TÉCNICAS Y MÁQUINAS ANTIGUAS DE GUERRA
Debemos reconocer ante todo que una de las actitudes más viejas del hombre es la de la guerra, es decir, no conocemos ningún pueblo de la Antigüedad que no haya aplicado sus técnicas en la guerra. Lo que enfrentamos hoy no es un problema nuevo y los principios básicos de Amor y Fraternidad no son sólo mal interpretados en al actualidad, sino que lo han sido siempre. Tal vez el instinto de conservación, considerado en psicología como el primero y más importante en el hombre, es el que lo ha movido a canalizar todos sus conocimientos para la destrucción del ser más peligroso que existe sobre la Tierra: el hombre mismo.
En la Antigüedad estas técnicas relativas a la actividad bélica estaban relacionadas con todo lo que fuese ritual y ceremonial religioso. Existe una extraña relación entre la muerte, la vida, la religión y la guerra.
En cuanto a las armas propiamente dichas, las más antiguas y simples que se conocen con el arco, la flecha, la jabalina y la lanza. No podemos decir qué antigüedad tiene el arco, prácticamente podría afirmarse que los hubo siempre en Europa, Asia, África y América. Lo mismo sucede con el bumerán que generalmente se lo supone de Australia y que fue utilizado, en realidad, por todos los pueblos primitivos.
Otro viejísimo instrumento es el atlatl. Los Colonos de Tula, en el Museo de México, sostienen un elemento ceremonial similar al Ankh egipcio, que además servía como arma. Este atlatl o lanzadardos consiste en una prolongación del brazo que permite arrojar a mayor distancia y con más fuerza un pequeño elemento punzante flecha o jabalina; y ha sido utilizado por todos los pueblos antiguos.
Estas armas livianas también se han relacionado con el uso de caballos, elefantes, camellos y carros. La verdadera antigüedad de estos últimos no se conoce en realidad.
Veamos también que la estrategia ha variado muy poco desde la Antigüedad a nuestros días, lo que ha variado es el elemento táctico. Es decir, el tanque pesado era el elefante; lo que hoy llamamos carro de asalto era el carro; la infantería era igual que en la actualidad; y los cuerpos de motociclistas y las brigadas ligeras autotransportadas eran la caballería.
El arco se fue transformando y perfeccionando hasta convertirse en la ballesta, La ballesta griega tenía un dispositivo por el cual se ponía en tensión el arco y se encajaba la fecha que quedaba montada mediante un sistema de dientes. El disparo de la flecha se efectuaba bajando un gatillo lateral.
Una modificación de la típica ballesta era la gastafreta, utilizada en Grecia y Roma. Su única variante era que el sistema de montado del proyectil no consistía era hacer retroceder el arco, sino en hacerlo avanzar hasta conseguir la tensión deseada. Además, la flecha iba sujeta en una moldura llamada técnicamente “cola de pato”. Estas gastafretas se han modificado y agrandado varias veces, muchas de ellas por Solipo de Tarento, y tuvieron una gran importancia bélica en su momento, pues incluso servían como portadoras de granadas incendiarias. Es decir, unos pequeños recipientes que contenían el fuego griego en su interior se adosaban cerca del extremo de la flecha, que tras ser lanzada, al clavarse y chocar las ampollas, explotaban y se desparramaba el fuego. Aunque hoy desconocemos la fórmula con la que se obtenía el fuego griego, sabemos los efectos que causaba: estallaba con sólo romper su contenedor, no se extinguía con el agua, duraba mucho más tiempo y poseía altísimas calorías, ya que tanto las corazas de bronce y de hierro como los blindajes de las naves eran fundidos fácilmente mediante dicho elemento.
El arma que vulgarmente denominamos catapulta era llamada onager por los romanos y ónagros por los griegos. Este elemento bélico estaba constituido por una plataforma, generalmente sobre ruedas de madera, sobre la cual había un brazo que se movía por medio de una articulación, y en Cuyo extremo podía tener muchos elementos, como, por ejemplo, una cazoleta para arrojar plomo fundido, o una especie de red de donde colgaba una bala. Estas balas, que pesaban de uno a tres kilogramos, consistían en piedras talladas i en bolas de plomo con la forma adecuada, y no en cualquier piedra como se cree generalmente. Para lanzar el proyectil se hacía retroceder el brazo hasta el máximo de la tensión mediante una serie de mecanismos – sistema de cuerdas animales – que manipulaban varios servidores.
