La paz silenciosa
La paz silenciosa
Submarinos al borde de la guerra. En homenaje a los “Guerreros del Silencio” de las Armadas de Argentina y Chile. 1978- diciembre- 2008.
Este artículo pretende ser un homenaje a la paz entre dos pueblos hermanos y por ello, destacar la cordura y profesionalismo de los Comandantes de submarinos, tanto de Chile como de la Argentina en aquellas aciagas horas durante el diferendo por el Canal Beagle.
Ninguno de los protagonistas de aquel absurdo conflicto de 1978 estuvo tan cerca de iniciar la guerra como estos hombres. A nadie tampoco, le asignaron semejantes responsabilidades. En acción de guerra y en contacto directo, sus acertadas decisiones permitieron que los esfuerzos por la paz que realizaba el Cardenal Samoré en la Cancillería Vaticana, llegara al resultado que hoy, en ambos países, todos conocemos y agradecemos.
En estos treinta años, jamás se les reconoció, ni acá en la Argentina, ni allá en Chile, sus excepcionales servicios. Fueron enviados decididamente a la guerra, sólo su temple y capacidades individuales, ayudaron a conservar la paz. Honraban así, la vocación militar misma; “Prepararse para la guerra con el único fin de preservar la paz aún, a costo de ofrendar la propia vida.”
Nos referimos a los entonces capitanes de fragata, Carlos M. Sala, comandante del submarino ARA “Santiago del Estero”; Alberto Manfrino, comandante del submarino ARA “Santa Fe”; a los comandantes de los modernos submarinos ARA “Salta” y ARA “San Luis”, también capitanes de fragata, Eulogio Moya y Félix Bartolomé respectivamente y, al comandante del sumergible chileno “Simpson”, capitán Rubén Scheihing.
Los submarinos argentinos
Por aquel año, el Comando de la Fuerza de Submarinos de la Armada Argentina, contaba con cuatro unidades. Dos viejos submarinos de la Clase “Guppy”, el (S-21) ARA “Santa Fe” y el (S-22) ARA “Santiago del Estero”, adquiridos a la Armada de los Estados Unidos en 1971 y que no eran otra cosa que los viejos Clase “Balao” de la Segunda Guerra Mundial con mejoras hidrodinámicas, snorkel y un sonar un tanto más avanzado. Ambas unidades mostraban el desgaste de más de 25 años de servicios en aguas del Pacífico y del Atlántico Norte. Estos submarinos estaban armados con unos pocos torpedos –no más de seis cada uno – tipo Mk-14 de corrida recta, diseñados en 1931. El funcionamiento de estos viejos torpedos era con motores de combustión y por lo tanto dejaban en su corrida una nítida y delatora estela. No se los tenía como un arma confiable. El armamento se completaba con torpedos buscadores antisubmarinos Mk-37, con cierta capacidad antisuperficie, que tampoco eran del agrado de los submarinistas. La dotación de estos sumergibles de la Clase “Guppy” era de 88 hombres.
Los otros dos, eran los primeros y modernos submarinos IKL del Tipo 209 de construcción alemana, incorporados en 1974, el (S-31) ARA “Salta” y el (S-32) ARA “San Luis” y estaban equipados con torpedos filoguiados de última generación SST-4 que también completaban su armamento con los Mk-37. Las dotaciones se completaban con 36 hombres por unidad.
Los submarinos chilenos
El libro “La Escuadra en Acción” (Edit. Grijalbo, Chile, 2005) de los historiadores chilenos Patricia Arancibia Clavel y Francisco Bulnes Serrano, relata la actividad militar y política del Conflicto centrándose en la Armada de Chile. Si bien el trabajo es poco técnico en cuanto a los medios empleados, es muy interesante entre otras cosas, en cuanto a la actividad general de la Escuadra al Sur de Chile.
De este importante testimonio se desprende que, la Fuerza de Submarinos chilena estaba compuesta por el sumergible de la Clase “Balao” (SS-21) “Simpson” y los modernos (para la época) submarinos británicos de la Clase “Oberon”, (SS-22) “O’Brien” y el (SS-23) “Hyatt”.
