ALEPO: EL GENOCIDIO QUE NO FUE
por Felipe Ramírez
Durante las últimas semanas hemos visto una fuerte campaña en algunos medios de comunicación que ha instalado el relato de que en la ciudad siria de Alepo, el ejército de ese país junto a sus aliados libaneses, iraníes y rusos, han perpetrado una masacre en contra de los civiles que resistían en los barrios rebeldes.
Las comparaciones llegaron a hablar del genocidio armenio en Turquía, o incluso a la masacre en Srebrenica.
Los principales argumentos planteados son, simplificadamente, los siguientes:
El régimen de Bashar al-Assad y Rusia han bombardeado sin misericordia los barrios del este de la ciudad en los que habitaban 250 mil civiles, para aplastar la rebelión contra el gobierno.
Tras meses de asedio en el que intentaron rendir por hambre a las milicias, avanzaron sin importar los llamados de la comunidad internacional para evitar una masacre entre los no combatientes.
Finalmente, perpetraron un “genocidio” o “limpieza étnica” –dependiendo del medio que se revise- sobre los civiles y militantes que quedaban en los últimos 5 km de territorio en manos rebeldes, en el que incluso afirman hubo mujeres que se suicidaron para evitar ser violadas.
Estas premisas fueron rápidamente difundidas a través de las redes sociales, a pesar de que no existe evidencia que permita respaldar con pruebas la mayoría de las acusaciones realizadas.
Sin duda una guerra civil como la que se vive en Siria es brutal, con consecuencias tremendas hacia la población desarmada, más aún si se extiende por seis años. Sin embargo, es importante tener en cuenta algunos hechos a la hora de evaluar el fin de la batalla de Alepo.
En primer lugar, es importante saber que el año 2011 no hubo grandes protestas en contra del gobierno en Alepo, a diferencia de otros lugares del país. Por el contrario, hubo manifestaciones masivas en favor del gobierno a pesar de que el discurso sectario ha intentado presentar la guerra como un conflicto entre un gobierno sectario alawita en contra de una mayoría de población suní.
Los “rebeldes” debieron invadir la ciudad desde el exterior el 2012, desde Idlib y al-Bab, en un esfuerzo por arrebatarle la segunda mayor ciudad del país y su corazón económico al gobierno. En ese momento pudieron ocupar todo el sector excepto los alrededores del aeropuerto internacional y los barrios densamente poblados del oeste, donde se apretaron un millón de personas.
A pesar de lo furioso del asalto, los civiles partidarios del gobierno formaron milicias que junto a las tropas del ejército resistieron el asedio, en el que fueron bombardeados sin parar y les cortaron el acceso al agua, hasta que las fuerzas de Damasco lograron romper el cerco.
Debido a esto, es incorrecto el discurso de que el gobierno ha masacrado a los partidarios de la rebelión a sangre y fuego en Alepo. Esta ciudad fue invadida por una mezcla de milicias islamistas financiadas por Arabia Saudí, Qatar y Turquía, así como por diversos y débiles grupos opositores –nacionalistas o de tendencias más o menos democratizantes-.
A lo largo de los años se realizaron diferentes treguas que buscaron descomprimir la crisis que se vivía en la ciudad. Sin embargo, cada una de ellas finalizó con el reinicio de los combates luego de que los rebeldes –mayoritariamente agrupados en los grupos islamistas FatahHalab, HarakatAhrar al Sham y en Jabhat al Nusra, este último afiliado a al-Qaeda- se reagruparan, recibieran refuerzos, reaprovisionaran municiones y reconstruyeran sus defensas.
Es más, durante los últimos meses en los que el ejército había logrado cercar definitivamente los barrios orientales, se establecieron diferentes corredores humanitarios para que los civiles pudieran abandonar la zona y alejarse de los combates.Sin embargo, fueron los grupos islamistas quienes atacaron a los civiles que intentaban huir, ya que perdían los “escudos humanos”.
Durante el último mes de combates las tropas sirias evacuaron a cerca de 100 mil civiles de la zona oriental de Alepo, a medida que los islamistas retrocedían. Esa cifra, sin embargo, es muy lejana a los 250 mil civiles que la ONU y otros grupos afirmaban se encontraban en la zona rebelde.
¿Qué sucedió? Los islamistas inflaron las cifras en un intento de construir su relato de víctimas, mientras impedían que los civiles abandonaran la zona. Lo mismo ha sucedido con las historias sobre el último hospital de la ciudad, que cada mes pareciera que se renovaba.