Otras armas eran: el palitonon, que arrojaba piedras, y el eutitonon que arrojaba flechones. Consistían en dos torrecillas montadas sobre un carro en las que se ajustaba un arco. El proyectil se disparaba entre medio de ambas torres y el arco se ponía en tensión desde atrás mediante un sistema de fibras de tipo animal.
Una variante de esta arma, que no tuvo mayor éxito en su aplicación práctica, era la que en vez de tener un sistema de torsión de cuerdas, poseía un émbolo con aire comprimido para hacer retroceder el brazo. Su fallo consistía en que los pequeños y variables escapes de aire desviaban el tiro.
A continuación consideraremos el polibolon, del cual nos habla Dionisio de Alejandría. Es el antecesor de la ametralladora. Consistía en una gran ballesta de 4 ó 6 centímetros de ancho de fleje, colocada sobre una plataforma rodante que poseía un depósito de flechas, y mediante un mecanismo que las dejaba caer en el disparador una tras otra.
En cuanto a las defensas móviles, la más conocida era la formación llamada testudo. Consistía simplemente en una formación muy apretada de tres filas de cien soldados romanos cada una, que marchaban tomados del brazo o encadenados. Los hombres de la primera fila portaban escudos (cuadrados, convexos y de 1,10 metros de alto aproximadamente) contra el pecho. Los de la segunda fila sujetaban los escudos arriba y los de la tercera fila lo hacían hacia atrás. Los soldados de los extremos izquierdo y derecho colocaban el escudo de lado con lo que completaban la defensa. La marcha de los hombres del testudo no era directa hacia delante, sino que la efectuaban con movimiento de zigzag, con un paso lateral hacia un lado y otro paso hacia el otro lado. Todo este conjunto constituía un verdadero acorazado que avanzaba sobre su frente ancho y resultaba prácticamente imposible de atacar.
Otro tipo de defensa móvil, utilizada en el sitio de las ciudades, era una torre acorazada sobre ruedas y con mirillas en la parte superior desde donde disparaban los arqueros. De esta manera reducían la invulnerabilidad de los soldados defensores de la ciudad que disparaban desde las altas murallas. El problema para nosotros en la actualidad es explicarnos cómo movían estas torres de 8 a 9 toneladas, pues eran mucho más altas que anchas y no podían contener en su base la cantidad suficiente de hombres o bueyes como para propulsarlas sobre terreno desnivelado. Además, las ruedas que se han encontrado tienen una especia de botones en la parte que apoya en el suelo, y si las ruedas no era motrices, esto constituiría un impedimento y no una ayuda.
Existían, por otro lado, máquinas rodantes que sí tenían bueyes adentro, y otras, de aspecto curioso, consistentes en dos grandes ruedas con un eje al que se acoplaba un enorme recipiente de cerámica que servía para transportar elementos inflamables. Ya en el sitio de la ciudad, echaban a rodar estos carros contra las murallas, tras el choque se rompía el recipiente y el fuego griego estallaba por sí solo.
Las máquinas de Arquímedes, con las cuales éste defiende a Siracusa de los ataques de Marcelo, serían en realidad copia de otras mucho más antiguas encontradas en Tiro. Ésta fue una ciudad fenicia que había heredado una técnica avanzada de sus antepasados. Situada en una isla y rodeada de grandes murallas poseía casas de varios pisos, más de medio millón de habitantes y desarrollaba una súper industria desconocida por el resto del mundo hasta su conquista por Alejandro. Existe una curiosa referencia que afirma que los habitantes de Tiro se quejaban debido al exceso de chimeneas, o sea, de la contaminación del aire.
Cuando Alejandro emprende el sitio de la ciudad se encuentra con grandes sorpresas. Con el objeto de salvar los 400 metros de agua que lo separaban de la isla, decide construir un puente siguiendo el sistema de balsas colocadas una al lado de la otra, y sobre las cuales se montaba un puente. Pero cuando llega a la “mitad del camino” según cuenta la crónica, surgieron desde adentro de la ciudad grandes brazos con grúas que levantaron con facilidad las balsas (las cuales se calcula que pesaban 3000 ó 4000 kilogramos) y las estrellaron contra el agua. Es indudable que estas poderosas grúas no podían ser manejadas por hombres, sino por medio de algún tipo de motor o maquinaria.
