformadas por masas de soldados conscriptos dirigidas por cuadros profesionales formados en institutos militares especiales. Con los oficiales como el único elemento dirigente y los suboficiales como los auxiliares semiletrados de los primeros. Todos entrenados para enfrentar a otra fuerza similar en el marco de un conflicto interestatal regional.
Hoy debemos preparar por igual a soldados, suboficiales y oficiales. Aunque con responsabilidades distintas, los conflictos modernos exigen que todos tengan la capacidad para asumir las funciones de conducción. La naturaleza anárquica y descentralizada de las crisis y de los conflictos modernos así lo impone. Vale decir que todos, no unos pocos, tienen que saber pensar y actuar en consecuencia. Desde hace varios años que los soldados son voluntarios y pasan varios años incorporados capacitándose. Ergo, los suboficiales y los oficiales no pueden ser formados en cajas de cristal que son sus respectivos colegios. Donde, por un lado se han incrementado las exigencias académicas; pero la instrucción militar sigue siendo de baja calidad ya que la imparten los propios cadetes sin experiencia militar.
Como primera medida, todo aspirante a integrar los cuadros de las fuerzas armadas, deberán pasar un año incorporados como soldado voluntario en la guarnición más próxima a su domicilio. Con ello se solucionarán varios problemas entre prácticos y teóricos. A la par de “democratizar” y homogeneizar a los integrantes de las fuerzas superando las dialécticas poco útiles. Luego, deberán completar su formación académica y militar en los respectivos institutos o en instituciones educativas civiles, pero ya estarán en posesión de un ethos común. El último año de dichos institutos sería conveniente que fuera de carácter conjunto.
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La estructura: ¿Divisiones, cuerpos o brigadas?
La actual estructura, también, esta diseñada para librar una guerra convencional contra un oponente regional. Su estructura orgánica se remonta al ideal napoleónico de cuerpos que apoyan a las brigadas que combaten [2]. El escenario típico de este paradigma fue la movilización de 1978 que demandó casi un año para estar medianamente lista. Hoy, las crisis y los conflictos que han reemplazado a la guerra convencional, no otorga meses, sino unos pocos días para comenzar a actuar. Ya la lejanía y situación insular de Malvinas hizo que este esquema no funcionara y que las brigadas desplegadas no fueran convenientemente apoyadas con las consecuencias que todos conocemos.
Esto no va más. No es necesario reinventar la división como pretende el proyecto PEA 2025 del Ejercito Argentino. Tampoco la solución es reforzar logísticamente a nuestras brigadas. Lo que hoy buscan los sistemas de defensa modernos es mejorar su capacidad para proyectarse estratégicamente. Cuando hablamos de estratégico no solo hacemos referencia a un escenario internacional. Como un país con dimensiones como la Argentina, aun un movimiento interno, puede tener características “estratégicas”. Ello impone, por un lado, disponer de medios de transporte de largo alcance, tanto navales como aéreos. Y por el otro, tener unidades terrestres ligeras y potentes. Que puedan ser rápidamente alistadas y transportadas a su lugar de despliegue.
En este último sentido, la unidad básica a desplegar no puede ser otra que la brigada. Ya que es el equipo de armas combinadas que tiene los medios y la capacidad para enfrentar en forma independiente cualquier situación de crisis y/o de conflicto. Su apoyo logístico debe ser rediseñado, no en base al antiguo concepto de cuerpo de ejército, sino a estructuras logísticas que sean más ligeras y más transportables; pero que tengan la capacidad para adquirir medios de subsistencia desplegados bajo la figura del autoabastecimiento [3].
Los comandos de cuerpo de ejército deben ser reemplazados por comandos de planeamiento conjunto regional que tengan a su cargo el planeamiento del apoyo a las poblaciones civiles de su jurisdicción ante la ocurrencia de los desastres naturales más comunes. En forma paralela, deberán crearse otros comandos conjuntos “funcionales” con misiones no territoriales. Tales como, el de transporte, el de operaciones de paz, el antártico, el de fuerzas especiales, etc. para hacerse cargo de tareas específicas no asignadas a otro comando.
