Hola gente, aquí les acerco una joya periodística de un conocido corresponsal de guerra, Vicente Talon, alguien que ha recorrido medio mundo, pero que ha puntualizado y exteriorizado su análisis sobre el delicado, terrible, y, porquè no, èpico destino del pueblo palestino. En lo que a mì concierne, es uno de los artículos mejor logrados sobre el conflicto palestino-israelí; en especial, la visión cuasi paradojal de un instante, aquellos inicios de la lucha armada, luego guerra de guerrilla de un pueblo con necesidades y ansias de libertad ante un Ejército israelí imparable, con aliados tan poderosos como sostenibles. De algún modo aquella promesa siempre incumplida nos lleva a las imágenes de hoy, la misma lucha, los mismos métodos (por ambas partes...), pero con el condimento actual de una infernal parafernalia de equipamiento bélico, comunicacional que nos lleva siempre al mismo tema: Medio Oriente...
La ocupación, por Israel, del Líbano meridional y el establecimiento en esa zona, al compás de la retirada hebrea, de soldados del cuerpo de pacificación de la ONU, señala uno de los momentos más dramáticos en la historia de la guerrilla palestina. Sin posibilidades de operar desde Jordania, ni desde Siria, y, mucho menos, desde Egipto, a los fedayin se les ha privado del último asentamiento seguro con el que contaban para llevar adelante su imposible lucha contra Israel. De ahora en adelante, procurarse objetivos en el Estado hebreo será una tarea poco menos que épica en razón de que se lo impedirá, por un lado, el propio ejército libanés, en trance de reconstitución, y , por otro, los cascos azules así como las milicias cristianas que, apoyadas por los judíos, dominan grandes sectores del Líbano meridional.
El drama del pueblo palestino resulta tan viejo y tan conocido que es innecesario ahondar en sus orígenes. Basta con decir que como consecuencia de uno de los tantos tejemanejes de la política imperial inglesa – tejemanejes que se rubricarían sangrientamente en el Indostán, en Nigeria, en Chipre y en otros lugares -, Palestina fue entregada, por obra y gracia de la Declaración Balfour, a los sionistas quienes, desde el principio, aplicaron una clara política excluyente basada en el principio de querer la tierra de los árabes... sin los árabes. En 1948 la inminente retirada de los ingleses y las pasiones provocadas por el plan de partición de Palestina, dio origen a una guerra terrible en el curso de la cual los judíos, que contaban con una mejor preparación bélica, fruto de la reciente participación de muchos de ellos en los frentes de la II Guerra Mundial, lograron imponerse a sus enemigos árabes.
El resultado de la contienda fue la ocupación por los sionistas de enormes zonas de la Palestina asignada a los árabes, quedando tan sólo fuera de su dominio la franja de Gaza, que pasó bajo el control de Egipto, y la Cisjordania, de la que se apoderó la Monarquía hachemita. Por otra parte, respondiendo a la política de terror impuesta por las organizaciones armadas judías – recordemos Deir Yassin -, millares de palestinos tuvieron que huir a los países vecinos dando origen al triste espectáculo de los campamentos de refugiados. Durante décadas, imposibilitados de ser absorbidos por sociedades ellas mismas subdesarrolladas y menesterosas, estos hombres, mujeres y niños vivieron - y viven – en míseras ciudades de lona o en barracas, expuestos al crudo clima de la región – inviernos helados y veranos caniculares - , resignados a una alimentación de mera subsistencia.
El drama de los palestinos afectó profundamente a los pueblos árabes de la región para los que la revancha, por lo ocurrido en 1948, sólo podía llegar por un camino: la destrucción militar de la entidad sionista. La guerra de 1956, en el curso de la cual los israelíes se apoderaron fácilmente de toda la península del Sinaí, mientras que los ingleses y los franceses tomaban la zona del Canal de Suez, debió haberles servido a los árabes de referencia sobre la superioridad militar del Estado hebreo. Sin embargo, el hecho de que las tres potencias agresoras tuvieron que batirse en retirada, al ser presionadas políticamente por los Estados Unidos y la Unión Soviética, así como el carácter tripartito del ataque contra Egipto, contribuyeron a fomentar la idea – errónea por supuesto – de que las cosas no eran tan graves y que Israel, en solitario, no podría resistir al acoso árabe.