Otro hecho, aparentemente inexplicable, es que los atacantes se encontraban con ballestas automáticas, tipo polibolon, colocadas sobre grandes explanadas, pero nadie las manejaba, pues no se veían hombres en su cercanía. Esto nos hace suponer que uno o dos hombres podían disparar todas esas armas por sí solos.
No obstante, Alejandro continuó avanzando y fue sorprendido por otro extraño elemento defensivo: los soldados de Tiro portaban unos “tubos que arrojaban arena caliente” según la narración de la época; esto podría compararse con los bazucas de la actualidad. Una vez instalados cerca de la ciudad, a pesar de los ya numerosos obstáculos, las tropas de Alejandro levantaron unas torres de metal sobre pilones y plataformas con el fin de alcanzar la parte superior de las murallas. Ahora bien, en ese momento surgieron grandes manos, como de “cangrejo”, que apresaron a los hombres y los arrojaron al agua para luego desaparecer dentro de la ciudad. Todo esto era realizado a considerable velocidad y precisión, lo que descarta la idea de que fueran movidas por un hombre con una manivela; más bien nos hace suponer que los soldados de Tiro conocían la fuerza del vapor o alguna otra energía y la empleaban para estos fines.
Pero el último y tal vez el más insólito aparato defensivo fue el siguiente. Cuando por fin Alejandro llegó a las murallas, arrojando fuego griego en grandes cantidades, cargó sus armas de guerra y lanzó grandes haces de flechas que se abrían en el aire y cubrían prácticamente toda el área atacada, con lo cual la infantería de Tiro no iba a poder sobrevivir. Entonces, surgieron de la ciudad elementos parecidos a grandes sombrillas, o sea, postes metálicos de cuyos extremos pendían láminas de metal. Estos aparatos comenzaban a girar a gran velocidad y las aspas se elevaban formando una sola plancha circular que se orientaba del lado de donde venían las fechas, deteniéndolas. Estos extraños “molinos antiflechas” impulsados seguramente por algo que no era tracción manual, nunca pudieron ser reproducidos.
Otra poderosa aunque extraña arma era el Espejo de Arquímedes, mediante el cual se podían incendiar flotas a gran distancia. Las leyes físicas hacen supone que este espejo debía tener un tamaño parabólico enorme, pues sólo así pudo haber concentrado y reflejado la luz del Sol a gran distancia – 300 metros aproximadamente-. Sin embargo, las figuras de los espejos de Arquímedes no son grandes, 6 ó 7 metros de diámetro, tamaño que parece haber sido suficiente para incendiar las naves. Hay muchos misterios que aún no hemos podido resolver ni histórica ni tecnológicamente en nuestros días.
Jorge Angel Livraga Rizzi
Segunda Conferencia dictada del 18 de enero de 1972 en la Sede de Nueva Acrópolis, San Martín 274, Buenos Aires, República Argentina.
Willy
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LA PRIMERA ARTILLERíA DE TORSIóN.
Las máquinas que se basaron en el sistema de torsión, mucho más práctico y potente que el antiguo de no - torsión, se empezaron a utilizar de forma sistemática en la corte macedónica en fechas cercanas al 340 a. C.
A pesar de los avances que se habían introducido en las máquinas de no - torsión, las potencialidades del arco compuesto ya habían alcanzado sus límites máximos con la puesta en marcha de las máquinas de no - torsión de diseño avanzado. De nuevo, fue la necesidad de lanzar proyectiles de mayor tamaño y a una distancia mayor la que llevó a intentar mejorar las máquinas existentes hasta ese momento.
La solución a este problema se encontraba en la búsqueda de algún material más resistente que los empleados por las máquinas anteriores o en la utilización más efectiva de alguno de los que ya conocidos: cuerno, madera y tendón. La principal conclusión que se desprendía de la revisión de las máquinas de no - torsión era que este último elemento era el que aportaba la mayor parte de la energía y la mejora tecnológica pasaba por aislarlo totalmente.
