Algunos quieren que las FFAA cambien de un día para el otro, algo que nació con las mismas.
Te doy un ejemplo de cual es el pensamiento de las fuerzas armadas, este Doctor está muy ligado a las mismas. Ojo el pensamiento de las Fuerzas Armadas Vecinas es idéntico, no creas que somos Europeos moralmente decadentes.
El crimen de Villa Golf. Por Carlos Rodríguez Mansilla
La decadencia
En una recordada escena de la película “Cabaret”, ambientada en la Alemania de la post guerra 1914-1918, Liza Minelli y Michael York bailan entrelazados con un tercer personaje, noble, millonario, bisexual, drogadicto . El aristócrata ha invitado a la pareja a su mansión de campo, el champagne y la cocaína han sido regados con generosidad, y mantendrá relaciones sexuales con ambos. Euforizada, en medio de la danza monótona, Liza Minelli exclama: “¡Divina decadencia!”.
El crimen ocurrido recientemente en Villa Golf de Río Cuarto, tiene un común denominador con la película de Bob Fosse: la decadencia.
Hace años venimos diciendo que el peor de los males que padece el país es no poder salir de su decadencia.
No se trata, por cierto, de una decaden-cia limitada a una sola clase social, a un solo estamento, sino que comprende al país todo. Con cierto facilismo, la prensa habla de “la moral del country”, o de “los secretos de los ricos”. Si así fuera, el pro-blema se reduciría a una minoría. Pero no es así.
La decadencia está en el country, pero también en la villa miseria y en el barrio que alguna vez fuera tranquilo. En las grandes ciudades, y en pequeñas locali-dades donde se actúa por imitación. Porque Río Cuarto no es New York.
La pérdida de los valores
¿Cómo podría resumirse esta decadencia que padecemos los argentinos? En la pérdida de los valores. ¿Cuáles son esos valores que hemos perdido? Los valores tradicionales con los que se fundó la Nación y que se mantuvieron durante siglos, primero por los criollos y luego por los inmigrantes y sus descendientes, fusio-nados y hermanados con los criollos.
Al perder esos valores, hemos perdido en dignidad, y lo que es mas grave aún, hemos perdido identidad nacional.
El principio de autoridad, el respeto a la ley y a los mayores, el temor de Dios, la familia, el culto al esfuerzo y al trabajo, el amor a la Patria y a sus instituciones fun-dacionales, el sentido del honor y de la palabra empeñada, han sido arrumba-dos en el rincón de los trastos viejos.
Pero esos valores, precisamente, son los que hicieron el país. Sin ellos, llegó primero la decadencia, pero esta es la antesala de la disolución nacional.
Del Cardenal Bergoglio quiero recordar una frase: “Estamos a las puertas de la disolución nacional”. No fue una frase de coyuntura. Creo que su sentido es mas profundo, mas trascendente. Pero los oídos decadentes no quieren escuchar.
El trastocamiento de los valores
A la progresiva pérdida de los valores tradicionales, ha seguido la entroniza-ción de pautas y conductas que los tras-tocan. Tras la declamada “liberación femenina”, la mujer ya no interesa como madre, como esposa, como trabajadora. Ahora es simplemente un objeto del mer-cado de consumo, no importa su clase social o su edad. Comprará lo que el mercado diga, hará lo que el mercado indique. Si es rica, sus prendas serán “de marca”. Si es pobre, serán “truchas”. Si tiene para gastar, lo hará sin límites. Si no, recurrirá a un subsidio o se prostituirá para lograrlo.
Los jóvenes ya no son la promesa del futuro. ¿De qué futuro? Droga, alcohol, máquinas cibernéticas, tatuajes, perfo-raciones en párpados, orejas, labios y lengua. Ya no existe para ellos la “lucha por la vida”, sino la “lucha por el boli-che”, enfrentando a “patovicas” y ban-das rivales alcoholizadas y drogadas.
En la casa no manda nadie. En la escuela no manda nadie. En la calle no manda nadie. El sueño de los viejos anarquistas hecho triste realidad. Porque entonces, cualquiera termina mandando en cualquier parte y de cualquier manera.
Manda la prepotencia piquetera que corta calles y rutas a voluntad. Manda el “puntero” del barrio porque lo apoya un político corrupto. Manda “la pesada” de la villa, porque infunde temor.
“Marihuana libre”, es la leyenda que continúa aquella de Herbert Marcuse pintada en el Mayo Francés de 1968: “Prohibido prohibir”.
“Que nadie mande, que nadie prohíba”. Claro está, eso termina en “Vale todo”. El crimen de Villa Golf es, quizás, una muestra de ese “Vale todo”. Pero tam-bién los son otros crímenes horrendos, perpetrados en modestas viviendas, en oscuros callejones, a los costados de las vías.
El Estado ausente
Los profetas que predicaban contra el Estado, lograron varios de sus objetivos. Ya el Estado he dejado de ser empresario, de ser garante de la ley y el orden, de ser custodio de los bienes y las vidas de los ciudadanos, de tener el monopolio de la fuerza pública.
El Estado, acosado y vilipendiado, se ha retirado. Está ausente. Es que eran más las cosas que “no podía hacer” que las que podía. Hicieron un listado infinito de todas las cosas que al Estado le estaban vedadas. Y terminamos por quedarnos sin Estado.
Y el Estado, es la organización jerárquica de la Nación. Nada menos.
Organización que viene de arriba, y que desciende piramidalmente hacia todos los estratos de la sociedad. Por eso Napoleón decía: “La autoridad viene de arriba, y la confianza de abajo”.
Organización y autoridad que dan por resultado el orden. Valor preciado, anterior a la libertad misma. Porque sin orden no hay libertad posible.
Y ese orden para ser tal, debe ser un orden justo. Un orden en el que se dé “a cada uno lo suyo”, según sus merecimientos, según sus capacidades, según sus logros y esfuerzos.
Solamente en ese orden justo, donde es posible la auténtica libertad, en el marco orgánico de una sociedad jerarquizada, podremos salir de la decadencia.
Para ello, el Estado debe volver por sus fueros. El Estado, respetuoso de los individuos y de las organizaciones socia-les, investido de todo el poder para llevar a cabo su deber primario e inexcusable: hacer posible la pacífica y segura convivencia de los ciudadanos.
Es el Estado de la Nación. Es el Estado que consolida la Nación. Que la amalga-ma con sus leyes y sus instituciones. Que la defiende de la anarquía y de la barba-rie. Que sustenta valores superiores, trascendentes.
El “laissez faire, laissez passer” nos ha llevado a esta grave encrucijada. Rige el “sálvese quien pueda”, impera la ley de la selva. No importa “ser”, sino “tener”. Poco o mucho, pero siempre “tener”.
Estamos involucionando a pasos agigan-tados. La “justicia por mano propia”, los intentos de linchamientos, los crímenes aberrantes, van reemplazando el espacio que ha dejado el Estado. Sólo se habla de “derechos” y se olvidan los deberes. Nos hemos alejado de las tradiciones, para ser una nave sin timón, sin puerto, sin amarras.
Tal vez habrá que tocar fondo en lo más profundo, para poder, un día no lejano, hacer pie, impulsarnos, y lanzarnos hasta tocar las estrellas.
Carlos Rodríguez Mansilla
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