¿EL ISLAM ES INCOMPATIBLE CON LA DEMOCRACIA? LA PREGUNTA ES POLÉMICA, PERO ES VALIDA A LA HORA DE ANALIZAR EL PORQUÉ DE LOS DIFERENTES CONFLICTOS EN EL MEDIO ORIENTE. LA RESPUESTA NO LA TIENE OCCIDENTE, LA DAN LOS PROPIOS MUSULMANES CON SUS REITERADOS PRONUNCIAMIENTOS.
JOSE L. MARTINEZ
Los talibanes -por ejemplo- han dejado claros sus principios e intenciones, respondiendo a esta pregunta. El sufí Mohamad, líder del grupo Tehrik-e-Nifaz-e-Shariat-Mohamad (Movimiento para la Aplicación de la Ley Islámica), ha reiterado que la democracia y el Islam son incompatibles. "Odiamos la democracia. Queremos que el Islam ocupe todo el mundo. El Islam no permite la democracia ni las elecciones", dijo en uno de sus discursos.
A fines de diciembre de 2008, los talibanes prohibieron la educación de las niñas en el distrito de Swat, en la provincia de la frontera noreste de Pakistán. La declaración realizada por un clérigo extremista, Maulana Fazlullah, a través de una emisora de radio, pedía a todos los padres que sacaran a sus hijas de las escuelas antes del 15 de enero de 2009; caso contrario, éstas serían bombardeadas, las niñas serían asesinadas y, como ocurrió recientemente en varios países musulmanes, se les lanzaría ácido a la cara.
Los fundamentalistas cumplieron. En los últimos meses han destruido 100 escuelas en Swat, afectando aproximadamente a 70.000 niñas. Se calcula que 40.000 niñas más se verán impedidas de acceder a su derecho básico a la educación por la represión y el miedo.
Las mujeres no pueden salir de casa si no van acompañadas hombres de la familia, se han paralizado los programas de inmunización de la polio y las ONG han sido expulsadas. Tampoco se puede oír música y todos los hombres tienen que llevar barba. El tiempo de la oscuridad que reinó en los santuarios de los talibanes y Al Qaeda nunca terminó. El polvorín fundamentalista, cuyas bases en Afganistán y Pakistán no paran de crecer, es un verdadero problema, en primer lugar, para los propios musulmanes.
Los talibanes están intimidando a la población e imponiendo su autoridad en Swat y otras zonas, llevando a cabo ejecuciones sumarias -por ejemplo, mediante decapitaciones- de las autoridades y rivales políticos, y fustigando públicamente a quienes no cumplen las leyes islámicas.
Pero el problema no se circunscribe al Gran Medio Oriente. En Londres, por ejemplo, en un reportaje en el Canal 4, denominado Predicadoras del odio, que recogió el Daily Mail, se muestra a un gran número de mujeres musulmanas en una de la mezquitas más importantes de la capital -Regent's Park- pidiendo a sus fieles que ayuden en el asesinato de gays y apóstatas del islam.
El cumplimiento de la antidemocrática sharia está en el centro de todos los problemas. Desarrollada hace un milenio, es utilizada por autócratas y sumisos fieles, que ponen el acento en la voluntad de Dios en lugar de la soberanía popular, e instan a la guerra santa para expandir las fronteras del islam, a sangre y fuego si es necesario.
Sólo en Pakistán, de la mano del fundamentalismo islámico "la cantidad de atentados se duplicó en 2008", informa un documento del Centro estadounidense contra el terrorismo (NCTC). Las redes terroristas "ha reconstituido parte de su capacidad operativa anterior al 11 de setiembre", usando las zonas de Pakistán cercanas a las fronteras con Afganistán, afirma el informe del gobierno del presidente Barack Obama.
Para construir democracias plenas los musulmanes tendrían que rechazar los aspectos más retrógrados de la sharia, que someten bárbaramente a las mujeres, pero también a los hombres.
