El expansionismo militar turco alerta a sus rivales en Oriente Próximo
Hace tiempo que el Gobierno turco abandonó la doctrina aislacionista —“Paz en casa, paz en el mundo”— elaborada por el fundador de la República, Mustafa Kemal Atatürk, con la intención de mantener a su país alejado de la inestabilidad de su vecindario: Oriente Próximo, Balcanes y Cáucaso. Pero si, durante las dos primeras legislaturas de Erdogan en el poder, esta política internacional más activa se llevaba a cabo exclusivamente mediante una diplomacia dinámica y la expansión económica, en la actualidad el recurso a los medios militares es cada vez más intenso.
El sector armamentístico turco se ha desarrollado enormemente en la última década. Sus fuerzas armadas mantienen importantes operaciones en Siria e Irak, mientras el Ejecutivo ha firmado acuerdos para construir bases en Somalia, Qatar y Sudán y se han establecido acuerdos de cooperación militar con los ejércitos de Pakistán, Ucrania, Sudán, Azerbaiyán, Malasia e Indonesia, entre otros.
El Parlamento turco renueva anualmente desde 2007 un permiso para que el Ejército efectúe “operaciones transfronterizas” en Irak. Desde marzo, el Ejército turco, con apoyo de bombardeos aéreos, ha penetrado en territorio iraquí hasta 20 kilómetros a lo largo de un corredor que se extiende más de 50 kilómetros de este a oeste, tomando el control de decenas de poblados anteriormente utilizados por el grupo armado kurdo PKK —considerado terrorista por Ankara, Bruselas y Washington— como base de operaciones desde las que lanzar ataques en suelo turco
A partir de 2015, en ese permiso se incluye también el territorio sirio. El Gobierno lo justifica en su derecho a la legítima defensa e invoca el principio de “persecución en caliente”, como hacía Estados Unidos para golpear a los talibanes afganos que escapaban a territorio de Pakistán. Ankara alega que ni la guardia fronteriza del Kurdistán ni el Ejército de Irak ni el régimen de Bachar el Asad tienen capacidad para controlar sus fronteras.
Pero la presencia militar turca en ambos países dista mucho de ser algo temporal. En Siria, merced a la Operación Escudo del Éufrates, lanzada en agosto de 2016, Turquía tomó bajo su control más de 2.000 kilómetros cuadrados de territorio en el norte de la provincia de Alepo, anteriormente en manos del Estado Islámico y de las milicias kurdas YPG, vinculadas al PKK. En esa zona entre Yarablús y Al Bab, empresas turcas reconstruyen las localidades destruidas y se han establecido bases militares e instituciones turcas, desde la Dirección de Asuntos Religiosos a la empresa de correos PTT.
En enero, las Fuerzas Armadas turcas lanzaron una nueva ofensiva: la Operación Rama de Olivo. En colaboración con el Ejército Libre Sirio y facciones islamistas, tomaron el cantón de Afrin, controlado por milicias kurdas, y elevaron así a más de 3.500 kilómetros cuadrados el territorio sirio bajo dominio de Ankara. Todo indica que el futuro de Afrin será similar al de Yarablús pues se han comenzado a repartir los hogares de la población kurda huida a refugiados árabes escapados de otras zonas, como Guta Oriental, más favorables a los intereses de Ankara. Asimismo, militares turcos han establecido en la provincia siria de Idlib ocho puestos militares como parte de un acuerdo con Rusia e Irán.
El sector armamentístico turco se ha desarrollado enormemente en la última década y se han establecido acuerdos de cooperación militar con los ejércitos de Pakistán, Ucrania, Sudán, Azerbaiyán, Malasia e Indonesia, entre otros.
Aparte de en Siria y en Irak, Turquía mantiene presencia y bases militares en aquellos puntos donde participa en misiones internacionales de la OTAN, la ONU y la OSCE (Kosovo, Afganistán, Bosnia, Ucrania, Líbano, Golfo de Adén, Mediterráneo), y en países que son firmes aliados como Azerbaiyán y la República Turca del Norte de Chipre (solo reconocida por Ankara). Pero, además, en los últimos meses, Turquía ha firmado la construcción de bases militares en Somalia, Qatar y Sudán. Las instalaciones en Mogadiscio, que alojarán a 200 militares turcos para entrenar al Ejército somalí, fueron inauguradas en septiembre. El año pasado, tras el bloqueo decretado por Arabia Saudí y otros estados del Golfo, Ankara salió en defensa de su aliado qatarí e inició la construcción de una base en las cercanías de Doha a la que despachó un contingente de 300 soldados que, en el futuro, podría aumentar a los 3.000. Y en diciembre Erdogan pactó con el régimen de Omar el Bashir la cesión de la isla sudanesa de Suakin, donde los turcos reconstruirán la antigua fortaleza otomana y establecerán una base naval.
Estos movimientos han puesto de los nervios al eje Egipto-Arabia Saudí, que mantiene contenciosos con Sudán y Qatar. “Erdogan aspira a restaurar el expansionismo otomano. Lo más peligroso es la cesión de la isla de Suakin, situada frente a Yeda (Arabia Saudí) y que Erdogan ve como un símbolo del Imperio Otomano, pues allí se alojaba su flota”, denunciaba el columnista saudí Hamoud Abu Talib. Desde luego, poco hace la prensa turca por calmar los ánimos. En un reciente artículo, el diario Yeni Safak, muy cercano a Erdogan, anunciaba con orgullo que “cien años después, Turquía regresa a las regiones de las que se hubo de retirar el Imperio Otomano” estableciendo una serie de “cinturones de seguridad” que pasan por los Balcanes, el Cuerno de África y el Cáucaso: “Gracias a su despliegue militar en doce países, Turquía ha comenzado a ser una fuerza militar con poderío mundial”.
https://elpais.com/internacional/2018/04/27/actualidad/1524849421_555750.html