Durante la década que siguió a la contienda de 1956, la teoría de que había que darle una solución militar – y convencional – a la disputa se impuso. Por esa razón los palestinos tuvieron que convertirse en mudos espectadores de su propia tragedia ya que todos sus intentos por organizarse en guerrilla y atacar dentro de Israel fueron reprimidos, por lo general de un modo cruel, por todos los Estados fronterizos. Tan solo Siria, tras la toma del poder por los baasistas duros de la línea de Nuredin El Atassi, toleró que los fedayin actuaran aunque debían hacerlo, en la mayor parte de los casos, a través de territorio jordano. Bien pronto los aguijonazos de la guerrilla se hicieron sentir con lo que el ejército israelí, para el que la represalia inmediata y desproporcionada ha constituido siempre una regla de oro, entró en acción. Contra Siria se actuó planteando una batalla, en los cielos de Damasco, en el curso de la cual la aviación siria sufrió severas pérdidas. Y contra Jordania, que hacía todo lo posible por impedir las infiltraciones de los comandos, se concretó el famoso raid contra Samu; una aldea cuyas casas fueron demolidas, piedra por piedra, en razón de que desde ella habían partido un grupo de guerrilleros. Durante este último acontecimiento (noviembre de 1966), yo me encontraba en Amman y pude trasladarme a Samu de inmediato recogiendo, sobre el terreno, un balance estremecedor de la contundencia e implacabilidad con la que habían actuado los israelíes.
La obstinación de los sirios en seguir apoyando a la guerrilla y la postura cada vez más belicosa de Israel inclinaron al presidente Nasser a considerar que había llegado la hora de medir las armas con el viejo enemigo. Creyendo que el factor numérico inclinaba las opciones a su favor y sin tener en cuenta el foso tecnológico existente entre Israel, país de extracción europea, y los árabes, enfrentados a un lento y difícil proceso de desarrollo, todavía hoy muy primario, el rais egipcio hizo tronar los tambores de Marte. Y un día – el 6 de junio de 1967 -, de un seco y bien meditado golpetazo, la aviación judía redujo a escombros el potencial árabe en tres frentes distintos. Cuando desde el sótano del hotel El Nil, en donde me había refugiado al sonar las sirenas de alarma cairotas, escuché a un locutor histérico hablar de enormes pérdidas hebreas y de un avance celérico de las tropas árabes hacia Tel Aviv, creí que Nasser había estado en lo cierto. Pero momentos más tarde, cuando en plena calle me sorprendió otra alarma y mirando hacia lo alto pude ver las siluetas de varios Mirage, que no parecían tomarse demasiados cuidados al sobrevolar la capital egipcia, me di cuenta de que todo había fracasado; de que, una vez más, Israel vencía.
POR PRIMERA VEZ LUZ VERDE:
La humillante derrota sufrida por los ejércitos regulares árabes significó un trauma para los gobernantes de ese meridiano. Ellos, con sus cientos de miles de hombres, con sus enormes masas de carros y con sus aviones, no habían podido imponerse a un enemigo notablemente inferior, sobre el plano cuantitativo. ¿Qué hacer? La respuesta la dieron los propios palestinos proponiendo el recurso que les era más caro y conocido: la guerrilla. Una guerrilla como la que había llevado a la expulsión de los ingleses en Chipre y a la de los franceses de Argelia. Una guerrilla como la que angustiaba los días y las noches de los norteamericanos presos en la ciénaga de Vietnam.
Todavía estaban echando las campanas al vuelo en Israel, por su victoria, cuando los comandos volvieron a golpear. A los oficiales de Prensa del ejército hebreo les resultaba muy difícil explicarnos a los periodistas, a la sazón acreditados en Tel Aviv, cómo se conjugaba su afirmación de que esta guerra es la definitiva, con los ataques y atentados que tenían lugar por doquier. Recuerdo que cierto día, al pasar por Gaza, camino de la rivera oriental del canal de Suez, el oficial que nos acompañaba comentó: “Los habitantes de Gaza se sienten liberados de la presencia egipcia. Con los egipcios no podían ni moverse, pese a ser palestinos. Ahora, en cambio, gozan de gran libertad y por eso no nos crean problemas.”