Mientras el proceso de secularización no se consolide es casi imposible la democracia. El islam no ha experimentado la secularización de las otras grandes religiones de manera plena y esa es una de las razones por las que la cultura de la libertad encuentra tantas dificultades para echar raíces en los países musulmanes, donde el Estado es concebido no como un paraguas que protege a todos, sino como un mero brazo servidor del islam.
En las sociedades en donde la sharia es ley, la libertad y los derechos individuales se eclipsan, se degradan o simplemente desaparecen.
El fundador de la Hermandad Musulmana, Hasán al-Banna, consideraba a la democracia una traición a los valores islámicos. El teórico de la Hermandad, Sayyid Qutb, rechazaba la soberanía popular, al igual que Abú al-A'la al-Mawdudi, fundador del partido político de Pakistán Jamaat-e-Islami.
El imán Yusuf al-Qaradawi, en la cadena de televisión Al-Jazira, sostenía que las elecciones son cosas de herejes.
Sin embargo, pese a ese desprecio a la democracia, estos grupos extremistas -como el palestino Hamas y el pro iraní libanés Hezbolá, que tienen como meta la destrucción de Israel-, no han desaprovechado los espacios que puedan ganar gracias a la democracia y sus instituciones. Aplican un claro doble discurso, porque el fin justifica los medios para llegar al poder. Pero eso no convierte a los islamistas en demócratas, sino que indica su flexibilidad táctica y su determinación a la hora de conquistar el poder. Como dijo el primer ministro de Turquía, "La democracia es como un tranvía. Cuando llegas a tu parada, te bajas".
El problema no es entre fieles e infieles, entre Occidente y el mundo islámico. Es un asunto entre la tolerancia, el respeto a los derechos humanos y el oscurantismo fanático. Un islam con cultura democrática y pluralista debería renunciar a los maximalismos de su doctrina, al monopolio de su fe, a la exclusión del otro y a las prácticas discriminatorias, xenófobas y antisemitas, lesivas a los derechos humanos.
Sin libertad no se puede construir nada y muchos menos una democracia, en donde los derechos de todos, pero en especial el de las minorías, deben estar salvaguardados. Como decía Mohamed Khalid Masud, que estaba al frente de la organización que asesoraba a los distintos gobiernos de Pakistán sobre el carácter islámico de todas las leyes: "Aún no está claro que el islam y la democracia sean compatibles".
La Republica ROU
JOSE L. MARTINEZ
Los talibanes -por ejemplo- han dejado claros sus principios e intenciones, respondiendo a esta pregunta. El sufí Mohamad, líder del grupo Tehrik-e-Nifaz-e-Shariat-Mohamad (Movimiento para la Aplicación de la Ley Islámica), ha reiterado que la democracia y el Islam son incompatibles. "Odiamos la democracia. Queremos que el Islam ocupe todo el mundo. El Islam no permite la democracia ni las elecciones", dijo en uno de sus discursos.
A fines de diciembre de 2008, los talibanes prohibieron la educación de las niñas en el distrito de Swat, en la provincia de la frontera noreste de Pakistán. La declaración realizada por un clérigo extremista, Maulana Fazlullah, a través de una emisora de radio, pedía a todos los padres que sacaran a sus hijas de las escuelas antes del 15 de enero de 2009; caso contrario, éstas serían bombardeadas, las niñas serían asesinadas y, como ocurrió recientemente en varios países musulmanes, se les lanzaría ácido a la cara.
Los fundamentalistas cumplieron. En los últimos meses han destruido 100 escuelas en Swat, afectando aproximadamente a 70.000 niñas. Se calcula que 40.000 niñas más se verán impedidas de acceder a su derecho básico a la educación por la represión y el miedo.
Las mujeres no pueden salir de casa si no van acompañadas hombres de la familia, se han paralizado los programas de inmunización de la polio y las ONG han sido expulsadas. Tampoco se puede oír música y todos los hombres tienen que llevar barba. El tiempo de la oscuridad que reinó en los santuarios de los talibanes y Al Qaeda nunca terminó. El polvorín fundamentalista, cuyas bases en Afganistán y Pakistán no paran de crecer, es un verdadero problema, en primer lugar, para los propios musulmanes.