El resultado fue el nacimiento de las primeras máquinas de torsión, que supusieron una revolución tecnológica tan significativa como la propia aparición de la catapulta. Las nuevas máquinas tenían una mecánica diferente a las de no - torsión y utilizaban la torsión de haces de tendones, crines o cabellos humanos alrededor de bastidores de madera.
Hoy en día es muy difícil saber qué clase de tendones y de qué animales eran los más fuertes y elásticos para su empleo, aunque se piensa que, en ningún momento, se utilizarían solos, sino mezclados con pelo animal o humano para asegurar su cohesión. La zona de los tendones animales que mejor serviría para estos propósitos sería la correspondiente a los hombros de bueyes y a los tobillos de caballos.
Esta falta de información se debe, entre otras cosas, a que los tendones, al tratarse de un material orgánico, no se han conservado en el registro arqueológico. Por si esto fuera poco, ninguno de los tratados que han llegado hasta nosotros relata la preparación de los tendones de animales para las piezas de artillería de torsión.
Alrededor de dos marcos envolvieron el filamento de pelo y después la capa de tendón-cuerda, que pasó a formar los dos resortes. Los marcos se sujetaron de forma fija y se añadió madera para dar rigidez al conjunto. Un brazo de madera se insertó a través del paquete de tendones, dejando la parte más gruesa en el lado interior.
Cada brazo se sujetaba por las cuerdas de su resorte porque la tensión se aplicaba con dos palancas. Esto hacía que la máquina no pudiera desarrollar una tensión muy elevada por lo que sólo podía lanzar flechas, ya que las piedras pesaban demasiado para la energía alcanzada (MARSDEN, 1999 a, 16 - 24).
En estas máquinas conocidas como euthytonas el ángulo recorrido por las máquinas era muy pequeño (23 º en las primeras y más tarde 35 º) y por tanto eran aptas para arrojar flechas que pesaban muy poco.
El lanzamiento de piedras exigía que el ángulo recorrido por los brazos fuera mucho mayor. La necesidad de alcanzar los 45 o 50 º llevó a la vuelta al sistema primitivo de dos armazones independientes y dio lugar a las máquinas palintonas. Los brazos de este último modelo, al recorrer un ángulo mayor, eran capaces de proporcionar un golpe poderoso. Su corredera debía ser también más ancha por el tamaño de los proyectiles a lanzar.
En la actualidad, Aitor Iriarte ha planteado la hipótesis de que en las máquinas palintonas los brazos batieran por el interior, con lo cual se conseguiría un ángulo de recorrido mayor. En este caso, la ballista griega pasaría de tener un recorrido de 55º a los 94º, lo que le proporcionaría casi el doble de potencia. En el caso de la ballista tardía de Hatra este hecho aún es mucho más exagerado, al pasar de 35º a 103º. Sin embargo, esta nueva teoría necesitará de una profunda discusión entre los investigadores (IRIARTE, 2003).
Pronto se consiguieron marcos más resistentes, gracias al ensanchado de los travesaños y a la colocación de agujeros en cada uno de ellos. Las palancas para torcer el tendón se colocaron sobre los agujeros y podía enroscarse la cuerda a través de estos agujeros - portadores.
Sin embargo, uno de los problemas radicaba en que tras ser disparada muchas veces la máquina, los resortes dejaban de estar en posición central y se clavaban en la madera, llegando a hacer inoperativas las máquinas. Este problema se solucionó con la introducción de arandelas, en número de 4.
Los cambios se sucedían rápidamente en estas máquinas de creación reciente. Algo que Heron no apunta en su obra y que resultó clave fue la modificación de las vigas de madera que contenían los resortes. Como era caro construir dos marcos sólidos y ensamblarlos con un armazón de madera, unieron los dos marcos independientes en una única estructura que tenía dos agujeros - portadores, cada uno con dos agujeros para el resorte y cuatro puntales verticales. Por medio de un perno y de las vigas pequeñas se aseguraba el extremo delantero entre los puntales centrales.
A pesar de estas mejoras, el tamaño y la distancia a que se arrojaban los proyectiles no variaron pues aunque las arandelas resistían muy bien el empuje de una tensión mayor, los brazos sólo permitían movimientos muy limitados. Por este motivo los agujeros - portadores se hicieron más anchos en el centro que en los extremos dando más recorrido a los brazos. Sin embargo, este recorrido no era suficiente para que las máquinas pudieran lanzar piedras con efectividad.
