TRIBUNA
El Artico, la nueva región que las potencias buscan colonizar
Se cree que el 25% del petróleo y gas no descubiertos de la Tierra está incrustado en rocas debajo del océano Artico. Eso derivará en conflictos políticos e incluso climáticos.
Jeremy Rifkin ECONOMISTA NORTEAMERICANO
Si quedaba alguna duda sobre lo mal preparados que estamos para enfrentar el cambio climático, ésta desapareció este mes cuando dos mini submarinos rusos se sumergieron a tres kms de profundidad en medio del hielo del Artico, hasta llegar al fondo del océano, y plantaron en el lecho marino una bandera rusa de titanio.
Esta primera misión tripulada hasta el fondo del Artico, que fue cuidadosamente organizada para la audiencia televisiva del mundo, fue el colmo del reality geopolítico. El presidente ruso Vladimir Putin felicitó a los buzos mientras su gobierno anunciaba su autoridad sobre cerca de la mitad del lecho oceánico del Artico. El gobierno ruso sostiene que el lecho marino que se encuentra debajo del polo, conocido como Cordillera Lomonosov, es una extensión de la masa continental de Rusia y forma parte, por ende, del territorio ruso. Para no verse sobrepasado, el primer ministro canadiense Stephen Harper arregló a último momento una visita de tres días al Artico para hacer presente el reclamo de su país sobre la región.
Si bien en algunos aspectos todo el hecho tuvo algo de gracioso —una suerte de caricatura de expedición colonial de fines del siglo XIX—, el objetivo fue muy serio. Los geólogos creen que el 25% del petróleo y gas no descubiertos de la Tierra estaría incrustado en las rocas que están debajo del océano Artico.
Las petroleras ya se apresuran para estar en primera fila y buscan cerrar contratos para explotar esa vasta riqueza petrolera potencial que está escondida debajo de los hielos del Artico. La petrolera BP creó una sociedad con Rosneft, la petrolera estatal rusa, para explorar la región. Al margen de Rusia y Canadá, otros tres países, Noruega, Dinamarca (Groenlandia es un propiedad danesa que llega hasta el Artico) y Estados Unidos reclaman el lecho marino del Artico como extensión de sus plataformas continentales y territorio soberano.
Según la Ley de Tratado del Mar, adoptada en 1982, las naciones signatarias pueden atribuirse zonas económicas exclusivas para su explotación comercial, hasta los 320 kms de distancia desde sus aguas territoriales. Estados Unidos nunca firmó este tratado, por temor de que otras de sus cláusulas pudieran minarle soberanía e independencia política. Ahora, sin embargo, el repentino interés en el petróleo y gas del Artico ejerció una presión sobre los legisladores norteamericanos para que ratifiquen el tratado, de modo de que EE.UU. no quede excluido de la fiebre de petróleo del Artico.
Pero lo que vuelve deprimente a todo este hecho es que el nuevo interés en explorar el lecho marino del Artico a la búsqueda de gas y petróleo es posible hoy en razón del cambio climático. Durante miles de años, los depósitos de combustible fósil permanecieron atrapados debajo del hielo, inaccesibles. Hoy, el calentamiento global derrite el hielo del Artico haciendo posible por primera vez la explotación comercial de los depósitos de gas y petróleo. Irónicamente, el mismo proceso de quema de combustibles fósiles libera cantidades masivas de dióxido de carbono y provoca un aumento de la temperatura terrestre, lo que a su vez derrite el hielo del Artico, volviendo disponibles más petróleo y gas para la energía. La quema de estos potenciales depósitos nuevos de gas y petróleo aumentará más todavía las emisiones de CO2 en las décadas venideras, reduciendo el hielo del Artico a una velocidad aún mayor.
Pero la historia no termina aquí. Existe un factor mucho más peligroso en este drama que se está gestando en el Artico. A los expertos en climatología les preocupa otra cosa que está enterrada debajo del hielo y que de ser desenterrada podría hacer estragos en la biósfera terrestre, con consecuencias calamitosas para la vida humana.
La mayor parte de la región siberiana del Artico sur, una zona del tamaño de Francia y Alemania combinadas, es una vasta turbera congelada. Antes de la era glacial precedente, la zona estaba representada mayormente por pastizales con vida silvestre. La llegada de los glaciares enterró a la materia orgánica debajo del permagel, en donde quedó desde entonces. (En geología, se denomina permagel o permafrost a la capa de hielo permanentemente congelada en los niveles superficiales del suelo de las regiones muy frías o periglaciares como es la tundra). Mientras que la superficie de Siberia es desértica mayormente, hay tanta materia orgánica enterrada debajo del permagel como la hay en todos los bosques tropicales del mundo.
Hoy, en momentos en que la temperatura de la Tierra aumenta de forma sostenida a raíz del CO2 y de otras emisiones de gases de efecto invernadero, el permagel se está derritiendo, tanto en la superficie de la tierra como en los lechos marinos. Si el derretimiento del permagel se produce en presencia de oxígeno en la tierra, la descomposición de materia orgánica lleva a la producción de CO2. Si el permagel se derrite al lado de lagos, en ausencia de oxígeno, la materia que se desintegra libera metano a la atmósfera. El metano es el más poderoso de los gases efecto invernadero, con un efecto 23 veces mayor que el del CO2.
Los investigadores ya comenzaron a advertir sobre el advenimiento de un punto crítico en algún momento de este siglo, cuando la liberación de metano y dióxido de carbono podría crear un efecto de retroalimentación incontrolable, que elevará de forma dramática la temperatura de la atmósfera, lo que a su vez aumentará la de la Tierra, los lagos y el lecho marino, derritiendo más todavía el permagel y liberando a la atmósfera más CO2 y metano. Una vez que se llegue a ese punto, no habrá nada que los seres humanos puedan hacer, de naturaleza política o tecnológica, para frenar un efecto de retroalimentación descontrolado.
Copyright Clarín y Jeremy Rifkin, 2007. Traducción: Silvia S. Simonetti.