El equipamiento: ¿producir o comprar?
Ya hemos dicho que los conflictos del futuro serán librados, básicamente, por hombres equipados con armas sencillas. Es más, la capacidad de los diferentes sistemas de armas para intervenir en ellos será inversamente proporcional a su complejidad. Por ejemplo, será dudosa la utilización de un caza de superioridad aérea, no así la de un avión de transporte. Por lo tanto, no hay que pensar en comprar o producir equipos sofisticados; ya que no tendremos oponentes contra quien usarlos. Sin embargo, es muy cierto que hay equipos básicos que han alcanzado el nivel de obsolescencia en las tres fuerzas. Las fuerzas terrestres no tienen camiones que giren, frenen y doblen; ni las aéreas aeronaves que vuelen; ni las navales buques que naveguen sin sufrir un desperfecto serio.
Estos equipos básicos deben ser reemplazados siguiendo un criterio práctico. Vale decir que no hay que ponerse a inventar lo que ya esta inventado. Nadie, ni aun los países con más recursos desarrollan lo que pueden comprar en el mercado civil a un costo mucho menor. Muchas veces un producto rugged (endurecido) cumple acabadamente con su cometido aunque no cumpla con las exigentes normas MIL-STD [4]. Por otro lado, en lo militar -también- existe un interesante mercado del usado. Recuerdo haber visto a un mayor de las Fuerzas de Defensa de Israel comprando lotes de Humvee usados en EEUU. Me dijo que su país -dicho sea de paso estaba siendo duramente castigado en el Líbano- no podía afrontar en precio de uno nuevo. A mis amigos que pretenden lo contrario, les digo que las FFAA no son un elemento de promoción industrial. Están para ganar guerras y para eso hay que estar bien equipado.
Otro rubro a invertir son los gadgets que solucionan viejos problemas militares, tales como navegadores satelitales, visores nocturnos, etc. Mención especial merecen las comunicaciones. Sin ellas no hay conducción. Deben comprarse radios modernas de uso conjunto. Vale decir que un infante de marina le pueda pedir apoyo de fuego aéreo a un helicóptero de ataque del ejército, que a su vez esté siendo escoltado por aviones de la Fuerza Aérea.
Puede parecer una nimiedad, pero no lo es. Lo primero es vestirse bien. Hay que adoptar un uniforme de combate y un dibujo de camuflaje común para las tres fuerzas. Además, hay que adquirir prendas de abrigo y borceguíes con tecnología Gore-tex [5]- la sola mención de los episodios de pie de trinchera durante el Conflicto Malvinas debería ser fundamento suficiente para su adquisición. Ni que hablar de un fusil de asalto común. Es ridículo que hoy la IMARA tenga un fusil con calibre distinto al del EA; cuanto que operan fuerzas conjuntas en diversas misiones de paz.
Lógica civil, gramática militar
Ya lo decía Clausewitz, lo militar no tiene su lógica -que es civil-; pero si una gramática propia. A esas alturas nadie pone en duda la necesidad del control civil sobre las fuerzas armadas. Sin embargo, como ya lo hemos explicado en otros artículos, ese control debe respetar la constitución profesional del estamento militar. A nadie le sirven unas fuerzas militares “domesticadas”; pero que hayan perdido su moral de combate.
Todas las culturas, aun las más pacifistas, respetan en sus hombres y mujeres de armas un ethos particular. Parecería ser que las formas en que los ejércitos han reclutado y entrenado a sus hombres -y hoy a sus mujeres- para el combate no ha variado excesivamente. Por citar un caso, un recluta del Cuerpo de Marines de los EEUU, no tiene muchos mas derechos que los que tenía un hoplita espartano cinco siglos antes de Cristo. Probablemente, los procedimientos más antiguos -como nos cuenta la crónica histórica- eran más brutales que los actuales. Pero su finalidad era, básicamente, la misma: cohesionar a un grupo de hombres para enfrentarse a las fricciones e incomodidades que plantea el combate.