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Debemos reconocer ante todo que una de las actitudes más viejas del hombre es la de la guerra, es decir, no conocemos ningún pueblo de la Antigüedad que no haya aplicado sus técnicas en la guerra. Lo que enfrentamos hoy no es un problema nuevo y los principios básicos de Amor y Fraternidad no son sólo mal interpretados en al actualidad, sino que lo han sido siempre. Tal vez el instinto de conservación, considerado en psicología como el primero y más importante en el hombre, es el que lo ha movido a canalizar todos sus conocimientos para la destrucción del ser más peligroso que existe sobre la Tierra: el hombre mismo.
En la Antigüedad estas técnicas relativas a la actividad bélica estaban relacionadas con todo lo que fuese ritual y ceremonial religioso. Existe una extraña relación entre la muerte, la vida, la religión y la guerra.
En cuanto a las armas propiamente dichas, las más antiguas y simples que se conocen con el arco, la flecha, la jabalina y la lanza. No podemos decir qué antigüedad tiene el arco, prácticamente podría afirmarse que los hubo siempre en Europa, Asia, África y América. Lo mismo sucede con el bumerán que generalmente se lo supone de Australia y que fue utilizado, en realidad, por todos los pueblos primitivos.
Otro viejísimo instrumento es el atlatl. Los Colonos de Tula, en el Museo de México, sostienen un elemento ceremonial similar al Ankh egipcio, que además servía como arma. Este atlatl o lanzadardos consiste en una prolongación del brazo que permite arrojar a mayor distancia y con más fuerza un pequeño elemento punzante flecha o jabalina; y ha sido utilizado por todos los pueblos antiguos.
Estas armas livianas también se han relacionado con el uso de caballos, elefantes, camellos y carros. La verdadera antigüedad de estos últimos no se conoce en realidad.
Veamos también que la estrategia ha variado muy poco desde la Antigüedad a nuestros días, lo que ha variado es el elemento táctico. Es decir, el tanque pesado era el elefante; lo que hoy llamamos carro de asalto era el carro; la infantería era igual que en la actualidad; y los cuerpos de motociclistas y las brigadas ligeras autotransportadas eran la caballería.
El arco se fue transformando y perfeccionando hasta convertirse en la ballesta, La ballesta griega tenía un dispositivo por el cual se ponía en tensión el arco y se encajaba la fecha que quedaba montada mediante un sistema de dientes. El disparo de la flecha se efectuaba bajando un gatillo lateral.
Una modificación de la típica ballesta era la gastafreta, utilizada en Grecia y Roma. Su única variante era que el sistema de montado del proyectil no consistía era hacer retroceder el arco, sino en hacerlo avanzar hasta conseguir la tensión deseada. Además, la flecha iba sujeta en una moldura llamada técnicamente “cola de pato”. Estas gastafretas se han modificado y agrandado varias veces, muchas de ellas por Solipo de Tarento, y tuvieron una gran importancia bélica en su momento, pues incluso servían como portadoras de granadas incendiarias. Es decir, unos pequeños recipientes que contenían el fuego griego en su interior se adosaban cerca del extremo de la flecha, que tras ser lanzada, al clavarse y chocar las ampollas, explotaban y se desparramaba el fuego. Aunque hoy desconocemos la fórmula con la que se obtenía el fuego griego, sabemos los efectos que causaba: estallaba con sólo romper su contenedor, no se extinguía con el agua, duraba mucho más tiempo y poseía altísimas calorías, ya que tanto las corazas de bronce y de hierro como los blindajes de las naves eran fundidos fácilmente mediante dicho elemento.
El arma que vulgarmente denominamos catapulta era llamada onager por los romanos y ónagros por los griegos. Este elemento bélico estaba constituido por una plataforma, generalmente sobre ruedas de madera, sobre la cual había un brazo que se movía por medio de una articulación, y en Cuyo extremo podía tener muchos elementos, como, por ejemplo, una cazoleta para arrojar plomo fundido, o una especie de red de donde colgaba una bala. Estas balas, que pesaban de uno a tres kilogramos, consistían en piedras talladas i en bolas de plomo con la forma adecuada, y no en cualquier piedra como se cree generalmente. Para lanzar el proyectil se hacía retroceder el brazo hasta el máximo de la tensión mediante una serie de mecanismos – sistema de cuerdas animales – que manipulaban varios servidores.