Los talibanes están intimidando a la población e imponiendo su autoridad en Swat y otras zonas, llevando a cabo ejecuciones sumarias -por ejemplo, mediante decapitaciones- de las autoridades y rivales políticos, y fustigando públicamente a quienes no cumplen las leyes islámicas.
Pero el problema no se circunscribe al Gran Medio Oriente. En Londres, por ejemplo, en un reportaje en el Canal 4, denominado Predicadoras del odio, que recogió el Daily Mail, se muestra a un gran número de mujeres musulmanas en una de la mezquitas más importantes de la capital -Regent's Park- pidiendo a sus fieles que ayuden en el asesinato de gays y apóstatas del islam.
El cumplimiento de la antidemocrática sharia está en el centro de todos los problemas. Desarrollada hace un milenio, es utilizada por autócratas y sumisos fieles, que ponen el acento en la voluntad de Dios en lugar de la soberanía popular, e instan a la guerra santa para expandir las fronteras del islam, a sangre y fuego si es necesario.
Sólo en Pakistán, de la mano del fundamentalismo islámico "la cantidad de atentados se duplicó en 2008", informa un documento del Centro estadounidense contra el terrorismo (NCTC). Las redes terroristas "ha reconstituido parte de su capacidad operativa anterior al 11 de setiembre", usando las zonas de Pakistán cercanas a las fronteras con Afganistán, afirma el informe del gobierno del presidente Barack Obama.
Para construir democracias plenas los musulmanes tendrían que rechazar los aspectos más retrógrados de la sharia, que someten bárbaramente a las mujeres, pero también a los hombres.
Mientras el proceso de secularización no se consolide es casi imposible la democracia. El islam no ha experimentado la secularización de las otras grandes religiones de manera plena y esa es una de las razones por las que la cultura de la libertad encuentra tantas dificultades para echar raíces en los países musulmanes, donde el Estado es concebido no como un paraguas que protege a todos, sino como un mero brazo servidor del islam.
En las sociedades en donde la sharia es ley, la libertad y los derechos individuales se eclipsan, se degradan o simplemente desaparecen.
El fundador de la Hermandad Musulmana, Hasán al-Banna, consideraba a la democracia una traición a los valores islámicos. El teórico de la Hermandad, Sayyid Qutb, rechazaba la soberanía popular, al igual que Abú al-A'la al-Mawdudi, fundador del partido político de Pakistán Jamaat-e-Islami.
El imán Yusuf al-Qaradawi, en la cadena de televisión Al-Jazira, sostenía que las elecciones son cosas de herejes.
Sin embargo, pese a ese desprecio a la democracia, estos grupos extremistas -como el palestino Hamas y el pro iraní libanés Hezbolá, que tienen como meta la destrucción de Israel-, no han desaprovechado los espacios que puedan ganar gracias a la democracia y sus instituciones. Aplican un claro doble discurso, porque el fin justifica los medios para llegar al poder. Pero eso no convierte a los islamistas en demócratas, sino que indica su flexibilidad táctica y su determinación a la hora de conquistar el poder. Como dijo el primer ministro de Turquía, "La democracia es como un tranvía. Cuando llegas a tu parada, te bajas".
El problema no es entre fieles e infieles, entre Occidente y el mundo islámico. Es un asunto entre la tolerancia, el respeto a los derechos humanos y el oscurantismo fanático. Un islam con cultura democrática y pluralista debería renunciar a los maximalismos de su doctrina, al monopolio de su fe, a la exclusión del otro y a las prácticas discriminatorias, xenófobas y antisemitas, lesivas a los derechos humanos.
Sin libertad no se puede construir nada y muchos menos una democracia, en donde los derechos de todos, pero en especial el de las minorías, deben estar salvaguardados. Como decía Mohamed Khalid Masud, que estaba al frente de la organización que asesoraba a los distintos gobiernos de Pakistán sobre el carácter islámico de todas las leyes: "Aún no está claro que el islam y la democracia sean compatibles".
La Republica ROU