Algo parecido ha pasado con las acusaciones de genocidio o limpieza étnica. Alepo es una ciudad de mayoría suní, y las tropas sirias que combaten en la zona también lo son. Los efectivos de los regimientos y batallones de la 4ª división, que protagonizó las luchas en la zona durante meses, provienen todos de regiones mayoritariamente de esa confesión.
No existe ninguna prueba de las supuestas masacres, mucho menos de los alegados suicidios. Por el contrario, diversas imágenes que circulaban provenían de los bombardeos a Gaza por parte de Israel o incluso de un video de una cantante libanesa.
Lo cierto es que, más allá de cualquier consideración, el fin de la batalla implica el término del sufrimiento para las familias de Alepo, que podrán por primera vez reunirse sin el temor a los morteros, bombas y disparos. Aunque lamentablemente, todo indica que la guerra continuará en el país por un largo tiempo, ya sea en la región de Idlib donde están establecidos los grupos islamistas, o en las zonas bajo control del Estado Islámico.
Entendiendo un poco la génesis de la guerra en Siria
Pero para comprender de mejor manera la lucha en Alepo es necesario entender también las bases que desataron la guerra civil desde un principio.
Una explicación para la actual guerra reside en la implementación de una serie de reformas económicas liberalizadoras en el país durante los últimos años del gobierno de Hafez al-Assad y durante el primer período de Bashar al-Assad. La privatización de empresas y la eliminación de subsidios, entre otras medidas, generó una competencia desleal entre buena parte de los campesinos del país con los productos importados desde el extranjero que eran vendidos a menores precios.
Esto forzó a un buen número de jóvenes a migrar a las ciudades, rompiendo el acuerdo social instalado en los 60 cuando los campesinos pobres recibieron sus tierras gracias a la reforma agraria y que cimentaba el gobierno del partido Baath.
Estos jóvenes formaron bolsones de pobreza en las ciudades, sin grandes oportunidades de salir de esa situación, siendo caldo de cultivo para el resurgir de la Hermandad Musulmana, principal partido opositor y representante del islam político, que entre 1973 y 1982 protagonizó una larga guerra contra el Estado, que incluyó masacres de minorías religiosas y la instalación de un califato en Hama.
Las protestas entremezclaron el activismo radicalizado de estos jóvenes precarizados –alimentado con financiamiento saudí o qatarí- pero también a activistas pro democracia que habían aprovechado un período de relajamiento del gobierno autoritario del Baath en los primeros años de Bashar al-Assad, pero que no contaban con mayor organización ni claridades.
La violencia fue un protagonista desde el principio, ya sea por la reacción de las fuerzas de seguridad como también por parte de ataques indiscriminados contra partidarios del gobierno y contra policías o funcionarios del Estado.
De ahí en adelante la oposición armada se radicalizó, intentando generar una intervención externa similar a la de Libia, y con cada vez mayor protagonismo de grupos islamistas locales y también de jihadistas venidos de diferentes países, muchos con experiencia en combate en Afganistán, Irak o Chechenia.
Los actores sociales rápidamente establecieron posiciones. Una mayoría de la población urbana de clase trabajadora, funcionarios públicos, capas medias y la burguesía industrial –todos mayoritariamente suníes- se afirmaron en el Estado, al igual que las minorías alawita, drusos y cristianos. Los kurdos optaron por una posición intermedia que les permitiera asegurar niveles de autonomía en sus regiones y sus derechos civiles y culturales.
Muchos jóvenes pobres de los alrededores de las urbes, de zonas rurales, y habitantes de zonas más conservadoras como Idlib se unieron a la rebelión, así como también quienes anhelaban mayores libertades democráticas.
En un esfuerzo por desactivar el conflicto, el gobierno aprobó una serie de reformas constitucionales en 2012, incluyendo el fin del rol central del partido Baath, y la aceptación de elecciones multipartidistas, entre otras numerosas medidas. Sin embargo, ello no fue suficiente en una guerra que cada vez tenía más elementos externos participando.
Lo cierto es que muchas cosas han cambiado desde el año 2011, la irrupción del Estado Islámico, la entrada de Rusia en apoyo del gobierno, la participación de Hezbolla y también la incursión turca en el norte han complejizado la solución al conflicto.
Pero el cierre de la batalla de Alepo y las crecientes amnistías y acuerdos de reconciliación que se han implementado en numerosas localidades del país abren la esperanza a que las muertes puedan terminar, a que los refugiados podrán retornar pronto al país, y los sirios puedan decidir libre y soberanamente cuál es el país en el que quieren vivir, sin la presión de las armas.
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