No hay que confundir. Que la autoridad de un sargento tiene sobre su grupo de tiradores no sea democrática -simplemente porque no puede serlo- no implica que él y sus subordinados no puedan vivir civilizadamente en unas sociedad plural. Tampoco, es cierto que un general complaciente con el poder político, será la mejor elección a la hora de enfrentar en serio una crisis o un conflicto militar.
Colofón
Hoy los conductores de las fuerzas armadas y sus mandantes civiles se deberían interrogar como Lenin qué es lo que tienen que hacer para salir de la situación de absoluta incomodidad institucional en la que se encuentran. A ellos, se les abre un dilema de hierro: una verdadera transformación o la condena hacia una total irrelevancia institucional.
[1] El prepararse para la denominada “guerra de desgaste”, un eufemismo para las guerras de liberación nacional propugnada entre otros por Mao Zedong, implicaría cambios radicales no sólo en las FFAA, sino en la propia sociedad argentina. Por ejemplo, esta teoría propugna una resistencia total ante un posible invasor con capacidades militares superiores. En consecuencia, la distinción FFAA-pueblo debe desaparecer; para organizar milicias locales que hostiguen al invasor hasta desgastarlo. Ante este cuadro de situación carece de sentido tener FFAA regulares -como las actuales-; en su lugar habría que reemplazarlas por una FFAA que sirvan de encuadramiento a un sistema de milicias con movilización total de la población civil; tal como -entre otros- lo tiene la República Popular China y la Federación Suiza.
[2] la brigada es un equipo de armas combinada (infantería, caballería, artillería, ingenieros y comunicaciones) que incluye todo lo necesario para combatir en forma independiente. Sin embargo, no posee una gran capacidad logística, por lo que debe ser apoyada en forma permanente por un cuerpo de ejército. Por su parte, la división comanda a varias brigadas, aunque tampoco tiene una gran capacidad logística. Históricamente, su existencia se ha justificado en los países que la poseen por ser la mínima agrupación nacional en operaciones internacionales. Tal como ocurrió durante la 2da Guerra Mundial y mas recientemente, durante la 1ra Guerra del Golfo. El cuerpo de ejercito tiene a su cargo librar la batalla; por lo que posee las herramientas tácticas (artillería de largo alcance, aviación táctica, fuerzas especiales, etc.) y logísticas para prepararla y darle profundidad al campo de combate
[3] un posible modelo es el Jefe de Contingente Uruguayo de la MINUSTAH. Un coronel con un estado mayor reducido, pero con plata para comprar los insumos que su contingente necesita en el lugar o en las proximidades. Nuestro anacrónico sistema, por su parte, exige que todo sea llevado hasta Haití desde la Argentina, desde los repuestos para las 8 líneas de vehículos existentes hasta el papel higiénico, con el consiguiente costo de transporte.
[4] Normas fijadas por el Departamento de Defensa de los EEUU para las adquisiciones de equipo militar. El sistema, comúnmente llamado MIL-STD, o MIL-SPEC, busca la estandarización del equipamiento militar mediante componentes que puedan ser interoperables y que satisfagan rígidas normas de construcción.
[5] Es una tela totalmente impermeable, pero que permite la respiración y la transpiración. Evitando con ello que el que la usa se moje en su propia transpiración. Con ella se fabrican todo tipo de prendas, tanto de uso civil como militar.-
Hasta aquí la nota, me he visto tentado a editarla o agregarle comentarios personales, pero decidí respetar al arriba firmante… o mejor dicho, darle una tregua, ahora: ¡FUEGO LIBRE!