Cuando al día siguiente volvimos a Gaza, de regreso a Tel Aviv, fue necesario perder dos horas esperando autorización para atravesar el lugar. Como supimos al poco, una granada arrojada contra un camión de las fuerzas ocupantes, por alguno de los felices y liberados habitantes de Gaza, había causado dos muertos y varios heridos.
Contando con la inagotable cantera proporcionada por los campamentos de refugiados y con las ayudas materiales y morales de un cierto número de países árabes, los fedayin le amargaron a Israel el fruto de su triunfo. No es posible hacerse eco aquí de la complicada madeja de ataques palestinos y de represalias israelíes que se sucedieron a lo largo de un tenso período.
Pero sí que resulta necesario hablar de una represalia determinada: la que tomó como objetivo a la aldea-campamento de Karameh. El 21 de marzo de 1968 Israel emprendió – con la aviación, artillería, carros e infantería – la mayor de sus operaciones de castigo tomando como blanco el lugar de Karameh; un punto cercano al río Jordán que era considerado como la base principal del movimiento guerrillero Al Fatah. La operación incluyó el envío de una unidad helitransportada a las colinas situadas al este de Karameh, con objeto de impedir la huída de los fedayin, así como el envío de refuerzos por parte del ejército jordano. La lucha fue terrible y aunque los israelíes confesaron haber sufrido 29 muertos y 70 heridos, no cabe la menor duda de que sus bajas fueron superiores. Además, no consiguieron que los palestinos cejasen en su resistencia y debieron retirarse, de mala manera, dejando tras de sí carros, camiones e incluso – lo que carecía de precedente – un muerto.
Reunión Nixon,Rabin,Kissinger,Dayan un 14 de diciembre de 1968...
Llegado a Karameh, nombre que significa Dignidad, a los pocos días de la batalla, y no sin haber pasado por el trance de un bombardeo de la aviación israelí a las puertas de Amman, no sólo me sorprendieron los despojos materiales israelíes sobre el campo de batalla, que nunca hasta la fecha había visto, sino, también, la enorme moral de los palestinos que por vez primera, desde 1948, habían podido enfrentarse directamente, en una batalla abierta, a los israelíes. No me extrañó, pues, enterarme algún tiempo después de que los efectivos de Al Fatah subieron de dos mil a quince mil, en sólo tres meses, como consecuencia de lo sucedido en Karameh.
1º Parte
Estimados saludos festivos!
Continuará...
LA GUERRILLA PALESTINA EN LA ENCRUCIJADA
Por Vicente Talon
(Corresponsal de Defensa Internacional)
Julio 1978
Por Vicente Talon
(Corresponsal de Defensa Internacional)
Julio 1978
La ocupación, por Israel, del Líbano meridional y el establecimiento en esa zona, al compás de la retirada hebrea, de soldados del cuerpo de pacificación de la ONU, señala uno de los momentos más dramáticos en la historia de la guerrilla palestina. Sin posibilidades de operar desde Jordania, ni desde Siria, y, mucho menos, desde Egipto, a los fedayin se les ha privado del último asentamiento seguro con el que contaban para llevar adelante su imposible lucha contra Israel. De ahora en adelante, procurarse objetivos en el Estado hebreo será una tarea poco menos que épica en razón de que se lo impedirá, por un lado, el propio ejército libanés, en trance de reconstitución, y , por otro, los cascos azules así como las milicias cristianas que, apoyadas por los judíos, dominan grandes sectores del Líbano meridional.
El drama del pueblo palestino resulta tan viejo y tan conocido que es innecesario ahondar en sus orígenes. Basta con decir que como consecuencia de uno de los tantos tejemanejes de la política imperial inglesa – tejemanejes que se rubricarían sangrientamente en el Indostán, en Nigeria, en Chipre y en otros lugares -, Palestina fue entregada, por obra y gracia de la Declaración Balfour, a los sionistas quienes, desde el principio, aplicaron una clara política excluyente basada en el principio de querer la tierra de los árabes... sin los árabes. En 1948 la inminente retirada de los ingleses y las pasiones provocadas por el plan de partición de Palestina, dio origen a una guerra terrible en el curso de la cual los judíos, que contaban con una mejor preparación bélica, fruto de la reciente participación de muchos de ellos en los frentes de la II Guerra Mundial, lograron imponerse a sus enemigos árabes.
