Un nuevo enfrentamiento, un nuevo enemigo
Por Luis Prados l El País, de Madrid
Israel libra desde hace hoy 10 días una guerra muy diferente a todas las mantenidas con los países árabes en el pasado. Israel no se enfrenta ahora a otras naciones o estados hostiles, por mucho que estén detrás de los acontecimientos Irán o Siria, sino que está librando una guerra en dos frentes contra dos movimientos populares con enorme prestigio social entre las masas árabes e islámicas.
El Partido de Dios (Hizbollah, chiíta) en Líbano y el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas, sunita), en Gaza, encarnan para miles de personas en Medio Oriente la posibilidad de un renacer de la dignidad árabe basado en un Islam auténtico y antiimperialista.
Los dos movimientos, que tienen firmado un acuerdo de colaboración militar y política desde 1989 con la destrucción de Israel como objetivo, practican el terrorismo suicida y cultivan una cultura de martirio incompatible con las derrotas. Pero eso no los convierte en unos fanáticos cualquiera. El discurso político de estos partidos-milicias como los de sus pares en Irak no son simples arengas religiosas. La llamada a la oración de los viernes suele consistir en muchas mezquitas en una argumentación política y estratégica con todas las de la ley sobre la situación de los creyentes en un mundo hostil.
Tampoco sus líderes son esos locos de Dios ridiculizados por su extremismo en Occidente. Más bien al contrario, suelen ser tipos pragmáticos, buenos tácticos, en ocasiones políglotas, lectores empedernidos y a menudo expertos en el manejo de Internet.
Israel se ha embarcado en una guerra desigual y asimétrica, contra un enemigo que no es un Estado sino una fe en armas, que considera al conflicto moralmente necesario y religiosamente obligatorio hasta el triunfo final del Islam sobre los no creyentes. Un enemigo al que no van a disuadir las bombas. La experiencia reciente, como demuestra Afganistán, apunta que las guerras aéreas quedan sólo en victorias en el aire. Y la actual ha estallado en un contexto internacional desfavorable para Israel, con un Irak en deriva imparable hacia la guerra civil y en cuyos acontecimientos Irán ejerce una enorme influencia; con un ejército estadounidense al límite de su fuerzas e incapaz de estabilizar Afganistán; con una diplomacia norteamericana desprestigiada y una Europa que oscila ente la autocomplacencia y la perplejidad.
Hay un dicho que señala que las guerras se saben cómo empiezan pero no cómo terminan. Esta empezó hace menos de un mes con la captura de un cabo del ejército israelí de 19 años y ya ha causado más de 300 muertos. Será tarea de los historiadores en el futuro decidir si ese fue el comienzo. Como dijo Kissinger “la historia no es tan simple como el periodismo”.
Por Luis Prados l El País, de Madrid
Israel libra desde hace hoy 10 días una guerra muy diferente a todas las mantenidas con los países árabes en el pasado. Israel no se enfrenta ahora a otras naciones o estados hostiles, por mucho que estén detrás de los acontecimientos Irán o Siria, sino que está librando una guerra en dos frentes contra dos movimientos populares con enorme prestigio social entre las masas árabes e islámicas.
El Partido de Dios (Hizbollah, chiíta) en Líbano y el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamas, sunita), en Gaza, encarnan para miles de personas en Medio Oriente la posibilidad de un renacer de la dignidad árabe basado en un Islam auténtico y antiimperialista.
Los dos movimientos, que tienen firmado un acuerdo de colaboración militar y política desde 1989 con la destrucción de Israel como objetivo, practican el terrorismo suicida y cultivan una cultura de martirio incompatible con las derrotas. Pero eso no los convierte en unos fanáticos cualquiera. El discurso político de estos partidos-milicias como los de sus pares en Irak no son simples arengas religiosas. La llamada a la oración de los viernes suele consistir en muchas mezquitas en una argumentación política y estratégica con todas las de la ley sobre la situación de los creyentes en un mundo hostil.
Tampoco sus líderes son esos locos de Dios ridiculizados por su extremismo en Occidente. Más bien al contrario, suelen ser tipos pragmáticos, buenos tácticos, en ocasiones políglotas, lectores empedernidos y a menudo expertos en el manejo de Internet.
Israel se ha embarcado en una guerra desigual y asimétrica, contra un enemigo que no es un Estado sino una fe en armas, que considera al conflicto moralmente necesario y religiosamente obligatorio hasta el triunfo final del Islam sobre los no creyentes. Un enemigo al que no van a disuadir las bombas. La experiencia reciente, como demuestra Afganistán, apunta que las guerras aéreas quedan sólo en victorias en el aire. Y la actual ha estallado en un contexto internacional desfavorable para Israel, con un Irak en deriva imparable hacia la guerra civil y en cuyos acontecimientos Irán ejerce una enorme influencia; con un ejército estadounidense al límite de su fuerzas e incapaz de estabilizar Afganistán; con una diplomacia norteamericana desprestigiada y una Europa que oscila ente la autocomplacencia y la perplejidad.
Hay un dicho que señala que las guerras se saben cómo empiezan pero no cómo terminan. Esta empezó hace menos de un mes con la captura de un cabo del ejército israelí de 19 años y ya ha causado más de 300 muertos. Será tarea de los historiadores en el futuro decidir si ese fue el comienzo. Como dijo Kissinger “la historia no es tan simple como el periodismo”.