Otras armas eran: el palitonon, que arrojaba piedras, y el eutitonon que arrojaba flechones. Consistían en dos torrecillas montadas sobre un carro en las que se ajustaba un arco. El proyectil se disparaba entre medio de ambas torres y el arco se ponía en tensión desde atrás mediante un sistema de fibras de tipo animal.
Una variante de esta arma, que no tuvo mayor éxito en su aplicación práctica, era la que en vez de tener un sistema de torsión de cuerdas, poseía un émbolo con aire comprimido para hacer retroceder el brazo. Su fallo consistía en que los pequeños y variables escapes de aire desviaban el tiro.
A continuación consideraremos el polibolon, del cual nos habla Dionisio de Alejandría. Es el antecesor de la ametralladora. Consistía en una gran ballesta de 4 ó 6 centímetros de ancho de fleje, colocada sobre una plataforma rodante que poseía un depósito de flechas, y mediante un mecanismo que las dejaba caer en el disparador una tras otra.
En cuanto a las defensas móviles, la más conocida era la formación llamada testudo. Consistía simplemente en una formación muy apretada de tres filas de cien soldados romanos cada una, que marchaban tomados del brazo o encadenados. Los hombres de la primera fila portaban escudos (cuadrados, convexos y de 1,10 metros de alto aproximadamente) contra el pecho. Los de la segunda fila sujetaban los escudos arriba y los de la tercera fila lo hacían hacia atrás. Los soldados de los extremos izquierdo y derecho colocaban el escudo de lado con lo que completaban la defensa. La marcha de los hombres del testudo no era directa hacia delante, sino que la efectuaban con movimiento de zigzag, con un paso lateral hacia un lado y otro paso hacia el otro lado. Todo este conjunto constituía un verdadero acorazado que avanzaba sobre su frente ancho y resultaba prácticamente imposible de atacar.
Otro tipo de defensa móvil, utilizada en el sitio de las ciudades, era una torre acorazada sobre ruedas y con mirillas en la parte superior desde donde disparaban los arqueros. De esta manera reducían la invulnerabilidad de los soldados defensores de la ciudad que disparaban desde las altas murallas. El problema para nosotros en la actualidad es explicarnos cómo movían estas torres de 8 a 9 toneladas, pues eran mucho más altas que anchas y no podían contener en su base la cantidad suficiente de hombres o bueyes como para propulsarlas sobre terreno desnivelado. Además, las ruedas que se han encontrado tienen una especia de botones en la parte que apoya en el suelo, y si las ruedas no era motrices, esto constituiría un impedimento y no una ayuda.
Existían, por otro lado, máquinas rodantes que sí tenían bueyes adentro, y otras, de aspecto curioso, consistentes en dos grandes ruedas con un eje al que se acoplaba un enorme recipiente de cerámica que servía para transportar elementos inflamables. Ya en el sitio de la ciudad, echaban a rodar estos carros contra las murallas, tras el choque se rompía el recipiente y el fuego griego estallaba por sí solo.
Las máquinas de Arquímedes, con las cuales éste defiende a Siracusa de los ataques de Marcelo, serían en realidad copia de otras mucho más antiguas encontradas en Tiro. Ésta fue una ciudad fenicia que había heredado una técnica avanzada de sus antepasados. Situada en una isla y rodeada de grandes murallas poseía casas de varios pisos, más de medio millón de habitantes y desarrollaba una súper industria desconocida por el resto del mundo hasta su conquista por Alejandro. Existe una curiosa referencia que afirma que los habitantes de Tiro se quejaban debido al exceso de chimeneas, o sea, de la contaminación del aire.
Cuando Alejandro emprende el sitio de la ciudad se encuentra con grandes sorpresas. Con el objeto de salvar los 400 metros de agua que lo separaban de la isla, decide construir un puente siguiendo el sistema de balsas colocadas una al lado de la otra, y sobre las cuales se montaba un puente. Pero cuando llega a la “mitad del camino” según cuenta la crónica, surgieron desde adentro de la ciudad grandes brazos con grúas que levantaron con facilidad las balsas (las cuales se calcula que pesaban 3000 ó 4000 kilogramos) y las estrellaron contra el agua. Es indudable que estas poderosas grúas no podían ser manejadas por hombres, sino por medio de algún tipo de motor o maquinaria.