Según esta fuente, el “O’Brien” se encontraba en dique seco (reparaciones) al momento del conflicto y el “Hyatt” debió interrumpir su tránsito hacia el Sur y retornar a su Base en Talcahuano por “avería mecánica”. El otro viejo sumergible de la Clase “Balao”, el (SS-20) “Thompson” ni siquiera se lo menciona. Posiblemente ya estuviera radiado de servicio por su vejez.
En acción de guerra
En los primeros días de Diciembre de 1978, en la oscuridad de la noche, en silencio y sin despedidas especiales, los cuatro submarinos de la Armada Argentina zarparon de la Base Naval Mar del Plata con rumbo general Sur, tal vez irían a la guerra.
Ya en aguas abiertas los comandantes de cada una de las naves abrieron los “sobres secretos” que contenían las ordenes de operaciones. Las mismas incluían una zona de patrulla para cada submarino con la orden más incómoda que puede recibir un comandante de submarino: “No disparar sus armas si no es atacado previamente”.
Esta orden es ambigua. Como primera medida un submarino convencional opera al acecho y su éxito reside en atacar antes de ser descubierto. Además, queda a criterio del comandante qué significa ser atacado. Bien podría interpretar como acción hostil cuando una nave enemiga emite con su sonar, con lo cual, desde el submarino, si bien se percibe la onda sónica, ningún comandante puede saber si realmente ha sido detectado y será atacado. Otra posibilidad es esperar que le sean lanzadas armas antisubmarinas por parte del oponente, sin embargo para cualquier submarino, ello es casi suicida.
Las órdenes abiertas eran claras, el Comandante de la Fuerza de Submarinos despachó a las zonas de mayor peligro a los viejos “Guppy”. El sumergible “Santa Fé” debía patrullar la zona de la Bahía Cook al Noroeste de Cabo de Hornos. Esta profunda bahía, además de ser el principal acceso occidental del Canal Beagle, permite en sus canales adyacentes disponer en forma discreta las naves y a su vez concentrar a la flota chilena para una rápida salida hacia aguas abiertas del extremo Sur del continente. El “Santiago del Estero” por su parte, fue destacado a una zona al Sudeste de Bahía Cook en aguas intermedias al Cabo de Hornos y al Falso Cabo de Hornos. Ambos estaban en aguas del Océano Pacífico, en el propio Mar Chileno.
El porqué de esta decisión aun hoy es muy difícil de entender. Si bien los “Guppy” contaban con un valor militar residual por su vejez, sus tripulaciones casi triplicaban a las de los modernos “209” (88 contra 36). Así que entender el análisis de los altos mandos de la época resulta, al menos, sumamente complicado.
En tanto el “Salta” fue enviado a una zona próxima a la del “Santiago del Estero”, pero un poco más al Este de Cabo de Hornos. Por su parte, el “San Luis” que en su tránsito de navegación había sufrido averías que le restaban un 25% de sus capacidades, fue enviado a patrullar el acceso occidental del Canal de Magallanes.
El gato y el ratón
La actividad de un submarino convencional es exasperadamente lenta a ojos de quien no es submarinista. Los sonidos de naves que se detectan por el sonar pasivo, pueden provenir de decenas de kilómetros de distancia o a varias horas de navegación. A su vez el submarino en patrulla se desplaza a 5 o 6 nudos de velocidad (unos 10 Km/h).
Es lenta la posibilidad de clasificar un blanco; es lenta la posibilidad de interceptarlo y solo la pericia, arrojo e intuición del Comandante puede ubicarlo en una situación favorable para atacar y tener posibilidades de poner a su nave y tripulación a salvo una vez consumado un ataque. Si a ello agregamos que con torpedos de corrida recta como los Mk-14 la distancia de lanzamiento no debería superar los 2.000 metros para esperar algún impacto, se puede observar que se trata de una guerra muy distinta a las que se libran con otros sistemas de armas. Por ello, lo que se detalla a continuación son infinitas horas del juego del “gato y el ratón”, donde la adrenalina de cada uno de los tripulantes, se fue derramando en forma permanente y no cedió hasta el regreso a aguas propias una vez conocida la decisión y aceptación de la mediación Vaticana.