El resultado de la contienda fue la ocupación por los sionistas de enormes zonas de la Palestina asignada a los árabes, quedando tan sólo fuera de su dominio la franja de Gaza, que pasó bajo el control de Egipto, y la Cisjordania, de la que se apoderó la Monarquía hachemita. Por otra parte, respondiendo a la política de terror impuesta por las organizaciones armadas judías – recordemos Deir Yassin -, millares de palestinos tuvieron que huir a los países vecinos dando origen al triste espectáculo de los campamentos de refugiados. Durante décadas, imposibilitados de ser absorbidos por sociedades ellas mismas subdesarrolladas y menesterosas, estos hombres, mujeres y niños vivieron - y viven – en míseras ciudades de lona o en barracas, expuestos al crudo clima de la región – inviernos helados y veranos caniculares - , resignados a una alimentación de mera subsistencia.
El drama de los palestinos afectó profundamente a los pueblos árabes de la región para los que la revancha, por lo ocurrido en 1948, sólo podía llegar por un camino: la destrucción militar de la entidad sionista. La guerra de 1956, en el curso de la cual los israelíes se apoderaron fácilmente de toda la península del Sinaí, mientras que los ingleses y los franceses tomaban la zona del Canal de Suez, debió haberles servido a los árabes de referencia sobre la superioridad militar del Estado hebreo. Sin embargo, el hecho de que las tres potencias agresoras tuvieron que batirse en retirada, al ser presionadas políticamente por los Estados Unidos y la Unión Soviética, así como el carácter tripartito del ataque contra Egipto, contribuyeron a fomentar la idea – errónea por supuesto – de que las cosas no eran tan graves y que Israel, en solitario, no podría resistir al acoso árabe.
Durante la década que siguió a la contienda de 1956, la teoría de que había que darle una solución militar – y convencional – a la disputa se impuso. Por esa razón los palestinos tuvieron que convertirse en mudos espectadores de su propia tragedia ya que todos sus intentos por organizarse en guerrilla y atacar dentro de Israel fueron reprimidos, por lo general de un modo cruel, por todos los Estados fronterizos. Tan solo Siria, tras la toma del poder por los baasistas duros de la línea de Nuredin El Atassi, toleró que los fedayin actuaran aunque debían hacerlo, en la mayor parte de los casos, a través de territorio jordano. Bien pronto los aguijonazos de la guerrilla se hicieron sentir con lo que el ejército israelí, para el que la represalia inmediata y desproporcionada ha constituido siempre una regla de oro, entró en acción. Contra Siria se actuó planteando una batalla, en los cielos de Damasco, en el curso de la cual la aviación siria sufrió severas pérdidas. Y contra Jordania, que hacía todo lo posible por impedir las infiltraciones de los comandos, se concretó el famoso raid contra Samu; una aldea cuyas casas fueron demolidas, piedra por piedra, en razón de que desde ella habían partido un grupo de guerrilleros. Durante este último acontecimiento (noviembre de 1966), yo me encontraba en Amman y pude trasladarme a Samu de inmediato recogiendo, sobre el terreno, un balance estremecedor de la contundencia e implacabilidad con la que habían actuado los israelíes.
La obstinación de los sirios en seguir apoyando a la guerrilla y la postura cada vez más belicosa de Israel inclinaron al presidente Nasser a considerar que había llegado la hora de medir las armas con el viejo enemigo. Creyendo que el factor numérico inclinaba las opciones a su favor y sin tener en cuenta el foso tecnológico existente entre Israel, país de extracción europea, y los árabes, enfrentados a un lento y difícil proceso de desarrollo, todavía hoy muy primario, el rais egipcio hizo tronar los tambores de Marte. Y un día – el 6 de junio de 1967 -, de un seco y bien meditado golpetazo, la aviación judía redujo a escombros el potencial árabe en tres frentes distintos. Cuando desde el sótano del hotel El Nil, en donde me había refugiado al sonar las sirenas de alarma cairotas, escuché a un locutor histérico hablar de enormes pérdidas hebreas y de un avance celérico de las tropas árabes hacia Tel Aviv, creí que Nasser había estado en lo cierto. Pero momentos más tarde, cuando en plena calle me sorprendió otra alarma y mirando hacia lo alto pude ver las siluetas de varios Mirage, que no parecían tomarse demasiados cuidados al sobrevolar la capital egipcia, me di cuenta de que todo había fracasado; de que, una vez más, Israel vencía.