Otro hecho, aparentemente inexplicable, es que los atacantes se encontraban con ballestas automáticas, tipo polibolon, colocadas sobre grandes explanadas, pero nadie las manejaba, pues no se veían hombres en su cercanía. Esto nos hace suponer que uno o dos hombres podían disparar todas esas armas por sí solos.
No obstante, Alejandro continuó avanzando y fue sorprendido por otro extraño elemento defensivo: los soldados de Tiro portaban unos “tubos que arrojaban arena caliente” según la narración de la época; esto podría compararse con los bazucas de la actualidad. Una vez instalados cerca de la ciudad, a pesar de los ya numerosos obstáculos, las tropas de Alejandro levantaron unas torres de metal sobre pilones y plataformas con el fin de alcanzar la parte superior de las murallas. Ahora bien, en ese momento surgieron grandes manos, como de “cangrejo”, que apresaron a los hombres y los arrojaron al agua para luego desaparecer dentro de la ciudad. Todo esto era realizado a considerable velocidad y precisión, lo que descarta la idea de que fueran movidas por un hombre con una manivela; más bien nos hace suponer que los soldados de Tiro conocían la fuerza del vapor o alguna otra energía y la empleaban para estos fines.
Pero el último y tal vez el más insólito aparato defensivo fue el siguiente. Cuando por fin Alejandro llegó a las murallas, arrojando fuego griego en grandes cantidades, cargó sus armas de guerra y lanzó grandes haces de flechas que se abrían en el aire y cubrían prácticamente toda el área atacada, con lo cual la infantería de Tiro no iba a poder sobrevivir. Entonces, surgieron de la ciudad elementos parecidos a grandes sombrillas, o sea, postes metálicos de cuyos extremos pendían láminas de metal. Estos aparatos comenzaban a girar a gran velocidad y las aspas se elevaban formando una sola plancha circular que se orientaba del lado de donde venían las fechas, deteniéndolas. Estos extraños “molinos antiflechas” impulsados seguramente por algo que no era tracción manual, nunca pudieron ser reproducidos.
Otra poderosa aunque extraña arma era el Espejo de Arquímedes, mediante el cual se podían incendiar flotas a gran distancia. Las leyes físicas hacen supone que este espejo debía tener un tamaño parabólico enorme, pues sólo así pudo haber concentrado y reflejado la luz del Sol a gran distancia – 300 metros aproximadamente-. Sin embargo, las figuras de los espejos de Arquímedes no son grandes, 6 ó 7 metros de diámetro, tamaño que parece haber sido suficiente para incendiar las naves. Hay muchos misterios que aún no hemos podido resolver ni histórica ni tecnológicamente en nuestros días.
Jorge Angel Livraga Rizzi
Segunda Conferencia dictada del 18 de enero de 1972 en la Sede de Nueva Acrópolis, San Martín 274, Buenos Aires, República Argentina.
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LA PRIMERA ARTILLERíA DE TORSIóN.
Las máquinas que se basaron en el sistema de torsión, mucho más práctico y potente que el antiguo de no - torsión, se empezaron a utilizar de forma sistemática en la corte macedónica en fechas cercanas al 340 a. C.
A pesar de los avances que se habían introducido en las máquinas de no - torsión, las potencialidades del arco compuesto ya habían alcanzado sus límites máximos con la puesta en marcha de las máquinas de no - torsión de diseño avanzado. De nuevo, fue la necesidad de lanzar proyectiles de mayor tamaño y a una distancia mayor la que llevó a intentar mejorar las máquinas existentes hasta ese momento.
La solución a este problema se encontraba en la búsqueda de algún material más resistente que los empleados por las máquinas anteriores o en la utilización más efectiva de alguno de los que ya conocidos: cuerno, madera y tendón. La principal conclusión que se desprendía de la revisión de las máquinas de no - torsión era que este último elemento era el que aportaba la mayor parte de la energía y la mejora tecnológica pasaba por aislarlo totalmente.
El resultado fue el nacimiento de las primeras máquinas de torsión, que supusieron una revolución tecnológica tan significativa como la propia aparición de la catapulta. Las nuevas máquinas tenían una mecánica diferente a las de no - torsión y utilizaban la torsión de haces de tendones, crines o cabellos humanos alrededor de bastidores de madera.