¡Alarma de torpedo!
Con un sobresalto previo, al ser detectado por un avión S-2E Tracker de la propia Aviación Naval Argentina, en su transito de navegación a su zona de patrullado y con grandes dificultades para la recarga de sus baterías a través del “snorkel” por las difíciles condiciones hidrometeorológicas en nuestras aguas australes, el moderno submarino (S-31) ARA “Salta”, por fin llegó a la zona asignada.
Los días transcurrieron así hasta la llegada del día “D -1” (D menos uno). El día “D” era la fecha clave para la ejecución del “Operativo Soberanía” que en su desarrollo, entre otras acciones militares, una fuerza anfibia de la Infantería de Marina procedería a desembarcar en las islas Lenox, Picton y Nueva por ser éstas, los puntos clave del conflicto por el Canal Beagle, islas en las que seguramente, se encontraría una fuerte resistencia por parte de las fuerzas chilenas en ellas atrincheradas.
El “Salta” navegó expectante a esta situación. En una de las maniobras de carga de baterías, momento en el que además del snorkel el submarino aprovecha para izar las antenas de comunicaciones, de contramedidas y el periscopio, comienza a recibir un extenso mensaje encriptado. El mismo, además de su extensión, no se había recibido muy claro debido, posiblemente, a una mala propagación a causa del clima y se tornaba dificultosa y lenta la tarea de descifrado e interpretación.
Casi de forma simultánea, un oficial con sus ojos puestos en el periscopio, observa a un submarino en superficie (ver foto). Sobre la cubierta del mismo se alcanza a ver a dos tripulantes en la cubierta de proa, por delante de la vela, sin embargo no se distingue el domo sonar que caracteriza a los submarinos de la moderna Clase “Oberon”.
Informado el comandante, éste ordena de inmediato “¡Finalizar snorkel en emergencia! ¡Cubrir puestos de combate! ¡Preparar tubos Mk-37!”. Mientras el submarino recarga sus baterías, el ruido ocasionado por los cuatro motores “diesel” funcionando, aunque disminuido por los silenciadores, impide al sonarista recibir los ruidos acústicos del exterior. Posiblemente por ese motivo la nave chilena no haya sido detectada con anterioridad. Sin embargo, ni bien el “Salta” pasa a plano profundo y sin el molesto ruido de los “diesel” atmosféricos, el operador sonar advierte el característico rumor de los venteos de los tanques de lastre que indican sin dudas que el submarino chileno pasa a inmersión. Ello evidencia que el “Salta” podría haber sido detectado.
Mientras el “S-31” cobra profundidad se arma la mesa de ploteo por sonido para detectar y predecir las maniobras mutuas. Momentos más tarde el segundo comandante habla con el comandante por el intercomunicador y le indica: “Señor estamos en solución, sugiero lanzar…”. Un interminable silencio de por medio y a los pocos segundos repite: “Señor comandante, estamos en solución, sugiero lanzar…” El comandante del “Salta”, capitán de fragata Eulogio Moya, responde y “NO” autoriza el lanzamiento de los torpedos Mk-37, él de alguna manera estaba interpretando sus órdenes. En esos momentos no estaban en aguas jurisdiccionales argentinas.
Toda la tripulación se encuentra en máxima tensión, de pronto el sonarista advierte: “¡Alarma de Torpedo!”. En estos submarinos, sólo el operador sonar tiene contacto con la realidad que interpretan sus oídos acerca de los rumores acústicos provenientes del exterior. El “Salta” maniobra en evasión y el rumor de la hélice de un torpedo en corrida se desvanece. Con el transcurrir de los minutos la calma de la tripulación se recupera, la adrenalina deja de fluir. Desaparecido el peligro, el oficial de comunicaciones tiene por fin tiempo para terminar de descifrar el extenso mensaje recibido. El mismo ordenaba entre otras cosas, el inmediato repliegue de la unidad hacia la Isla de los Estados a causa de la aceptación de la mediación papal. Varias horas después el “Salta” emergía dentro de una caleta protegida para encontrarse con su buque “nodriza”, el buque pesquero B/P “Aracena” que había sido requisado a tal efecto.