POR PRIMERA VEZ LUZ VERDE:
La humillante derrota sufrida por los ejércitos regulares árabes significó un trauma para los gobernantes de ese meridiano. Ellos, con sus cientos de miles de hombres, con sus enormes masas de carros y con sus aviones, no habían podido imponerse a un enemigo notablemente inferior, sobre el plano cuantitativo. ¿Qué hacer? La respuesta la dieron los propios palestinos proponiendo el recurso que les era más caro y conocido: la guerrilla. Una guerrilla como la que había llevado a la expulsión de los ingleses en Chipre y a la de los franceses de Argelia. Una guerrilla como la que angustiaba los días y las noches de los norteamericanos presos en la ciénaga de Vietnam.
Todavía estaban echando las campanas al vuelo en Israel, por su victoria, cuando los comandos volvieron a golpear. A los oficiales de Prensa del ejército hebreo les resultaba muy difícil explicarnos a los periodistas, a la sazón acreditados en Tel Aviv, cómo se conjugaba su afirmación de que esta guerra es la definitiva, con los ataques y atentados que tenían lugar por doquier. Recuerdo que cierto día, al pasar por Gaza, camino de la rivera oriental del canal de Suez, el oficial que nos acompañaba comentó: “Los habitantes de Gaza se sienten liberados de la presencia egipcia. Con los egipcios no podían ni moverse, pese a ser palestinos. Ahora, en cambio, gozan de gran libertad y por eso no nos crean problemas.”
Cuando al día siguiente volvimos a Gaza, de regreso a Tel Aviv, fue necesario perder dos horas esperando autorización para atravesar el lugar. Como supimos al poco, una granada arrojada contra un camión de las fuerzas ocupantes, por alguno de los felices y liberados habitantes de Gaza, había causado dos muertos y varios heridos.
Contando con la inagotable cantera proporcionada por los campamentos de refugiados y con las ayudas materiales y morales de un cierto número de países árabes, los fedayin le amargaron a Israel el fruto de su triunfo. No es posible hacerse eco aquí de la complicada madeja de ataques palestinos y de represalias israelíes que se sucedieron a lo largo de un tenso período.
Pero sí que resulta necesario hablar de una represalia determinada: la que tomó como objetivo a la aldea-campamento de Karameh. El 21 de marzo de 1968 Israel emprendió – con la aviación, artillería, carros e infantería – la mayor de sus operaciones de castigo tomando como blanco el lugar de Karameh; un punto cercano al río Jordán que era considerado como la base principal del movimiento guerrillero Al Fatah. La operación incluyó el envío de una unidad helitransportada a las colinas situadas al este de Karameh, con objeto de impedir la huída de los fedayin, así como el envío de refuerzos por parte del ejército jordano. La lucha fue terrible y aunque los israelíes confesaron haber sufrido 29 muertos y 70 heridos, no cabe la menor duda de que sus bajas fueron superiores. Además, no consiguieron que los palestinos cejasen en su resistencia y debieron retirarse, de mala manera, dejando tras de sí carros, camiones e incluso – lo que carecía de precedente – un muerto.
Reunión Nixon,Rabin,Kissinger,Dayan un 14 de diciembre de 1968...
Llegado a Karameh, nombre que significa Dignidad, a los pocos días de la batalla, y no sin haber pasado por el trance de un bombardeo de la aviación israelí a las puertas de Amman, no sólo me sorprendieron los despojos materiales israelíes sobre el campo de batalla, que nunca hasta la fecha había visto, sino, también, la enorme moral de los palestinos que por vez primera, desde 1948, habían podido enfrentarse directamente, en una batalla abierta, a los israelíes. No me extrañó, pues, enterarme algún tiempo después de que los efectivos de Al Fatah subieron de dos mil a quince mil, en sólo tres meses, como consecuencia de lo sucedido en Karameh.
1º Parte
Estimados saludos festivos!
Continuará...