Hoy en día es muy difícil saber qué clase de tendones y de qué animales eran los más fuertes y elásticos para su empleo, aunque se piensa que, en ningún momento, se utilizarían solos, sino mezclados con pelo animal o humano para asegurar su cohesión. La zona de los tendones animales que mejor serviría para estos propósitos sería la correspondiente a los hombros de bueyes y a los tobillos de caballos.
Esta falta de información se debe, entre otras cosas, a que los tendones, al tratarse de un material orgánico, no se han conservado en el registro arqueológico. Por si esto fuera poco, ninguno de los tratados que han llegado hasta nosotros relata la preparación de los tendones de animales para las piezas de artillería de torsión.
Alrededor de dos marcos envolvieron el filamento de pelo y después la capa de tendón-cuerda, que pasó a formar los dos resortes. Los marcos se sujetaron de forma fija y se añadió madera para dar rigidez al conjunto. Un brazo de madera se insertó a través del paquete de tendones, dejando la parte más gruesa en el lado interior.
Cada brazo se sujetaba por las cuerdas de su resorte porque la tensión se aplicaba con dos palancas. Esto hacía que la máquina no pudiera desarrollar una tensión muy elevada por lo que sólo podía lanzar flechas, ya que las piedras pesaban demasiado para la energía alcanzada (MARSDEN, 1999 a, 16 - 24).
En estas máquinas conocidas como euthytonas el ángulo recorrido por las máquinas era muy pequeño (23 º en las primeras y más tarde 35 º) y por tanto eran aptas para arrojar flechas que pesaban muy poco.
El lanzamiento de piedras exigía que el ángulo recorrido por los brazos fuera mucho mayor. La necesidad de alcanzar los 45 o 50 º llevó a la vuelta al sistema primitivo de dos armazones independientes y dio lugar a las máquinas palintonas. Los brazos de este último modelo, al recorrer un ángulo mayor, eran capaces de proporcionar un golpe poderoso. Su corredera debía ser también más ancha por el tamaño de los proyectiles a lanzar.
En la actualidad, Aitor Iriarte ha planteado la hipótesis de que en las máquinas palintonas los brazos batieran por el interior, con lo cual se conseguiría un ángulo de recorrido mayor. En este caso, la ballista griega pasaría de tener un recorrido de 55º a los 94º, lo que le proporcionaría casi el doble de potencia. En el caso de la ballista tardía de Hatra este hecho aún es mucho más exagerado, al pasar de 35º a 103º. Sin embargo, esta nueva teoría necesitará de una profunda discusión entre los investigadores (IRIARTE, 2003).
Pronto se consiguieron marcos más resistentes, gracias al ensanchado de los travesaños y a la colocación de agujeros en cada uno de ellos. Las palancas para torcer el tendón se colocaron sobre los agujeros y podía enroscarse la cuerda a través de estos agujeros - portadores.
Sin embargo, uno de los problemas radicaba en que tras ser disparada muchas veces la máquina, los resortes dejaban de estar en posición central y se clavaban en la madera, llegando a hacer inoperativas las máquinas. Este problema se solucionó con la introducción de arandelas, en número de 4.
Los cambios se sucedían rápidamente en estas máquinas de creación reciente. Algo que Heron no apunta en su obra y que resultó clave fue la modificación de las vigas de madera que contenían los resortes. Como era caro construir dos marcos sólidos y ensamblarlos con un armazón de madera, unieron los dos marcos independientes en una única estructura que tenía dos agujeros - portadores, cada uno con dos agujeros para el resorte y cuatro puntales verticales. Por medio de un perno y de las vigas pequeñas se aseguraba el extremo delantero entre los puntales centrales.
A pesar de estas mejoras, el tamaño y la distancia a que se arrojaban los proyectiles no variaron pues aunque las arandelas resistían muy bien el empuje de una tensión mayor, los brazos sólo permitían movimientos muy limitados. Por este motivo los agujeros - portadores se hicieron más anchos en el centro que en los extremos dando más recorrido a los brazos. Sin embargo, este recorrido no era suficiente para que las máquinas pudieran lanzar piedras con efectividad.
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