Un encuentro peligroso
El comandante del “Santiago del Estero” recibió la orden de patrullar un sector comprendido entre el Cabo de Hornos y el “Falso” Cabo de Hornos. El tránsito por el Atlántico sirvió para realizar ejercitaciones y preparar la nave para una prolongada campaña en inmersión.
En proximidades de la Isla de los Estados el “S-22” pasó a inmersión y se dirigió a la zona de patrulla indicada. Los días pasaron en silencio de combate, reconociendo por periscopio algunos contactos o intentando observar y confirmar su propia posición, ya que las fuertes corrientes que dominan la zona, desplazaban al submarino con rapidez de un punto a otro.
En cierta oportunidad, el sonarista detecta un rumor de “hélices livianas”. El comandante ordena pasar a plano de periscopio y observa a lo lejos a un submarino navegando en superficie a plena luz del día.
El “Santiago del Estero” maniobra en aproximación mientras el comandante, capitán de fragata Carlos M. Sala, tocaba “cubrir puestos de combate” y ordenaba el alistamiento de dos torpedos Mk-37. Ya con el contacto más cerca, el comandante volvió a izar el periscopio y pudo reconocer a la nave como uno de los sumergibles Tipo “Thompson” que empleaba la Armada de Chile.
Observando por el periscopio
Mientras continuaba con su aproximación táctica, el comandante del “S-22” sabía que si le lanzaba los torpedos era lisa y llanamente una declaración de guerra. No obstante, si el sumergible chileno pasaba rápidamente a inmersión, sería una clara señal que él también había sido detectado y no hubiera tenido alternativa.
Cuando vuelve a izar el periscopio con la finalidad de actualizar los datos de tiro, el comandante Carlos Sala, puede observar que el sumergible chileno tiene abiertas algunas tapas de la cubierta de popa en el sector de las tuberías de inducción y que en esas condiciones era totalmente imposible que pudiera pasar a inmersión de inmediato. Era muy posible que se encontrara en superficie reparando algún tipo de avería.
El enemigo estaba herido, los códigos de caballerosidad de los submarinistas, se establecieron en la Primera Guerra Mundial, en la que el arma submarina hizo su aparición. “No se destruye al enemigo indefenso”, el “Santiago del Estero” no iba a romper esa regla.
Mientras ello ocurría el sonarista advierte otro rumor hidrofónico de hélices livianas en aproximación, posiblemente para acercarse al viejo sumergible a prestarle ayuda, ya que este navegaba con rumbo Sur. Tal vez el “Simpson” (luego se determinó que se trataba de ésta nave) se le haya tomado una foto a través del periscopio para luego el “S-22” retirarse del lugar.
Pocos minutos después, en la central de comunicaciones del “Santiago del Estero” se recibe la orden de dirigirse a la Isla de los Estados. La mediación del Vaticano en la mañana del 22 de Diciembre de 1978, había puesto fin a una guerra inminente.
Bajo la Escuadra enemiga
Avanzado el mes de Diciembre el submarino “Santa Fe” patrullaba la boca de la Bahía Cook navegando a 50 metros de profundidad. Los sonaristas advirtieron ruidos de hélices de naves de guerra en aproximación. El comandante del (S-21) ARA “Santa Fe”, capitán de fragata Alberto Manfrino, tocó alarma de combate, la tripulación ocupó sus puestos y se alistaron todos los tubos lanzatorpedos. Los rumores hidrofónicos de los blancos se fueron sumando hasta convertirse en “una flota”. La Escuadra chilena se abría a aguas abiertas del Pacífico Sur pasando justo por arriba del “Santa Fe”.
Tres, cuatro…, seis… ¡trece! fueron las naves contabilizadas por los sonaristas y sólo ¡seis torpedos a bordo…! Algunas hélices “pesadas” cruceros, por ejemplo y la mayoría de hélices livianas… ¡destructores sin dudas…!